Entrevista | Lynn Cruz: “Mientras peores son los gobiernos, más tiende el arte a hacerse fuerte”
La obra de la cineasta, actriz, directora teatral y escritora Lynn Cruz (La Habana, 1977), ha transgredido y desafiado la tiranía política de la isla.
Lynn Cruz es una de las personalidades más apasionantes del momento en la cultura cubana. Cineasta, actriz, directora teatral, escritora, todo está a su alcance, toda forma de creación les pertenece a su entusiasmo y a su voluntad magnética, que se guía ante todo por una ética y una intención de que su arte rinda frutos para la sociedad cubana sojuzgada. Y en un sentido recíproco, toda su creación viene divirtiéndose en los márgenes diversos de nuestra cultura. Ella encarna, en mi opinión, esa Cuba secreta, cuyas apariciones, como las de ciertos presagios, jalonan la historia y la leyenda de nuestra isla tantas veces prisionera durante su difícil historia.
Con el talentoso Miguel Coyula ha gestado proyectos excepcionales, como Corazón azul y Nadie. El lector comprobará, leyendo esta entrevista, que estamos frente a una artista integral, con un sentido del arte, pero, sobre todo, de la significación de la libertad para el ser humano.
Lynn, tengo muchas cosas que preguntarte y no quiero alejarme demasiado del presente en curso, pero no puedo renunciar a que evoques para nuestros lectores tu trabajo en Larga distancia. ¿Qué permanece vivo para ti de aquel trabajo tuyo como protagonista? ¿Qué cosa esencial te dejó el personaje de Bárbara?
Bárbara fue mi nacimiento, la oportunidad de probarme a mí misma que era capaz de lograr estados de ánimos complejos delante de una cámara. Esa intimidad extraña donde te olvidas de que serás vista por todos y, por tanto, actúas en consecuencia. Fue la primera vez en que mi desnudez corporal fue expuesta. Antes había tenido timidez de mostrar mi cuerpo. Recuerdo un día en el que viajaba en un ómnibus y una mujer se me acercó con urgencia: “¿Tú eres Bárbara?” En mi realidad física entraba la ficción. Rápidamente respondí: “No. No soy Bárbara”. Al menos en ese momento no lo era, estaba de descanso. No sé quién era aquella mujer ni por qué me hizo esa pregunta. Pero se me congeló la sangre.
¿Qué retos supuso para ti la fundación de tu grupo, libre de ataduras institucionales y políticas?
Más bien aún son muchos los retos. Cuando comencé, tempranamente me di cuenta de que no iba a poder tratar con el despotismo de la burocracia cubana. Soy intolerante al abuso de poder. Los funcionarios en Cuba sienten o, al menos, aparentan gozar de cierta impunidad, a pesar de que son vulnerables también. Nadie está totalmente seguro. Me costó mucho sacar adelante El regreso (2011), basado en el original La Indiana, de la autora catalana Angels Aymar y a pesar de contar con un Grant de la AECID ―o tal vez el problema era el Grant― en el último minuto Gisela González, la antigua presidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, me desprogramó de la Sala Adolfo Llauradó, simplemente porque me rebelé ante su maltrato.
Hice una pausa de 6 años, hasta que Kairos reapareció con Los enemigos del pueblo (2017) en Casa Galería El Círculo, dirigida entonces por los artistas y activistas Lía Villares y Luis Trápaga. Padecimos una redada policial para impedir que se estrenara la obra. Luego de discutir con los agentes y la policía, logramos dar la función para las 3 personas que pudieron entrar además de nosotros y los organizadores. En total éramos 7.
Los enemigos… fue el inicio de nuestro teatro político, ese que emerge en circunstancias de opresión. Entonces, dentro de esta realidad, significa menos público, menos visibilidad, no existencia para el resto del gremio teatral. Que los especialistas te ignoren. Que los actores se aterren o sospechen de uno. En fin, que el trabajo nazca también con más pasión, pues mientras peores son los gobiernos, más tiende el arte a volverse más fuerte o más evasivo. Opto por lo primero. Obviamente.
¿Qué modos creativos prefieres como actriz? ¿Suscribes alguna escuela específica, digamos Stanislavsky, por citar un ejemplo consagrado, o prefieres un modo personal? ¿Qué diferencias podemos encontrar entre Lynn Cruz actriz y Lynn Cruz directora teatral?
Esa pregunta es la clave para mí, especialmente porque mi formación en pedagogía me hizo chocar tempranamente con los métodos de los directores con los que trabajé en teatro. Tal vez porque yo me estaba formando y ellos demandaban, en su mayoría, a actores entrenados. Aquellas primeras visiones, sin embargo, son el principio del teatro que hago y en ese sentido es muy stanislavskiano en cuanto a lo de ver el teatro como un laboratorio.
Me interesan los actores inquietos, distintos, con criterios fuertes, mi única regla es la conexión con el proyecto, que les interese realmente, porque es la única manera en que podremos llevar a buen término el viaje. Como directora, en principio soy una actriz, que empieza desde la oscuridad, lo difuso, con muy poco preconcebido. Me voy nutriendo de las personalidades y propuestas de los actores hasta que encuentro el tono, el color de la obra y eso sucede casi siempre por acumulación.
Con el tiempo pude desarrollar mi propia metodología para dirigir a los actores, y son el resultado de entrenar la técnica Meisner con Stephen Baily y combinarla con el monólogo interior de Antonin Artaud.
¿Qué te impulsó a expresarte en un discurso novelístico? ¿Qué posibilidades te ofreció Terminal que resultaron más atractivas que el teatro o el cine que ya venías trabajando con indudable fruto?
Estaba pasando por un momento difícil. No quería trabajar como actriz en proyectos que no me interesaban. No quería sonreír a la cámara para que me dieran trabajo. Necesitaba crecer intelectualmente. Cada vez me costaba más perder mi individualidad en los grupos. Me quedaba rumiando todo lo que me sucedía. Así fue como salió la escritora.
Escribir novelas para mí es una manera de entenderme. Es a la vez un proceso complejo y creo que por esa razón busco el teatro. Necesito combinar mi creación en soledad con el trabajo en equipo. Recientemente terminé Reventar en paz (Parte I), una novela distópica, y tuve una experiencia terrible. Tuve un colapso nervioso. Había perdido a mi padre en circunstancias aterradoras durante la pandemia. Entonces la ficción de la novela comenzó a dominarme.
Es algo a lo que había temido durante la escritura de Terminal, donde también experimenté momentos de conciencia extraños. Lo que sí me aportó ese viaje hacia mi oscuridad fue encontrar a la tercera persona. Es curioso como no me había dado cuenta de que lo que en verdad me atrapaba dentro de mí misma era la primera persona. En Terminal aún soy una actriz que escribe. Ya no.
Has demostrado una ductilidad y una pasión muy especiales en el aprovechamiento de espacios inusitados para tu labor teatral. ¿En qué medida esta capacidad transformativa forma ya parte de una poética teatral personalísima? ¿Cómo es tu modo de definir el espacio teatral en sí mismo? ¿Qué relaciones puedes establecer entre tu modo de considerar el espacio teatral y el de encarar y configurar el espacio cinematográfico?
No es lo mismo hacer teatro en la sala de una casa, por elección, que por necesidad. En mi caso, fueron ambas cosas y eso es muy importante. En 2022 estuve en Documenta 15, luego de que me insertaran en el último minuto en el programa de teatro de Plaza Instar. La encargada de la selección había negado la existencia de un teatro independiente en Cuba, que es lo mismo que negar a la prensa independiente, la única que ha cubierto las noticias de Teatro Kairos LCAP. Tania Bruguera me llamó para comunicarme la noticia. Después de once años yo regresaba a la cámara oscura. Eso me trajo muchas dudas respecto al teatro que había estado haciendo en azoteas, ruinas, casas. Durante meses me estuve preguntando por qué me sentía así. Negándome.
Hace poco encontré el video del estreno de Los enemigos del pueblo (2017). Regresar a aquel momento me hizo darme cuenta de por qué me sentí así en Alemania. Ese teatro que nació aquella noche de noviembre en La Habana está marcado por la urgencia de expresar un discurso marginalizado. Un discurso que necesita romper la cuarta y todas las paredes posibles. Tiene una naturaleza performativa en ese sentido. Encerrarlo dentro de un espacio escénico convencional, es traicionarlo. Mucho más en Cuba donde aún sigue subvencionado el teatro y por ende absolutamente controlado por el gobierno. Sacarlo de su prisión institucional se convierte en un tema urgente.
La magia del teatro como lenguaje, o convención, más allá de la cámara negra, que no permite el cine realista, es que un espacio vacío, una azotea, se convierta en una sala de hospital, como en Sala-R (2021), por ejemplo. El cine que realizo junto con Miguel Coyula me aporta mucho también en ese aspecto, especialmente cuando estamos buscando locaciones. Miguel transforma los espacios en posproducción hasta convertirlos en lo que necesita. Su cine no es realista. Entonces hoy, después de hacer un teatro en el borde de la cuchilla, solo podría regresar a la cámara oscura para hacer un teatro que no sea político. Y eso, bajo las condiciones actuales en Cuba, para mí, no es posible.
Tu trabajo y el de Miguel Coyula en la creación cinematográfica han venido revitalizando el tratamiento del documental, en primer término para Cuba. Creo que desde Nicolás Guillén Landrián y Sara Gómez, no veíamos un documental cubano tan agudo y vibrante como el que se observa en el trabajo de ambos. Me gustaría que compartieras aquí algunas reflexiones sobre esa renovación que ustedes han venido trabajando. Y también, no puedo dejar de pedirte que nos compartas como surgió el proyecto, tan especial, de escribir Crónica azul, que mereció sobradamente el Premio Kafka 2022.
La primera parte de esta pregunta es más para Miguel que para mí. Si bien producir me convierte en cineasta, la creación de esas películas es mucho más individual de lo que suele ser un proceso creativo desde los presupuestos tradicionales. Obviamente, Miguel y yo somos una pareja y ambos somos creadores. Los dos nos comprometemos con el trabajo del otro, lo mismo para negarnos que para reafirmarnos en nuestras ideas. Miguel también me ha dirigido en Kairos.
Lo más especial de Nadie fue, sin duda, Rafael Alcides. La poesía estaba garantizada de antemano. Siento que Miguel fue capaz de adentrarse en el mundo interior de él. Incluso, en su sentido del humor. Siempre digo que Alcides no tenía edad. Era un hombre fuera del tiempo. Hacer esa película modificó también mi teatro. No solo hacerla sino ser impedida de exhibirla, de manera violenta. Autos policiales, agentes y calles cerradas. Fue la primera experiencia con la represión por motivos políticos. Si no nos detuvieron fue porque nosotros nos contuvimos. Eso está claro para mí.
Como Nadie y Corazón azul se rodaron en el mismo periodo, las experiencias más memorables aparecen registradas en Crónica azul. Es mi pequeño homenaje al cine. Al que he consumido como espectadora y al que he realizado como actriz. Pero más que todo era una forma de narrar una experiencia tan particular, que terminó siendo nuestro manual para cine de guerrilla. Hay quienes dicen que es un libro de chismes, para los lectores lo es. La literatura, como la definió Virgilio Piñera, es un chisme colosal.
Crónica azul, además, comenzó como un libro interactivo porque antes de que se maquetara, había publicado parte de las crónicas en Hypermedia Magazine y ya había tenido mi primer encuentro con los lectores.
¿Acabas de terminar el rodaje de La renunciación? Por favor, ¿qué nos dices sobre este proyecto?
Que tendremos nuestro estreno en línea el próximo 24 de febrero a las doce de la noche, hora de Cuba. Quiero agradecer al equipo, a todos los actores, músicos y personas que nos acompañaron desde muchas partes del mundo. Es la primera vez que hago una obra a distancia. Fue un gran desafío. Ojalá que guste el resultado de este microteatro/punk/hop.
En el recital de actores están Evelyn Corvea, Adriel aka Awer, Romane Dahan, Ariadna del Carmen, Carlo Mazzola, Yamilka Velázquez, quien les habla, Miguel Coyula, Caner Yazar y la musicalización de Gorki Aguila junto a los raperos Elocuente, Tajito y Justina.
El coro está integrado por Javier Caso, Valerie Forman, David Leitner, Terely Vigoa, Olivia San Roman, Eric Morales, Konrad Morales, Jenny Pantoja, Jorge Fernández Era, Alina Bárbara López Hernández.
La renunciación, como ya he dicho, es un poema deliberadamente anónimo, parte de una novela inédita. El poeta renuncia a su firma.
Te pido que pienses en voz alta qué desafíos esperan a la cultura cubana, a la verdadera y real, en el futuro inmediato?
Cuando hice Sala-R (2021) en medio del escenario pandémico, paradójicamente había más libertad. Habían pasado las protestas del 11 de julio, los artistas se liberaron y, por ende, hasta los estudiantes de arte. El problema principal para mí es que la academia premia la obediencia en un país traumado por el éxodo. La raíz está en la educación. Y no solo en Cuba, lo que pasa es que acá la obediencia de los unos se paga con la renunciación de los otros porque estamos en un contexto autoritario. Para mí la esencia de estar en los márgenes es estar fuera de la institución teatro. Quiero que Kairos siga siendo un organismo vivo. No quiero jugar el juego, prefiero seguir en jaque.
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