Poesía rusa | Tres poemas de Marina Tsvietáeva
Reconocida entre los grandes escritores de su tiempo, Marina Tsvietáeva es una de las poetas más innovadoras en lengua rusa.

Es sencilla mi ropa
Es sencilla mi ropa,
pobre mi hogar.
¡Soy una isleña
de islas remotas!
¡Nadie me hace falta!
si entras —pierdo el sueño.
Por calentarle la cena a un extraño
quemaría mi casa.
Si me miras —ya nos conocemos,
si entras —¡quédate a vivir!
Es sencillo nuestro fuero,
está escrito en la sangre.
En la palma de la mano tendremos
la luna, si nos place.
Si te vas —es como si no existieras,
y como si tampoco yo existiera.
Miro la marca del cuchillo:
¿sanará antes
de que venga otro extraño
a pedirme agua?
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Libertad salvaje
Libertad salvaje:
Me gustan los juegos en que todos
son arrogantes y malignos,
en que son tigres y águilas
los enemigos.
Libertad salvaje.
Que cante una voz altiva:
“¡Aquí, muerte, allí —presidio!”
¡Luche la noche conmigo,
la noche misma!
Volando voy —tras de mí van las fieras;
y con el lazo en las manos me río...
¡Ojalá la tormenta
me haga añicos!
¡Que sean héroes los enemigos!
¡Acabe en guerra el convite!
Que solo quedemos dos:
¡el mundo y yo!
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El poeta
El poeta trae de lejos la palabra.
Al poeta lo lleva lejos la palabra.
Entre sí y no, por baches indirectos
de parábolas, signos, planetas,
hasta lanzándose desde el campanario
agarra un garfio, pues el camino del cometa
es el camino del poeta. Casuales eslabones
son su enlace. ¡Mirar las estrellas
de nada sirve! En el calendario
no se pronostican los eclipses del poeta.
Él es quien desordena los naipes,
falsea el peso y las cuentas:
el preguntón en el pupitre,
el que a Kant para el arrastre deja.
El que en el pétreo foso de la bastilla
es como un árbol que crece en su belleza...
aquel de huellas siempre desaparecidas,
el tren al que todos llegan tarde.
Su camino es el de los cometas.
El camino del poeta arde pero no calienta,
arranca pero no cría, estalla y se quiebra.
Tu camino es el de enredadas cabelleras,
no pronosticado en el calendario del poeta.
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Tras la revolución rusa de 1917, Marina Tsvietáeva vivió exiliada en Europa hasta que en 1939 decidió regresar a la Unión Soviética para reunirse con su marido, el poeta Serguéi Efrón. Dos años después, Serguéi fue fusilado por traición y su hija Ariadna, también poeta y artista, internada en un gulag en la Siberia. Marina, que había sobrevivido hasta entonces excluida de la vida literaria de su país, fue trasladada a la ciudad de Yelabuga, donde se suicidó en agosto de 1941. Su obra, considerada una de las más innovadoras en lengua rusa, se reconoce junto a la de otros grandes poetas de su tiempo, como Ajmátova, Pasternak y Mandelshtam, con quienes compartió la amarga suerte del ostracismo.
Acompañan estos poemas de Marina Tsvietáeva, traducidos por el escritor cubano Severo Sarduy, dos pinturas de la artista rusa Aleksandra Ekster. Graduada en la Escuela de arte de Kiev, en 1906, Ekster fue pintora, ilustradora, diseñadora de vestuario y una figura muy visible del arte en la Rusia de inicios del siglo XX. En 1914 participó en el Salón de los Independientes de París y en la Exposición Internacional Futurista de Roma. En 1924 emigró a Francia, donde continuó su carrera hasta su muerte en 1949. Su obra está valorada como una de las más experimentales de la vanguardia europea.
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