“Guatimozín”: la novela histórica de Gertrudis Gómez de Avellaneda (segunda parte)

“Un problema en los estudios sobre la Avellaneda es ignorar su contexto original, e incluso los datos que ella misma aporta acerca de su formación.”

| Escrituras | 03/03/2025
Carlos María Esquivel: "Prisión de Guatimozín, último emperador de Méjico" (1854).
Carlos María Esquivel: "Prisión de Guatimozín, último emperador de Méjico" (1854).

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Los contextos histórico-sociales en que se realiza la escritura y publicación de esta novela histórica son de gran importancia. La Avellaneda publica Guatimozín en1846. Cronológicamente se inscribe en el período de desarrollo de la novela histórica, pero está ya en las márgenes finales. De modo que la Avellaneda la escribe no a impulsos de una moda en curso, sino por personal elección y por la admiración que tenía a Scott. Hay en esa novela una serie de matices que apuntan hacia la cuestión de la lucha de una nación americana por su libertad, lo cual no dejaría de asociarse, aun cuando fuese de manera difuminada, con la situación de una Cuba que, desde 1810, se inicia en una sucesión de tendencias hacia el independentismo.

El Romanticismo hispanoamericano y la novela histórica española

Antes de abordar esta importante cuestión, hay que detenerse todavía en la novela histórica europea, ahora en la específicamente peninsular. Historia del movimiento romántico español, del prestigioso hispanista inglés Edgar Allison Peers, encierra un pasaje de particular importancia:

De entre los autores franceses […] que influyeron en España, solo a uno puede atribuirse importancia primordial: Chateaubriand. A cualquiera […] podría parecerle que esta literatura tiene muy poco de común con la melancolía del René de Chateaubriand, si bien […] en la España del siglo XVIII hay más desengaño, tristeza y aun lacrimosidad de lo que suele suponerse. Pero […] el arte de Chateaubriand —exotismo, pintoresquismo y empleo del colorido local— explican suficientemente el grado de popularidad que alcanzó en el público español.1

Hay que añadir a esto que Chateaubriand viajó extensamente por España, y fue uno de los primeros escritores en profesar el espagnolisme que caracterizó a la literatura francesa del Romanticismo. El eco de Chateaubriand es obvio en Sab, en la cual hay resonancias difuminadas, pero importantes, de la Atala del autor francés. Hay que parar mientes en que también pudieron haber influido sobre la camagüeyana los textos históricos de Chateaubriand, en particular su obra Génie du christianisme (El genio del cristianismo), pero también De Buonaparte et des Bourbons (Buonaparte y los Borbones), los cuales, desde luego, son de carácter histórico.

El panorama literario español al que ingresa la Avellaneda cuando se establece en la península, evidencia, por una parte, un indudable interés por la novela histórica como nueva modalidad de expresión literaria, pero, al mismo tiempo, ese subgénero apenas había dado lugar a obras de relevancia cabal en la Península. Ahora bien, al margen de la poca calidad artística de la novela histórica española, se puede constatar una cuestión importante: su sentido de compromiso político con el presente de los narradores, y, por tanto, la proyección de los temas más allá del contexto epocal de la trama, hacia la contemporaneidad del escritor.

El peso específico de Chateaubriand en el Romanticismo hispanoamericano es un tópico más que reconocido. Benito Varela Jácome traza un inteligente panorama del surgimiento de la novela hispanoamericana y lo primero que señala tiene que ver directamente con la Avellaneda:

El proceso narrativo en los países hispanoamericanos es discontinuo, con frecuentes espacios vacíos, hasta la década 1840-1850. En 1826, se publica la primera novela histórica, Xicoténcatl, pero su discurso narrativo se mantiene dentro de un equilibrio clasicista, sin contaminación de procedimientos de Walter Scott. Frente a la nostalgia del pasado histórico, los contextos contemporáneos americanos se proyectan, por estos años, en los artículos de costumbres, derivados de Larra y Mesonero Romanos; sin embargo, tienen una fuerza testimonial en el temprano metagénero de novela antiesclavista cubana.2

En efecto, la primera novela concentrada en un argumento de la historia amerindia es Xicoténcatl, publicada en 1826. Si bien tiene un determinado carácter histórico, no se puede desatender que Varela Jácome señala que no es romántica. Este autor comenta:

En 1826, se publica Xicoténcatl, primera novela histórica del XIX. La primera edición, de Filadelfia, es anónima, pero en Valencia, en 1831, se publica con el mismo título una novela cuyo autor es Salvador García Bahamonte. La acción se localiza en la conquista de México, con el enfrentamiento entre el héroe tlaxcalteca Xicoténcatl y Hernán Cortés. Dinamizan la historia las sangrientas batallas, las victorias y las retiradas, la muerte de los jefes indios, la entrada en Tlaxcala, en 1519.3

Es, sin duda, un muy posible antecedente de Guatimozín. Desde luego, no se puede pasar de la hipótesis. Pero resulta imposible ignorar que Xicoténcatl había sido publicada en Valencia cinco años antes de que la Avellaneda arribase a España. Conjetura al fin, no pasa del nivel de la mera posibilidad. Pero en todo caso, importa saber que Xicoténcatl apenas precede en quince años a Guatimozín. La cuestión de los tanteos iniciales en América, en dirección a la creación de la novela histórica continental, es sin duda de gran importancia para comprender Guatimozín, uno de cuyos valores radica en su temprana aparición en las letras hispanoamericanas.

El contexto cultural de Puerto Príncipe en el siglo XIX

Eduardo Laplante: Vista general de Puerto Príncipe.
Eduardo Laplante: Vista general de Puerto Príncipe.

Todo ello quiere decir que la novela histórica romántica comenzó a inundar la América Hispánica desde muy temprano. Ello es comprensible: el proceso de independencia de las naciones continentales había generado también la necesidad de sustituir a España como epicentro generador de cultura, por Francia, más cercana a las nuevas ideas de nación y, por supuesto, de democracia. Este proceso de reelaboración de imágenes rectoras, también se produce progresivamente en Cuba, a pesar de que, a diferencia de las repúblicas continentales, se mantenía su condición colonial. Pero por eso mismo tal vez la orientación hacia Francia podía ser tan o más fuerte. En el Puerto Príncipe natal de Gertrudis Gómez de Avellaneda se produjo, desde temprano, una imantación hacia el nuevo polo de cultura:

Puerto Príncipe tuvo, durante todo el período colonial, una situación peculiar. Desde muy temprano, quedó fuera de la jurisdicción de los dos centros que, de un modo u otro, se disputaron el poder en la isla. Me refiero a La Habana y a Santiago de Cuba —llamada simplemente Cuba durante mucho tiempo—. Fue, pues, una especie de tierra de nadie. Eso favoreció una serie de características. Ante todo, una economía sui generis, que combinaba la ganadería con el contrabando y el negocio de los bucaneros. De aquí habría de surgir, como se sabe —en particular a partir de investigaciones de Enrique Saínz—, el motor impulsor para Espejo de paciencia, piedra miliar de la literatura cubana. De esa compleja y variopinta economía, la ciudad adquirió perfiles específicos, incluso únicos en el panorama insular. Para empezar, a diferencia del resto de las regiones del país, el Camagüey se mantuvo como una zona inmensa, despoblada en gran parte, que giraba en torno a su capital […]. Puerto Príncipe alcanza en el s. XIX una expansión singular de su cultura. Diversos factores intervinieron en ello. Ante todo, una práctica sostenida del periodismo […], que también se proyectó en una diversa serie de revistas; entre estas, hubo tanto una revista femenina, en la que los colaboradores y tipógrafos eran mujeres y los temas era inevitablemente femeninos, hasta una revista especializada —y regida por la familia Peyrellade, de origen galo— en cultura francesa, en la cual podía aparecer, en capítulos, una novela de Alejandro Dumas pocos meses después de su edición en París.4

De modo que es plausible una hipótesis sobre que la Avellaneda hubiese tenido una vinculación temprana con algún que otro texto romántico, incluso quizás hasta francés. La relación entre discurso literario y proceso histórico se presenta muy nítida en el Romanticismo. Pero a ello hay que añadir que desde fines del siglo XVIII, el pensamiento de Herder ha impulsado a alcanzar una noción cada vez más clara de la cultura como proceso actuante. La formación de Tula Avellaneda aparece signada desde muy temprano por un ambiente cultural que también incluía la proyección hacia modelos europeos.

La Avellaneda, desde su instalación en España, mantuvo una correspondencia frecuente con familiares y amigos de la Isla y una mirada atenta sobre la cultura cubana, como pone de manifiesto muy claro la carta abierta que la Avellaneda escribe al periódico El Siglo, de La Habana, y que se publicó el 3 de enero de 1868, donde ella responde de manera precisa a las calumnias de que ella no era cubana, publicadas en un periódico de La Habana:

Tales acusaciones sólo debían hacer reír a quien como yo ha hecho gala en muchas de sus composiciones de tener por patria la de Heredia, Palma, Milanés, Plácido, Fornaris, Mendive, Agüero, Zenea, Zambrana, Luisa Pérez... y tantos otros verdaderos poetas, con cuya fraternidad me honro; a quien como yo cuenta entre sus amigos y hasta entre sus deudos reconocidos talentos, cuya reputación literaria y no literaria legítimamente la enorgullece; […] a quien como yo, sabe que su mayor gloria consiste en haber sido distinguida como escritora cubana, obteniendo del país una corona que, si no alcanzo a merecer, alcanzo perfectamente a estimar en lo mucho que vale.5

Filosofía y romanticismo en Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda pintada por Federico de Madrazo
Gertrudis Gómez de Avellaneda pintada por Federico de Madrazo.

Otro elemento de contexto cultural no puede ser pasado por alto: Tula Avellaneda se instala en Sevilla, Andalucía, región que resultaba ser en ese momento uno de los principales focos irradiantes del Romanticismo en España; de hecho, la zona donde ese movimiento penetró antes que en Madrid o en Barcelona. Hay que señalar que Tula Avellaneda llega a Sevilla habiendo leído una serie de autores de gran relieve, incluso filosófico. Su Puerto Príncipe natal había sido desde muy antiguo una ciudad inclinada a la cultura, y no solo porque en ella se hubiese escrito la primera obra de la literatura cubana, Espejo de paciencia.

Por su parte, Manuel Moreno Fraginals consignaba en El ingenio este fenómeno peculiar de un modo que es imprescindible citar aquí in extenso, por cuanto evidencia con plena nitidez hasta qué punto se hace imprescindible un estudio integrador de los perfiles socioculturales de la región:

Puerto Príncipe, actual Camagüey, es una de las grandes incógnitas de la historia de Cuba. A principios del siglo XVIII hubo en sus inmensos llanos un desarrollo productor de apreciable volumen. Indudablemente la importancia económica de Puerto Príncipe fue muchísimo mayor de todo lo que nosotros sabemos hasta hoy. Hay toda una serie de datos sueltos que forman como piezas de un gran rompecabezas. El Espejo de paciencia, con sus siete poetas, revela una inquietud intelectual que sólo es posible bajo una sólida base económica. Entre fines del XVII y durante todo el siglo XVIII se levantan edificaciones religiosas que sólo pueden originarse en un pueblo que tiene una gran acumulación de capital. El convento de la Merced, terminado en 1748, es uno de los mayores de Cuba. Y cerca de esta gran construcción se alza la imponente Parroquial Mayor —superior en tamaño a la Catedral habanera—, las parroquias de la Soledad, Santa Ana y Santo Cristo, el asilo de San Juan de Dios, el hospital de Mujeres, la iglesia del Carmen, el hospital de San Lázaro y el colegio de los Jesuitas. Para estas obras se hicieron donaciones y suscripciones de cantidades en efectivo muy respetables para la época. Hay un Agüero que entrega de una sola vez 23 000 pesos. Para el colegio de los Jesuitas se recaudan en un año 52 000. Además de todo esto, encontramos que hay trabajo para 3 escribanías y durante el siglo XVIII se abren 2 más. En 1774 el censo de La Torre sitúa a Puerto Príncipe como la segunda ciudad de Cuba, con más de 30 000 habitantes, lo cual la cataloga también entre las primeras de América.6

Esta contextualización es imprescindible, porque la muchacha camagüeyana que se instala en Sevilla no era, en absoluto, inculta, y provenía de un ambiente natal donde existía un alto aprecio por la literatura. Uno de los problemas con los estudios sobre La Peregrina tiene que ver con ignorar su contextualización original e, incluso, los datos que la propia Avellaneda aporta acerca de su formación literaria, e incluso filosófica, a lo largo de su obra. Por ejemplo, en el cuadernillo inicial de sus Memorias (1836-1838), su primer libro de viajes, escrito para su prima y destinataria principeña, Heloysa de Arteaga, cuando acababa de establecerse en España, sobre su corto viaje al sur de Francia:

Ya es tiempo de terminar mis apuntes sobre Bourdeaux, y con ellos, querida Heloysa, este primer cuadernillo; pero no puedo concluir la primera parte de mi tarea sin hablarte del Castillo de los Bredas. Era una hermosa mañana de Junio cuando salimos en coche a visitar este célebre castillo que dista dos leguas de Bourdeaux. Llevaba conmigo el grueso volumen de las obras de Montesquieu, y a pesar que la conversación de los compañeros me impedía entregarme al encanto que gozaba en leerlas, contemplaba aquel libro con emociones que eran más vivas a medida que me acercaba al sitio en que habitara su inmortal autor. Llegué por fin y pisé con respeto la tierra que tantas veces recibió también la huella de Montesquieu. Entré en aquel castillo que fue habitado por él, vi la mesa misma en que tal vez se escribieron algunas de las más brillantes páginas de El espíritu de las leyes en francés, y la mesetilla en que descansaba los pies mientras escribía, y que conserva todavía la señal de la presión. ¿Qué más puedo decirte? Si has leído a Montesquieu, si eres como yo, entusiasta por su genio, tu alma adivinará las emociones que experimentó la mía cuando estuve en las Bredas.7

En primer término, la muchacha principeña de veintidós años no pudo haberse animado a un viaje de dos leguas hasta el castillo de las Bredas, si hubiera ignorado por completo quién era el filósofo Montesquieu, que no solo se interesó por la filosofía más general, sino también por la filosofía del Derecho, y que fue un autor imprescindible para la fundamentación ideológica de la Revolución francesa. Vale decir, un autor incongruente con una muchacha común de provincias —y peor aún, de ultramar—, inculta y desinteresada de lo que no fuera la vida hogareña. Algo tenía que haber sabido Tula sobre el complejo pensador francés. Ya solo peregrinar a su castillo es un síntoma muy claro.

Pero el entusiasmo del pasaje de su crónica evidencia que conocía más que el simple nombre del escritor francés. Heloysa, la prima principeña a quien se dirige ese cuadernillo, vivía en Puerto Príncipe. La pregunta sobre si esta prima había leído a Montesquieu, ¿podría haberse formulado si no hubiese existido algún libro de dicho autor en la ciudad natal de Tula, de modo que Heloysa lo hubiese podido leer?

Recuérdese que en la polémica filosófica —expresada en la prensa de la época— de La Habana tuvo importante participación un profesor del Colegio Calasancio de Puerto Príncipe, lo cual debió de haber atraído aún más la atención sobre José de la Luz y Caballero, quien no solo había visitado Puerto Príncipe, para graduarse de Derecho en la Audiencia Primada de esa ciudad —como era obligatorio entonces para todos los graduandos de la universidad de La Habana—. No es casual que también José de la Luz y Caballero, en su periplo europeo de 1837 a 1841, hubiese visitado el castillo de Bredas. No puede olvidarse que Puerto Príncipe era una estancia obligada para los estudiantes universitarios que debían graduarse en Derecho.

Es inverosímil pensar que cada año una población universitaria nacional inundase la ciudad, y que esta careciese de una infraestructura —alojamiento, maestros en la Audiencia Primada, pero también libros— que les permitiese estudiar. Al mismo tiempo, esa estancia forzosa de largos meses implicaba una participación de los jóvenes en tertulias y vida social en general, que debió necesariamente crear una atmósfera cultural determinada en la ciudad natal de La Peregrina. Esta es una prueba, a nuestro juicio irrefutable, de que la ciudad albergó, durante varias décadas de principios del XIX, no solo libros numerosos, sino una atmósfera de debate intelectual.

No es casual que Gutiérrez de la Concha, cuando concluyó su mandato como Capitán General de la colonia, redactara una memoria para el gobierno de España, en que advertía del peligro de infidencia en Puerto Príncipe,8 entre otras razones por su peculiar ambiente universitario —fue él quien propuso que el gobierno trasladase a La Habana la Audiencia Primada de Puerto Príncipe—, por su vida cultural y por su —ojo con esto— sistemática insistencia en evocar a los primitivos habitantes indígenas, lo que los llevó a empezar a sustituir su gentilicio hispánico, principeños, por el aborigen camagüeyanos.

El interés de la Avellaneda por la filosofía ha sido muy poco tratado, a pesar de que es patente. Una muestra más de la afición filosófica de la joven Tula es el comentario siguiente:

Si se exceptúa el dolor de la separación de mamá, debo decir que dejé con placer a Galicia. Eran muy pocas las personas que en ella me merecían algún afecto, y no ignoraba yo que tenía muchos enemigos: de este número eran todos los parientes de Escalada. Gracias al cielo no podían herirme en mi honor por mucho que lo desearan; pero daban mil punzadas de alfiler a mi reputación bajo otro concepto. Decían que yo era atea, y la prueba que daban era que leía las obras de Rousseau.9

Es muy poco probable que todo ese apetito filosófico de la muchacha se hubiese despertado solo después de llegar a Galicia. Es mucho más plausible aceptar que su primera formación, al menos como lectora insaciable, se hubiese iniciado en el Puerto Príncipe natal. Esa afición juvenil no haría sino desarrollarse en la Península. Ramón Zambrana percibe ese interés por la filosofía años más tarde en una carta del 8 de febrero de 1860:

No era menester que Ud. me asegurase que amaba la filosofía: aunque Ud. sea poetisa eminente en todos los géneros, ya se echa a ver a cada paso su natural propensión a elegir para sus cantos asuntos serios, filosóficos: “Dios y el hombre”, “La cruz”, “La felicidad”, “El día final” son composiciones que encierran la más severa filosofía. Pero ¿qué digo? Hasta en “La hija de las flores”, ese tesoro de pensamientos y sueños, de imágenes delicadas, hasta en “La hija del rey René”, también ese bello idilio, ese primoroso aunque inverosímil capricho de la fantasía, es usted filósofa; y lo es hasta probar con argumentos más irrefutables que los de Pirrón y de Hegel, que no saben nada los sabios.10

Nótese que esta carta hace alusión a una conversación previa en que la Avellaneda le habría declarado su interés por el pensamiento filosófico. Por lo demás, tenía razón Zambrana. Una muestra fehaciente más de esa vocación en el corpus avellanedino, es el final de El artista barquero, su última novela, escrita y publicada en Cuba. El final de esa novela, que se desarrolla en el siglo XVIII, consiste en un diálogo entre el dramaturgo Marivaux, el filósofo Helvecio, el político Malesherbes, el musicólogo Marmontel, el filósofo Fontenelle y un personaje misterioso que ha acompañado y protegido todo el tiempo al protagonista de la novela, que resulta al fin develado… y no era otro que el filósofo Montesquieu. Es un desenlace que el Carpentier de Concierto barroco seguramente hubiera leído con regocijo. Pero es asimismo un cierre novelístico que solo podía escribir una persona con una formación filosófica tangible.

La Avellaneda se refiere en Guatimozín a otro enciclopedista, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, cuando describe con minuciosidad romántica uno de los templos de Tenochtitlán:

Notábase en aquel singular museo de todas las especies irracionales el consiguiente contraste. Después del gigantesco cóndor admirábase el casi imperceptible colibrí; no lejos del corpulento tapir se veía al elegante tlalmototli (el svizero de Buffon).11

La referencia no es traída por los pelos, sino muy significativa. Buffon, amén de su conocida definición del estilo —L´homme c´est le style même— fue uno de los pensadores de la Ilustración que más se ocupó de América, y sus ideas —no siempre atinadas, por cierto— tuvieron una determinada influencia en la imagen que Europa se formó del Nuevo Continente.12 Y su mención por La Peregrina es un indicio más de su nivel de lecturas no solo filosóficas, sino específicamente referidas a su América natal. La Avellaneda, desde su instalación en la Sevilla ya intensamente romántica, contaba con unos intereses culturales —tanto literarios como filosóficos y políticos— que habrían de mantenerse y crecer a lo largo de su vida y su obra.

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1 E. Allison Peers: Historia del movimiento romántico español, Ed. Gredos, Madrid, 1954, t. I, p. 171.

2 Benito Varela Jácome: “Evolución de la novela hispanoamericana en el siglo XIX”, en www.biblioteca.org.ar Visitado el 14 de octubre de 2014.

3 Ibidem.

4 Luis Álvarez, Olga García y Elda Cento: La luz perenne. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2013, p. 123.

5 Ápud José Antonio Portuondo: Capítulos de literatura cubana. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 227.

6 Manuel Moreno Fraginals: El ingenio. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, t. 1, p. 145.

7 Gertrudis Gómez de Avellaneda: Memorias de viaje y reflexiones sobre la mujer. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2014, p. 35.

8 Cfr. Las páginas dedicadas a Puerto Príncipe por José Gutiérrez de la Concha en su: Memorias sobre el estado político, gobierno y administración de la Isla de Cuba. Establecimiento Tipográfico de D. José Trujillo, Madrid, 1853.

9 Gertrudis Gómez de Avellaneda: Autobiografía y cartas de amor. Ed. Ácana, Camagüey, 2013, p. 36.

10 Ramón Zambrana: “Carta a Gertrudis Gómez de Avellaneda del 8 de febrero de 1860”, en: Sección Primera del Álbum cubano de lo bueno y lo bello, La Habana, 1860, p. 39.

11 Gertrudis Gómez de Avellaneda: Guatimozín. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1979, p. 67.

12 Cfr. sobre los criterios de Buffon acerca de América, Antonello Gerbi: La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1960, pp. 77 y ss.

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