Ana Betancourt e Ignacio Mora: separados por la guerra

| Diversas | 14/02/2018
Ignacio Mora y Ana Betancourt.

Muerte, pánico, resistencia a toda prueba, parecen conformar la historia de la guerra de independencia de Cuba de 1868 a 1878. Se ha escrito mucho de aquella década terrible, pero existe una historia menos conocida que se conformó en un diario sufrimiento, en la incertidumbre de un grupo de hombres y mujeres que formaban parejas, amantes que la beligerancia separó. Cuánto sufrimiento se acumuló en la separación de Carlos Manuel de Céspedes de su esposa Ana de Quesada, tomada prisionera y deportada por el enemigo, de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, que tal parece que conformaron un apellido entregado por el destino a los amores desdichados pues Eduardo Agramonte, primo de Ignacio, y su esposa Ana,1 hermana de Amalia, quedaron un día alejados cuando ellas fueron capturadas por las tropas españolas y lanzadas al destierro.

Uno de los dramas menos conocidos fue el de Ignacio Mora y Ana Betancourt.

Aquella misma joven que a todos impresionó en la Asamblea de Guáimaro de 1869, cuando realizó un discurso lleno de patriotismo que proclamaba la redención de la mujer cubana, sufrió las consecuencias amargas de la guerra y el extravío que provoca.

Ana residía en una ranchería mambisa donde recibía con frecuencia la visita de Ignacio. Un día una guerrilla hispana descubre la ranchería y la hacen prisionera junto a otras mujeres. Pero estas mujeres van más allá de las palabras y el amor.

Ana es capaz de engañar a sus captores para evitar que su esposo sea sorprendido en el rancho donde la tropa la ha hecho prisionera. Comprendiendo que la guerrilla que la ha capturado es muy reducida, le informa al jefe enemigo que una tropa de 200 hombres debe llegar de un momento a otro al lugar. El oficial decide retirarse en busca de refuerzos. Dos horas después llega Ignacio al sitio donde había sido hecha prisionera su esposa. Encuentra los restos de los bohíos y las depredaciones enemigas. La estratagema de Ana lo ha salvado, pues muchas veces las contraguerrillas se emboscaban en las rancherías capturadas en espera de la llegada de los hombres de las familias que residían allí, o cualquier visitante casual, y los ultimaban. 2

En su diario personal, Ignacio deja detallada constancia de la pasión por la esposa ausente. Si seguimos estas páginas íntimas nos encontraremos al doblar de cada página su gran tragedia. En una ocasión anota: “… paso mis días en este rancho de Canapú, ya peleando con mis recuerdos, ya atormentándome la suerte de mi Anita, de ese ángel á quien mi amor a la libertad de Cuba ha sacrificado el amor que siempre me han inspirado sus virtudes, su capacidad y su abnegación por mí”. 3

Son amores atormentados por la guerra y la separación. El 5 de julio de 1872, en el primer aniversario de la captura de Ana por las tropas hispanas, Ignacio, abatido por el recuerdo y el remordimiento por “…los sufrimientos que la hicieron pasar…”4 se siente afectado físicamente, al extremo que llega a “…caer en cama con unas calenturas que creía serían las ultimas que sufría en mi azarosa vida…” 5

Para estos amantes solitarios el mayor placer es recibir una carta de la amada. Mora se desborda de felicidad el 13 de septiembre de 1872, escribe: “Abro este día con gran alegría en el corazón, con un placer como no he experimentado en toda la revolución…”. La causa de este gozo, son, “dos cartas que he recibido de mi Anita”.6

El poder escribir a la esposa es una delectación sobredimensionada para estos mambises. Ignacio Mora afirma que: “Mi mayor deseo de salir de este valle de Canapú Arriba […] es por tener papel en que escribir a mi Anita por lo menos una vez al mes”.7

El amor desesperado estará presente como una constante en la correspondencia. El 26 de marzo de 1873 escribe Mora: “El enemigo se retiró y comencé a escribir a mi Anita”.8

Confiesa en otra ocasión que “Mi única esperanza, mi solo consuelo es la llegada de la correspondencia: con ella me viene el pensamiento íntimo de mi Anita; y sus cartas son el bálsamo de mi natural tristeza”.9

Llega hasta cometer una ilegalidad al redactar sus cartas “… bajo la cubierta de Calixto García para que remitan esta carta a  Devis á Cuba”. 10

Devis era el agente secreto cubano en Santiago de Cuba y que se utilizaba fundamentalmente para la correspondencia oficial. Calixto García, como jefe de departamento, tenía ese derecho, que le estaba vedado a Mora. Miente y engaña por el amor.

Hay una desgarradora confidencia de Ignacio Mora realizada a la soledad del diario: “La guerra y la suerte de Cuba me tienen sin cuidado. Todo mi pensamiento, todo mi anhelo, están puestos en mi Anita”.11 Pero poco después recibe una carta de Ana. “Jamás —exclama ella— pediré nada a los verdugos de mis hermanos…” 12 El héroe que fue Ignacio se recobra del momento de debilidad. Estará por siempre a la altura de ella.

Ignacio vivía en un universo donde parecía que el sufrimiento cotidiano no tenía frontera. Un mambí del 68 anotaría, años después, rememorando aquellos momentos terribles: “El agua era mala y escasa, la comida no teníamos tiempo para buscarla; los cartuchos se hacían con las cápsulas que los soldados dejaban caer sobre el camino. Así nos sostuvimos cerca de un mes, pero nos encontrábamos mejor; a pesar de lo extremado de la situación, no había habido ni una sola defección, ni un presentado; se habían ido los débiles o cobardes, quedaban allí los puros los resueltos a morir…” 13 Ignacio era de aquella raza de “los resueltos a morir…”. Caería en tierra insurrecta sin claudicar.

Ana e Ignacio han pasado a la posteridad. Ana, por su fuerza —estuvo tres meses bajo una ceiba utilizada como cebo para atraer a su esposo—, por su fidelidad y defensa de los derechos de la mujer; Ignacio, porque en él se cristalizan las mayores virtudes del mambí.

Pero qué no hubieran dado por un encuentro, por unos minutos de soledad. Ana logró rescatar el diario personal de su esposo años después. Escribiría ocasionalmente en los espacios que él dejó libres breves anotaciones, expresando su amor, como si en ese entrelazar de las dos escrituras se cumpliera el anhelo del encuentro que nunca se dio:

Estos apuntes diarios de mi infortunado esposo, semejan gritos de angustias: ayes de apasionado dolor escapado de su corazón y estampados en el papel á falta de un ser querido a quien comunicar sus tristezas y sus recelos. Conversación escrita para que algún día llegase á mis manos; á manos del ser que le era más querido, en cuya alma sabía él que habían de hallar eco sus dolores. 14

 El amor y la muerte conforman un extraño contrapunteo. La mayoría de estos amores separados por la guerra no se encontrarán jamás. Céspedes murió sin ver a Ana de Quesada; Ignacio Mora sin expresarle a “Anita” cuánto la amaba; Ignacio Agramonte perecerá en combate llevando una fidelidad antológica hacia su Amalia; su primo, el coronel Eduardo Agramonte, también encontrará la muerte tempranamente sin el encuentro con su esposa Matilde Simoni.

La muerte del esposo en la tierra del mambí dejará una última carta sin escribir en la copiosa correspondencia que mantuvieron estas trágicas parejas. Un encuentro que nunca se llevó a cabo. Tan solo ha quedado ese puñado de páginas hoy veneradas como reliquias. Tales documentos son como la punta de un gran iceberg, pero no de hielo frío sino de un largo silencio, de una ternura que nunca encontraría desahogo en un cuerpo ya definitivamente separado.

  1. Nació el 22 de octubre de 1843 en Camagüey. Sus padres, José Ramón Simoni Ricardo y Manuela Argilagos Ginferrer, poseían una de las fortunas más importantes del Camagüey. Su hermana Amalia contrajo matrimonio con Ignacio Agramonte, poco antes de que este se alzara en la manigua.
  2. Nydia Sarabia: Ana Betancourt, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 156. Se respeta la ortografía de los documentos originales en todas las notas siguientes.
  3. Ibídem, pp. 144-145.
  4. Ibídem, pp. 144, 1.
  5. Ídem.
  6. Ibídem, pp. 144, 154.
  7. Ibídem pp. 144, 1.
  8. Ibídem, p. 172.

  9. Ibídem, p. 208.
  10. Ibídem, p. 210.

  11. Ibídem, p. 154.
  12. Ibídem, p. 155.
  13. Enrique Collazo: Cuba heroica, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1980, p.312.
  14. Nydia Sarabia: ob. cit., p. 214.

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