Desigualdad de género y reducción de la natalidad
No se trata de incentivar a las mujeres para que tengan más hijos, sino de crear entornos sociales donde la maternidad no implique un sacrificio para ellas.
La reducción de las tasas de natalidad es una tendencia demográfica global con graves implicaciones para la sociedad y la economía en casi todos los países del mundo. Si bien la explicación más común apunta a dificultades financieras como la precariedad laboral y el alto coste de la vida, hay evidencias de la uno de los principales obstáculos para que las personas cumplan sus deseos reproductivos es la persistencia de las desigualdades de género en el ámbito doméstico.
Una tendencia global
Las estadísticas de las Naciones Unidas coinciden en señalar que la tasa de fecundidad cae drásticamente a nivel global. De un promedio de 5 hijos por mujer entre 1950 y 1955, el indicador ha bajado a 2,5 en la actualidad y continúa descendiendo. Cerca de la mitad de la población del planeta vive en países con tasas de fecundidad por debajo del umbral de reemplazo (2,1 hijos por mujer) y se proyecta que esta proporción alcance el 70% para el año 2050.
Esta crisis de natalidad no es, sin embargo, consecuencia del desinterés de las nuevas generaciones por tener hijos. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), ha advertido que la frustración de los deseos reproductivos ocurre incluso en los países con las tasas de natalidad más bajas, pues la mayoría de las personas en esos países quisiera tener dos o más hijos. De modo que el problema no es el deseo, sino las barreras estructurales que lo impiden.
La responsabilidad no compartida entre hombres y mujeres

Más allá de la inestabilidad económica, el gran obstáculo para que las mujeres decidan tener hijos es la abrumadora falta de una distribución equitativa de las responsabilidades en las tareas de cuidado y del hogar entre hombres y mujeres.
Claudia Goldin, Premio Nobel de Economía en 2023, ha puesto el foco en esta situación. Sus investigaciones indican que las mujeres que aspiran a carreras profesionales ven limitado su desarrollo personal al convertirse en madres, pues las normas sociales les imponen como un deber la mayor parte del cuidado de los hijos y el trabajo doméstico. Los datos son claros en este sentido: en la mayoría de los países desarrollados, las mujeres realizan más del doble del trabajo doméstico y de cuidados que los hombres.
Este desequilibrio impone una “doble jornada” que hace imposible conciliar la ambición profesional con la maternidad. Por eso, según Goldin, la natalidad no se recuperará mientras los hombres no asuman su parte de la carga, desde la planificación de los cuidados hasta fregar los platos.
Desigualdad de género como barrera estructural
El informe del UNFPA corrobora esta perspectiva, mostrando que las causas de la baja natalidad no son solo económicas, sino que también incluyen la desigualdad de género como un elemento fundamental. El 11% de las personas encuestadas por UNFPA indicó que las desigualdades en el reparto de las tareas lastran su capacidad para reproducirse.
En este contexto, la baja natalidad se entiende como una crisis de la libertad reproductiva. No se trata de incentivar a las mujeres para que tengan más hijos, sino de crear entornos sociales y laborales donde la maternidad no implique un sacrificio profesional o personal desproporcionado.
Para revertir esta tendencia, las políticas deben ofrecer ayudas económicas a las familias con hijos y licencias de paternidad/maternidad, pero también impulsar un cambio cultural más profundo que garantice la distribución equitativa de las responsabilidades entre hombres y mujeres, ayudando así a que las mujeres puedan realizar sus deseos reproductivos y profesionales sin tener que elegir entre ambos.
Cuba: la emigración y la crisis como factores clave

Aunque el descenso de la natalidad es una tendencia global multifactorial, donde tanto las condiciones económicas como la desigualdad de género inciden, el caso de Cuba tiene una complejidad única. En la isla, la baja fecundidad se combina con otros dos factores significativos: la grave crisis económica y la emigración masiva.
Cuba ha experimentado en los últimos años un envejecimiento poblacional comparable al de las naciones más desarrolladas, pero es obvio que este cambio demográfico no se debe a un inexistente desarrollo económico del país ni a que las expectativas de superación profesional de la juventud retarden la aspiración a tener hijos. Son, por el contrario, el drástico empeoramiento de las condiciones de vida y la falta de esperanzas de los jóvenes para realizar sus proyectos vitales los que inciden directa e indirectamente en el envejecimiento poblacional. Por un lado, la falta de los recursos imprescindibles para formar una familia y reproducirse disminuyen la natalidad, y por el otro, provocan el éxodo de un porciento muy elevado de la población joven.
La migración tiene un efecto doblemente negativo en la pirámide demográfica, porque quienes emigran suelen ser personas en edad reproductiva, lo que reduce el número de nacimientos y, simultáneamente, acelera el envejecimiento poblacional.
En 2024, según cifras oficiales, se produjeron en Cuba apenas 71.358 nacimientos, la cifra más baja desde que se tiene registro, al tiempo que se registraron 128.098 defunciones. También el saldo migratorio externo se ha vuelto profundamente negativo, con un estimado de 1.486.054 cubanos emigrados en el período 2021-2024. En ese escenario, el Estado cubano ha procurado impulsar la natalidad responsabilizando a las mujeres por no “parir lo suficiente”, pero sin implementar políticas sociales que apoyen a las familias.
Lo cierto es que la crisis económica, la precariedad de los servicios básicos y la incertidumbre hacen que, para las mujeres cubanas, traer una nueva vida al mundo sea un acto de coraje. La excesiva carga de labores domésticas que se le impone a la mujer es también un factor considerable en Cuba, lo que agrava aún más la situación.
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