Morir a lo Merilyn Monroe con fotos adjuntas

"Tengo que irme, huir de esta cama ajena, de este sitio. Es lo que pienso..."

29/03/2022
nonardo perea: morir a los marilyn monroe
Nonardo Perea: "Morir a lo Marilyn Monroe"

Cuento perteneciente al libro inédito «Alguien tiene que quererte«.

UNO

Se parecía a Rodríguez. Puedo asegurar que es idéntico a Rodríguez, pero no era Rodríguez, lo comprobé cuando salió de la casa y estuvimos frente a frente. Le faltaba la marca que Rodríguez tiene en el lado izquierdo de su cara; cicatriz discreta, pero a la vista de un buen observador, es discernible.

—¿A quién buscas tú? — Preguntó el mulato que no era Rodríguez, sin intención de abrir la puerta de cerca perle. De dentro de la casa se escuchaba a todo volumen música romántica. Las ventanas del frente permanecían cerradas.

— ¡Vengo por lo de las fotos, es aquí no? Me dijeron que preguntara por un tal Rapfa.

Hablándole él me observó cómo solo un hombre lo hace a una mujer.

En mi imaginación supuse que Rodríguez jamás se tomaría la libertad de mirarme de esa manera. La mayoría de las veces que conversábamos en el trabajo, su mirada era frívola e indiferente, se concentraba en mirar el piso, o pasaba la mayor parte del tiempo arreglándose las sandalias. Entre nosotros, supuestos amigos, nada traspasaba más allá de simples historias contadas de heterosexual a homosexual.

—Ya casi no queda nadie, ¿tú vistes la hora que es?

—¡No! — Dije, mostrándole las muñecas para que viese que no tenía reloj.

—Son las nueve de la noche, y esto empezó desde las cuatro de la tarde, ya deben estar acabando.

— ¡Ay!, pero déjame ver a Rapfa, es que yo vengo de Marianao, llegar aquí no es fácil, hazme ese favor. — Habría querido ver el gesto que produje con la mirada para lograr que el falso Rodríguez se conmoviese. Enseguida me hizo saber que la persona que tenía enfrente era el Rapfa que buscaba. De un bolsillo de su camisa Dolce & Gabbana sacó una llave para abrir el candado que protegía la entrada, dejándola abierta.

—¡Me caíste bien, entra! — Dijo, y yo estuve en silencio, en realidad no supe que decir, o si era o no prudente decir algo, solo lo miré queriendo hallar la cicatriz del verdadero Rodríguez, pero la búsqueda fue inútil. Le brindé una sonrisa para halagarlo y dejarle saber de alguna manera mi agradecimiento por el buen gesto. A partir de ahí, me dejé guiar.

Anduvimos por un costado de la casa, las ventanas también estaban cerradas. Llegamos al traspatio donde abundaban matas de mangos y otras de guayabas. Por nuestro lado se cruzaron un par de jóvenes. Noté que en los ojos llevaban rastros de pintura, uno de ellos detuvo la marcha para acuclillarse y acordonar sus Converse. Sin mucha formalidad se despidieron del falso Rodríguez, preguntaron si la puerta de entrada estaba abierta y se perdieron, ignorándome.

Llegamos a una puerta. El falso Rodríguez deslizó una mano por mi cintura, provocándome una ligera sensación de cosquilla en el ombligo, casi me exito. Con un leve empujón la abrió, entramos por una cocina, desde allí se veía parte de la casa. El fregadero estaba atestado de loza sucia. El lugar olía a orine y el olor se entremezclaba con la fragancia de un perfume caro. En la sala comedor no había nadie, el piso también sucio, con colillas de Hollywood por todas las esquinas.

«… A tus brazos caeré rendida, y aunque parezca grave para mi cura, tus labios paren, si muero por quererte vida mía, no pierdo la moral…

Era la misma música amorosa, programada en repeat, para ser escuchada una y otra vez. El falso Rodríguez decía algo con respecto al tema de la canción, gesticulaba, pero no pude entenderlo. Me fijé en los dos únicos sillones de mimbre de la sala, y en el mueble de tubos y vidrio donde estaba acomodado un televisor, y el equipo de música a todo meter.

Le dije que la canción era horrible, no me gustaba la letra, pero él no escuchó, o fingió no hacerlo.

«…Dame tu amor, dame tu agua de mayo, que ahora mi pecho es más fuerte que un rayo, y si me abandonas algún día, llévame mar adentro…

Se abrió la puerta de una habitación, fue rápido. Apenas alcance ver a un muchacho más delgado que yo sentado en una cama, guardaba alguna cosa dentro de un bolso, y con un trozo de paño se estregó los ojos para desmaquillarse. Tras él vi a otro hombre sin camisa de músculos exagerados, llevaba un piercing en cada pezón y una argolla en el ombligo. Había mucha luz allí dentro. Alguien los dirigía diciendo algunas palabras que no logré captar. Cerraron la puerta. El falso Rodríguez me condujo a un cuarto contiguo, era un lugar solitario donde las paredes parecían enormes libretas de escuela, todas estaban forradas de papeles coloridos. En una esquina vi una pequeña banqueta y encima prendas de vestir, todas de fantasía, confeccionadas con papel y cintas de casetes.

— ¡Quítate lo que llevas puesto, ponte cómodo, vengo enseguida!

La espera se convirtió en ansiedad, terminé cansado de mirar las mismas paredes y la ausencia de adornos. Sentí desconfianza, era un sitio raro, pero no tenía miedo, nunca tengo miedo de la gente, solo desconfianza. Me quité la ropa, menos el calzoncillo.

«…Andaba por el mundo con la fachada de un vagabundo, tenía que encontrarte hasta que un día pude encontrarte, si he sido forastero, y hoy no tengo tierra o mar a donde ir, llévame hasta tu boca, por tu cuerpo me quiero morir…»

Fue el último fragmento de canción que escuché. Hubo silencio, voces distantes que fueron extinguiéndose. El falso Rodríguez entró con una cámara fotográfica en mano. Ofreció disculpas por la tardanza, tuvo que esperar por el equipo único disponible para las sesiones.

 —Ya todos se han ido. — Volvió a disculparse, y se echó a reír como un niño, parecía haber llorado, tenía los ojos húmedos y enrojecidos.

—Olvidé las luces. — Dijo, y en solo minutos salió y entró unas seis veces. Finalmente trajo las farolas con focos enormes, y las encendió para encandilarme la vista.

—Enseguida te adaptas. — Me dijo, y así fue. Volvió a salir, volvió a entrar, por último, trajo una lata de refresco y me la ofreció. Sonriendo dijo que hacía mucho calor y el trabajo era extenuante. Del bolsillo trasero del pantalón sacó un lápiz de ojos y un espejito de fondo rojo.

—Toma, para que te pintes un poco, no tenemos base.

Me senté en la banqueta que cojeaba de una pata, tomé largos buches del refresco, hasta llegar al fondo. Dejé la lata en el piso. Maquillándome, miré al falso Rodríguez. Según decía, mis posibilidades de ser aceptado para aparecer en el calendario del 2020 eran amplísimas. Aunque teniendo en cuenta que era la primera vez en la historia que se hacía un calendario gay en Cuba, la cosa estaba apretadísima, ya habían desfilado más de quinientos machos con condiciones físicas envidiables. Pero lo de lo que no estaban informados la mayoría de los modelos era, que para los empresarios extranjeros que auspiciaban el proyecto, no eran interesantes los músculos, sino tipos de aspecto andrógeno. Modelos afeminados con cara de mujer. De ser aceptados representarían cada uno de los doce meses del año, ganarían mucha plata, más un contrato de trabajo incluido por el período de un año, para simple publicidad.

DOS

—Tienes cara de puta. —Tiró la primera foto, y lo miré como alguna vez quise mirar a Rodríguez. Sonreí con la mirada, y sin palabras dije: «aquí estoy Rodríguez, mira lo que sé hacer, cómeme Rodríguez». Pero el mulato no pasaba de ser el Rodríguez falso. Ni siquiera el tono de su voz se le parecía, y mucho menos tenía su inocencia.

—Cúbrete el rostro con una mano. —Tiro la segunda. —No tengas pena. — Su voz era un susurro. — Tienes unas piernas larguísimas. Tú podrías ser agosto, mírame así, vuelve a hacerlo, ponte esto en el cuello, te luce bien, así mírame, así está bien, así está mejor, no dejes de mirarme, saca la lengua, puta, muévela, vuelve a hacerlo, así está bien. Se me está parando la pinga. Eres agosto, no me quedan dudas, estoy seguro de que serás agosto.

Perdí la cuenta de las fotos, eran muchas. Al rato, el falso Rodríguez puso la cámara en el suelo.

—Tengo que salir a mear. — Dijo, y no supe que ocurría conmigo, comencé a tener somnolencia, no sentía sensaciones ni en las manos ni en las piernas. Por ninguna parte vi al falso Rodríguez, no supe discernir cuanto tiempo demoró en regresar, cuando apareció quise hablarle, preguntar si todo estaba bien, pero la lengua era una boa inmensa enredándoseme en la garganta. El falso Rodríguez se quitó la camisa.

— Ten-go-mu-cho-ca-lor. — Dijo.

— No-es-toy-bi-en. — Le respondí, recostándome a la pared que despedía un fortísimo olor a acetato. Repentinamente sentí unas manos acariciándome la cabeza y el cuello. Cuando volteé el cuerpo, le vi la cara, era el verdadero Rodríguez, pude sentir su olor. Y con nitidez aprecié el estigma en el lado izquierdo de su cachete.

— Quí-ta-te-la-ro-pa. — Eso pidió, y le deslicé un dedo por la cicatriz.

— E-so-no-me-gus-ta.

Fue brusco al romperme la ropa de papel y el calzoncillo. Me puso de espaldas metiéndome contra la pared. Con una de sus manos presionó mi cuello.

— Yo-no-me-lla-mo-Ro-drí-guez. — Lo reafirmó mordisqueándome una oreja.

— ¿¡Qué-ha-ces!? ¡No!

«…Contigo estoy rendida porque a tus brazos caeré rendida y aunque parezca grave para mi cura, tus labios paren, si muero por quererte vida mía no pierdo la moral, para tan bella muerte ya a tu lado puedo resucitar…»

nonardo perea: morir a los marilyn monroe
«Morir a lo Merilyn Monroe».

Volví a escuchar la misma melodía y estaba excitado. Un negro de aspecto juvenil entró al cuarto con una cámara de vídeo, bailando se acercó a donde estábamos y le dio dos palmadas en el hombro al falso Rodríguez.

—Te-gus-ta-la-fla-ca –ca-brón.

—Es-tá-ri-ca.

— ¡No-dé-ja-me! — Grité y me dieron un galletazo.

— ¡Cá –lla –te-so-pu-ta! — El falso Rodríguez comenzó a escupirse una mano y sobó la ranura de mis nalgas. Me lanzó al piso para ponerme de rodillas. Sentí la necesidad de anular los pensamientos, dentro de mí, dije: «no existo, no existo». Quise dormir, tener un sueño inmediato, pero no lo conseguí. Solo supe que en ese instante yo era un ser indefenso y que en algún momento todo tendría que acabar de alguna manera.

— Qué-cu-lo-más-ri-co.

El negro filmaba, y se complacía con una paja, tenía un rabo enorme. Con el pantalón a medio muslo caminó hasta donde estábamos, y se detuvo frente a mí.

— Má-ma-me-la. — Ordenó el muy singao, poniéndome el lente de la cámara casi dentro de la boca.

—¡No! — Grité, y con un jalón de pelo me alzó la cabeza para comenzar a zarandear su pinga en mi frente.

— ¡Es-tá-du-ra-ver-dad? — La metió en la boca.

«…Dame tu amor, dame tu agua de mayo que ahora mi pecho es más fuerte que un rayo, y si me abandonas algún día, llévame mar adentro…»

TRES

Rodríguez besa sin sentir repulsión, desliza algunos de sus dedos por mi espalda y con los labios pegados a uno de mis oídos, dialoga.

— Si supieras como te necesito, siempre te he querido más que a nadie, solo que no había podido decírtelo, por miedo, ya vez, sentir amor hace que hagamos cosas estúpidas. Te quiero.

Son frases cursis, de hombre que se apasiona por las telenovelas, pero son palabras que dichas por él resultan conmovedoras. Pienso que, si yo hubiese sido mujer, Rodríguez me habría querido de verdad. Y le pregunto, y él me responde que no, que yo estoy bien como soy, que lo físico queda fuera de todo, que la carne no es perdurable, que lo más significativo son las acciones; esa manera de pensar y de ser persona, todo lo demás es secundario y superfluo.

— Cualquier día de estos voy a irme a vivir contigo, vamos a estar juntos para siempre, y no me importa lo que diga la gente. — Eso dice, y soy feliz escuchándolo, soy el ser más dichoso de la Tierra, porque alguien como Rodríguez es lo que he ansiado encontrar.

— Pe-ro-no-me-gol-pe-es-así-coño. — Le digo casi sin escuchar mi propia voz, y no se detienen, me pegan en las nalgas con un cinturón, y gritan.

— ¡Ye-gua -ma-ri-co-na!

No digo nada, pienso en Rodríguez, y el dolor disminuye. El negro me escupe en los ojos. Al fin eyacula, después suelta un chorro de orine en mi cabeza. Continúa filmando, se huele la yema de los dedos y por la cara que pone no parece gustarle.

— ¡Leche! — Exclama, y se queda desnudo vacilando al mulato como tarda en venirse.

El negro se acercó otra vez y me plantó un pie en el centro de la espalda.

— Muévete, lo-ca. — Comienzo a escuchar con más nitidez, el efecto de la droga maldita va perdiendo su efecto. Me quedo quieto como un animalito, sin decir nada.

«…Si muero por quererte vida mía, no pierdo la moral, para tan bella muerte, ya a tu lado puedo resucitar…»

Cuando creí que todo estaba por terminar, comencé a sentir mucho cansancio, las piernas me dolían como si hubiese estado caminando durante tres días consecutivos. No quería dormir, no ahora. Pero fue imposible dejar los párpados abiertos. Dejé de oír la música, y le dije adiós a la vida.

CUATRO

Desperté con alguien a mi lado que insistía dándome palmadas en un hombro.

Era el falso Rodríguez, traía una bandeja en las manos.

— Aquí hay algo de comida, debes tener tremenda hambre, ya has dormido cantidad, son las dos de la tarde. Todavía debes estar cansado.

No dije nada, solo lo miré colocar la bandeja en la mesa de noche a un costado de la cama. Aparecí en otro cuarto, en este, las paredes no estaban tapizadas de papel, sino que de todas colgaban sendas cortinas de encajes blancos. Frente a mí vi un mueble de madera con televisor, y un DVD encima.

— Ayer estuviste espectacular. — Dijo, como si nada grave hubiese acontecido, su aparente tranquilidad me hacía verlo como un tipo cínico, posible asesino en serie suelto en La Habana, tuve deseos de irle arriba, para sacarle los ojos con el tenedor que estaba a mano, deseos de contarle con frivolidad lo que tenía pensado hacer cuando estuviese fuera de la casa. Los denunciaría con la policía, hablaría hasta por los codos de sus raros proyectos contrarrevolucionarios, mostraría el cuerpo del delito, que era yo mismo, violado y sodomizado a la fuerza. ¡Hijos de puta! ¡Perros de mierda! Eso quise gritarle, pero contuve mis impulsos, no podía hacer nada, al menos hasta no sentirme libre y seguro.

— Come algo anda, ya te guardé parte de las fotos en un CD para que te las lleves. Oye, estoy convencido de que tú vas a ser agosto. Me gustaron cantidad tus fotos, luces bien, eres buen modelo. Pero lo que más me gustó de todo fue el vídeo. — Dijo muy confianzudo, y alejándose de la cama se acercó al televisor, lo encendió, tomó el mando del DVD e introdujo un disco.

CINCO

«…Contigo estoy rendida porque a tus brazos caeré rendida, y aunque parezca grave para mi cura, tus labios paren, si muero por quererte vida mía, no pierdo la moral, para tan bella muerte ya a tu lado puedo resucitar…»

La imagen era nítida. En el vídeo aparecía yo, con música de fondo, imitando a la cantante, hacia un show en el que mostraba mis dotes histriónicas. Danzaba, hacia giros en el aire. Vueltas y más vueltas, como cuando era un chiquillo, y caía de bruces en el piso. Reía, estaba sin control, no podía dejar de reír.

— ¡Ven, nene! — Dije con voz de alcohólico. Con una mano hice una seña a alguien, conminándolo a que bailase conmigo. En poco tiempo me deshice del calzoncillo y de la falsa vestimenta.

El negro entró a bailar, se acercó para besarme, lo hizo más de una vez, yo estaba complacido. Él se desabotonó el pantalón y lo llevó hasta las rodillas. Nos unimos.

— ¡Está dura, ¿verdad? ¡Mámamela! — Exigió y sin titubear me prendí a su sexo, luego le mordí los muslos, pasé la lengua por su piel y terminé metiéndomela una vez más dentro de la boca, hice varias arqueadas, pero continué chupando, él satisfecho le gritó a alguien.

— ¡Te gusta la flaca, cabrón!

— ¡Está rica! — Se escuchó la voz. El falso Rodríguez entró al plano. Enseguida volví a la posición de antes. El negro seguía en la función del besuqueo, mientras el falso Rodríguez se ensalivó algunos dedos y me los metió entre las nalgas.

Muy excitado, miré al otro que venía entrando. Era un blanco musculoso de piercing en las tetillas y argolla en el ombligo.

— ¡Que culo más rico! — Dijo, con la boca hecha agua, apartando al falso Rodríguez que no opuso resistencia.

Me tendí en el suelo, y uno a uno fue poniéndose los preservativos para ir pasando por mi cuerpo. Al rato, apareció el muchacho más flaco que yo, y puso un pie encima de mi espalda.

«Morir a lo Merilyn Monroe».

— ¡Muévete, so-puta, yegua! — gritó, y se sacó el rabo para mearme la cabeza, lo hizo como si fuese un animal que marca su territorio para hacer saber lo que es suyo.

— ¡Golpéenme! — Les dije. Y el que filma hace un close up de mi cara sudorosa. Alguien da un manotazo en uno de mis cachetes, y no me quejo.

— Quiero sentir dolor. — Vuelvo a decirles. Y golpean, se ensañan con el cuerpo.

— Rodríguez, Rodríguez. — No paraba de balbucear el nombre. — Rodríguez, házmelo así Rodríguez, quiero que me lo hagas así…

SEIS

— ¡Quítame esa mierda! — Se lo pido en un tono molesto. El falso Rodríguez obedece. Hundo la cabeza en la almohada, lo hago para no ver ni escuchar los gemidos. El falso Rodríguez salió dejándome solo en el cuarto. Me sentí un suicida, tuve ganas de morir. Por mi cabeza transitaron miles de imágenes desagradables, quise abrirme la piel de las manos con los dientes para dejar de existir de una manera definitiva. Pero no lo hice.

Tengo que irme, huir de esta cama ajena, de este sitio. Es lo que pienso. Salir, recoger las fotos, el video, y olvidar el estúpido calendario, olvidar al mes de agosto, pensar solo en una cosa: Rodríguez. Pensar en él a mi lado, pensar en la cara de alegría y satisfacción que pondrá, cuando a vuelta de correo le envíe una carta, con la letra de una canción, y le adjunte un par de fotos, y una copia del video donde como una loca, grito su nombre más de cien veces.

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(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).