La espiral infinita de Aziyadé Ruiz

“La mujer en Aziyadé Ruiz siempre es una figura desgarrada y movida por un mundo interior muy complejo. Si un discurso creara la artista alrededor de la mujer, es el de la tristeza infinita.”

| Escrituras | 03/12/2023
Aziyadé Ruiz
Obra de Aziyadé Ruiz (Camagüey, Cuba, 1972).

La obra de la artista cubana Aziyadé Ruiz se inscribe en el contexto de la plástica insular de los últimos años del siglo XX hasta nuestros días. Lo que la define, desde el punto de vista del estilo, es su continua búsqueda y experimentación a partir de la diversidad de lenguajes y técnicas empleadas. La artista necesita expandirse a través de sus cuadros y no escatima esfuerzos para hacerlo. Su proyección es de una finura expresiva, dígase una femineidad muy peculiar que la distingue de otras creadoras comparadas con ella. No obstante, la crítica se ha detenido poco en su obra. Pero eso no es óbice para no tenerla en cuenta en la producción artística femenina de los últimos años en Cuba. 

Aziyadé Ruiz ha tocado temas muy sensibles en su obra como es la memoria afectiva. La familia es para ella un núcleo esencial de su existencia. La visión de ese mundo, pocas veces abordado en la plástica cubana, devela los fuertes rasgos identitarios que caracterizan a su Camagüey natal. La memoria cultural trasmutada en memoria afectiva, pues, recorre momentos importantes de su obra. Así, viejas cartas, recuerdos de familia y la imagen de la abuela vuelven al presente para ser revisitados por Aziyadé. Todo ese mundo brota de una memoria cultural marcada fuertemente por el emotivo familiar

Esos son los presupuestos de su instalación, Nosotros del año 2003. Las cartas de amor de la abuela, las dedicatorias estampadas en diversas fotos ya amarillentas fueron el impulso de la artista para organizar un pasado que derivó en ese nosotros tan nuclear. Hay un cierto humor en esta instalación. Al repasar viejas fotos siempre nos asalta una sonrisa que juzga o ironiza a aquel pasado. No obstante, el tiempo atraviesa estos papeles, convertidos ya en documentos, de una memoria atrapada en el recuerdo. Cada uno de esos textos se convierten en imágenes que actúan como espejos donde pueden reflejarse también nuestras vidas. 

El mar

Obra de Aziyadé Ruiz
“Misterio”, 2008.

Los temas del mar y las diversas aguas han sido de una atracción muy especial en la artista. En las series Especies y Nuevas especies la presencia del mar se convierte en un acto de fe creadora. Aziyadé Ruiz, de una manera lúdica, ha combinado las obras y así ha creado diversas series como Especies y misterios o Toda luz es difícil. En cada una de las obras la artista ha transformado su estilo a través del lenguaje pictórico. Tal como ha afirmado Omar Calabresse en El lenguaje del arte:

Cada texto artístico puede ser considerado como un producto de transformaciones […] y puede ser definido como la sumatoria de las transformaciones a las que se ve sometido.1

Tales transformaciones son expresión de diversos cambios culturales, pero también tuvo que ver con la solidez que ya había alcanzado la artista en aquel momento. 

Aziyadé Ruiz tiene una manera muy particular de mirar y sentir. Es una creadora dueña de una sensibilidad profunda. Ella parece mirar el mundo desde muy adentro y, lo hace, con un dolor que parece desgarrarla por momentos. Detrás de su sonrisa, casi ingenua, hay una fortaleza que sorprende. Todo esto queda expresado, como jalones, a lo largo de su producción artística. Por eso, la sensibilidad se manifiesta como un aura que emana de cada uno de sus textos artísticos. Aziyadé Ruiz logra la difícil presencia simultánea de silencios y sonidos que se advierten sólo a través de la mirada atenta que va a seguir sus líneas y trazos en estas series dedicadas a las Especies. En las profundidades marinas hay un mundo que existe sólo para la artista. Le toca, pues, al espectador, sentirlo. 

Homenajes

Obra de Aziyadé Ruiz
“Sin título”, 2007.

En algunas de sus obras también se encuentran pequeños homenajes a grandes figuras de la historia del arte. La artista se siente parte de una tradición creadora y le rinde culto a figuras como Jackson Pollock. Es el caso de la obra de Aziyadé, Escritura automática No 7. Su escritura creadora está marcada por una representación fractal de las gotas que se deslizan por la tela. La irregularidad de cada una de esas gotas está llena de sentidos que remiten a diferentes momentos del arte del siglo XX. 

Franklin Álvarez, otro importante artista hoy radicado en Estados Unidos, como la propia Aziyadé, dedicó una exposición a recrear las obras de artistas como Picasso, Matisse, Lam y Andy Warholl entre otros. Utilizó las viejas paredes del Museo Provincial “Ignacio Agramonte” en Camagüey y con sangre de cerdo reprodujo obras emblemáticas de estos grandes artistas. Es que la historia del arte se hace más compleja. Tradición y memoria cultural se convierten, cada vez más, en importantes ejes para el análisis de una realidad cada vez más violenta.

No son “guiños”, como dicen los seudo-críticos del arte en la isla, lo que hacen estos artistas. Es comprender la historia en general y la historia del arte en particular como parte inalienable de toda cultura. Y no se puede pasar por alto algo señalado por el teórico Maurice Beuchot:

Interpretar la cultura es interpretar la tensión del hombre que le hace producir su entorno humano a partir de la libertad o la desajenación. Y la libertad tiene su comprensión en los mitos, los símbolos, metáforas; ellas son el sustrato de la filosofía.2

Por tanto, para el artista la historia del arte tiene un carácter de diacronía tal, que ello le permite narrarla desde la lucidez de una lógica determinada. No hay “guiños” posibles en el arte, sino una desacralización violenta de la historia del arte a partir de fuertes presupuestos culturales.

Otra vez el mar

Obra de Aziyadé Ruiz
“Nueva especie”, 2007.

Lágrima azul flotando en el océano y Océano son expresión de cómo la artista visualiza el inmenso mar del Caribe. La artista piensa en un mar y en unas costas muy lejanas. Es así a partir de su crecimiento en una ciudad mediterránea donde el mar sólo podía ser imaginado. La intensidad de la evocación, más bien invocación, del mar es muy fuerte. En sus cuadros de tema marino, el mar desborda la existencia objetiva y se convierte en un ancho espacio donde hay cabida para la expresión humana.

El mar que se siente y sueña desde la niñez aparece como un estallido de vivencias. Es el recuerdo de los que han partido, de los que murieron en la travesía y de lo que pudo ser. El mar es reflexión honda sobre la vida humana y la historia. Es la condición piñeriana de “la maldita circunstancia del agua por todas partes” que ha marcado nuestra existencia y nuestra historia. El mar, pues, como superficie tramposa que se traga cualquier esperanza humana. Eso es Lágrima flotando en el océano. ¿Lágrima-ave? Ala que vuela en lo profundo del mar y que mantiene su identidad femenina en lo más íntimo del trazo. 

La imagen del mar en Océano provoca múltiples percepciones. El agua puede resultar mansa o alcanzar extrema violencia. Hace sentir en el receptor la posibilidad de flotar hasta encontrar la inmensidad del universo. Semejantes imágenes del océano prefiguran estados de una sensibilidad muy profunda. El conjunto de sus cuadros de tema marino lleva inevitablemente a la presencia de la isla. Recuerdos, vidas, historias que nos acompañan con la isla y su mar. Un mar que se perfila como cosmos identitario para la artista. 

Vegetación acuática es una obra donde el enigma del mar aparece a través de la íntima percepción de la artista. Hay un ritmo que aflora en una vegetación intensamente móvil y que contrasta con la lógica quietud del lienzo. En ese arcano que aflora por el movimiento de los trazos y las manchas se percibe la amenaza de una violencia que puede emerger en cualquier momento. Así es el Mar de las lentejas que la artista asocia a su naturaleza interior. En la profundidad es un pretexto para revelar ángulos escondidos de su mundo interior.

Una volcadura expresiva similar se advierte en Dos aguas de la serie Nuevas especies, donde dos imágenes diferentes ocupan un mismo espacio, pero no se tocan entre sí, como una prefiguración de contrastes que marcan la esencia identitaria de la cultura cubana. La imagen que surge de Etcétera para un monólogo, de la misma serie, corrobora la idea anterior. Es el mar en su infinitud: a partir de él brotan como tentáculos las palabras. Es el contraste entre la soledad y el diálogo posible, contraposición cuyo fruto parece ser la tremenda soledad de estas islas que parecen haber sido engendradas por el mar. 

Los símbolos

Obra de Aziyadé Ruiz
“La virgen de la botella”, 2004.

Mas, también, estos tentáculos son palabras, ideas que pueden ser descifradas por una urgente necesidad de comunicación. Tentáculos-palabras, tentáculos-símbolos que constituyen códigos incitadores a la interpretación y, a su vez, a la aproximación humana, tan esencial en este texto pictórico. A la misma serie pertenece La columna de Yemayá que es una obra de especial resonancia. De ese texto, el investigador Luis Álvarez ha señalado: 

Pues toda sospecha de abstraccionismo se desploma ante la identificación posible entre la secreta palpitación de las formas y la pasión que se materializa en la conformación del espacio pictórico— hasta el punto de fundir fondo y forma, macerar línea y cromatismo, como ocurre especialmente en lienzo tan vibrante como La columna de Yemayá, y, de todo ello extraer un sustento llameante para nuestra vida—. Por eso hay que aceptar su inquietante invitación y, con ella, llorar un río, atrevernos a hacer torrente de los más difíciles fluidos, pues Aziyadé Ruiz exige acompañarla, pero no a descifrar lo arrasador del mundo y sus entresijos de tradición y contemporaneidad, sino a recrear la existencia del espacio, cada vez más maltrecho, de nuestra experiencia y nuestra cultura.3

El tránsito de los espacios es lo que domina en Mar de la fertilidad, cuya factura remite, a través de otras lecturas, a la propia isla, que, sostenida en el mar, parece haber engendrado a la artista. Es un espacio de fuerte dinamismo y movimiento. La isla aparece no sólo sostenida, sino también renovada en esa sensación de perpetuidad. El agua es una obsesión temática para Aziyadé. Así lo declara la crítica cubana Caridad Blanco de la Cruz: “Primero fue el agua, siempre el agua”.4

Puede entonces el agua dar pie a una amplia gama de motivos en la obra de la artista. Uno de esos motivos es, sin duda alguna, la mujer-pez. El agua puede ser, generalmente, el río y en ocasiones el mar. Aziyadé Ruiz logra una extraordinaria eclosión de imágenes en la medida que representa a la mujer. Así, el agua es símbolo de la fertilidad y, por tanto, del origen de la vida. No obstante, igualmente es vista en estados de ánimo como el desgarramiento interior, la duda y el miedo

La espiral

Obra de Aziyadé Ruiz
“Para agitar las aguas”, 2004.

La espiral es otro importante motivo en la obra de Aziyadé Ruiz. Ella la trabaja en sus textos con una intensidad y una fuerza apreciables. En su serie Principio y fin y en la exposición Espirales en ascenso, la artista se vale de ella como parte esencial de un lenguaje generador de sentidos. Allí están los misterios de la vida y de la creación. Están representados a partir de un movimiento expresado a través de los trazos que son signos como de una fuerza telúrica que acompaña a la artista. 

La mujer ocupa un lugar de peso en toda la obra de la Ruiz. Ella no trata de construir un discurso de género, sino de representar las diversas circunstancias en que la mujer tiene que enfrentar el mundo. Así, la mujer es representada a través de símbolos como el ave o la deidad espiritual de Yemayá. Siempre en lucha por la vida, la mujer en Aziyadé Ruiz siempre es una figura desgarrada y movida por un mundo interior muy complejo. Si un discurso creara la artista alrededor de la mujer es el de la tristeza infinita

La obra de esta artista no ha concluido. Digamos que ha entrado en una pausa obligada por circunstancias muy duras. Pero como ha dicho: ella continuará su creación con más fuerza. Tiene, pues, mucho que decirnos a través de su poética. Así, sencillamente, con esa finura que la caracteriza en sus trazos, continuar develando la femineidad de un mundo que le pertenece no sólo a ella, sino también a la cultura de la isla.

1 Omar Calabresse: El lenguaje del arte. Ed. Paidós, Madrid, 1997, p. 188. 
2 Maurice Beuchot: Hermenéutica, lenguaje e inconsciente. Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 1989, p. 30. 
3 Luis Álvarez: Palabras al catálogo de la exposición de Aziyadé Ruiz, Especies y misterios, Museo Provincial “Ignacio Agramonte”, Camagüey, febrero- marzo de 2009. 
4 Caridad Blanco de la Cruz: Palabras al catálogo Nosotros, Taller Personal de la artista, La Habana, octubre de 2003. 

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