Crónica | Venezuela, mon amour

“Vamos a irnos a Colombia la próxima semana”, “vamos a ir a Estados Unidos”, “vamos a irnos”, “vamos a irnos”… Son algunas frases que escuchaba, más que frases, gritos, aullidos de desesperación...

Imagen de aeropuerto en Venezuela
Collage con el piso del aeropuerto de Maiquetía obra de Carlos Cruz Diez. Imagen: David Alejandro Dias Santana

Venezuela fue el país que me vio nacer. Recuerdo el comienzo de la década del 2000 como una primavera eterna, en donde las cigarras y los grillos me deleitaba con su hermosa música. Ese es uno de los mayores recuerdos que tengo de mi tierra madre. Lo único que no fue dañino fue la naturaleza. Nunca he visto a una guacamaya engañando a otra, un perro cometiendo asaltos, y ningún chigüire siendo intolerante.

Los chigüires son los animales más sabios que pudo haber concedido la Diosa Deméter. Nunca los he visto dañar a otros seres de diferentes especies, más bien, se ayudan y han creado un ambiente cooperativo que uno desearía tener en la sociedad humana. Como autista me pregunto: ¿por qué el ser humano se hace tanto daño? ¿por qué nos dividimos, ideologías que buscan la homogeneidad forzada, pero que nunca buscan la inclusión, la vida en paz?

Los chigüires o capybaras son roedores gigantes, su origen proviene aparentemente de la región del río Paraná. Se encuentran en peligro de extinción ya que su carne es muy apreciada como plato navideño. Como chigüires se nombran en Venezuela a las personas faltas de entendimiento y fácilmente manipulables.

«La política estaba en todos los sectores de la sociedad, era imposible escapar»

Mi niñez en Venezuela estuvo influenciada por la política. Recuerdo los programas de la televisión pública como campañas de Chávez en donde siempre se le veía hablando de la “burguesía” o del “imperio yanqui”. Siempre como una especie de Mesías, al que debíamos venerar. El expresidente de Venezuela Hugo Chávez me provoca más sentimientos de lástima que de odio. Chávez fue un hijo de la ira, todos sus mensajes eran destructivos, nunca intentó entender el valor de lo diferente, las múltiples posibilidades en que las personas pueden expresarse. Tristemente moldeó el país a su imagen. Como todo dictador que se aprecie (sin importar su ideología) intentó transformar al país a su visión del mundo, ya que un lugar sin diversidad estará atrapado en una visión miope del mundo y todo será fácilmente controlable.

Llegó un momento en que mi familia se obstinó de los discursos de Chávez y compró un paquete de canales privado, pero a pesar de eso, la política estaba en todos los sectores de la sociedad, era imposible escapar.

En mi colegio en ciencia sociales estudiamos la historia de Venezuela, mi profesora siempre resaltaba la importancia de la cultura, nos hacía incentivar el pensamiento crítico.  Nos hacía leer libros de fantasía, para que pudiéramos desarrollar nuestra imaginación. Ella también nos mostraba la realidad del país y sus problemas y en sus palabras siempre latía la fe en que un futuro mejor podría ser posible. La empatía fue un rasgo que aprendí de ella. Cada vez que salíamos de clase mi familia me llevaba a la casa, y en el trayecto veía a la gente en la calle comiendo de la basura, y lo que más me aterraba eran sus ojos; una mirada muerta en donde la esperanza murió. De acuerdo con Encuesta sobre Condiciones de Vida (ENCOVI) en el año 2017 la pobreza extrema en la población venezolana fue de 87%, y lo que vi y experimenté me lo reafirma. Mi familia vivía con menos de 20 dólares al mes.

Después de morir Chávez, la noche continuaba

«Muchos tenían esperanza de que hubiera un cambio a una democracia, pero no fue así. La noche continuaba.»

Y así transcurrió mi infancia y adolescencia: colegio y casa, casa y colegio. Hay años de bachillerato que no me acuerdo por los monótonos que eran. Lo que si recuerdo fue cuando murió Chávez en el año 2013. Fue la noche más silenciosa que he oído jamás. Mi familia y mis amigos estaban sumamente asustados debido al vacío del poder que dejó Chávez, muchos tenían esperanza de que hubiera un cambio a una democracia, pero no fue así. La noche continuaba.

Las calles de Caracas estaban calladas, las bolsas de plástico volaban por las calles como si estuvieran en una película de Sergio Leone. Los teléfonos sonaban cuando en las televisiones de todas las familias estaba Nicolás Maduro, el vicepresidente en ese momento, anunciando el fallecimiento del mandatario. Chávez antes de morir, como si de un reinado se tratase, dejó como sucesor a Nicolas Maduro. A partir de ahí Venezuela se fue cuesta abajo sin freno.

La crisis económica de Venezuela empezó de verdad en el año 2014, recuerdo cuando a mi padre le pedía papas Pringles en el mercado y me decía que “no había”. El “no había” pasó de productos pequeños a escalar a cosas de primera necesidad. Grandes colas se forman a las afueras de los supermercados, y he visto varias peleas por productos básicas como puede ser la leche. “Ese es mi puesto”, es “mío” son algunas de las frases que oía en las filas. Son frases que me resuenan. Y resuenan las causas que las hacen pronunciar. Junto a la escasez de comida e insumos, la escasez de libertad.

Mi familia soportó esto hasta el año 2018, hasta que todos en el seno de mi familia dijimos “basta”. Mi padre era profesor de un liceo público, y siempre lo he valorado porque ayudó a mucha gente a buscar su camino en la vida. En el caso de mi madre trabajaba vendiendo productos médicos. Recuerdo a mi madre participando en las grandes colas, yo la acompañaba y escuchaba las quejas y la pérdida de esperanza del pueblo venezolano.  “¿Hasta cuándo?”, “vamos a irnos a Colombia la próxima semana”, “vamos a ir a Estados Unidos”, “vamos a irnos”, “vamos a irnos” … Son algunas frases que escuchaba, más que frases, gritos, aullidos de desesperación.

Mi padre vino del liceo con una cara tan pálida como la leche y nos dijo a mi familia “tenemos que irnos”. El gobierno chavista se había apropiado del liceo. Nos quedamos sin palabras. Pero ya sabíamos que no habría seguridad. Había que irse. Pasó una serie de sucesos que no cuento, pero solo imaginen a cómo sabe el miedo. Luego de mucho esfuerzo, logramos recaudar el suficiente dinero para comprar los pasajes.

Emigración venezolana, según ONU emigración

«La actual situación política y económica de Venezuela ha provocado una afluencia sin precedentes de personas migrantes y refugiados en toda la región de América Latina y el Caribe. En junio de 2024, más de 7.77 millones de venezolanos se encuentran fuera de su país de origen, siendo el segundo mayor desplazamiento del mundo. La mayoría de los migrantes y refugiados de Venezuela residen en la región (6.59 millones en junio de 2024).
Entre los mayores países de acogida están Colombia (2.9 millones), Perú (1.5 millones), Brasil, Ecuador y Chile. Luego de la pandemia, hay un aumento de la xenofobia y la discriminación hacia los venezolanos, motivada por una errada percepción de mayor competencia por puestos de trabajo, criminalización y temor a la propagación del virus.»

El aeropuerto de Maiquetía en el estado Vargas (a treinta minutos de Caracas), es un sitio muy particular, las baldosas del piso fueron hechas por el artista venezolano Carlos Cruz Diez, con franjas de colores azules, rojas, amarillas y negras daban la sensación de estar en una película de Stanley Kubrick, todo venezolano que emigre se toma fotos con el famoso piso del aeropuerto.

Aeropuerto "Simón Bolívar", en Maiquetía.

El lugar no ha recibido el mantenimiento adecuado, los aires acondicionados no fusionaban, haciendo del espacio un horno dantesco que profundizaba la aprensión de la partida. Después de pasar horas cruzamos los controles fronterizos y logramos montarnos en el avión. Cuando cruzamos las barreras de nubes me dormí: ¿la pesadilla había terminado?

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