¿Cómo construir una sociedad libre de opresiones para todes? 

"El feminismo busca sabotear el uso esencialista de la categoría mujeres, pues se trata, sobre todo, de una categoría política y no de una esencia".

Feminismo queer demandando justicia climática.
Feminismo queer demandando justicia climática. Imagen: Yelena Odintsova.

Comienzo este texto de manera intencional con lenguaje neutro: “todes”, para dejar explícito mi posicionamiento feminista, el cual se aleja de un “universal femenino” como centro de la lucha contra las opresiones de género. Suscribo que el feminismo no es exactamente un movimiento o una teoría sobre mujeres. Al mismo tiempo tampoco se trata de una renuncia a la categoría mujeres, pues muchas batallas feministas se han disputado a partir de este significante —mujeres—, en función de transformar situaciones de opresión que las alcanzan. Desde las pioneras sufragistas, hasta la lucha contemporánea de las mujeres por el derecho al aborto; por citar dos ejemplos. 

No obstante, lo más importante es que el feminismo busca sabotear el uso esencialista de la categoría mujeres, pues se trata, sobre todo, de una categoría política y no de una esencia como muchas insisten en afirmar. El propio movimiento feminista hace bastante tiempo ha venido desnaturalizando esa ilusión de que existe un sujeto universal, homogéneo al que podemos nombrar MUJER, y en torno al cual se organizarían todas las reivindicaciones feministas.

Discernir entre un uso político de la categoría mujer y un uso esencialista, es un punto de partida crucial para poder responder de forma rigurosa a la pregunta que aquí retomo: ¿Cómo construir una sociedad libre de opresiones de género, para todes?

No hay Manuales para hacer la Revolución, pero sí tenemos algunas pistas que son fruto de esa misma lucha. Una de esas pistas es la comprensión profunda acerca de qué es una opresión de género y de qué formas esta última afecta a varios sujetos enredados en el sistema de género. Imagine a un carpintero que quiere construir un armario, sin la menor idea de qué herramientas son idóneas para alcanzar esa meta. Algo similar pasa con la pretensión de querer contribuir con la construcción de una sociedad libre de opresiones de género y optar por herramientas (ideas) que distorsionan el logro de ese propósito. 

Por tanto, hay que comenzar por las herramientas: ¿ya se hizo la pregunta acerca de qué es una opresión de género?; ¿ya se hizo la pregunta acerca de qué es una opresión de género, saliendo del binomio simplista que establece:

  • MUJERES= eternas víctimas del patriarcado.
  • ¿HOMBRES= opresores?

Y digo que ese binomio es simplista porque si la complejidad del sistema de género pudiera reducirse a esa ecuación, bastaría con extinguir a los hombres para vernos libres de opresiones de género. La respuesta política que ese binomio simplista propone es un idílico matriarcado como solución. La salida de esa comprensión superficial del género y de las opresiones de género, exige, entre otras cosas, estudio. Y no digo esto por academicismo, o tal vez sí porque nadie está libre de reproducir lógicas dominantes, y yo no estoy inmune a ello. Pero el punto es que varias vertientes feministas han problematizado la supuesta universalidad del patriarcado, del sujeto mujer y el binarismo que implica pensar el género apenas a partir de las categorías MUJER versus HOMBRE. 

Por sólo citar dos ejemplos, tanto el feminismo lésbico (hello Monique Wittig que ya decía que las lesbianas no son mujeres) como el transfeminismo han ofrecido argumentos suficientes para salir de esa ecuación binaria y simplista. Ignorar las proposiciones feministas de esas vertientes (y de otras como el propio feminismo negro y los feminismos decoloniales) es mantenerse en la vieja fórmula de un feminismo liberal y eurocéntrico que entiende a la MUJER como un sujeto universal definida por un “sexo biológico”, eterna víctima del patriarcado, versus un HOMBRE entendido también como universal y definido como opresor a partir del genital con el que nace. En esa confusión de pene con falo (que no es lo mismo y por eso necesitamos estudiar), este género masculino estaría irrevocablemente siempre en el lugar de victimario. Delante de este escenario poco o nada podríamos hacer, a no ser extinguir a los hombres como a los dinosaurios. Solo que eso no es feminismo. Vale recordar aquí el bellísimo texto de bell hooks que ya cuestionó ese esencialismo, me refiero a “El feminismo es para todo el mundo”, disponible gratuitamente en Internet y que ayuda a orientar nuestro pensamiento y acciones acerca de qué entender como una lucha feminista. 

Las opresiones que sufren mujeres cisgénero son una de las capas que componen a ese sistema nocivo llamada género. Ejemplo de ello son el asedio callejero que objetifica mujeres cis, (también a las travestis, trans) y la inexistencia de leyes que regulen el derecho al aborto (recordando siempre que un hombre trans también puede ser gestante). Ciertamente mujeres cis ocupan un lugar inferiorizado dentro de ese sistema que nos convierte en blanco de opresiones, pero la historia no acaba ahí. Mujeres cisgénero también podemos oprimir personas trans y travestis, pues la transfobia es una opresión de género, promovida por esa jerarquía que coloca en el podio a personas que se identifican con el género que les fue designado en el nacimiento y criminaliza, patologiza y moraliza a personas género disidentes. Todo eso forma parte del mismo paquete e ignorar eso significa ser transfóbicas, y yo particularmente no veo cómo la transfobia puede ser parte del feminismo

«El feminismo es una ética, una política y una teoría en favor de la emancipación social«.

Cuando negamos o invisibilizamos otras identidades de género, estamos reforzando posiciones hegemónicas. Esto no es una cuestión de gusto —“ay yo no me ocupo de cuestiones LGBTQIA+”—; (todo bien, no tiene por qué ocuparse sobre todo si es una opción suya empobrecer sus análisis feministas y cualquier tipo de análisis social); sino que es una cuestión ética. El feminismo es una ética, una política y una teoría en favor de la emancipación social. El adjetivo social significa un interés por lo colectivo y no apenas por una de las posiciones que están imbricadas en ese sistema (mujeres cis y heterosexuales). Ya lo dice la propia palabra; se trata de un sistema de género, y un sistema está compuesto de varios elementos relacionados entre sí (gramática y física básica). 

Otro equívoco que se deriva de esa ecuación simplista y dual es asumir que las mujeres son “por naturaleza” buenas, gentiles en contraposición a los hombres quienes “por definición” serían malos. O sea, ambos salen así de la “fábrica del patriarcado”. Toda una lógica maniqueísta de villanos contra doncellas. Noten que, dentro de esa perspectiva, una cuestión que es política (opresiones de género) se convierte en una cuestión moral de “buenos y malos”. A partir de esa lógica se crea la expectativa de que, colocando mujeres en determinados puestos socialmente reconocidos como lugares de poder, ya existiría la garantía de un pensamiento crítico, un activismo social y un compromiso político de lucha contra las opresiones de género. Como si tal compromiso brotara de alguna “célula femenina” que no existe, hasta porque la propia feminidad es una invención social. Es solo ver a Damares aquí en Brasil, el brazo derecho del presidente Jair Bolsonaro que explícitamente ataca derechos de las mujeres y de otros grupos subalternizados. Saquen ustedes sus propias conclusiones…

Esa fe inquebrantable en la existencia de “bio-mujeres” (para usar una frase de Paul B. Preciado), es la que hace que algunas se lamenten y digan: “parece mentira que hubiese mujeres dándole golpes a las Damas de Blanco” o “parece mentira que las propias mujeres policías ataquen a otras mujeres”. Esa decepción traduce esa misma premisa esencialista de que “las mujeres son, por esencia, buenas”. La peor parte de esa premisa no es su carácter superfluo, sino la pretensión de autotitularse como feminista. Eso no es feminismo, eso puede ser, en todo caso, pedagogía cristiana, pero feminismo no es. El feminismo trabaja en el campo político, que es cualitativamente diferente a ese universo moral que rendiría lindas tramas de telenovela, pero no sirve para encarar una lucha feminista. 

Comprender el género desde una perspectiva compleja y crítica tiene importantes implicaciones para la lucha política que busca transformar situaciones de opresión. Sobre la (supuesta) universalidad del patriarcado y su apelo constante como única explicación a las opresiones de género, dejo unos breves cuestionamientos que encontré en la investigación de maestría de Juno Nedel1, y cito:

“Al entender el patriarcado como un sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres, ¿incluimos a los hombres trans y a las personas trans como opresores u oprimidos? ¿Este sistema de dominación binaria también se extiende a diferentes pueblos indígenas, que tienen interpretaciones variadas de las expectativas sociales de género? En este sistema patriarcal, ¿los hombres blancos y negros tienen el mismo poder político y económico para oprimir a las mujeres? ¿Es posible que las mujeres, en este sistema patriarcal, ocupen un estatus jerárquico en relación con otras mujeres? ¿Las mujeres blancas y negras ocupan el mismo lugar en este sistema de dominación? Estas son solo algunas preguntas que carecen de respuestas”. (traducción libre mía del original en portugués). 

Carteles del feminismo decolonial en Marcha del 8M, Madrid. Imagen: Alas Tensas.

Como nos recuerda Angela Davis, mujeres blancas usaron su género para alimentar el imaginario racista de hombres negros como violadores, lo que causó persecución y encarcelamiento de muchos de ellos en contexto estadounidense. Mujeres blancas muchas veces usan su condición de clase para explotar mujeres negras, migrantes, etc. Con tantas evidencias no hay cómo creer en la ficción de la “mujer universal”. Creo que la problematización anterior es suficiente para mostrarnos los límites de la categoría patriarcado, por eso yo prefiero optar por comprender estas cuestiones a partir de otra clave analítica: el sistema moderno/colonial de género como lo llamó María Lugones. Esta columna es una invitación a reflexionar permanente en torno a la pregunta que da título a este texto y a explorar cómo ella orienta las propuestas políticas de cambio y transformación social que alcanzamos a imaginar. Vale recordar que, para luchar colectivamente contra las opresiones de género, un paso fundamental es despojarse de esas visiones liberales de que mujer se define por un “sexo biológico”, que la meta del feminismo sería la “igualdad de género” y que esa “mujer biológica” sería por definición el sujeto político de las reivindicaciones feministas. 

Corre el siglo XXI y, como fruto de la trayectoria de los feminismos, disponemos de un millón de insigths, saberes y praxis feministas sobre género, sexualidad que ya sacudieron las primeras elaboraciones sobre “el sexo biológico” y su expresión en un dimorfismo sexual (que no es más que una lectura social de género de los cuerpos); la “naturaleza femenina” y cosas de ese tipo. Toda vez que las devotas del biologicismo resurgen, yo juego a imaginar a Simone de Beauvoir revolcada en su túmulo después años de haberse escrito, publicado y divulgado hasta el cansancio (en varios idiomas) el “Segundo Sexo”. Fue a partir de ese libro y de todas las disputas que se libraron en virtud de sus argumentos centrales que, aquella premisa de que “no se nace mujer”, se transformó casi en un mantra existencialista. Aun así, las devotas del “instinto femenino”, las creyentes del género binario reaparecen para asombrarnos. Ay Simone…no hay sosiego mija….

Si bien el sujeto MUJER, fue enunciado en los primordios del feminismo para politizar esa posición social, históricamente subordinada en nombre de un “destino biológico”, ha sido dentro del propio feminismo que ese sujeto (supuestamente) unitario y homogéneo se fue fragmentando, proliferando al punto de que las reivindicaciones feministas se (des)organizan en función de una multitud de subalternas, subalternxs (salve Gayatri Spivak). Si Beauvoir fue pionera al decir que nadie nace con un género y que, por ende, este sólo puede entenderse como un devenir (fluido, inconstante y desobediente de las normas hegemónicas, agregó Judith Butler), otras feministas mucho antes de Butler y del boom de la teoría queer, ya habían colocado en cuestión la supuesta universalidad de ese sujeto mujer, y la supuesta homogeneidad de las opresiones que podían alcanzar a la misma. 

Cuando la bonita de Betty Friedan osó decir que el “problema sin nombre” de las mujeres estadounidenses era la falta de acceso a un trabajo, bell hooks tuvo que recordarle que mujeres negras siempre habían trabajado tanto en el régimen esclavista, como en la post abolición, como empleadas domésticas de mujeres blancas y burguesas que hacían parte de una élite como la linda de Betty. Por tanto, ¿qué “opresión femenina” era esa, calificada como un impedimento laboral femenino, si mujeres negras trabajaban? ¿Esa era una reivindicación femenina o apenas de una élite femenina blanca de la que hacía parte Betty Friedan?, o acaso es que las mujeres negras no cabían en ese ideal de feminidad enarbolado por feministas blancas y burguesas?

Ya Sojourner Truth había problematizado eso, pero parece que Betty no se dio el trabajo de leer lo que una abolicionista y activista por los derechos de las mujeres negras ya había colocado sobre el tapete desde 1851… Basta un brevísimo acercamiento a la historia del feminismo, para saber que ese sujeto universal mujer no se sustenta, a no ser como una ficción hegemónica. Principalmente los feminismos chicanos y lésbicos habían tensionado esa supuesta mujer universal que, al ser enarbolada como sujeto de una política feminista, apenas respondía a las experiencias de vida de unas pocas mujeres: blancas, heterosexuales, de clase media, urbanas, escolarizadas, de occidente, entre otros marcadores de privilegio…

La “mujer universal”, aquella que representaría la totalidad de mujeres no existe, de ahí la paradoja de basar toda y cualquier política feminista en ese tipo de representación “femenina”.

La “mujer universal”, aquella que representaría la totalidad de mujeres no existe, de ahí la paradoja de basar toda y cualquier política feminista en ese tipo de representación “femenina”. Ese tipo de representación política me recuerda a la figura del Delegado de Circunscripción que “nos representa a todos”, y en verdad solo representa a unos pocos…

Cuando se hace caso omiso a las singularidades de raza, clase, diversidad funcional e inclusive diversidad de género (que va más allá de mujeres cis apenas) y cuando se omiten a las posibles opresiones que esas singularidades pueden desencadenar, en nombre de una “mujer universal”, lo que se hace es un recorte que toma a una parte —las reivindicaciones de mujeres privilegiadas— por el todo. Ese movimiento no es más que un enblanquecimiento y heterosexualización del feminismo, una higienización heterociscentrada, blanca, capacitista del feminismo. 

Ay pero ahora tenemos que nombrar a todas las identidades para quedar bien con todas?: preguntan las devotas, creyentes de que mujer es quien nace con vagina (aunque nadie haga un test de cromosomas al nacer y esa vagina oculte una condición intersex, por ejemplo); tiene útero (o sea, que aquella que por ventura se haga una histerectomía total queda desclasificada de ese lugar de “mujer biológica”), entre otros signos corporales que defienden las obcecadas por el “ADN femenino”, pasaporte de entrada al “sagrado universo feminista” que ellas imaginan. 

¿Ustedes se percatan que la obsesión por los signos corporales como forma de definir quién es mujer y quién no, equivale a la creencia racista de que un fenotipo significa pertenecer a una raza? Así fue como se inventó la “raza” como sistema de clasificación social y punto de partida de políticas eugenistas, racistas. Género y raza, son ambas, invenciones coloniales…

De vuelta a la pregunta de las devotas de la “mujer biológica” como criterio selectivo para adentrar al feminismo: “¿Ay, pero ahora tenemos que nombrar a todas las identidades para quedar bien con todas?Tal vez la respuesta esté en renunciar a una identidad fija y cristalizada, como forma de enarbolar una lucha por la emancipación social.

¿Será que podemos imaginar otras formas más potentes y menos maniqueístas de encarar una lucha feminista, o sea, una lucha contra opresiones sociales? Yo prefiero adherirme a la propuesta de Franz Fanon: pensar la lucha contra las opresiones sociales como una lucha de todes los “condenados de la tierra”, que no son apenas mujeres cis, sino una multitud de sujetos afectados por un sistema colonial cis-sexista, racista, capacitista, clasista, etc. Fanon no era feminista ni tenía cómo serlo, no obstante sus trabajos son una inspiración para concebir una lucha contra cualquier sistema colonial (y el género es parte de ese sistema). 

Otra invitación que hago es que lea a Sojourner Truth, lea a Monique Wittig, Gloria Anzaldúa, bell hooks y escuche las reivindicaciones de los movimientos transfeministas que tienen muchísimo que enseñarnos acerca del género como un sistema que está lejos de ser binario, anclado en un genital y mucho menos materializado en un “sexo” … Necesitamos interrumpir esos devaneos biologicistas que se dicen “feministas” para poder, de hecho, transformar situaciones que implican opresiones de género…

1 Juno Nedel es un investigador brasileño, activista trans y artista circense.

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