Entrevista | Laritza, 'unstoppable'
Laritza Diversent: “Siempre entendí que lo que me estaba pasando a mí , por más que yo me esforzara —una carrera universitaria y todas esas metas que me puse— no era mala suerte, eso era el sistema”.
¿Tú sabes lo que es ser la única universitaria en tu familia? Laritza Diversent Cambara, fundadora y abogada de Cubalex, sí lo sabe.
Algunas de las conversaciones que tenemos las mujeres negras cubanas, entre cafés, vinos o cervezas, son alrededor de cuánto hemos tenido que construir para llegar al lugar en que estamos ahora.
Pero no confundir.
No estamos llorando miseria.
Estamos mostrando, como guerreras, las cicatrices que hemos ganado después de muchas batallas.
“Recuerdo cuando tenía 10 o 12 años, mi mamá tenía que coger una parcela de un campesino y chapear para ganarse 60 pesos y poder darnos comida. Una mujer, como mi mamá, con discapacidad, que no tuvo la oportunidad de estudiar, los únicos trabajos que le aparecían era recogiendo las basuras en las áreas verdes o buscando este tipo de trabajo. Yo quería una vida diferente para mi mamá. Por otro lado, veía a mi papá trabajar tan duro”, Laritza empieza contando de solo dos de las heridas que la endeudaron para toda la vida con el resto de la humanidad, porque a la defensa de los derechos humanos no se llega sin haber rozado aunque sea un poco el calvario que generan las dictaduras.
“Cuando a mi papá, mis hermanos lo pusieron en un asilo, todo lo que vi relacionado con las personas de edad que tienen discapacidad psicosocial como mi papá, que tenía Alzheimer, fue el maltrato y la violencia que tienen que sufrir, el desamparo en las propias instituciones del Estado. Pero es que mi papá trabajó toda su vida y tenía un retiro, y al final el propio sistema por el que él luchó lo estaba matando de hambre. Como tenía Alzheimer, no pedía comida, no pedía agua, pues ahí lo dejaron deshidratarse, casi al punto de la desnutrición”.
La otra deuda que siente que tiene es con uno de sus hermanos.
“A mi hermano, que si bien se decía que tenía retraso en el aprendizaje, le pusieron en una escuela de conducta, porque además era intranquilo. Lo más fácil era pasarlo para una escuela de conducta y la violencia que se vive en esos centros es tanta que a día de hoy mi hermano es un inadaptado social”.
La ley del barrio
“A mí me gustaban las matemáticas. Mi idea era hacerme ingeniera, pero luego cuando terminé el preuniversitario había carreras solo para el 0.5% de los estudiantes y yo no quería optar por pedagógico. Decidí hacer las pruebas de ingreso por concurso, pero ya luego salí embarazada”, otra se hubiera rendido porque la maternidad en condiciones de pobreza extrema no es ni fácil ni romántica por lo que esperó a que Jonathan, como se llama su hijo, cumpliera 1 año de nacido para internarse en una biblioteca pública en Víbora Park y sacar las pruebas para entrar a la universidad.
“No sé cómo decidí que estudiaría derecho si lo que me gustaban eran las matemáticas. Creo que fueron un poco las circunstancias personales, el barrio donde nací y mi crié”, aunque después, mientras estudiaba estas mismas fueron las razones que la llevaron a sentirse muy decepcionada.
“Nací y me crié en Arroyo Naranjo, el cuarto municipio más poblados del país donde la mayoría de los barrios están marginalizados: Reparto eléctrico, El Calvario no tanto, que era donde yo vivía cuando me casé; pero Mantilla, Párraga, Fraternidad, La Güinera. El trapicheo era muy grande. Estaba el que se sentaba en la esquina diciendo: ‘aquí, a ver si cae algo’; los juegos ilegales. Mi mamá jugaba a la bolita que es un juego prohibido y criminalizado. Era una hipocresía muy grande porque también estaba la finca Alcona que ahí la gente sí jugaba de verdad” y lo dice porque esta propiedad del comandante de la revolución Guillermo García se dedicaba a la cría y pelea de gallos por dinero cuando este era uno de los juegos más perseguidos en toda la isla.
Entre las diferencias “de para unos sí y para otros, no” y lo que la gente le iba contando: “me pasó esto, tengo un problema laboral o tengo un problema” empezó a percibir que una cosa era lo que decía la Ley y otra cosa era lo que se aplicaba aunque le gustara la carrera.
Se comenzó a preguntar cómo iba a ser de jueza contra quienes le vendían la carne en el mercado negro si su hijo se enfermaba.
“Al año Jonathan tuvo anemia y necesitaba comer fibra para subirle la hemoglobina y todo lo que necesitaba estaba en el mercado negro. Debí graduarme en el 2006 y no hice la prueba estatal porque no quería sentirme hipócrita y tener que sancionar a quienes yo le tenía que comprar la carne, el aceite o el jabón para mi hijo. A mí me iba a tocar el tribunal municipal, los delitos menores: acaparamiento, especulación”, que son los crímenes más frecuentes por los que la gente de barrio termina en la cárcel.
Por esa situación no solo tendría que pasar Laritza al graduarse sino que pasan todos los jueces y fiscales cubanos.
“Ellos tienen que comprar en el mercado negro, lo que tal vez lo hace la madre, el tío, no lo hacen personalmente, pero tienen que comprar en el mercado negro. También como yo salí embarazada, empecé 3 años después y los que estudiaron conmigo en el preuniversitarios ya estaban en tercer, cuarto, quinto año y me iban contando sus experiencias. A los fiscales los ponían en el mismo municipio donde ellos vivían y los habían golpeado, atacado, porque los fiscales ni los jueces tienen como los policías un uniforme y un arma, pero son los que solicitan años de prisión”, Laritza se cuestionó desde entonces qué tipo de justicia se impartía en un país en donde se tiene que vivir desde y en la ilegalidad.
Cuando empezó la Universidad ya estaba casada y tenía un hijo, pero fueron “muchas” las veces que “tuve que dejar de ir a la escuela para salir a vender pinturas de uñas. Si a mí me hubiera agarrado la policía mientras estudiaba derecho hubiera sufrido la misma suerte de otras mujeres, pero tenía que sobrevivir porque mi hijo no tenía zapatos, porque yo no tenía zapatos ni ropa para la universidad. Siempre me decía: ‘esto es circunstancia, lo importante es que me gradúe, me gradúe, me gradúe’”, mientras pensaba cómo ejercer haciendo algo medianamente justo.
Unstoppable
“No tenía nada que perder. Yo vivía peor que las cucarachas, vivía en un cuartucho que ni te voy a contar, así que, ¿qué iba a perder yo?”, para empezar ganó la oportunidad de expresarse libremente aunque hubo consecuencias.
“Siempre entendí que lo que me estaba pasando a mí , por más que yo me esforzara —una carrera universitaria y todas esas metas que me puse— no era mala suerte, eso era el sistema”.
Finalmente se documentó bien y regresó a la escuela de derecho a hacer la prueba estatal porque si se tenía que enfrentar a algún proceso, debía tener la posibilidad de defenderse a sí misma. Como único podía lograrlo era graduándose. Asumió el gran reto de pagar el servicio social sin tener que enfrentarse a lo que tanto temía que era juzgar a sus vecinos.
“Soy una mujer poderosa como la canción de Sia: invencible y poderosa. Siempre trabajé con metas. Mi meta cuando estaba en la secundaria era coger la Escuela Vocacional Lenin y estudié. Después mi meta fue entrar en la Universidad, salí embarazada, pero quería coger la Universidad, quería estudiar. Y después graduarme. Cuando empecé con el tema de los Derechos Humanos y la abogacía, era un campo bastante vacío dentro del activismo, y me propuse estar entre las mejores en el tema de los Derechos Humanos sobre Cuba”, y lo ha logrado porque sigue invirtiendo horas nalgas, como decimos los cubanos, en estudiar, documentar casos, ayudar a la gente y en superarse.
Cuando empezó tuvo que alfabetizarse porque la generación Millenial, a la que dice Laritza pertencer, en Cuba no tenía acceso ni a Google.
“Tuve mi primera computadora con 28 años. Hoy tecleo super rapidísimo porque me tuve que poner horas extra con un programa de typing a aprender a mecanografiar porque de momento estaba en American University y yo mirando a todo el mundo y yo: ‘¿por qué estoy perdiendo tanto el tiempo?’”, y es que anotaba a mano mientras el resto resumía en sus computadoras y se puso esa meta para que nadie pudiera hacerle un cuento sobre Cuba o sobre su área de trabajo.
“Yo tenía una maquinita de escribir, una Royal, y ahí era donde yo hacía mis artículos e iba a casa de otro periodista que era quien me los pasaba”, cuando tuvo su primera PC tuvo que aprender también sobre seguridad digital.
Y el machismo rondando. Más lo de ser una mujer negra resiliente pero que aún debía aprender a manejar su primer teléfono, una computadora, conectarse a internet. Su primera vez para todo fue a los 28 años.
“Todo eso fue una novedad para mí. Viajar por primera vez me dio mucho miedo. Yo miraba lo que hacían los demás para imitarlos”, eso llegó con la represión, el acoso y la intromisión en su vida privada de la Seguridad del Estado.
“Soy una mujer poderosa porque me he sacrificado mucho, le he dedicado muchísimo tiempo a estudiar, a superarme, con mucha sensibilidad, sobre el tema Cuba”.
El camino
“Si no hubiese tenido todas las experiencias de vida que tuve no creo que hubiese llegado hasta aquí. En el momento en que quería hacer cambiar mis circunstancias ni siquiera sabía lo que era los derechos humanos. Lo aprendí en el camino y eso sí condicionó mi forma de ser, mi vida”.
“Yo también tuve comportamientos dictatoriales, comportamientos discriminatorios con determinados grupos. Entender de que yo estaba discriminando también pasa por ese aprendizaje. Ser defensora de Derechos Humanos me ha hecho mucho más humana”, contrario a lo que siente que está pasando en Cuba donde la deshumanización ha llegado a ser la orden del día.
Y Laritza pone ejemplos concretos.
“Tú sabes lo que es ver a una persona que no está en sí y dejarla que no coma, que no tome agua. Es algo que yo no podría aunque cuando terminé la carrera no tenía la conciencia que tengo ahora”, cree que ha logrado unir dos caminos que no siempre son fáciles de juntar: las deudas familiares con el trabajo que se ha convertido en una suerte de reivindicación.
“Mi papá no podía en la situación en la que estaba denunciar ni hacer nada. Mi hermano no entiende todavía que él fue víctima del sistema, lo intentaron reeducar y lo que hicieron fue todo lo contrario. La historia de él no es la única. La he visto reflejada en muchas personas. La de mi papá es hoy la de muchísimas personas adultas mayores que están en asilos, casas de hogar” y aun recuerda la peste a orina que sentía desde la calle cuando pasaba por un hogar de ancianos que había en la esquina habanera de Acosta y 10 de octubre.
“¿En qué condiciones estaban esas personas que estaban ahí? ¿Nadie las estaba cuidando? Lo mínimo que tú puedes hacer con una persona es garantizarle la higiene.
Con denunciar lo que lo que pasó a mi papá, lo que vivió mi mamá o la experiencia que tuvo mi hermano en ese sistema educativo, no solo estoy reivindicando lo que le pasó a mi familia, sino también a todos los que están viviendo esas experiencias”.
“Todo eso tiene un poco que ver con el trabajo de Cubalex. Nosotros además de dar asistencia, elaboramos informes sobre situaciones de grupos vulnerables. Cada uno de las cosas que me ha tocado vivir pasan por Cubalex: las personas con discapacidad y el tema de las mujeres negras porque yo soy una mujer negra y me ha tocado sufrir acoso y violencia por ser negra”.
La libertad cuesta
“La primera vez que la seguridad llega a mí, es a través de mi papá que ya le habían dado dos derrames. Mi papá estaba en unas circunstancias difíciles y la seguridad del estado lo utilizó”, y cuenta sobre otro tipo de deshumanización, la del represor.
“Hubo amenazas a mi hijo en la escuela e incluso hubo una intromisión dentro de mi matrimonio. Citaron al padre de mi hijo para decirle que tenía que ponerse los pantalones, que tenía que ponerse duro”, lo dice y certifica con su testimonio que los métodos de la seguridad del estado en Cuba están en función de perpetuar el machismo, el patriarcado.
“¿Cómo yo voy a hacer lo que me dé la gana? Yo tengo que hacer lo que diga él. Y estando acá me pasó con mi mamá. Es como si nunca pudiera tener la libertad de decidir por mí misma, lo que yo quiero hacer ni ser responsable de mis actos”.
“Por eso estoy aquí, pero sobre todo por la protección de mi hijo, que ese momento estaba llegando la mayoría de edad y era mi punto más débil”, se volvió un reto cómo mantener a salvo de Jonathan de vivir la experiencia de la cárcel después de llevar 6 años escuchando llamadas telefónicas, leyendo cartas de reclusos sobre los tratos y las condiciones dentro de la cárcel.
“Mi trabajo si me lo quitan se llevan una parte de mí. Mi hijo si me lo quitan, me vuelvo loca. Ni mi hijo ni yo debíamos pasar por ahí. Sigo trabajando desde aquí, porque si el patriotismo era inmolarse, entonces no soy tan patriota”, aunque ni viviendo en los Estados Unidos ella está libre de riesgos.
“El trabajo que nosotros hacemos si bien no es tan conocido por toda la sociedad, sí hacemos bastante incidencia. Y es evidente, porque si yo estoy acá y estaban acosando a mi mamá allá en La Habana, es que les sigo molestando. Reconozco que soy una mujer poderosa por el trabajo que hacemos en Cubalex también”.
“Todavía siento de que no estoy cómoda. Vivo en libertad y la disfruto. Por mi trabajo no siento que esté exenta de riesgos pero son riesgos que estoy dispuesta a asumir. Sería una depresión muy fuerte si dejara de hacer mi trabajo porque yo quiero que Cuba cambie”.
María Matienzo
La Habana (1979). Escritora. Realiza la columna de opinión «Mujeres de Alas», en la Revista Alas Tensas. Ha colaborado como periodista en medios y revistas como Cubaliteraria, Havana Times, Diario de Cuba, El Tiempo en Colombia, Hypermedia Magazine, Programa Cuba y Connectas. Sus reportajes han sido publicados en una compilación de ediciones Samarcanda, España, bajo el título Apocalipsis La Habana (americans are coming). En el 2020 publicó la novela Elizabeth aún juega a las muñecas (Editorial Hurón Azul) y el libro Orquesta Hermanos Castro: la escuelita, sobre la historia musical olvidada (Unos & Otros Ediciones ). Fue reconocida por la Fundación Internacional para las Mujeres en los Medios (IWMF) como Women Journo Heroes. Sus reportes sobre la vida cotidiana de las cubanas y los cubanos se pueden encontrar en el diario CubanetNews.
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