Entrevista | Isel Arango: «Mi función como curadora es buscar y proponer significados y valores»
"En materia curatorial, hay varias ideas que quisiera desarrollar. No sé si pueda llegar a concretarlas todas porque sabemos lo incierta que es la vida en Cuba".
Cuando Isel me invitó por WhatsApp a participar en Prima Facie, la exposición colectiva que organizaba en Camagüey, pensé que le habían hackeado la cuenta, o que alguien se hacía pasar por ella para gastarme una broma. “¡Tremenda quemadera!”, pensé. Era muy tarde en la noche y no entendía bien de qué se trataba. Entre la ilusión y el asombro, respondí afirmativamente a aquella propuesta, viniera de donde viniera. Al día siguiente encontré, sedimentada en nuestro chat, una abrumadora cantidad de información sobre el tema, y mi entusiasmo fue irreversible.
En los meses álgidos de la pandemia, mientras compartíamos nuestras experiencias artísticas e investigativas en el Grupo Ánima, seguí con avidez la publicación del proceso y los resultados de Iter Criminis, muestra precedente a Prima Facie, organizada y curada tiempo atrás por Isel. De modo que mi inclusión en este nuevo holgorio me devolvía eufórico al espectro visual, luego de años sin mostrar mi obra, gracias a la convocatoria de esta talentosa y multipropósito productora. Me volví loco buscando obras como las que me pedía, tomando en cuenta la afinidad de intereses estéticos que hemos compartido virtualmente a lo largo de los últimos cinco años.
En lo que Isel atraviesa su cuarta década de vida, de la que casi la mitad ha consagrado al ejercicio de la teoría y praxis artística, su desempeño incursiona como freelancer en la materia, a contrapelo de las ríspidas circunstancias que vivimos en el archipiélago, máxime en una ciudad de provincia. Historiadora del arte, especialista e investigadora, docente, crítica y curadora, asume sus retos con la doble condición que implica ser madre. Cuando llevaba algún tiempo por sostener un intercambio de impresiones con ella, y frustrados nuestros dos intentos para conocernos personalmente, Prima Facie, exhibición doméstica que recién clausura sus puertas, aparece como la oportunidad idónea para charlar sobre unas cuantas cosas.
El proceso de independizar el pensamiento
Apreciar las cosas en retrospectiva es casi un ejercicio de alpinismo. Evaluando tu escalada desde 2011, fecha en la que egresaste como Historiadora del Arte, ¿se parecen tus expectativas de hace trece años a lo que has alcanzado en el entramado de tu vida y profesión?
La verdad es que cuando terminé la universidad no tenía expectativas muy claras. Escogí mi carrera sin pensar demasiado en el futuro. Estaba decidida a cursar Historia del Arte desde la secundaria simplemente porque me gustaba la materia. Y mi intención era dedicar esos cinco años a estudiar lo que me gustaba, luego ya se vería. ¿Ingenuo de mi parte? Sí y no.
Claro está que luego tuve tiempo de sobra para decepcionarme. No de la disciplina en sí, sino del enfoque (y en ocasiones la calidad) de sus estudios. Creo que es algo que le pasa a mucha gente y que forma parte del proceso de independizar el pensamiento. Lo mejor fue pasar mis años de universidad en La Habana, por las amistades y experiencias que me aportó.
Por otra parte, me gradué con mi hija ya nacida, y en ese momento ella era mi prioridad absoluta. Ya tendría tiempo de dedicarme a otras cosas, pues quería vivir lo más plenamente posible la experiencia de cuidarla y verla crecer.
No digo que no tuviera ciertas expectativas con respecto a mi vida (¿quién no las tiene?). Pero eran más bien generales y abstractas. Algunas se han cumplido, otras están por hacerlo todavía, otras probablemente ya no lo harán. De cualquier modo, pienso que lo importante es saber superarse en sentido general y ver la vida como un constante aprendizaje.
En este país es casi ineludible pasar el aro en llamas del control institucional si quieres ejercer profesionalmente. ¿Cómo sorteaste en su momento esa relativa obligatoriedad, en paralelo con tus proyectos individuales? ¿En cuál de esos restringidos espacios pudiste explorar con más flexibilidad tus potencialidades?
Después de graduarme estuve poco menos de dos años en el Museo Provincial Ignacio Agramonte, haciendo mi adiestramiento laboral y mi servicio social. Es una institución con mucho potencial ubicada en un inmueble interesante, cuartel de caballerías del ejército español durante la colonia. Tiene una colección valiosa de pintura cubana, una de arqueología indocubana, otra de artes decorativas, y otra de historia natural que ha sido el gran atractivo de varias generaciones de niños… además de la de historia local. Pero pocas veces he visto todas sus salas simultáneamente operantes. El propio museo a menudo tiene temporadas en las que permanece cerrado al público. Casi todo el tiempo se ven apuntalamientos en sus alrededores y a unos pocos trabajadores intentando ralentizar el deterioro de los techos. Mientras, los exponentes de las distintas colecciones se van deteriorando por la falta de condiciones y recursos para su preservación. La verdad es que en el museo no encontré mucho que hacer. Pero recuerdo con cariño a las especialistas del departamento de inventario e investigaciones, donde me ubicaron, por su compañerismo y profesionalidad. Y reconozco los conocimientos y el esfuerzo de los conservadores, cuyo trabajo es el más afectado por la escasez de medios y productos.
Cuando estaban cerca de cumplirse mis dos años allí, no había plaza fija disponible para que me quedara, y yo tampoco estaba muy interesada en hacerlo, así que fui probando otras opciones, hasta que después de unos períodos breves en el sello editorial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC) y en el recientemente clausurado Circuito para la Exhibición, Desarrollo e Investigación de los Nuevos Medios (CEDINM), pasé los próximos cinco años en la Academia Provincial de artes plásticas, teatro y ballet Vicentina de la Torre.
Allí me tocó impartir distintas asignaturas según fuera necesario, pasando por todas las especialidades, incluyendo un grupo de la carrera de Instructores de Arte que recibía clases allí. En ese tiempo también fui profesora adjunta de Historia del Arte en la carrera de Gestión y Preservación del Patrimonio que se imparte en la modalidad de curso para trabajadores en la Universidad de Camagüey. Entre los estudiantes de la misma tuve egresados de la Academia que también habían sido mis alumnos allí, y trabajadores de la OHCC.
Considero mi experiencia en la Vicentina como la más importante de las anteriores a mi etapa actual como freelancer. De allí obtuve el beneficio de la experiencia pedagógica. Una de mis tareas era asesorar y monitorear desde lo teórico a los alumnos de último año en su ejercicio de finalización de estudios y en sus pruebas para optar por el ISA (Instituto Superior de Arte), proceso que en realidad comenzaba desde finales de tercer año. El reto y la riqueza de esa tarea consistía en ir descubriendo con ellos las motivaciones subyacentes de sus procesos creativos, pues les costaba mucho desprenderse del hábito de tratar de justificar su trabajo con un discurso artificial que por lo general ni entendían ni creían. Frente a la exigencia de explicarlo que se les planteaba, contaban con escasísimas herramientas de carácter y pensamiento. Por una parte, eran demasiado jóvenes para el nivel de comprensión que se esperaba de ellos y había muchas cosas que no tenían tiempo de haber aprendido o entendido. Por la otra, la formación que habían recibido hasta el momento durante toda su vida de estudiantes, incluyendo la de la propia Academia, era escasa, desorganizada y desestimulante. Sabemos que el tipo de educación que se imparte en este país, en crisis como todo lo demás, atrofia el pensamiento crítico, el deseo y el atrevimiento de expresar dudas e ideas propias, y premia el apego a fórmulas y respuestas seguras, la complacencia y la ley del mínimo esfuerzo.
Conocí muchachos muy talentosos en la Vicentina. Varios de ellos, sin embargo, eran considerados todo lo contrario por el claustro de profesores. Algunos llegaron a abandonar la escuela porque el desprecio de sus propios maestros los convenció de su supuesta inferioridad o falta de potencial. En ocasiones vi celos hacia los estudiantes, y profesores que usaban el desconocimiento de los alumnos sobre determinados temas (generalmente nada que tuvieran que saber o entender todavía) para mofarse y alimentar su ego insatisfecho. Supe de algunos que iban ebrios al aula, de otros (o esos mismos) con conductas de depredación sexual. Vi que cuando surgía un problema a causa de todo lo anterior, la culpa siempre la cargaban los estudiantes. Vi cómo la motivación y el esfuerzo de estos iban dando paso al escepticismo y el desgano. Y vi cómo cada año eran mayores las carencias que los nuevos ingresos arrastraban de estudios anteriores, y cómo no siempre eran su aptitud y actitud hacia el arte la razón por la que estudiaban allí (Aclaro que estas observaciones no aplican para los maestros de la enseñanza general).
Durante todo ese período, lo que me ofreció la Academia fue un contrato por tiempo determinado. Esto significa que mi contrato se vencía cada año y para continuar tenía que ser renovado al empezar el nuevo curso. Así que cuando la Seguridad del Estado me adoptó como persona de interés en 2019, a causa de mis relaciones con la prensa y el arte independiente, la escuela simplemente decidió no hacer dicha renovación. Sin embargo, ya entonces yo había empezado a sentir que ese lugar me había ofrecido todo lo que podía, e incluso había solicitado que se me pasara a la condición de contrato por horas. Por eso, nunca me he referido a este asunto como una expulsión propiamente dicha.
Fue entonces que decidí no volver a trabajar para ninguna organización o institución oficial y empecé a tomarme más en serio lo de la autogestión.
Para mí, Camagüey fue durante mucho tiempo una asignatura pendiente por conocer. Luego no me cansé de visitarla. Pienso que, fuera de la capital, es el nicho más prometedor para el despliegue de una sostenida plataforma cultural. Sin embargo, la asfixia del centralismo lo ha impedido. ¿Por qué regresaste a tu ciudad natal, cuando la tendencia entre tus contemporáneos ha sido evasiva?
Sin duda Camagüey ha dado y sigue aportando figuras muy interesantes a la cultura cubana. Pero si bien parece haber aquí alguna peculiaridad que favorece ese germen, el vuelo creativo y el desarrollo personal no compaginan mucho con la pequeñez del entorno. Camagüey, desde la perspectiva constructiva y espacial, es una ciudad sin horizonte ni altura. Un laberinto al cual la OHCC convierte en una especie de decorado con sus colorcitos y sus parques y fachadas de cartón. Un lugar de atmósfera enrarecida y claustrofóbica. De algún modo, mi tendencia también ha sido evasiva, pero me pasa lo que en El ángel exterminador, la película de Buñuel.
Regresé, en primer lugar, por razones prácticas. Tuve una hija un poco antes de terminar la carrera y en Camagüey estaba nuestra red de apoyo familiar y un lugar relativamente cómodo y estable donde vivir. No me gustaba la idea de andar dando tumbos con ella de un alquiler a otro en La Habana, y tampoco contaba con los recursos para eso.
La segunda razón fue la necesidad de tomar distancia, poner las cosas en perspectiva y repensar mi camino. Y al menos en ese sentido valió la pena. He ido despacio en ciertos aspectos, y a veces me he desesperado, pero como no hay una sola manera de hacer las cosas y los tiempos no son iguales para todos, pienso que he tenido experiencias y aprendizajes tan válidos en su especificidad como los que pudieran haberme aportado otros espacios vitales.
El trabajo curatorial
Desde la virtualmente apacible vida provinciana, que lejos de ser un obstáculo constituiría un privilegio en cualquier lugar del mundo, por el espectacular alcance de la conectividad ―que no es nuestro caso―, ¿cómo concilias el streaming global en materia de arte e ideas, con el talento local, nacional, a la hora de plantearte un proyecto de curaduría?
Sonará simple, pero veo mucho arte en las redes sociales. Arte de todo tipo, tiempo y lugar. Es cierto que por esa vía la información y el conocimiento los asimilamos de forma fragmentada y desorganizada. Pero de poco sirve tratar de resistirse a esa dinámica. Más vale aprenderla y seguirles el rastro a nuestras afinidades a través de ella.
Existe un gran trabajo de divulgación histórica y cultural en las redes sociales. Instagram puede ser vista en sí misma como una especie de plataforma curatorial. Y hay cuentas que hacen un trabajo magnífico en ese sentido, como la del “coleccionista de imágenes” Stephen Ellcock. La comunidad hispana de #twittercultural es muy activa y vinculante, recordemos que esta plataforma favorece una interacción mucho más rápida y directa que varias otras. Recuerdo ahora una cuenta llamada Románico en España, que es una delicia. Y en YouTube hay un sinfín de canales de divulgación confiables y creativos, aunque en este caso creo que lo más y mejor está en inglés. De hecho, hay muchísimos creadores que utilizan el inglés en sus videos, aunque no sea su lengua materna, por una cuestión de públicos y alcance. Y ya que estoy con las recomendaciones, me gusta mucho el canal de Smarthistory, que ofrece información abarcadora y concisa sobre exponentes arquitectónicos, artísticos y arqueológicos de varias partes del mundo.
Como curadora, todo esto me sirve de inspiración. Y conjugarlo con el talento local es menos difícil de lo que pareciera. Por una parte, el internet puede ser y ha sido propicio a la puesta en valor de los nichos periféricos de producción simbólica. Hoy casi todo puede interesar y conseguir una tabla en el océano de la conectividad. Por otra, y como advirtió el camaleón de Monterroso, “todo es según el color del cristal con que se mira”. Sabemos que esto es especialmente cierto en relación con el arte. Mi función como curadora sería precisamente buscar y proponer significados y valores, imaginando las posibles conexiones entre las cosas y sus distintas formas de estar en el mundo.
Por ejemplo, uno de los retos de Prima Facie, desde un punto de vista estrictamente curatorial, estuvo en descubrir cómo podían relacionarse en el espacio limitado, fragmentado y poco flexible de una casa habitada, las distintas propuestas de los artistas que formaron parte, más allá del interés general del proyecto en el aspecto subsidiario, imperfecto e inacabado de los procesos allí reunidos. Y creo que fue la habitación donde se hallaban tus dibujos arqueológicos, el espacio con el que quedé más satisfecha, pues fue el que albergó las propuestas más ambiguas, complicadas y diversas a mi entender dentro del contexto de la exposición. Además de tus piezas líticas indocubanas, estaban allí los “Objetos tempranos” de Julio Llópiz-Casal y, de José Luis de Cárdenas, una representación al óleo de la mascarilla mortuoria de Napoleón y un gráfico en 3D de un camafeo que giraba con sendas efigies del propio Bonaparte y de Alejandro Magno en sus dos caras.
Recuerdo que, al comentarle la idea a Louis Arturo Aguirre, que me ayudaba con el montaje, tuvo dudas, con razón, sobre si era conveniente reunir en un espacio tan reducido ese número de piezas, tan distintas, además. Y yo no estaba del todo segura tampoco, pero mi intención era que ese pequeño estudio (la habitación se había concebido y usado inicialmente por mi abuelo como un espacio de oficina en casa) albergara una especie de microcuraduría en torno al problema de la cultura material. Tus ilustraciones, hechas por encargo del Instituto de Antropología, obviamente lo abordaban desde la observación científica, y esa es una función del dibujo a la que me interesaba aproximarme.
Por su parte, el trabajo de Julio documenta los restos y rastros que vamos dejando como testigos de momentos recién convertidos en pasado. La pronta obsolescencia de los objetos en la vida moderna, el contraste entre lo digital y lo analógico, la imposibilidad del presente, son algunas de las cuestiones que percibo en su relación sentimental con los objetos. Me parece una obra bastante nostálgica, la verdad. Proustiana. En el caso de sus fotos de “Objetos tempranos”, funcionaba muy bien para este proyecto el hecho de que se tratara de una de sus primeras tentativas como artista conceptual y que, doce años después, siguiera existiendo como serie inacabada u obra en proceso. Además, existía la posibilidad de contar historias a través de las distintas combinaciones y variaciones de posición y color de las imágenes.
Por último, y después de muchas dudas, propuestas y contrapropuestas, de Cárdenas participaba con un cuadro de estilo tenebrista, muy simbólico y apegado al oficio pictórico, acompañado de una animación inacabada reproducida en su misma laptop, para desde esos extremos plantear temas como la decadencia, la muerte y ese intento de aprehender el tiempo y la gloria y de perdurar a través de la mística de ciertos objetos y representaciones.
Creo que en mi caso el trabajo curatorial se apoya mucho en la intuición. Y estos eran temas a los que tal vez podía seguírseles un rastro a través de otros elementos de la exposición.
Tus líneas de investigación son paradigmas de un oportuno aprovechamiento de contextos endémicos que una mente más derrochadora, poco habituada a descubrir pequeños filones, pasaría por alto. ¿De qué modo insertas en el dominio público esas experiencias para visibilizarlas, para conferirles el destello que necesitan en el caudal propositivo del mundo contemporáneo?
Una de las cosas que me he propuesto es aportar algo nuevo a mi contexto. Marcar una diferencia, aunque sea mínima.
En esta ciudad contamos con una pequeña cantidad de artistas consolidados y/o reconocidos; algunos más jóvenes intentando hacer camino en la profesión, a veces influenciados o directamente formados por los primeros; y, en ambos casos, un mejor desenvolvimiento en manifestaciones tradicionales y en lenguajes y temas más bien convencionales y “serios”. De modo que en los intentos de refrescar el panorama por parte de artistas y curadores, se percibe la falta de dominio o fluidez en el uso de otros recursos expresivos más “contemporáneos”.
También es escaso el número de galerías, espacios además precarios y áridos, y de curadores, especialistas, investigadores, promotores… profesionales de las artes visuales o de la cultura en general, quienes a su vez se desempeñan mayoritariamente en el ámbito institucional.
Esto trae como resultado que el público del arte en Camagüey esté familiarizado con ciertos artistas y acostumbrado a cierto tipo de propuestas; entiéndase espacios, nombres, temas y estilos.
Lo que trato de hacer es, precisamente, aportar nuevos elementos a ese panorama o recombinar los habituales.
Entonces, además de probar un nuevo tipo de lugar desde el cual exhibir, he buscado, por una parte, nuevos puntos de vista y formas de asimilar el trabajo de los artistas locales sin dejar de respetar su discurso; y, por la otra, traer cosas de afuera, siempre pensando en propiciar una comunicación entre las obras. Para ello, he convocado artistas, de origen camagüeyano o no, radicados en La Habana o en el exilio. Y en el caso de los que permanecen en Camagüey, he priorizado a los menos “integrados”.
Creo que el interés que puede presentar un proyecto como este en un contexto más amplio, está precisamente en su especificidad. Incluso en su precariedad.
Durante nuestra pertenencia a ese colectivo aglutinador que es Ánima, seguí lo mejor que pude tu proyecto Iter Criminis. Con un poco más de argumentos y pasado el tiempo, ¿de qué se trató? ¿Qué experiencias cargaste de él?
Iter Criminis es una exposición que realicé en noviembre de 2019 en la casa donde vivía. En un texto que escribí hace poco para el Observatorio Cubano de Derechos Culturales (ODC), cuento cuál fue la sucesión de eventos que me llevaron a realizar una muestra con sus características: el uso de la propia vivienda, tal cual, como “galería”; el énfasis en el dibujo como medio y como concepto; la procedencia de los artistas que participaron…
Aunque al mirar atrás uno siempre encuentra cosas que pudo haber hecho mejor, Iter Criminis me ayudó a ser más consciente de mis afinidades estéticas. Me dio una idea de cómo podría ser mi relación con el arte y mi camino como curadora. Me mostró el valor de las alternativas y la importancia de ser flexibles y receptivos, pero también consistentes, frente a los obstáculos que conlleva la ejecución de cualquier proyecto más o menos autónomo en el interior de este país decadente y despótico.
Luego decidí convertir esa experiencia aislada en el punto de partida de un proyecto curatorial abierto y extendido, del cual formarían parte otras exposiciones de naturaleza similar, como Prima Facie.
Me comentabas que, siguiendo en la cuerda jurídica, Prima Facie es la nueva pisada que da continuidad a tu anterior pesquisa curatorial. Algo que me llamó la atención de Iter Criminis fue la prevalencia del dibujo como soporte expresivo, y a la que pareces darle continuidad. ¿Por qué el dibujo?
Como ya sabes, pero algunos lectores quizás no, Iter Criminis significa “camino del delito”. Y gracias a Alenmichel Aguiló, que por aquella época estaba terminando de estudiar Derecho como segunda carrera, supe que esta frase latina se usaba en el derecho penal para referirse a las fases que componen un crimen, desde su ideación hasta su consumación, y que del nivel alcanzado por este en ese desarrollo depende su penalización. Muchos han hablado del arte como una trasgresión de los límites o una subversión del orden mundano ético o factual.1 Por eso el paralelismo con el acto criminal.
En un primer momento intenté plantear una relación entre el dibujo y la preparación del delito. Actualmente no veo a Iter Criminis como un proyecto en torno al dibujo prioritariamente, como sí pudo serlo aquella primera exposición, aunque este siga teniendo un atractivo especial para mí y un lugar privilegiado dentro del proyecto, precisamente por lo que puede haber en él de esquema y premeditación.
Conectar con la especificidad del otro
Leo y comparto algunos de tus análisis textuales, y por ellos conozco que tu espectro de preferencias estéticas estira el brazo más allá de lo que acostumbramos a percibir como “artístico”, para desentrañar aristas ocultas en exponentes visuales, o audiovisuales, que la historiografía del arte y el común de los teóricos ha dejado de lado como curiosidades o soportes técnicos para otros saberes. ¿Cómo sucede en ti la relectura de esos “fenómenos”, para refrendarles un valor antes ignorado?
Creo que la mayoría de los temas que me entusiasman están de cierta manera relacionados por el tipo de sensibilidad que me es afín. Suelo buscar en las cosas algo que, un poco en broma, llamo “el interés antropológico”, aunque no sea esa mi formación. Me gusta prestar atención a todo a mi alrededor: objetos, lugares, personas, situaciones… Intento aprender y alimentarme de todo. Aprendo y me actualizo muchísimo, por ejemplo, con mi hija, observando sus gustos e intereses y cómo estos van cambiando mientras crece.
Los temas que más me atraen son, como bien has notado, la arqueología y la cultura material. Los artefactos me gustan por lo mucho que cuentan. Sobre todo, me interesan esos objetos “banales”, fabricados para los usos más prácticos, mundanos o insignificantes, en función de los cuales se ve que alguien ha puesto toda su dedicación, pericia e imaginación. Además, me fascina la constante presencia de lo cotidiano, de una u otra manera, en la historia del arte.
"Mi relación con el arte está marcada por la posibilidad de conectar con la especificidad del otro y con la experiencia de la naturaleza humana en general".
Por otra parte, conecto bastante con las historias en sentido general. Las distintas interpretaciones del mundo, desde la religión, la filosofía, la historiografía… hasta la astrología, la magia, el esoterismo…, me interesan más por su valor literario que factual.
Mi relación con el arte está marcada por la posibilidad de conectar con la especificidad del otro y con la experiencia de la naturaleza humana en general.
También valoro mucho el humor y la autoironía. Por eso me gustan tanto tus posts.
A tono con lo ya contado, ¿se desprende de ello que la elección de espacios expositivos alternativos, incluso domésticos, es parte de esa búsqueda extrañada para mostrar en un contexto “otro” dichas obras?
Así es.
No sé si la actual toxicidad de este archipiélago dé para sacarle mucha más lasca a procesos exploratorios en materia artística. ¿Existen proyectos paralelos a Prima Facie para el futuro mediato?
Existen. En materia curatorial, hay varias ideas que quisiera desarrollar. No sé si pueda llegar a concretarlas todas porque sabemos lo incierta que es la vida en Cuba. Aquí casi todos vivimos esperando “algo”, habituados a esa sensación de transitoriedad. En efecto, los tiempos que corren no podrían ser menos favorables y es difícil mantener la motivación.
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1 Esto siempre me recuerda una de mis películas favoritas, César debe morir, de unos octogenarios hermanos Taviani. Partiendo de una historia real, muestra cómo un grupo de presos de una cárcel italiana de alta seguridad son elegidos por un instructor de teatro para llevar a escena el Julio César de Shakespeare en la sala de actos de la prisión, que ese día abrirá sus puertas al público, y cómo se ven libres y realizados en ese sitio que momentáneamente ha dejado de ser para ellos una prisión, durante todo su proceso de vinculación con el arte.
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