Crónica ⎸¿Sabrá la FMC qué realidad viven las madres cubanas?

“¿Sabrán en la FMC que es imposible para la mayoría de las madres cubanas mantener las necesidades básicas de un niño, como darle de comer, comprarle mochila, ropa y zapatos?”

madres cubanas
Foto: Openverse

Los niños

Uno de esos días en que trabajé hasta tarde, que a la salida implicaba entonces esperar más de las acostumbradas dos horas la ruta 27, se apoderó de mí un tremendo agotamiento cuando logré abordar la guagua. La satisfacción de haber clasificado, como se conoce a la oportunidad de viajar sentado, fue doblemente indescriptible, tomando en cuenta lo repleta que venía. En tales circunstancias, con tal agotamiento, lo mejor que me pasa es que no puedo pensar, me quedo atenta observando sin enjuiciar, sólo miro, y, me coloco empáticamente en el lugar de otros.

La imagen era tan sensorial que pude sentir sueño, hambre, cansancio y más, pero no el mío, sino el de esos niños”.

Dos niños robaron toda mi atención, venían dormidos. Reclinados hacia adelante y apoyado uno en las piernas del otro, parecían una tierna escultura. Por el color de sus pañoletas, todavía prendadas sobre sus hombros, estaban en diferentes grados de primaria. La escena evidenciaba que no habían llegado a sus casas desde que salieron de la escuela. Sus rostros, completamente relajados, daban deseos de ir y arroparlos con cariño, pedirles a las personas que hicieran silencio para no molestarlos y apagar la luz de la guagua, como si se tratara de una lamparita de noche.

La escena me resultó totalmente descontextualizada, y comencé a especular si estarían solos o con algún familiar. ¿De dónde vendrían? ¿Por qué estaban fuera de sus hogares a esta hora? Pero la imaginación no se despertaba esa noche para responder racionalmente a ninguno de esos cuestionamientos. La imagen era tan sensorial que pude sentir sueño, hambre, cansancio y más, pero no el mío, sino el de esos niños.

Una madre

Cuando la guagua casi terminaba su viaje, una mujer reconoció y saludó a su vecina que venía en el asiento delantero al de los niños. La vecina andaba con su pequeña en brazos, y comenzó a contarle que a esa hora era que regresaba del trabajo, aun con la niña enferma. No podía faltar porque era la única especialista en su oficina, ya que, de cinco plazas para atender al público, sólo estaba trabajando ella. El resto del personal se había ido del país, y, por desgracia yo no puedo aspirar a eso, dijo ella. Luego aseguró que, si perdía esa plaza, mejor se tiraba en el Almendares.

“Fue triste entender que la aceptación que había en sus ojos develaba una vida sin más futuro que el que sus fuerzas le permitieran para afrontar la crianza de sus tres hijos”.

La mujer le propuso ayudarla para bajar, y ella le fue pasando una cartera, un bolso pesado y dos mochilas escolares. Ahí fue donde colmó mi asombro, pues, además de la narración de sus circunstancias, descubrí que los dos pequeños que venían vencidos por el sueño en el asiento trasero, también eran sus hijos. No podía dejar de mirarla mientras los despertaba con ternura. Su serenidad procedía del mismo cansancio multiplicado muchas veces. Fue triste entender que la aceptación que había en sus ojos develaba una vida sin más futuro que el que sus fuerzas le permitieran para afrontar la crianza de sus tres hijos. Ese sólo pasaje me dejó cavilando en el resto de su vida, en cómo sería el día a día de esa mujer y sus vástagos.

Al bajarme de la guagua no paraba de pensar en la abnegación de aquella madre, cuando se me acercó una mujer que también viajaba en la 27. Me preguntó para dónde yo iba, y, como se dirigía en mi misma dirección, me propuso hacernos compañía, por lo mala que estaba la calle. Eso me pareció bien y continuamos andando. La mujer no paraba de hablar, no sé si por ansiedad situacional o porque era parte de su naturaleza extrovertida.

“La federación marcha bien”

Sin hacerle una sola pregunta, en el trascurso de siete cuadras, me enteré que no era de La Habana, y que vivía en una casa de visita, en el quinto piso de un apartamento de micro-brigada. Trabajaba en la FMC, y me contó que estaba llegando muy cansada del trabajo, pero muy preocupada, porque esa noche se había tenido que ir antes de finalizar una reunión de rendición. Que desde la mañana estaba corriendo de un lado para el otro entregando informes, actas y trabajos para un evento.

De la nada soltó un slogan con visible orgullo. “La federación marcha bien”, dijo, acotando que se trabajaba mucho y, como el carro estaba roto, todo lo tenían que hacer por sus medios. Siempre poniéndose de acuerdo entre las muchachitas para no andar solas, porque la calle estaba muy mala, repitió. Cerca del lugar donde debíamos separarnos, me agradeció por la compañía. Me aclaró que no tendría pérdida para llegar, porque había recorrido todos estos edificios con los compañeros de la circunscripción y las federadas, trabajando con vistas a organizar el congreso… Para finalizar aquella monserga, dando por sentado que vivíamos en el mismo plano terrestre, cerró con un “bueno, tú sabes…”.

La pregunta

Viéndola alejarse, me sentí atribulada. Parecía que mi noche se había cruzado con una realidad paralela. Estaba tan extenuada que no sabía si aquello fue real o resultado de mi agotamiento. Sin juzgar elementos que puedo desconocer, me atrevo a asegurar que a esa “compañera” jamás le pasaría por la cabeza debatir en sus reuniones de federada la situación de aquella madre ―que son miles de madres cubanas― con la que viajaba en la guagua.

¿Sabrán en la FMC que es imposible para la mayoría de las madres cubanas mantener las necesidades básicas de un niño, como darle de comer, comprarle mochila, ropa y zapatos? ¿De dónde sacamos el dinero para aportar a las escuelas y comprar ventiladores, productos de limpieza, los libros que antes se extendían gratuitamente, o para la actividad por el día del maestro? ¿Cómo comprarle diariamente una fruta o una confitura para merendar? Y cuando los fines de semana los llevas de paseo ―si es que se le puede llamar así a la tortura de abordar una guagua― ¿tendrán esas compañeras idea, por poner un ejemplo trivial, de cuánto cuesta una trompetica hecha con placa de rayos X?

“¿De dónde sacamos el dinero para aportar a las escuelas y comprar ventiladores, productos de limpieza, los libros que antes se extendían gratuitamente, o para la actividad por el día del maestro?”

Un dato básico es que apenas quedan parques en los barrios con columpios funcionando. Cada vez tenemos menos opciones, al tiempo que se necesita más dinero para malamente sobrevivir, mientras cruzamos los dedos para que los niños no enfermen. ¿Qué congreso de qué cosa estará ayudando a organizar esa mujer, cuando los índices de feminicidios van en aumento sin que exista una normativa legal que tipifique ese delito, sin hablar de otros derechos que a las mujeres nos son pisados de hecho…? Esa noche llegué a la casa más cansada que nunca. Haciendo una analogía con la naturaleza, pensé en los pulpos madre, que literalmente mueren cuidando sus huevos. Es tan hostil su entorno, que prefieren permanecer cerca para cuidar a sus hijos, aunque les cueste la vida.

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