“El Almendares”: una revista para la mujer cubana del siglo XIX

Fundado en 1852, el semanario dominical “El Almendares” se propuso romper los férreos cánones que limitaban la educación de la mujer cubana.

| Escrituras | 31/01/2025
Servando Cabrera Moreno: "Habana" (1948), fragmento.
Servando Cabrera Moreno: "Habana" (1948), fragmento.

La prensa dedicada a las mujeres en Cuba apareció muy temprano en relación con España y América. Fue en 1811 cuando se dio a conocer en La Habana, El Correo de las Damas considerada la primera publicación de su tipo en Iberoamérica. Entre 1829 y 1830 comenzó a editarse, La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo que tuvo como director al epistológrafo Domingo del Monte. La Semana Literaria Dedicada al Bello Sexo fue otra de estas revistas que tuvo como marco los años 1847 y parte de 1848. En la segunda mitad del XIX se ubican El Almendares dirigido por los Zenea en 1852 y el periódico quincenal Floresta cubana de 1856,al frente del cual estuvieron entre otros el poeta José Fornaris y el científico Felipe Poey. Estas dos últimas publicaciones fueron los antecedentes más cercanos en tiempo al Álbum de lo Bueno y lo Bello fundado por Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1860 durante su estancia en la isla.

Las lecturas permitidas a las mujeres en aquel momento estaban condicionadas por varios factores. En primer lugar, la literatura infantil que aprendían en la escuela o fuera de ella cuando la educación era recibida solo en el hogar. Durante esa centuria se pusieron de moda los libros de higiene en los que se popularizaban los avances de la medicina. Eran dirigidos a las mujeres por su carácter educativo y de aplicación en el hogar. La literatura religiosa prevaleció a través de los devocionarios, libros de los santos y de otros temas que eran lecturas obligadas desde la infancia. Las fábulas, los cuentos y las novelas que estaban al alcance del universo femenino decimonónico debían tener un perfil moralizante.

Primeras revistas para la mujer cubana

En medio de ese contexto comienza a publicarse las primeras revistas dedicadas a las mujeres. Las revistas marcaron un punto de inflexión porque por su carácter llegaban a un público mayor. En ellas comenzaron a aparecer textos que iban más allá de lo meramente moralizante y paulatinamente comenzaron a transgredir los férreos cánones de las lecturas y la educación de las mujeres. Estas últimas, pasaban lentamente de lectoras pasivas a activas.

Brígida Pastor, en su libro El discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda: identidad femenina y otredad, se refiere a los temas que eran como camisas de fuerzas para la educación de las jóvenes:

El curriculum ideal para las jovencitas distinguidas y de buena familia debía contener un conocimiento algo extenso así de religión y de moral, como de la lengua, historia, literatura nacional, alguna lengua o lenguas vivas a elección de los padres con la literatura misma (el francés parecía indispensable), y principios de historia generalmente antigua y moderna, geografía y mitología, música, dibujo y baile; sin que por ello se olvidasen las labores propias del sexo, el cuidado y gobierno de una casa, asistencia a un enfermo y hasta nociones de comida y repostería.1

La afirmación de Pastor es fundamental porque nos hace pensar si los que hicieron estas revistas tuvieron siempre en cuenta estos parámetros o los transgredieron. Pongamos por ejemplo a los editores de La Semana Literaria, solo como botón de muestra. El editorial correspondiente al primer número explicaba a qué público diverso y bajo qué parámetros de intereses dirigirían su publicación:

La Semana literaria no será en nuestras manos una publicación simple, solo de pasatiempos; nada de eso: nuestras ideas son bien distintas, y queremos que en nuestra obra se halle recreo, instrucción, algo que deleite y algo que enseñe en su lectura.2

Semanario El Almendares

Servando Cabrera Moreno: "Palmira" (1973).
Servando Cabrera Moreno: "Palmira" (1973).

¿Quiénes fundaron, pues, El Almendares y qué caracterizó a este periódico semanal literario y de modas? Idelfonso Estrada y Zenea fue la figura principal. Él era un conocido periodista, escritor y poeta de la época que había colaborado en diferentes publicaciones del país entre ellas la importante Revista de La Habana. Conoció a la Avellaneda durante la estancia de la poeta en Cuba y tuvo una activa vida intelectual. El otro fundador no era otro que el conocido poeta romántico Juan Clemente Zenea.

Ambos Zenea se encargaron de darle un carácter de cubanía al semanario dominical con la publicación de autores que ya formaban parte de la historia cultural de la isla. Este propósito quedó claro desde el primer número cuando en la presentación expresa al público lector:

Aquí podrá encontrar un periódico que le instruya, que le divierta, que le ponga al corriente del movimiento literario, que le dé toda clase de noticias, excepto las políticas reservadas a los Diarios, que hable de modas, de espectáculos, de toda clase de diversiones, que ora levante el látigo de la crítica con la que corrige las costumbres, que ora preludie las cuerdas del arpa de las alabanzas, cuando estas sean merecidas; y que procure desenterrar las muertas glorias literarias de esta hermosa isla que yacen sepultadas en el archivo y bibliotecas de particulares amigos nuestros, que al franqueárnoslas prestan este eminente servicio a la literatura cubana.3

A partir del segundo número apareció la sección “Pensamientos de autores cubanos”. Esta sección, como ocurrió con otras, no se mantuvo fija. Apareció de forma aleatoria. No se dijeron las causas nunca de estas inestabilidades. No fue por carencia de papel porque, al contrario, con los meses el semanario aumentó sus páginas y las impresiones se hicieron más complejas con la aparición de partituras de contradanzas, retratos y viñetas.

Los pensamientos publicados pertenecieron a importantes figuras de la cultura insular como José de la Luz y Caballero, Félix Varela, Francisco Baralt, José María Heredia, José Victoriano Betancourt, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ramón Zambrana, Ramón de Palma y Rafael María de Mendive, por solo mencionar a algunos. De esta forma cumplían con lo prometido en el editorial.

Otra sección que apareció una vez fue “Resumen de la Semana”, en la que se publicaron no solo los bailes y obras teatrales como parte de la vida social, sino también una curiosidad como la que sigue y que evidencia el hecho de que la sociedad no veía con aceptación a las mujeres que fumaran en público:

Buscando una noticia que referiros después de la anterior, nos hemos acordado de la fábrica de cigarros Hatuey, que acaba de abrir un amigo nuestro en la calle Águila esquina Virtudes, y como puede suceder que alguna de nuestras suscriptoras se le ocurra alguna vez esconderse en la soledad de sus gabinetes, evitando así la observación maternal, para arrojar de sus labios el humo delicioso del cigarro habanero […] les señalamos este establecimiento para que hagan en él algunas compras, o al menos, le indiquen este lugar a sus hermanos o amigos.4

Los artículos de Juan Clemente Zenea resultan de especial interés por su visión acerca de la mujer cubana. Mantuvo por largo tiempo la sección “Espejo del corazón” dedicada a diversos temas de interés femenino. Uno de ellos fue el titulado “Educación de las mujeres”. Criticó el poeta a aquellos que le negaban todo tipo de educación a las mujeres por considerarla innecesaria. Habla de cómo han empezado a aparecer escuelas y academias que se encargan en los barrios a enseñar, pero malamente a las niñas y hasta los doce o quince años. La mala educación que reciben en escuelas sin condiciones y por maestros sin formación no les despierta a aquellas jóvenes el interés por aprender. Es el momento en que: “Vuelven a la casa paterna, donde con frecuencia las esperan los bailes, el piano o la ociosidad: esto no quiere decir que todas obren del mismo modo, pero es muy corto el número de aquellas que se afanan por cultivar su talento”.5

La literatura escrita por mujeres

Juan Clemente Zenea publicó también dos importantes artículos dedicados a la poeta matancera Luisa Molina. En el primero vuelve a criticar la pésima educación que recibe la mujer cubana y que impide que esta última se perfeccione y aprenda a cabalidad. Tiene razón el poeta al afirmar que esta situación conduce a que muchas inteligencias femeninas se pierdan para la sociedad. Afirma Zenea cómo muchas veces, sin estudios suficientes, pero con la vocación por la escritura:

Se lanzan a la arena literaria y su vocación por la escritura las salva de los tiros de la crítica, conocemos tal vez los defectos de sus obras, pero nadie se atreve a marcarlos, con lo cual en lugar de hacer un favor a nuestra naciente literatura, no se hace más que evitar el progreso de aquellas que desean ocuparse en el trabajo a que debemos contribuir todos los que experimentemos el deseo de levantar un monumento a la ilustración de Cuba.6

En el segundo artículo expone sus criterios acerca de Luisa Molina y de la literatura hecha por la mujer en Cuba. ¿Por qué Luisa Molina? Había nacido en Canímar, Matanzas, en un hogar campesino muy pobre. No se dice dónde aprendió a leer y a escribir, como tampoco cuándo la intelectualidad matancera supo de su trabajo. Solo hay testimonios, incluyendo el de Zenea, de la admiración que sentía por la obra de José María Heredia. Pocos libros tuvo, salvo aquellos que le fueron donados, pero entre ellos destacaba su estudio del poeta del “Himno del desterrado”. Publicó en diferentes revistas de la isla y el estudioso José Domingo Cortés la incluyó en la antología Poetisas americanas, publicada en París en 1875. Zenea destacaba en su poesía el trabajo que Molina hacía con el endecasílabo, un metro que es prueba de fuego para cualquier poeta, pero “la señorita Molina los escribe con mucha facilidad y estos son los que le sirven de intérprete a sus más bellas ideas”.7

En los primeres meses también apareció la sección denominada “Galería de escritores cubanos”. En abril y coincidiendo con la Semana Santa apareció el retrato del Presbítero Félix Varela y fragmentos del capítulo “Causas de la impiedad”, del libro Cartas a Elpidio. El que se haya dado a conocer fragmentos de ese capítulo de un libro que no es otra cosa que cartas a la esperanza y que tiene entre sus principio la consigna “No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”, creo que fue expresión de una declarada cubanía.

La revista dio a conocer a otras mujeres poetas como Francisca González y Ruz, quien también publicó su novela Los celos. Otras autoras de mayor o menor calibre publicaron en diferentes revistas de la época. Había una escritura hecha por mujeres que se iba tejiendo a lo largo del siglo, incluso desde el XVIII, que desembocó con fuerza telúrica en el XX.

Otra educación para la mujer cubana

Servando Cabrera Moreno: "Arabesca diosa indiana" (1973).
Servando Cabrera Moreno: "Arabesca diosa indiana" (1973).

El Almendares fue un semanario donde diferentes autores dieron a conocer trabajos acerca de qué se entendía por literatura y sus géneros. En uno de los últimos números, Juan Clemente Zenea definió el romance indiano. Era un tipo de poesía ingenua que estuvo condicionada por el romanticismo y trató de encontrar los orígenes de la cubanía en un supuesto pasado indígena. Por eso, Zenea habla de cantos siboneyes y escenas inexistentes de la historia insular:

¿Hay cosa más grata que el recuerdo de las piraguas deslizándose silenciosas sobre la ondulante superficie de nuestros ríos? ¿Hay cosa más bella que las plumas de los tocororos cubriendo la frente de un siboney que se reclina perezoso sobre la yerba del bosque? ¿Hay algo más triste que aquellas canciones melodiosas que entonaban los indios mientras el céfiro de la tarde columpiaba la hamaca colgada de las ramas de un árbol donde conciliaba el sueño el hijo de sus amores?8

Las artes plásticas son reflejadas en las páginas de El Almendares como una manifestación del arte que carece de público en la isla. Estrada y Zenea reseña el Salón de pintura de la Academia San Alejandro correspondiente a mayo de 1852. Se duele el autor de los pocos cubanos que muestran en el salón sus obras. Solo Peoli, Roca o Mialhe formaron parte del conjunto de obras de ese año. Argumenta cómo la falta de una cultura en esta esfera de las artes lleva a expresiones tan vulgares como “¡Qué bonito!”. No dejaba de referirse Estrada Zenea a la necesidad de conocer categorías tan importantes como las de lo bueno y lo bello.

No deja de ser una curiosidad, para el lector de entonces y el de hoy, el trabajo de Andrés Cassard sobre la gimnasia:

Extraño es, por cierto, que cuando nuestras mejores plumas se ocupan de materias que no son de interés vital como la presente, no haya habido ninguno que se ocupara este ramo, uno de los más trascendentales de la ciencia médica y el que casi por necesidad deberíamos practicar.9

El Almendares fue un semanario dirigido a las mujeres que merece, como otras publicaciones del mismo tipo, un estudio cabal. Una investigación de este tipo arrojaría también información sobre la historia de la cultura insular. Las revistas siempre han sido y serán una suerte de sensores que captan los más ocultos movimientos de una época. Este es un principio que no debemos olvidar.

Servando Cabrera Moreno: "El tema entero" (1975).
Servando Cabrera Moreno: "El tema entero" (1975).

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1 Brígida Pastor: El discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda: identidad femenina y otredad. Cuadernos de América en su nombre Número 6, Universidad de Murcia, España, 2002, p. 21.

2 Editores: “Al público”, en: La Semana Literaria. Publicación dedicada a las señoras de la Isla de Cuba. Imprenta de M. Soler, La Habana, 1 de julio de 1847, p. 1.

3 Idelfonso Estrada Zenea y Juan Clemente Zenea: “Introducción”, en: El Almendares. Periódico semanal, literario y de modas. Domingo 18 de enero de 1852, no 1, tomo 1, p.2.

4 “Resumen de la Semana”, en: El Almendares, no 2, t. 1, p. 32.

5 Juan Clemente Zenea: “Educación de las mujeres”, en: El Almendares, no 3, t.1, p.44.

6 Juan Clemente Zenea: “Una poetisa matancera”, en: El Almendares, no 10, t. 1, p. 160.

7 Juan Clemente Zenea : “Una poetisa matancera”, en: El Almendares, no 11, t. 1, p. 174.

8 Juan Clemente Zenea: “El romance indiano”, en: El Almendares, no 6, t. 2, p.92.

9 Andrés Cassard: “La gimnasia”, en: El Almendares, no 15, t. 1, p. 253.

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