Poesía cubana | Georgina Herrera: “Una lápida para La Marquesa”
La escritura de Georgina Herrera, clara y directa, lleva en sí una fuerza poco habitual: aquella que le dan su origen y las tradiciones culturales de sus antepasados.

Desde la aparición de su primer libro, GH (Ediciones El Puente, La Habana, 1962), la poesía de Georgina Herrera no ha dejado de ganar adeptos. Su escritura, clara y directa, lleva en sí una fuerza poco habitual: aquella que le dan su origen y las tradiciones culturales de sus antepasados, pero también esa otra que nace de su propia libertad ante el pretérito, de su capacidad para mirar al presente desde una perspectiva en que confluyen los saberes ancestrales y la espontaneidad de una autora que ha aprendido a mirar sin ataduras ni ingenuidad. El poema “Una lápida para La Marquesa” se publicó inicialmente en la revista colombiana Perspectivas Afro.
Acompañan estos poemas de Georgina Herrera dos obras de la artista cubana Marcia Beatriz Díaz Amador. Nacida en La Habana, en 1959, Díaz Amador estudió una carrera en ciencias, pero su pasión por el arte la llevó, a inicios de los años noventa, a la pintura. Desde entonces ha participado en proyectos colectivos como Kaiowas y Pintores del Prado, y ha expuesto su obra en varias galerías cubanas. Su estilo, ecléctico y personal, se alimenta de corrientes pictóricas como el surrealismo y la pintura naif, pero su voluntad expresiva potencia el carácter simbólico de sus representaciones.
Una lápida para La Marquesa*
A quinientos años de ser fundada una ciudad se hace fuerte, amurallada tras historias a veces mal contadas, otras ocultas o borrosas. Ciudad hecha por hombres, para hombres. Los que te hicieron… ¿qué consejos te dieron? ¿Qué herencia te dejaron?
Quinientos ya.
Cerrada fecha de celebraciones, pero
tu historia pasa como
si no hubieras existido.
Por eso, busco una piedra,
un pedazo de mármol con tu nombre.
Yo te vi, te conocí, llegó a mi oreja
el ruido de tu voz como un susurro.
Por eso, ando por tu ciudad — sí, tuya—
buscando un sitio en el que esté tu nombre.
Esa es mi guerra, en la que me desangro.
Quiero saber, indago
si fuiste madre soltera, prostituta, virgen.
Mientras, aquí te guardo:
en el verso más triste y que más quiero
vas a estar siempre.
Alerta seas
en las generaciones por venir.
Aun más que eso, un recuerdo.
Sí. En el maltrecho título
que entre burlas y amores te pusieron,
nadie
olvide que además de Marquesa
fuiste, eres y serás
pobre, negra y mujer.
¡Que yo te salve!

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* La Marquesa, nunca supimos su nombre verdadero, era un personaje de aquella Habana que Georgina hace emerger desde sus recuerdos. La marquesa fue como el caballero de París o aquel hombre que se creía un automóvil y marchaba delante de todos los vehículos que, entonces, aminoraban la velocidad. Nadie supo cómo se llamaba, pero todos los chóferes de la ciudad lo respetaban y nunca fue atropellado. La marquesa solía pararse en la entrada del cine Radiocentro (hoy Yara). Vestida siempre a la moda de los años cincuenta, limpia y con una elegancia muy particular. Llevaba sombrero o boina, lo que le daba un aire único, además de una cartera y zapatos blancos ya gastados. Caminaba lentamente, no hablaba, nunca pedía limosna. Todos la respetábamos y no recuerdo a nadie que se burlara de ella. Aparecía y desaparecía… hasta que un día no la vimos más. Mi generación la recuerda con tristeza y con el dolor que nace del misterio que envolvió a aquella mujer… que de tan marquesa, nunca nos acercamos a ella. [Nota de Olga García]
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