Poesía estadounidense │ Dos poemas de Louise Glück
Con una mirada desprejuiciada y a ratos en abierta ruptura con las normas sociales, Louise Glück es una de las poetas más relevantes de las últimas décadas.

La terquedad de Penélope
Un pájaro llega a la ventana. Es un error
considerarlos solamente
pájaros, muy a menudo son
mensajeros. Por eso, una vez
que se precipitan sobre el alfeizar, se quedan
perfectamente quietos, para burlarse
de la paciencia, alzando la cabeza para cantar
pobrecita, pobrecita, un aviso
de cuatro notas, para volar luego
del alfeizar al olivar como una nube oscura.
¿Pero quién enviaría a una criatura tan liviana
a juzgar mi vida? Tengo ideas profundas
y mi memoria es larga; ¿por qué iba a envidiar esa libertad
cuando tengo humanidad? Aquellos
que tienen el corazón más diminuto son dueños
de la mayor libertad.
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Madre e hijo
Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.
Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.
Soñamos; no recordamos.
La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.
Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.
Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.
Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.
Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:
¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?

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Desde la publicación de Primogénita en 1968, la escritura de Louise Glück se inscribió en la línea de los poetas confesionales que, desde Emily Dickinson hasta Anne Sexton y Sylvia Plath, exploraba el universo íntimo de las propias emociones. Con una mirada libre de prejuicios y a ratos en abierta ruptura con las normas sociales, los primeros reconocimientos importantes le llegaron con el Premio del Círculo de la Crítica en 1985 por El triunfo de Aquiles, y el Premio Pulitzer en 1993 por El iris salvaje, uno de sus poemarios más influyentes. El Premio Nacional del Libro en 2014 y el Premio Nobel de Literatura en 2020, la confirman como una de las poetas estadounidenses más relevantes de las últimas décadas.
Se acompañan estos poemas de Louise Glück con dos obras de la artista Nell Blaine. Con una vocación definida desde su niñez, Blaine estudió en la Escuela de Arte de Richmond, en Virginia, antes de mudarse a Nueva York, donde se unió a los Artistas Abstractos de América y comenzó a exponer tanto en Estados Unidos como en Europa. En 1959 enfermó de poliomielitis y se vio obligada a usar una silla de ruedas por el resto de su vida. Había perdido la movilidad de sus manos y los médicos le dijeron que no volvería a pintar, pero con una voluntad férrea siguió trabajando. Su obra incluye tanto la pintura como el dibujo y el grabado. En 1980 fue elegida miembro de la Academia Nacional de Dibujo y en 1986 el Women's Caucus for Art la reconoció con su Premio por la Obra de la Vida.
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