Entrevista│Mylene Fernández Pintado: “Escribir es un oficio muy solitario”
“El conocimiento es libertad, pero ambas cosas deben ser entendidas en toda su amplitud. Y esto vale para escribir pero, sobre todo, para vivir.”
un ovillo enrollado para el lado de adentro.
Fernando Pessoa
Mylene Fernández Pintado nos describe en esta entrevista1 su devenir como escritora y viajera entre la isla y sus vivencias distantes, que retroalimentan el espíritu citadino como un culto necesario. Licenciada en Derecho por la Universidad de La Habana, premiada en más de una ocasión dentro y fuera de la isla, con varios libros publicados por editoriales cubanas y extranjeras. Su literatura hace que tenga un lugar privilegiado entre los narradores contemporáneos. Mylene es esa puerta de sacrificio y pugna interior que destaca, sin intenciones de grandeza, un equilibrio entre la verdad y la ficción novelada que la distingue.
Leer es un acto de devoción
La narrativa de hoy exige un lector cada vez más desprejuiciado y con una cultura que lo ayude a canalizar sus dudas. ¿Cómo consideras la narrativa cubana actual?
Soy una abogada desertora que escribe. No soy profesora de literatura, no soy crítica, no tengo un trabajo asociado a ninguna de las instituciones del mundo literario. Me retroalimento, porque cada vez que tengo la posibilidad y me ofrecen ser jurado de un concurso, lo acepto. Ese es mi termómetro de la literatura. Soy muy disciplinada y me leo todas las páginas de todos los libros. Aunque me parezca que el libro no inicia bien, que no mejora hacia la mitad y que eso se mantiene en la última parte, yo lo leo hasta el final.
Ser jurado de concursos es una buena manera de estar al tanto. De todas formas, a la vez que eso da cierto conocimiento, como jurado lees buscando “un libro mejor que los otros.” Los libros tienen su “tempo” y eso es algo que debemos saber los escritores. Sobre todo ahora, que parece que el tiempo de leer es casi algo robado a muchas otras actividades, todas más importantes.
Pienso que, en la literatura que hacemos hoy, hay de todo como en la Viña del Señor. Literatura cubana actual hay mucha. No toda es buena, incluso buenos autores no siempre sostienen la buena calidad de sus buenos libros. Hay escritores cuya andadura he tenido la oportunidad de seguir y van muy bien. Veo que con cada nuevo libro que escriben han ganado mucho, que han logrado escaparse del trillo apisonado por tantos pasos sobre las mismas huellas, y desarrollar lo mejor que va conformando su estilo y sus historias. Abarcan temas más diversos con más libertad de expresión.
Cuando se tienen las herramientas literarias, te puedes permitir cualquier tema, sin que parezca insignificante, chocante o ajeno. Recuerdo que una vez fui jurado del Premio de la Crítica. En este concurso (no recuerdo el año) lo que gozaba de mejor crédito era el ensayo. Yo me quedé encantada, en el sentido más mágico de la palabra, porque uno piensa que nosotros por ser de un país tropical somos personas exageradas, algunos opinan que somos más fabuladores que objetivos, y que eso de abrir con un bisturí y analizar minuciosamente es cosa de los centroeuropeos o nórdicos, que pasan mucho tiempo en interiores pensando con profundidad en la vida y sus vaivenes. En general, no he sido muy lectora de ensayos y me maravilló leer análisis muy interesantes, sólidos y creativos, sobre la literatura del Caribe anglófono o il dolce stile italiano, por poner algunos ejemplos. Seguramente esa misma alquimia, de saber y soñar, era la receta de nuestra buena salud ensayística.
“Para escribir hace falta una meticulosa introspección para conocerse a sí mismo y para armarse de nuevos conocimientos, para aferrar el instinto, para individuar y corregir los puntos débiles.”
Hace tiempo que no leo novelas cubanas actuales. En cuanto al cuento, sucede algo así como que he leído muchos que no son buenos, pero he encontrado siempre “esos” que valen por todos los demás.
Aquí y ahora, todos hemos ido a la escuela, estudiado literatura, gramática y ortografía con más o menos fortuna. Por eso lo más fácil es que la gente escriba, y no solo en Cuba. Se escribe mucho en el mundo de hoy (y se lee mucho menos, hablando de libros y no de emails o mensajes de celular). Por eso pensamos que cualquiera puede escribir cuentos, novelas o poesía, y es verdad. Pero cualquiera no quiere decir todos, casi todos, o muchos. Digamos que no es muy común que alguien pretenda dar un concierto de piano o violoncello sin haber recibido clases de música, que no se estudia en las escuelas corrientes sino en los Conservatorios. Incluso Mozart, que nunca fue a la escuela, estudió muchísimo con su padre cuando era niño y desde los cuatro años dedicaba todo su tiempo a la música, al punto de que jugar y trabajar para él se fundieron de un modo muy peculiar durante toda su vida.
Para aprender a escribir hay que escribir. Hay quien dice que el exceso de dominio de la técnica inhibe la libertad de expresión. Los del otro bando, llaman a esto superstición, y lo catalogan como una actitud que denota miedo a lo desconocido. El conocimiento es libertad, pero ambas cosas deben ser entendidas en toda su amplitud. Y esto vale para escribir pero, sobre todo, para vivir.
Creo que para escribir hace falta una meticulosa introspección para conocerse a sí mismo y para armarse de nuevos conocimientos, para aferrar el instinto, para individuar y corregir los puntos débiles. Hay que liberarse de la “necesidad de gustar” entendida en modo simplista.
En tu obra hay monólogo interior, intertextualidad, y cierta filosofía existencial acompañada de un sentido esperanzador, el cual hace que el lector interprete todos esos modos de decir hasta llegar a ellos. ¿Crees que nuestra literatura logra el intercambio autor-lector que se espera?
Nunca he dicho que soy una buena escritora, pero sí me considero una lectora muy buena. Antes de ser autora, fui tan lectora que demoré mucho en convencerme de que podía hacerlo yo también. Y ese convencimiento me abandona de vez en cuando. Los escritores habitaban en un Olimpo más que lejano, inalcanzable, y a la misma vez ellos, los personajes y sus vivencias de papel eran más cercanos y reales que algunos parientes, que mis vecinos, o que muchos de los que estudiaban en mi aula.
Como lectora, me acerco a los libros con “gula”. A veces, demorando la lectura para que no se acaben y mirando las páginas que me quedan como quien cuenta los miligramos restantes de una barra de chocolate. De hecho, hay un libro en mi biblioteca que me gusta tanto, que lo he dejado sin terminar, para acudir a él en momentos extremos, como medicinas que se toman en casos de gran apuro o gravedad.
Pienso que de alguna manera los libros se rescriben a la vez que alguien los lee con pasión y ángel. Ser buen lector es una bendición, llegar a él, es el sueño del escritor. Hay lectores distraídos y lectores atentos, refugiados en la médula de cada frase o simples turistas de las oraciones. Como cuando te dije que me había gustado mucho la lectura que habías hecho de mi novela La esquina del mundo, porque develaba casi todas las cosas que yo había escrito.
“Lo importante es escribir bien y eso significa, aunque sea de modo inconsciente, un doble compromiso, con uno mismo y con los que lo leerán después.”
La relación y la manera de llegar al lector existe y esa interacción autor-lector empieza siendo una tarea del escritor. Si el autor lo que quiere es contar, tiene que comunicar. La literatura se escribe para que sea leída por grandes grupos humanos y es uno de los placeres que, luego de tanto tiempo y tantas cosas, permanece. Aunque me temo que hay quien piensa que es demodé. Por eso, pese a que soy decimonónica en lo que se refiere a las tecnologías, me alegra que existan los libros electrónicos y los ebook readers, para que los amantes de lo nuevo tengan la literatura a mano.
El lector enfrascado en un libro pone de sí renglón a renglón, página a página, porque cuando uno lee un libro lo lee con lo que ha vivido, con lo que quisiera vivir, con lo que sueña, con lo que quiere exorcizar, con los lugares en los que le gustaría estar, con lo que está aprendiendo en ese momento. Leer es un acto de devoción, de entrega y de generosidad.
El efecto que un libro cause en nosotros como lectores, dependerá sin duda y en muy buena medida de nosotros mismos, de nuestra actitud personal, de nuestra capacidad de profundización, de nuestro estado anímico, de nuestra sensibilidad, de nuestros conocimientos, como ocurre con cualquier obra de arte.
Luego está la eterna pregunta de para quién se escribe. No sé si uno hace bien en escribir para sí mismo porque eso es honesto, o si es egoísta por pensar solo en sí. Y si, por el contrario, pensar en los lectores al escribir es un acto de generosidad o de manipulación. Lo importante es escribir bien y eso significa, aunque sea de modo inconsciente, un doble compromiso, con uno mismo y con los que lo leerán después. Los buenos libros tendrán siempre su séquito, los lectores interesados indagarán sobre ellos, los buscarán, los pedirán prestados, los devolverán para garantizar nuevos préstamos y los comentarán a los amigos. O no los prestarán, los atesorarán en los libreros y les sacudirán el polvo de vez en cuando, para releerlos (o terminarlos) algún día.
Un oficio muy solitario
La familia, las distancias, el medio y la práctica social donde se conjuga lo único y lo diverso, lo general y lo concreto en la sociedad que vivimos son temas recurrentes en tu obra. ¿Sientes que no has logrado objetivos esenciales o, estás conforme con lo que has hecho hasta hoy?
No soy ambiciosa, en ninguna de sus variantes. Me pone nerviosa hablar en público, o que me hagan entrevistas. De hecho, me pregunto siempre a quién puede interesar lo que yo piense de un tema u otro, y me siento más una alumna respondiendo un examen, que una escritora exponiendo sus ideas sobre la vida y la literatura. Escribir es un oficio muy solitario, yo llevo una vida solitaria por muchas razones.
A veces recuerdo cuánto me ha atraído siempre la física y me pregunto por qué no la escogí como carrera. Me habría gustado formar parte de un equipo de científicos y trabajar en un centro de investigación con el acelerador de partículas, buscando la famosa partícula de Dios, responsable de los valores de la masa en el Universo y clave para conocer su forma; reproducir en los laboratorios el Big Bang, ese gran estallido de materia lanzada en todas direcciones que dio origen a todo, y saber a ciencia cierta de dónde venimos. La física es fascinante. Es la pariente más cercana de la filosofía, de la teología y de las humanidades en general. La verdad es que me habría gustado trabajar y triunfar en grupo, como en los deportes de equipo.
“Contar un retazo de vivencia de una persona singular para hablar de humanidad es como describir el prado a través de una brizna de hierba.”
Regresando a la escritura. Quisiera contar bien la vida en su diminuta grandilocuencia. La humanidad, para mí, es el compendio de las vidas de los más de siete mil millones de seres humanos, cada uno de ellos, único. Me interesan esas vidas que habitamos cada día en que nos levantamos, enredados aún en los sueños de la noche anterior, esos que sustituimos por los sueños diurnos, que acarreamos jornada a jornada, muchas veces como tareas pendientes que nunca se cumplen. Nuestras frustraciones, felicidades, tristezas, logros y desaciertos. Los montones de dudas y miedos. Empiezan cociéndose como historias pequeñas, pero terminan engarzándose con otras, haciendo cadenas de eventos o creciendo, aderezadas por las demás.
Nadie vive solamente dentro de sí mismo. Contar un retazo de vivencia de una persona singular para hablar de humanidad es como describir el prado a través de una brizna de hierba. Como en los haiku, ese género literario del Japón de finales del siglo XIX, compuesto por unos pocos versos, a través de los cuales se describen la naturaleza y los sentimientos humanos.
Detesto la “sensibilidad árida”. He conocido personas a las que se les aguan los ojos escuchando “La pasión según San Mateo”, de Bach, o frente a un cuadro de Delacroix, pero que no logran conmoverse con la mala suerte de sus semejantes, no consiguen estremecerse con las cosas terribles de la vida de todos los días. Gente muy concentrada en bucear en la profundidad de su alma y que, de sumergirse tanto, ha perdido el contacto con la superficie. Agradezco ser frágil y que la maldad y la tristeza que me rodean, me golpeen y muchas veces me derrumben. Es esa misma fragilidad, la que me hace ser feliz con las cosas pequeñas.
Me interesan las relaciones interpersonales, la forma en que nos relacionamos con la familia, con los amigos, con la sociedad. Me interesan el amor y el desamor, o el amor entendido como una victoria sobre todas las cosas. Escribo mucho sobre los problemas de la pareja. No es porque no valore el amor. Precisamente para mí el amor es tan valioso porque es una victoria sobre el “yo” para convertirse en el “nosotros”, sobre la incomunicación, sobre las ganas de guardar silencio, de no compartir.
“Agradezco ser frágil y que la maldad y la tristeza que me rodean, me golpeen y muchas veces me derrumben. Es esa misma fragilidad, la que me hace ser feliz con las cosas pequeñas.”
En mis textos, me detengo en las piezas que no funcionan, en los desperfectos de ese verbo tan bien o mal ejercido. Son tantas las roturas, los desgastes, las razones de la contaminación o la caducidad. A veces pensamos que es kitsch y cursi apostar por el amor. Aunque parezca que no, yo lo hago, a mi manera de “detector de metales”. Séneca dijo: “si quieres ser amado, ama”. No es que eso arregle definitivamente todo lo demás, pero amar y ser amado ayuda a luchar y andar, y acompaña en las trincheras y en los caminos.
Que no sea ambiciosa no significa que no sea exigente a la hora de escribir. Pero mi constante inconformidad se refiere a escribir bien, no a ser famosa o rica, deseos que, por otra parte, no considero demoníacos. Creo que la fama y la fortuna me dan un poco de temor pero, como no me están acechando, estoy a salvo. En ese sentido prefiero, de manera absoluta, una felicidad que no atraiga la atención de los dioses.
La crítica, la promoción y el mercado del libro
Ser renovador, experimental y polémico dentro de la literatura contemporánea distingue tradiciones para un escritor, y es algo que marca determinadas rupturas con el pasado para que luego forme parte de lo novedoso. ¿Cómo ves la crítica literaria en Cuba?
Por una parte, no estoy muy al tanto. Por otra, nunca he hecho crítica. Hay que estar mejor informado de lo que me considero. Leer artículos de crítica es también un modo de informarse sobre lo que se publica. Así que a veces leo la crítica y no conozco la obra. Por otra parte, puede que la crítica esté bien escrita, pero no sé si es certera. En general, me parece que más que críticas, casi siempre leo loas, pero puede ser que debido a que los periódicos y revistas, sean de papel o digitales, no son tantos, los críticos deciden solo hablar de lo bueno (o sea, de lo que ellos consideran bueno, que tal es su profesión), porque de lo malo, no vale la pena. Quizás las revistas que tienen “columnas fijas” podrían hacer los dos tipos de artículos porque en ellas uno va más a la búsqueda del estilo del columnista y le interesa saber qué piensa de uno u otro texto.
A veces uno descubre lo bueno por puro azar mientras se siente casi conminado a leer otras cosas porque le dedican mucho espacio. No recuerdo haber leído análisis desfavorables de un libro. Sin embargo, creo recordar demoledoras críticas de cine. Una vez leí, en una revista española, una crítica de una obra teatral que decía más o menos esto (no voy a citar los datos de la obra): “El día…, se presentó en el teatro…, la obra…, escrita por…, con dirección de…, los actores…, música de…, y escenografía de... ¿Por qué?”
¿Qué diferencias existe entre un agente literario y un promotor literario? ¿Consideras que los libros publicados por las editoriales cubanas son promovidos aquí y en el exterior?
El agente literario es un gestor, alguien que gestiona operaciones de publicación y venta de un libro. Con su intervención, apremia y produce un efecto. Se hace cargo de la obra de un escritor, buscando una editorial y gestionando con esta sus derechos de autor y todo lo que se deriva de ello. Lo tengo asociado a la persona o grupo que acoge un libro o manuscrito, firma un contrato y se encarga de hacerlo publicar por algún editor. Y, como esta es su razón social, es pagado por este trabajo o servicio. En Cuba, hasta donde conozco, no existen. Cada vez que alguien me pregunta cómo empezar a publicar aquí, le digo que la vía más segura es ganar un premio en un concurso.
La labor de promoción, en general es cometido de las editoriales, de hecho, es una de sus obligaciones en los contratos para la publicación de las obras literarias. Teóricamente, “allá afuera” los escritores principiantes mandan sus obras a las editoriales, y reciben más o menos negativas, hasta que una de las tantas receptoras, acepta. O no. Paul Auster, antes de ser publicado, fue rechazado muchas veces. La herencia que recibió a la muerte de su padre le dio un respiro económico que le permitió dedicarse por entero a escribir. El manuscrito de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, escrito en 1962, fue rechazado tantas veces que su autor se deterioró al perder las esperanzas de publicar su libro y terminó suicidándose en 1969. Gracias a la insistencia de su madre y las gestiones del escritor Walker Percy, fue publicado en 1980 y al año siguiente obtuvo el Premio Pullitzer de ficción y el Premio a la mejor novela en lengua extranjera en Francia. Aún está en la lista de los libros más vendidos de muchos países.
Otras veces el escritor, que no tiene ese don para encajar tantos “Noes” y seguir adelante sin que su autoestima sufra, trata de buscar un agente, que posee talento para buscar editores, proponerles la obra y recibir negativas sin desanimarse. Pero también el agente se cansa si después de algunas maniobras no logra colocar la obra en el mercado. Una vez aceptada la obra, se firma el contrato, esta vez con la editorial, y se establecen los derechos de las partes.
La promoción es uno de los pocos deberes de la editorial y uno de los pocos derechos del autor, cuando está empezando a publicar. Pero nadie puede decir que es escritor si su libro no existe, si no está publicado. Así que sin editoriales, hagan contratos ventajosos o leoninos, no hay escritores. Cuando los escritores son ya famosos y venden mucho, los términos cambian, sea con el agente o con la editorial. Y la balanza de derechos-deberes se inclina algo más a favor del autor.
En Cuba no existen estas reglas, que yo sepa. Aunque, nunca he formado parte del staff de una editorial. Creo que la concepción del libro y su relación con el mercado se entiende y se desenvuelve de manera diferente. Pero también hay escritores que venden más y que venden menos, que son más o menos leídos. Y los más buscados no es porque hagan literatura hereje o comercial, sino buenos libros que son bien recibidos. Quizás ahora mismo hay mucha gente a la que no le interesan los libros, pero los interesados, ya sean cubanos que viven en Cuba o fuera, siguen siendo buenos lectores, atentos y exigentes.
En cuanto a la promoción, creo que ha mejorado en los últimos años. En la televisión, que es el método masivo de comunicación, se promueven libros y se anuncian presentaciones. Se dedican espacios a los escritores, aunque también aquí sucede un poco como con lo que te decía de la crítica. Te preguntas dónde están o qué están haciendo ciertos escritores muy buenos que parece que sufrieron una purga y luego el destierro, porque nadie habla de ellos. Otras veces, insisten y te abruman con ciertos libros y autores.
“Te preguntas dónde están o qué están haciendo ciertos escritores muy buenos que parece que sufrieron una purga y luego el destierro, porque nadie habla de ellos.”
También en algunos programas de radio se promociona la literatura y hay espacios dedicados a los escritores y los libros. Algunos de estos programas, sin ser literarios, invitan escritores para hablar de ciertos temas. O premian a los ganadores de programas de participación con libros de los que siempre se dice algo. También las revistas tienen una sección de promoción, pero ellas tienen su pequeño círculo de adictos. Existe también la promoción que hacen los mismos consumidores, los lectores, los autores. De persona a persona. Como un “amigo rumor”.
El resto arriba por vía digital, para los que tienen email… o internet. Invitaciones a las presentaciones de libros mandadas por las editoriales. Hay más promoción que antes, si bien no toda la que debía ser.
Una vez vi en los metros y autobuses de Madrid una campaña para estimular la lectura. En el interior del metro o el bus estaban escritos fragmentos de libros, supongo que los más “atractivos”, y luego decía: ¿Quieres saber más? Y a continuación, citaba el título y el autor. Era conmovedor, pero aquí es impensable. El viajero de autobús ya tiene todas las neuronas ocupadas en subir, no ser maltratado en el interior del vehículo, en lograr caminar hacia la puerta de salida y bajarse en su parada. No podemos pedirle que lea fragmentos de nada. Sin embargo, hay Quijotes que leen en las guaguas repletas.
También está el problema de la literatura en la ciudad de La Habana y la literatura de las provincias. La distribución. ¿Cómo y hacia donde se mueve un libro? Es algo que tiene que ver con la infraestructura y el transporte, mecanismos que desconozco.
Finalmente, están las librerías. También ellas hacen alguna promoción, organizan lecturas, conversatorios con los autores. A veces, la ubicación de las librerías juega un papel importante en su gestión. Un libro que esté colocado en la librería Fayad Jamis tiene mucha visibilidad. Por el boulevard de Obispo camina todo el mundo y dentro es muy linda. Está, por último y no porque sea el menos importante, no sé si se valora bien, la figura del librero, que reina en esa casi última morada del libro. La librería de 25 y O, en el Vedado, Centenario del Apóstol, es una librería que tiene muchísimas ventas, y creo que porque tiene buenos libreros y vendedores, gente amable que te acompaña a los estantes y busca contigo, debe ser gente que ame y sepa lo que tiene, lo que vende y lo que quiere, creo que las librerías piden los títulos que les interesan. Para eso hay que estar bien informado.
De los libros cubanos, editados en Cuba y promovidos en el exterior no sé mucho. Cuando he visto, fuera de Cuba, promoción a autores cubanos es porque han sido publicados por casas editoras extrajeras.
Los premios
Has obtenido premios que marcan un significado importante dentro de la literatura cubana. ¿Qué opinas de los premios? ¿Crees que el premio nacional de literatura define a un escritor?
No quiero decir que es como la lotería, tan esperanzadora y azarosa… pero junto a la innegable calidad que debe asistirlo, hay tanto de albur. Se trabaja mucho un texto para presentarlo a un concurso. Luego depende de muchas otras cosas. Por ejemplo, del resto de las obras presentadas. Si en esa horneada de libros en concurso de la que forma parte el que presentas, la calidad no es particularmente alta, puedes ganar, aunque tu libro no sea exactamente una gran obra. Aunque, en este caso, también puede suceder que el jurado decida declarar el premio desierto. Puede haber una edición de concurso en la que hay obras maestras, muchos libros excelentes, y entonces las exigencias se vuelven muy altas, y las discusiones, reñidas. Hay libros que habrían ganado premios si hubieran sido presentados en otras ediciones o con otros jurados.
O sea, un premio significa que ese libro es el mejor del grupo que asistió al certamen. Quizás en un concurso hay cinco libros finalistas, optando por el premio, y todos son posibles vencedores. Todos los deportistas que compiten en la final de atletismo de los ochocientos metros son magníficos corredores, pero solo hay 3 medallas y de esas, solo una es de oro.
Los jurados, además de ser lectores atentos, personas con un camino recorrido dentro de la literatura, preparados para leer muchas páginas, para desentrañar muchos significados, para saber lo que se avecina, al final son seres humanos y también, aunque sea de manera inconsciente y sin tratar de favorecer a nadie, tienen sus preferencias. Es un proceso que se desarrolla a nivel inconsciente. El premio tiene también que ver con eso, con los jurados, con el momento, con el tema.
Pienso que un premio es importante, porque aunque uno diga que no le interesan los concursos, desgraciadamente donde quiera que uno vaya, lo preceden los premios. Es lo que encabeza las fichas biográficas que dicen quiénes somos y lo que incita a los lectores a seguirnos. Hace mucho que no mando textos a ningún concurso, pero en estos últimos tiempos he sido jurado cada año.
¿Cuánto hay de justo e injusto en un premio? No lo sé y no siempre es tan fácil de establecer. He tenido oportunidades de oro, formando parte de jurados en los que me he sentido muy a gusto. Ya sea con unanimidad de opiniones en el caso de textos incontestablemente mejores que sus compañeros. O en discusiones serias y muy bien fundadas, honestas y amigables cuando las decisiones son más cerradas. Se habla mucho de los grandes concursos en los que se paga mucho dinero y que están amañados. Pienso que el libro premiado habla también del premiador. Habla de cómo uno lee, de cómo uno bebe lo que leyó. Es una cosa que estimula.
Hay escritores que están, y eso me parece bien, muy seguros de lo que hacen. Otros no nos sentimos tan dotados y albergamos siempre un montón de dudas acerca de lo que hacemos. Y un premio es algo que te dice: “Lo estás haciendo bien”. Es siempre una satisfacción, un reconocimiento innegable a todo el tiempo que uno ha pasado tratando de contar una historia. Un empujoncito o una palmadita en el hombro para que sigamos intentándolo.
Hay libros para concursos y libros que no son para concursos. Cuando un libro tiene que llegar a un jurado, que debe leer muchos otros libros y decidir uno que fulgure en medio de todos, el texto tiene que tener determinadas características. Hay libros que están muy bien y a los que quizás, en una lectura masiva, no se les hace justicia.
Creo que es muy bueno ganar un concurso, es un momento de felicidad que se disfruta mucho. Pero no hay que exagerar y creer que de ahí en adelante uno va a vivir (literariamente hablando) del premio. O que un premio concedido es una patente de corzo que nos protege en el caso de que lo que hagamos después no sea bueno.
A veces hay premios que yo llamo magnéticos, porque atraen otros premios. Otras, luego de un premio viene el vacío, la nada, y uno se siente abandonado por las musas y por los jurados. Son las reglas y los riesgos de ser concursante, de competir, de medirse con los demás y ser juzgado por otros. No en balde las convocatorias aclaran que cuando se manda un texto a una edición de certamen, se asumen como aceptadas las bases del mismo. La literatura también tiene sus reglas procesales.
El premio nacional de literatura es como un premio a la obra de toda la vida, el más abarcador de la literatura cubana, el más largo, ancho y prestigioso. En ese sentido, me parece bien concebido. Pero no sé cómo funciona, ni quiénes hacen las proposiciones o nombran los jurados.
Nunca he sido jurado del premio nacional de literatura. La única vez que me lo propusieron, mi madre estaba ya muy grave y yo no me sentía en condiciones de sostener ese tipo de debates. Curiosamente, ese año se le concedió a Lisandro Otero, el primer escritor que conocí, cuando yo tenía solo 9 años, porque vivíamos ambos en Santiago de Chile, en los tiempos de Salvador Allende. Recuerdo que me prestó algunos libros en aquel entonces en que yo era una niña lectora voraz.
No somos el centro del universo
¿Viajar al exterior es necesario para un escritor u otra persona que desee hacerlo? ¿Por qué?
Literariamente, me siento un poco abanderada del deseo y el derecho de viajar. En mis cuentos me muevo mucho entre el aquí y el allá. En mis novelas hay siempre capítulos en los que alguien se enfrenta al hecho, al sueño o a los obstáculos de viajar. Ahora que es una cuestión de visados y dinero, y no de permisos, la ansiedad de los cubanos en Cuba, por visitar otros sitios del planeta, tiene otros matices.
Conozco gente muy rica que nunca ha salido del país donde nació, creo que ni siquiera de la provincia. Son muy ancianos, así que no creo que lo harán a estas alturas. No les interesa. También conozco quienes han dedicado puntualmente sus ahorros a emprender viajes que son casi peregrinajes, por lo exiguo de las condiciones materiales. Es muy bueno satisfacer aspiraciones personales y viajar es algo que interesa a casi todos. Escritores o no. El resto del mundo estimula nuestra curiosidad de tantas maneras: con los libros, la música, el cine, la televisión, con las experiencias de amigos y familiares que visitan o residen en otros países. Con nuestro propios sueños y deseos.
“Viajar da mucha información. Cura el egocentrismo que padecemos tan a menudo. No somos el centro del universo. Ni los mejores, ni los peores. Nos enseña, que uno es un puntito insignificante en el globo terráqueo.”
Vuelvo a Mozart. De los 35 años que alcanzó a cumplir, pasó más de diez, viajando. Hizo su primer viaje a los 5 años y el último, dos o tres meses antes de morir. Los viajes fueron cruciales en su carrera, en la difusión de su obra, en que la tengamos hoy a nuestro alcance. Uno dice… menos mal…
La lista de escritores, y sus viajes o sus estancias en el extranjero, es muy larga, tan inherente a la profesión como el hecho mismo de escribir. Por razones económicas, políticas, religiosas, profesionales, culturales, amorosas, de salud, o el simple deseo de ―citando a Truman Capote― explorar “otras voces, otros ámbitos”.
Viajar da mucha información, la que no se aprehende de las maneras que cité antes. Cura el egocentrismo que padecemos tan a menudo. No somos el centro del universo. Ni los mejores, ni los peores. Nos enseña, que uno es un puntito insignificante en el globo terráqueo. Es habitante de una casa, de una ciudad, de un país, de un continente, así hasta que llegamos al planeta, a esta galaxia que no es siquiera la más importante del universo.
Todos tenemos modos más o menos particulares de vivir, y es tan válida nuestra manera de comportarnos, como la de quienes tienen formas muy diversas de asumir la vida, las creencias, las religiones, el trabajo, la familia, el amor, el dinero, el ocio, la cultura, la comida, el sexo. Viajando se aprende esa validez de lo diferente.
Se viaja con una sed muy productiva, cuando uno viaja lo bebe todo. Las pequeñas cosas que pasan en los viajes nos hacen dudar, cuestionar, preguntarnos, respondernos, y respetar la otredad. Creo en el amor, en la justicia, en la solidaridad, en la concepción del mundo como multiétnico, multirracial, multicultural, en el que todos tenemos que caber.
No soy religiosa, pero desde el creacionismo y/o el evolucionismo, de alguna manera alguien, Dios, o algo, no sé, nos puso ahí, y deberíamos convivir todos en paz y dignamente. Viajando nos llega la certeza de que formamos parte de algo más grande y que lo compartimos con otros muchos millones de seres humanos, con los mismos derechos.
El lector crítico
He conocido lectores que les gusta mucho tu forma de narrar. ¿Cómo lo logras?
No dejo de sorprenderme cada vez que alguien me dice que le gusta lo que escribo y nunca dejaré de agradecer que las personas dediquen su tiempo a leer mis historias.
Chaplin decía que los artistas convierten sus heridas primitivas en fuentes de energía, su marginación en movilidad, su ansiedad en empatía. Que en el fondo de todo éxito no hay más que un conocimiento de la naturaleza humana. Escribiendo he intentado bucear en estos seres más o menos espirituales que somos, y en cómo vivimos determinadas situaciones, espirituales y materiales, en determinadas locaciones y circunstancias, muchas veces geográficamente distantes de Cuba.
No soy muy disciplinada. Quizás tiene que ver con el hecho de que no me creo una gran escritora. Vivo convencida de que si no escribo, no cambia nada. Vivimos ya en un mundo sin Bergman ni Saramago, para hablar de pérdidas reales, gigantes y recientes.
Escribo mucho cuando no estoy escribiendo. Sentarme frente a la computadora es solo una fase más. Cuando estoy enfrascada en un libro, me acomete una especie de fiebre, de obsesión compulsiva. Y aunque esté, o crea estar, inmersa en otras cosas, sigo haciendo siempre la misma: concebir la historia, hacer correcciones, ajustar diálogos, modificar situaciones, descripciones, personajes. A veces anoto frases en lo primero que tengo mano y luego no las encuentro. Una vez escribí en el espejo del comedor de mi casa. Nunca es la frase definitiva, pero es el ovillo del laberinto.
Quizás, porque soy insegura, resulto siempre muy crítica con lo que escribo. He logrado “cancelar sin piedad”, porque uno empieza a escribir, y escribe cosas que le gustan, o sea, nos gusta la forma en que están expresadas. A veces no tienen nada que ver con lo que estamos escribiendo, no le aportan nada, se vuelven un adorno artificial. Pero uno está enamorado de su párrafo, ama profundamente su frase y no logra sacarla del texto.
“En el fondo de todo éxito no hay más que un conocimiento de la naturaleza humana. Escribiendo he intentado bucear en estos seres más o menos espirituales que somos, y en cómo vivimos determinadas situaciones.”
Es difícil ser el Torquemada de su propia creación, pero también importantísimo. Eso te ayuda a leer como si no fuera tuya, porque hay una mitad de ti que está hipnotizada. Para despertar de ese estado de autocomplacencia, es necesario poner a trabajar al “auto inquisidor”.
Hay un día D, fundamental, decisivo, en el que uno se levanta convertido en ese lector ajeno. Ese lector es maravilloso. En mi cuento “Pas de deux”, un escritor es visitado por su personaje, y el personaje le dice todas las cosas que no funcionan en el texto. Es como una parábola de lo que debería tener uno dentro. Ese lector amigo, que no es el lector adulador o desinteresadamente benévolo, sino el lector crítico. Hay que aprovechar al máximo ese lector, desde el primer renglón hasta el último, que no se conforme cada vez que una palabra no exprese el matiz que uno está pidiendo. Y que no calle, hasta que la encuentre. Yo pienso, y quizás lo pienso porque es mi deseo que así sea, que ese lector en mí, ha crecido con los años. Espero y confío que nunca se aleje o se quede dormido.
Estudiar leyes me regaló muchas cosas. Un modo cuidadoso de leer y escribir, porque en las leyes, ya sea una regulación de esas de no pise el césped o uno de los reglamentos de las Naciones Unidas, los signos de puntuación, las subordinadas, las enumeraciones o las elipsis, importan. Lo otro es ver todos los puntos de vista de una situación. Las circunstancias atenuantes, agravantes, las concomitantes, sobrevinientes, todos los porqués y los para qué. Eso ayuda mucho a construir los personajes. La suma de verdades subjetivas de cada hecho aparentemente objetivo. Uno de mis filmes preferidos es Rashomon, de Akira Kurosawa, por esa exploración magistral y siempre inquietante de la verdad.
Cuando estudias derecho, estudias la historia desde el punto de vista del poder, porque la ley ha sustentado el Estado desde su existencia. Y eso también es una buena herramienta para saber de qué hablamos cuando se aborda una situación individual que se inserta en ámbitos mucho más amplios, que condicionan los modos de actuar. A veces los condicionan mucho, a veces menos, pero nadie se escapa de su espacio o de su tiempo. Cada uno lo vive en una especie de término medio entre lo que se quiere y lo que se puede. No es sano sacar los actos (o las personas que los ejecutan) fuera del contexto. Para hacer un poco de luz en las conductas o los valores que profesa una persona o un grupo de ellas, es importante conocer las circunstancias en que se desenvuelven, porque son ellas las que crean o enfatizan esas conductas y estos valores.
El poder de la risa
¿En este momento preparas un nuevo libro?
Este verano, Ediciones Oriente publicará For Non Blondes, un libro de nueve cuentos. Algunas historias son muy cubanas. Otras suceden en otros lugares. En varias de ellas narro cosas absurdas, de aquí y de allá.
Muchas veces nos consideramos los reyes del absurdo, nos mueve a risa lo que sucede aquí. Y creemos que es solo nuestro, que nos pertenece. Y no, el absurdo, como la vida, está en todas partes. Somos solo una de sus múltiples variaciones. En otros lugares la vida cotidiana tiene matices que son muy risibles. Cosas que a fuerza de ser serias, terminan por ser ridículas, vistas con la distancia necesaria. Y muchas veces el modo de ser absurdas se parece al nuestro, aunque las causas sean bien distintas, pero el resultado es el mismo. El absurdo es un sistema, con su lógica, su sentido, su legalidad.
Vemos los filmes de Chaplin en los que Charlot se enfrenta al mundo. La ciudad, la fábrica, la justicia, la policía, las tiendas, los ricos y los pobres, el nazismo, el fascismo, el antisemitismo. Nos está contando el mundo real. La Segunda Guerra Mundial, la automatización, la pobreza, las huelgas. Y sin embargo, cuánto nos parece absurdo, reímos mucho viendo El Gran dictador o Tiempos modernos.
Hablando de literatura, cito Trampa 22, de Joseph Heller. Una novela enmarcada en la Segunda Guerra Mundial, que narra los avatares de una escuadra norteamericana de bombarderos, con base en una isla del Mediterráneo. Los recursos narrativos usados por su autor son el absurdo, el humor negro y la sátira. Las situaciones descritas y su galería de personajes extravagantes y maníacos nos llevan de la carcajada al sobrecogimiento, de la hilaridad a la comicidad patética, de la risa a la conmoción. La guerra, y su universo de locura y violencia, nos llega de manera tal que no reprimimos las carcajadas pero seguimos emocionalmente concentrados en la contienda bélica y su nefasto rosario de consecuencias.
Creo mucho en el poder de la risa, esa que algunos han descrito como “una línea curva que endereza todas las demás”.
Cine y literatura
¿Cómo reaccionarias si un guionista o director de cine te pide una novela para cinematografiarla? ¿Qué opinas sobre la literatura en el cine?
Trabajé 17 años en el ICAIC. Adoro el cine, tanto como la literatura, desde siempre. Me atrae ese préstamo, esa traslación, traducción, ese dueto a veces perfectamente ejecutado, otras a regañadientes. Hay películas que han salvado los libros del olvido, que los han hecho renacer, los han devuelto al ruedo. Muchas veces, los que ven el film no conocen las obras, y las leen luego de ver la película.
Ahora parecen estar de moda los clásicos. Anna Karenina, y Los Miserables fueron premiados en la última edición de los Oscar, eran puestas en escena muy logradas. No siempre es así. A veces te dan ganas de entrar a la pantalla, como el protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo, el film de Woody Allen, pero esta vez, para estrangular a la misma vez al guionista, al director y al productor por maltratar la obra literaria.
Que la película sea fiel al libro o una versión libre, es solo un aspecto. Lo otro es que al cambiar el modo de proponerte la historia, tienen que cambiar los mecanismos para hacerlo. Lo que es válido como párrafo no lo es como plano cinematográfico. La riqueza descriptiva de un libro, cuando se convierte en film, está muchas veces en manos del director de fotografía, de la dirección de actores o el escenógrafo. El libro se lee en tiempos y momentos distintos; en general, el film se ve de una sola vez. La responsabilidad de un libro casi siempre es individual; en el cine se reparte la culpa entre unos cuantos, ya sea el guionista, el productor, el director, o los actores, a los que les toca encarnar personajes míticos de la literatura y que deben luchar desde la pantalla con ideas preconcebidas de los espectadores, que ya tienen su propia Madame Bovary o su conde Vronsky. La comparación es inevitable. Es muy común la expresión, “prefiero el libro” o “la película es superior a la novela”.
A veces he deseado no haber visto la versión cinematográfica de un libro. En ese sentido, los que no lo han leído van con menos prejuicios. Pero, a la vez, se disfrutan mucho otros aspectos de una película cuando conoces la obra que la sostiene.
“Hay películas que han salvado los libros del olvido, que los han hecho renacer, los han devuelto al ruedo. Muchas veces, los que ven el film no conocen las obras, y las leen luego de ver la película.”
En el año 2001, una productora mexicana de tv hizo un mediometraje con mi primer cuento, “Anhedonia”. El director, Max Álvarez, fue muy respetuoso, me mandó el guión y atendió todas mis sugerencias. Y luego me invitaron a la premier. Y sucedió algo muy raro, me aterroricé, me dio mucho miedo encontrarme a mis dos mujeres de papel, Verónica y Sabina, encarnadas y tridimensionadas, vestidas y moviéndose según yo las había creado. Estábamos preparados para ir, también Mauricio, mi hijo, que entonces era pequeño, y desistimos. Nos quedamos jugando en el balcón, recuerdo que había una linda puesta de sol.
Unos años después, en un vernissage en el taller de serigrafía René Portocarrero, encontré a Broselianda, que había encarnado las dos protagonistas y estaba feliz con la película. Me alegró mucho, porque la considero una magnífica actriz. Y pensé que debía buscar una copia y tenerla, pero no aún lo he hecho.
De todas formas, si hay algo que me han dicho es que mis libros son “cinematográficos”. Serán de nuevo esos diecisiete años de ICAIC. Cito muchas canciones, así que ya desde entonces es como si estuviera concibiendo la banda sonora.
Tantos años después de no ir a la premier de Anhedonia, creo estar lista para asumirlo de otra manera. Podría ya asistir sin pánico al cine y contemplar mis personajes volcados al celuloide. Ya sabrán ellos qué hacer.
Somos un poco nuestra propia isla
¿Cómo definirías la palabra Isla?
Misterio, cárcel, paraíso, fantasía, aventuras, ocio, lentitud, SOS, flotar, perderse, escapar, refugiarse, gaviota y ancla. Vals de las olas, sitio recóndito y apartado, bendecido por el mar y a merced de él. Las islas formaron parte de los continentes y se separaron, son entonces porciones de tierra antes flotante, enclaves de náufragos o de marineros, balsas eternamente detenidas, con mucha gente a bordo.
Los países separados por fronteras son distintos. En algunas ciudades europeas, las casas de ambos lados de la frontera son arquitectónicamente iguales, y se parecen más entre sí que al país al que pertenecen cada una de ellas, como un contagio recíproco o una postal de antes, de cuando todo era tierra sin divisiones. En la frontera está la garita, con ventanillas de cristal, los controles de aduana y pasaporte y banderas distintas a ambos lados. Evidentemente en alguna parte tenían que establecer el límite, y la frontera es como un peaje de carreteras. Sucede a menudo que la gente vive de un lado, trabaja en el otro, o va a comprar o pasear.
Hay otras fronteras menos amables, digamos la de El Paso y Ciudad Juárez, donde la diferencia estalla en unos pocos metros y es más que diferencia, contraste. O las que siguen siendo objeto de guerras, de masacres, de conflictos, la tristemente célebre franja de Gaza.
Todo esto es extraño para los isleños. La frontera de los habaneros es el malecón. He dedicado muchas páginas a ese muro con mar detrás. Anuncia nuestros últimos metros y es antesala del resto del mundo, ese que parece llegar con cada ola y que estalla en cada roca.
“La nacionalidad, entendida como nacionalismo, es una farsa. Vista como identidad o raíces, que se pueden plantar en otros jardines, es nutritiva.”
Muchas veces toco el tema del exilio, de estar en otra parte. Más que de isla geográfica, hablo de isla interior, y esa isla interior no está formada por los órganos biológicos de uno, sino por la isla que uno lleva dentro. Es una selección de las cosas que nos rodean, y asumimos, las que nos pertenecen y a las que pertenecemos, de lo que nosotros formamos parte y de lo que nos apropiamos. Es la isla que nos llevamos cuando no estamos aquí, y entonces somos un poco nuestra propia isla. Pero no lo quiero decir en sentido amurallado, sino en el de cuánto nos alimenta y fortalece, nos consuela y nos acompaña porque está en nosotros. Todo lo que somos, lo que hemos aprendido, sentido, soñado, lo que recordamos, lo que hemos acumulado como experiencia. No quiere decir, de ninguna manera, que estas cosas cierran las puertas al exterior. Son como las manos que abren las ventanas para dejar que penetre el resto del sol y de la luz que nos hace falta para vivir.
Uno de mis temas recurrentes tiene que ver con el vivir fuera. El exilio es un tema profundo, largo y ancho. Tridimensionalmente complicadísimo. Depende de muchas cosas, tantas como cada una de las personas exiliadas. A veces, es como volver a nacer, tienes que aprender a hacer muchas cosas. Aprender a hablar la lengua del nuevo lugar, porque de pronto estás en uno en el que tu idioma no te sirve de mucho. A caminar en ciudades totalmente desconocidas. En esos momentos, que coinciden casi siempre con los inicios, hay quien se siente aislado, o fuera de lugar, porque en las nuevas realidades a las que a veces nos vemos abocados abruptamente, se difuminan los contornos de “lo último que te resultó tuyo”.
Lo que te puede ayudar a levantarte cada vez que caigas, dando esos pasos que ya no son de bebé, es la isla que llevas dentro. Y esto puede tener muchos significados. La nacionalidad, entendida como nacionalismo, es una farsa. Vista como identidad o raíces, que se pueden plantar en otros jardines, es nutritiva, como la fotosíntesis del mundo vegetal.
El que llega a otro lugar tiene que adaptarse, jugar con las reglas que ya existen. La vida en otra parte se construye no con una suma, que es una cosa mecánica, sino con una serie de integraciones que son todas las cosas a las que uno se va enfrentando en los nuevos destinos. Sí, se modifica la manera de mirar, de escuchar, de entender. A la que tienes, se añaden factores muy importantes, modificadores decisivos.
Creo que las realidades interiores terminan, muchas veces de manera inconsciente, pactando con las exteriores. El equilibrio depende del peso de cada una de ellas en la balanza de nuestras nuevas vidas. Si hay que negociar con uno mismo, que sea sin traicionarse. Hay gente buena, generosa y solidaria en todas partes. Y malos dondequiera. Ser uno mismo no significa negarse a lo diferente. Las diferencias (no excluyentes, aclaro) se establecen en la comparación y, para ello, tiene que existir “lo otro”.
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1 Con el título “El ovillo del laberinto. Conversación con Mylene Fernández Pintado”, esta entrevista de Zurelys López Amaya se publicó en el libro El barco elegido (Ediciones Unión, 2018).
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