Diciembre es una bestia

“El peso de celebraciones como el fin de año ha recaído históricamente en los cuerpos de las mujeres y en jornadas extenuantes.”

| Opinión | 02/01/2025
"¿Es decir que una chica puede abrirlo?" Publicidad de los años 50.
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No sé si mi madre y sus amigas se hayan reunido en los ochentas a contarse lo deprimidas que estaban. Si entre los hijos, los amoríos y alguna que otra moda hayan hablado abiertamente de la tristeza.

Esa década, vista desde los archivos, parece llena de optimismo: latas carne rusa, zapatos idénticos para todos. Las familias desconocían la fragmentación que sufrirían años más tarde, los éxodos migratorios. La generación de nuestros padres no imaginaba que los hogares que reparaban o construían desde cero serían abandonados por nosotros tan pronto.

Depresión blanca

Mis amigas han llegado a Madrid en bandada, como las aves, cada una a su tiempo. Las que conocí en la universidad o en alguna fiesta, las que invirtieron sus ahorros e intentaron mil emprendimientos y se dieron cuenta de que no era sacrificio lo que exigía la isla, han tenido la oportunidad de emigrar con diferentes circunstancias y privilegios: algunas a una residencia artística, otras al sofá de unos conocidos.

Para quienes emigramos hace relativamente poco, estas fechas son particularmente difíciles, porque el recuerdo de la familia y los amigos en la isla se encuentra especialmente vívido. Diciembre es el llamado el mes de las compras compulsivas. Se dispara el consumo de alcohol y estupefacientes, también colapsan las salas de emergencia. Varias condiciones mentales empeoran con la llegada de la Navidad y la tasa de suicidios en las ciudades se dispara en noches como el 24 y 31 de diciembre. A este fenómeno se le conoce como “depresión blanca” o “blues de Navidad”.

Hace poco leía varios testimonios de pacientes que decían experimentar calambres luego de haber sido amputados de un miembro. El fenómeno se manifiesta en la percepción de sensaciones, incluido el dolor, en una extremidad amputada. Aunque el miembro ya no está físicamente presente, la persona puede sentir que todavía forma parte de su cuerpo.

El síndrome del miembro fantasma puede equipararse a lo que nos ocurre a los emigrantes durante estas fechas. El recuerdo del hogar se activa en diciembre y al igual que el miembro amputado, aunque no habitemos físicamente el espacio, la memoria genera espasmos: una canción, un olor que nos trasporta al barrio de la infancia.

Las llamadas de mis amigas se han duplicado este mes: “necesito conversar con alguien, quedemos para un café, voy a tu casa y me tiras las cartas”. Los signos se repiten: insomnio, dificultades para afrontar la rutina y una angustia permanente. Pero, ¿por qué hablamos abiertamente de esto y la generación de nuestras madres no? Uno de los rasgos que más me enorgullecen de la supuesta “generación de cristal” es su percepción de la salud como un frágil equilibrio entre el cuerpo y la psique.

Sin hacer menos la añoranza masculina durante estas fechas, creo en las mujeres se produce otro tipo de angustia, relacionada con el modo en que se nos ha atribuido la responsabilidad de los cuidados desde antaño. Entonces la decisión de emigrar y abandonar el seno familiar suele venir acompañada de una sensación de culpabilidad, por el supuesto abandono de los deberes de acompañamiento como hija, nieta o novia, etc. Dicha angustia también está arraigada en los vínculos que generamos con las mujeres de nuestra familia, que casi nunca tienen un rol pasivo o de mero disfrute durante las festividades.

El peso de celebraciones como el fin de año ha recaído históricamente en los cuerpos de las mujeres y en jornadas extenuantes que comienzan a primera hora del día y terminan cuando el apetito de todos se ha saciado. Pensando en el disfrute ajeno, hemos sido las artesanas de estas fechas e incluso las mediadoras en conflictos y discusiones típicos de estas celebraciones familiares.

Publicidad machista de la marca de pantalones Mr. Leggs (1964).
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La libertad tiene un precio

Este es mi segundo fin de año lejos de mi familia. Intento ser receptiva con las costumbres de acá: mazapanes, campanadas y luces navideñas que terminan siendo una atmósfera tremendamente bucólica. El recuerdo de mi madre y mi abuela, atareadas en preparativos, hace que mi estatismo en estos días me genere cierta ansiedad por el futuro y que me haga preguntas a las que no recomiendo dedicarles más de 30 minutos al día: ¿Hacia dónde me dirijo, es esto lo correcto?

La parte positiva es que no hay obligación familiar, estoy lejos y puedo apuntarme al plan que sea. Toda la sensación de independencia y empoderamiento que te invade durante el año por tu decisión de haber emigrado adquiere un tinte patético por estas fechas.

Decido salir a caminar a la peor hora, porque a las 3 am toda la cerveza que se sirve en Madrid durante el día se convierte en orina sobre las aceras. Han cerrado la estación de Sol con una cadena enorme. Cerca del árbol de navidad dos hombres forcejean por el fondo de una botella, se cuentan una anécdota ininteligible. Quizás toda la contención y el deber ser de nuestras madres están siendo drenados por nosotras. Eso explicaría que seamos la generación que tiene una clasificación para todo: apego evitativo, TDHA, ansiedad y estados depresivos.

Ahora que los gurús virtuales han puesto de moda la manifestación: concederle poder al lenguaje al poner en palabras lo que deseas que el universo, Dios o la entelequia en la que creas, te otorgue. Esto sería para los Millenials el equivalente al acto de orar. Llegando a la entrada de casa, aprovecho para manifestar: Pido que más tarde que nunca podamos atravesar la entrada de nuestros hogares en Cuba, y que las casas que nuestros padres repararon o construyeron desde cero sean otra vez casas y no sus últimas moradas, que nos dé tiempo a abrazar a los nuestros. Que mis amigas encuentren un sentido a todo el sacrificio que han hecho, a trabajar en lo que no les gusta, a haber dejado atrás todo lo conocido. Que encontremos hogares de este lado del Atlántico o en cualquier otro sitio, distintos a los de nuestros padres y parecidos a nosotras. Sitios donde celebrar las navidades a la cubana, con insumos foráneos, con más baile y menos villancicos.

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