Ecofeminismos | Maneras de respirar y habitar el mundo

"Lo que se vende como un avance hacia lo desconocido cuando ya se arrasó con todo lo conocido es, en realidad, un retroceso. Esa es la gran alerta del ecofeminismo".

a green leaf with drops of water on it

En el Principio fue El Mar

Tal vez, lo que a mi juicio resulta más interesante en el enfoque ecofeminista de la igualdad entre mujeres y hombres es la comparación entre la naturaleza y las mujeres. Es algo que ya, desde 1949, la filósofa existencialista Simone de Beauvoir deja plasmado en su libro El segundo sexo, cuando advertía:

«El hombre busca en la mujer el Otro como Naturaleza y como su semejante. (…) Él la explota, pero ella lo aplasta, de ella nace y en ella muere; es la fuente de su ser y el reino que somete su voluntad (…) Alternativamente aliada y enemiga, aparece como el caos tenebroso del que brota la vida, como la vida misma y como el más allá hacia el que tiende: la mujer resume la naturaleza como Madre, Esposa e Idea. Estas imágenes se confunden y se enfrentan y cada una de ellas presenta un doble rostro.»[1]

Desde entonces, podemos trazar un puente que, si bien se ha ocupado de otras causas urgentes en defensa de los derechos de las mujeres, ha vuelto la mirada, una y otra vez, hacia la importancia de convivir armónicamente con el entorno, con los ecosistemas y el papel de las mujeres como dadoras y protectoras de la vida y la naturaleza, un rol asignado al fin y al cabo, pero generador (amén de la carga simbólica y factual que representa), de un modo constructivo de acercarse y coexistir con el medio ambiente.

«El ecofeminismo sugiere un cambio de vida y de paradigma que actualiza el modelo de una sociedad; es el intento de volver a los orígenes de comunión con la naturaleza».

Luego de una primera aproximación, pareciera que el ecofeminismo se centra únicamente en el cuidado del medio ambiente y el papel de las mujeres en ello, asumiendo una agenda política más o menos igual que tendencias anteriores. Si bien es cierto que denuncia los sesgos de género presentes en este sector e intenta buscar soluciones a la desigualdad, es una definición y un enfoque amplio que responde de una manera menos centrada en el enfrentamiento y más en la armonía. Nos propone encontrar en la naturaleza y en el medio ambiente esa respuesta que como especie, hemos olvidado. El ecofeminismo sugiere un cambio de vida y de paradigma que actualiza el modelo de una sociedad; es el intento de volver a los orígenes de comunión con la naturaleza. Modernizar y cambiar nuestros modos de interacción con los ecosistemas es uno de sus llamados más urgentes.

El feminismo ecológico (como también se le suele llamar) o ecofeminismo adquiere un interés creciente. Su surgimiento como término data de 1970, precisamente nos llega de una discípula de Simone de Beauvoir, la francesa Fraçoise d’Eaubonne. Ella acuña el término «ecofeminismo» en su ensayo El feminismo o la muerte. En este trabajo se pone en valor el vínculo existente entre la naturaleza, lo «salvaje» y las mujeres, y demuestra la equivalencia existente entre la explotación de la naturaleza y la de la mujer, una idea que, como ya sabemos, viene de su maestra y está recogida en El segundo sexo.

Yayo Herrero, una de las defensoras más reconocidas actualmente dentro de esta tendencia, asevera que el ecofeminismo «se presenta como una categoría de análisis que integra las sinergias del ecologismo y del feminismo. De esta confluencia surge con fuerza una filosofía y una práctica que defiende un cambio de modelo social que respete las bases materiales que sostienen la vida».[2]

Y es que lo crucial en el ecofeminismo, a mi juicio, viene de poner el punto de mira en cómo hemos perdido el sentido común (ya sea por privilegios de unos pocos y manipulación de muchos) de lo que resulta verdaderamente importante. Esa puesta en alerta de lo mal que hemos gestionado nuestra relación con el entorno, con el consumo, con la nutrición, han dañado nuestra salud y bienestar físico y mental, y ha perjudicado también a la naturaleza que nos sostiene. Este medio es nuestro soporte, no un mero recurso, es la supervivencia en sí misma lo que se está poniendo en juego de manera indolente e irresponsable. Además, ha sido un modo de explotación consciente, sostenido y agravado. No ha habido ingenuidad en el modo malsano, consumista, degradante, inhumano, abusivo de explotar los recursos naturales. Ambición de los más poderosos, sumisión de la mayoría y un silencio permisivo y/o estado de denuncia que no ha arrojado los resultados necesarios y, que a la luz del daño causado, son inefectivos para un cambio sustancial.

En ese sentido, los artículos de la antropóloga y profesora Yayo Herrero son reveladores. Descubrí a esta reconocida ecofeminista por medio del profesor Jorge Amich, director del Aula de Teatro de la UAM. A partir de varios materiales sobre el ecofeminismo están gestando un hermoso proyecto escénico que se llama Cosmonautas de proximidad. El artículo de la antropóloga antes mencionada Ausencias y extravíos. Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio, publicado en el año 2021 y Cosmonautas de la cotidianidad de Mar Valdecillos, estimulan una crucial reflexión sobre cómo el paradigma de conquistar otros planetas, el excentricismo estéril de algunas personas sumado a la extrategia mercantilista de otros para vender sueños y fantasías exóticas, opacan el valor de cuidar nuestro entorno, de construir en este, nuestro mundo, nuestro planeta, un modo sano de habitarlo y de cuidar sus tesoros naturales.

Se menosprecia el verdadero valor de esta vida que tenemos. Millones invertidos en enviar al Espacio a personas que arriesgan sus vidas y luego de la mediática «aventura» tienen serios traumas psicológicos y problemas físicos severos. Sin contar con el daño que esto provoca en sus carreras profesionales, sus proyectos personales y los de sus familiares y esposas a cargo, quienes terminan rehabilitándolos de las secuelas causadas por este tipo de prácticas. Prácticas que, no está de más decir, usurpan a la economía el impacto de millones por los recursos que necesitan para ser sostenidas.

Ideal de conquista hegemónico y patriarcal, al final, el mismo modo colonialista de siempre, vikingo, salvaje, la cultura de la violación, de la intervención deshumanizada en los entornos. Lo que se vende como un avance hacia lo desconocido cuando ya se arrasó con todo lo conocido es, en realidad, un retroceso. Esa es la gran alerta del ecofeminismo. En este tipo de ambientes consumistas, contaminados, donde cada vez las mujeres se plantean con más cautela la idea de traer criaturas al mundo, lo que está en riesgo es la especie humana.

En tal sentido, Alicia Puleo, autora española y doctora en Filosofía, se ha centrado en desarrollar tesis sobre ecofeminismo crítico. Considera que la mujer no tiene una vinculación con la naturaleza per se, pero de cualquier modo el crecimiento económico insostenible hace inevitable la confluencia entre el feminismo y la ecología:

«El modelo moderno de desarrollo capitalista, basado en la tecnología y la economía, impele de forma insaciable hacia la competitividad y la búsqueda del enriquecimiento sin mesura, lo cual deriva del antiguo deseo de poder patriarcal. Ello desemboca en un modelo que no solo castiga a diversos colectivos en la actualidad, como las mujeres, sino que además lo hace insostenible a largo plazo. La teoría ecofeminista crítica supone un contrapunto a este modelo capitalista y patriarcal. En ella se defiende que, a partir de la lógica feminista, elementos como el «principio de precaución» de la UE, la libertad de elección respecto a la maternidad, la soberanía alimentaria o la educación ambiental en la infancia sean los principios que guíen las acciones de la sociedad hacia un desarrollo sostenible».[3]
Planta naciendo en suelo infértil.
«Resiliencia». Imagen: Pixabay

Luego fue La Tierra

En este apartado, quisiera hacer un breve recuento del recorrido del ecofeminismo y de sus dos tendencias fundamentales: «ecofeminismos esencialistas y ecofeminismos constructivistas».[4] Como ya mencionaba anteriormente, el término es utilizado por primera vez por Françoise D´Eaubounne. Una de las nociones que considero más avanzada, es en la que la citada discípula de Beauvoir asegura que hasta que no se cuestione en profundidad la relación entre los sexos seguiremos en una suerte de espiral suicida de producción y consumo. Aún más revelador y progresista para la época me resulta cuando advierte que «el control del cuerpo es el comienzo del camino no consumista, ecologista y feminista»;[5] ese mismo cuerpo del que tanto problematizó Judith Butler en sus estudios y ensayos.

Aunque este primer ecofeminismo no interesó en Francia, hubo otros territorios a los que sus ideas llegaron y tuvieron cierto impacto, entre ellos, Norteamérica y Australia. En la década de los setenta se producen en varios países manifestaciones públicas de mujeres en defensa de la vida. La más relevante ocurrió en la India, realizada por el movimiento Chipko. Las manifestaciones de mujeres pacifistas no solo se quedaron en la denuncia y la resistencia sino que lograron ejercer suficiente presión como para cambiar el rumbo de ciertos acontecimientos. La investigadora Angélica Velasco refiere este hecho en uno de sus artículos:

En 1980, dos mil mujeres, muchas de ellas pertenecientes a la Liga Internacional, marcharon ante el Pentágono como rechazo a la Guerra Fría, a la carrera armamentística y a las pruebas nucleares. Entre 1981 y 1994, en Gran Bretaña, un campamento pacifista de mujeres se asentó en torno a las bases militares de Greenham Common. Mediante una lucha constante y original, consiguieron el desmantelamiento de los misiles de la OTAN.[6]

El ecofeminismo fue desarrollando así numerosas corrientes, algunas enfocadas en temas de prevención bélica como los movimientos antes mencionados, hasta llegar a ramificarse tanto como el feminismo fundacional.

Las primeras corrientes ecofeministas fueron esencialistas y también conocidas como clásicas. Han sido muy cuestionadas porque sostenían que la relación más cercana de las mujeres con la naturaleza tenía que ver con la maternidad y su capacidad para gestar una vida y traerla al mundo. Esta perspectiva ginecocéntrica (ginecolatría que recuerda la obsesión del Renacimiento por el cuerpo femenino y la gestación) fue rechazada por el feminismo de la igualdad. Las ecofeministas clásicas reivindican una feminidad salvaje, presentan a las mujeres como seres superiores, la espiritualidad y el misticismo son constantes en sus concepciones, al igual que la idea de recuperar el matriarcado primitivo.

Como ejemplifiqué anteriormente con las manifestaciones llevadas a cabo en las inmediaciones de bases militares, estas ecofeministas se enfrentaron al militarismo, a la nuclearización y a la explotación ambiental, veían estos fenómenos como resultado de una cultura patriarcal y machista. Es cierto que este ecofeminismo «primitivo» resulta a ratos ingenuo, pero es innegable su aporte a la hora de enfocar problemáticas que a la larga son esenciales, porque en ellas nos va la supervivencia como especie humana.

Ecofeminismos: soluciones a la desigualdad de género a través de la armonía con la naturaleza.

Precisamente, gracias al tiempo transcurrido desde sus primeros pasos hasta la actualidad, podemos corroborar el agravamiento de todo lo denunciado por estas ecofeministas pioneras y la pertinencia de sus debates, esencialistas sí, pero también medulares. Petra Kelly es una de sus mayores representantes con propuestas ético-políticas muy necesarias para trabajar desde la justicia social, la igualdad y la sostenibilidad.

En un concienzudo análisis sobre el pensamiento de esta ecofeminista que realizó la investigadora Ángela Velasco, asevera:

«Petra Kelly (…) aparece como una figura esencial al tratar el movimiento pacifista en su unión con las reivindicaciones feministas y con las demandas ecologistas. Kelly une en su pensamiento muchas de las problemáticas que hicieron surgir el ecofeminismo. (…) Se refiere a la espiral armamentista como una de las mayores amenazas para la vida y como un peligro que hay que atajar, pues no podrá asegurarse la subsistencia de la vida en la Tierra si no se consigue la desmilitarización de la sociedad. Nuestra ecofeminista mantiene que es imprescindible prohibir la fabricación de sustancias nocivas para la salud y que los datos relativos al medio ambiente tienen que ser de libre acceso para todos los ciudadanos».[7]

Ya desde 1984, Kelly advertía el aumento alarmante del número de enfermedades cardiorrespiratorias, y la prueba irrebatible que significaba que el cáncer fuera la enfermedad de la civilización de esa época. Todo ello provocado por la contaminación, la destrucción de los ecosistemas y los estilos de vida nocivos para el bienestar y la salud. Denunció cómo en nuestras sociedades contemporáneas «se fomenta el miedo al Otro y se potencia la desconfianza con el fin de generar una inseguridad que justifique la posesión de armas de todo tipo».[8]

Esta ecofeminista le concedía gran importancia al papel de la educación. La consideraba un pilar fundamental para ese cambio de paradigma social al que debíamos arribar: «La educación para la paz estudia las causas de la violencia, la opresión y la guerra, y busca nuevos métodos para que los conflictos puedan solucionarse logrando el máximo de justicia y empleando el mínimo de violencia».[9]

A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad hegemónica, siguieron otros propuestos principalmente desde el Sur. La mayoría de esas corrientes denuncian que la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas debe su paulatina devastación al «desarrollo» occidental, siendo esta población la principal afectada por la destrucción de la naturaleza y la intervención deshumanizada y neoliberal en los entornos. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva, María Mies o a Ivonne Gevara.

Por ejemplo, Vandana Shiva, ha realizado como ecologista, investigadora, activista e intelectual una gran labor. Actualmente tiene su propia fundación. En su libro Las guerras del agua. Contaminación, privatización y negocio,[10] realiza un estudio mundial donde demuestra que este fenómeno ya ha ocurrido en ciertos territorios y es una situación que cada vez más va afectando nuevas poblaciones; que, si bien comenzó por zonas más vulnerables o desprotegidas, ya no es una realidad aislada y merece especial atención y actuación inmediata.

Fue premiada con el año 1993 con el Right Livelihood Award, el Premio Novel alternativo, por convertirse en una de las pensadoras y ecologistas más notables y fervientes de las últimas décadas. Vandana describe en un pasaje de su libro una imagen muy esclarecedora y terrible de cómo conviven en un mismo territorio dos posturas absolutamente divergentes:

Esta es la reflexión que nos deja Vandana. Esta es parte de la lucha que las activistas ecofeministas enfrentan cada día desde diferentes fundaciones y asociaciones en todo el mundo.

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«Cielo». Imagen: Pexell

Más adelante fue el Cielo

Yayo Herrero advierte el tronco común del ecofeminismo amén de su diversidad de corrientes:

«A pesar de las diferencias de enfoques, todos los ecofeminismos comparten la visión de que la subordinación de las mujeres a los hombres y la explotación de la Naturaleza son dos caras de una misma moneda y responden a una lógica común: la lógica de la dominación y del sometimiento de la vida a la lógica de la acumulación».[12]

Y precisamente, en contraposición con esta corriente esencialista, se gesta el ecofeminismo constructivista. Esta tendencia, en primera instancia, es opuestamente radical a la anterior, a la hora de posicionarse frente a la relación mujer-naturaleza. Como se ha citado antes, entiende que la «predisposición» histórica de las mujeres hacia los cuidados y la protección de la especie humana y el entorno natural es un rol culturalmente aprendido. Aunque la maternidad es una cualidad de la mujeres, ese «don» biológico no debe ser naturalizado, pensando a las mujeres como «nacidas» para parir, cuidar a los mayores y a los bienes familiares, una mujer es y puede ser mucho más. Desde el ángulo que propone esta corriente, «es la asignación de roles y funciones que originan la división sexual del trabajo, la distribución del poder y la propiedad en las sociedades patriarcales, las que despiertan esa especial conciencia ecológica de las mujeres».[13] Este ecofeminismo denuncia la subordinación de la ecología y las relaciones entre las personas a la economía y su obsesión por el crecimiento. Mira el fenómeno desde otro punto, y pone el acento en la corresponsabilidad: lo más importante es «señalar las responsabilidades y corresponsabilizar a hombres y mujeres en el trabajo de la supervivencia».[14]

Otro elemento fundamental, que supone un cambio de perspectiva, es el análisis realizado a propósito de la visión de la mujer como un ser natural superior legado por el ecofeminismo clásico. Las ecofeministas constructivistas plantean lo siguiente:

(…) la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en «renaturalizar» al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones materiales que posibilitan la existencia. Una «renaturalización» que exige un cambio cultural que convierta en visible la ecodependencia para mujeres y hombres.[15]

Uno de los pilares que considero crucial de este enfoque y extremadamente útil, significa un llamado de atención sobre algo que de tan sobrentendido se olvida y, de ese olvido o gesto de mirar hacia otro lado emerge un modo de actuar injusto, ingrato e inconsecuente. Estableceré una analogía que creo pertinente. Todos los días, cuando nos levantamos en esta vida apurada de gente normal y ocupada, lo primero que hacemos antes de abrir los ojos es respirar, sin ese aliento, sin esa primera respiración o bocanada de aire no podríamos abrir los ojos luego. Es tan natural que hemos olvidado que gracias a eso estamos vivos y habitamos este mundo.

En algunas culturas se agradece en las mañanas y se hace una oración que rinde culto y reconoce el milagro (que aunque natural, no deja de ser un regalo, una dicha, una oportunidad) de estar vivos. En esta, nuestra cultura marcadamente occidental y globalizada, seamos de donde seamos, posiblemente lo primero que hagamos al levantarnos sea, luego de respirar casi sin notarlo, buscar a tientas el teléfono móvil, o mirar el despertador, abrir las notificaciones de las redes sociales, prender el TV mientras nos prepararnos un café, y acciones similares.

Pues bien, el ecofeminismo constructivista nos recuerda algo básico: no somos dioses, somos mortales.

Los seres humanos obtenemos lo que precisamos para estar vivos de la naturaleza: alimento, agua, cobijo, energía, minerales… Por ello, decimos que somos seres ecodependientes: somos naturaleza. Sin embargo, a pesar de la evidente dependencia que las personas tenemos de la Naturaleza, el ser humano en las sociedades occidentales ha elevado una pared simbólica entre él y el resto del mundo vivo, creando un verdadero abismo ontológico entre la vida humana y el planeta en el que esta se desenvuelve.[16]

En estas reflexiones se muestra el descuido de un elemento esencial para construir sociedades más sensibles y ciudades más sostenibles. El egocentrismo de la especie humana es atroz, y esa relación, por supuesto, también se manifiesta en nuestra coexistencia con el otro, en el ambiente familiar, en el formativo, en el laboral, en las relaciones con nuestros iguales, siendo nuestra actuación un espejo que impacta y refleja todo cuando tocamos a nuestro alrededor. Al respecto, nos dice Yayo Herrero:

«Cada ser humano presenta una profunda dependencia de otros seres humanos. Durante toda la vida, pero sobre todo en algunos momentos del ciclo vital, las personas no podríamos sobrevivir si no fuese porque otras dedican tiempo y energía a cuidar de nuestros cuerpos. Esta segunda dependencia, la interdependencia, con frecuencia está más oculta que la anterior.» [17]

Entonces, no es de extrañar, que los roles de las personas que cuidan a otras en el ámbito privado no sean tenidos en cuenta. La gran economía crece gracias al trabajo no remunerado de estas personas que, a la sombra, cuidan a niños pequeños, personas mayores, discapacitados. La investigadora Cristina Carrasco analiza en su artículo «Mujeres, sostenibilidad y deuda social», algunas de las nociones y construcciones sociales y políticas que nos han llevado a naturalizar una suerte de prácticas que aunque se han modernizado, en mi opinión, siguen siendo manifestaciones de esclavitud contemporánea:

Históricamente, las mujeres como grupo humano han donado a los hombres mucho más tiempo y energías que las que han recibido de ellos. Esta situación, junto al tiempo que ellas dedican a los niños y niñas y a las personas ancianas o enfermas, es lo que algunas autoras señalan como la «deuda social» que la sociedad ha contraído con las mujeres. (…) Por otra parte, haber dejado la atención de la dependencia y los cuidados en manos de la población femenina es una de las principales fuentes de la pobreza específica de las mujeres. El trabajo de cuidados generalmente implica mucho tiempo y energías, tiempo y energías que no estarán disponibles para otra actividad. De aquí que las mujeres tengan menos posibilidades de acceder a trabajos remunerados en las mismas condiciones que los hombres.[18]

Muchas veces esos cuidados son alternados con empleos a tiempo parcial, o con una doble jornada laboral al llegar a casa. Son las mujeres quienes asumen en su mayoría estas responsabilidades que mantienen el orden y la supervivencia de la especie. Son las mujeres quienes, con esa «laboriosidad» aprendida e impuesta, mantienen esas microeconomías dentro del hogar. Un ciclo que no parece tener fin a pesar de lo mucho que se ha trabajado y denunciado en ese sentido, una serpiente que se muerde la cola. Por eso el ecofeminismo constructivista ha indagado además en los estudios sobre el cuerpo y la economía. Al respecto, advierte con agudeza la investigadora:

«Si no se politiza el cuerpo y su vulnerabilidad, no podemos ver la centralidad del trabajo de quienes se ocupan del mantenimiento y cuidado de los cuerpos vulnerables ni la necesidad de que el conjunto de la sociedad, y por supuesto los hombres, se responsabilicen de estas tareas. En las sociedades occidentales cada vez es más difícil reproducir y mantener la vida humana, porque el bienestar de las personas encarnadas en sus cuerpos no es una prioridad».[19]

El ecofeminismo constructivista denuncia cómo los ciclos vitales humanos y los límites ecológicos quedan fuera de las preocupaciones de la economía convencional. Esta denuncia trastoca las bases fundamentales del paradigma económico capitalista, cuestionando el modo de vida, el uso de las tecnologías, la ciencia, los recursos naturales y la bioética.

Por eso, considero que el ecofeminismo, en general, no ha sido tan visibilizado como otras corrientes del feminismo. Precisamente porque la renovación que reclama es tan profunda que implicaría un cambio sustancial en nuestro modo de entender e interactuar, y eso removería de manera radical las bases hegemónicas y neoliberales del capitalismo como sistema y de otros modelos que, por lo general, no se corresponden con el renacimiento y transformación que propone la visión ecofeminista. Sería renunciar a consumir, a la riqueza, al derroche, sería revisar y deshacernos de todo aquello que nos sobra, con una humildad y una entrega a la que muy pocos estarían dispuestos.

La definición de «trabajo» que considero más acertada de las estudiadas hasta ahora, la encontré en el artículo anteriormente citado de Yayo Herrero, y se trata de una noción de la socióloga María Mies. Por primera vez es justa y se acerca en verdad a una perspectiva inclusiva: «Mies propone reformular el concepto de trabajo definiéndolo como aquellas tareas dedicadas a la producción de vida».[20]

Por eso creo que el ecofeminismo está siendo más valorado y estudiado en los últimos años, porque es la respuesta y la solución a muchos de los problemas urgentes y a la histórica violencia de género. Sus conocimientos, activismo, preguntas, debates filosóficos y prácticos son muy amplios, extensos y no se conforman con pequeñas zonas, son abarcadores. Al no estar únicamente enfrascado en los debates en torno a las mujeres y nuestras luchas sino a comprender que esa violencia y desigualdad forma parte de un todo que incluye la salud del planeta y la propia supervivencia de la especie, es totalizador y trascendente. Yayo Herrero nos deja una hermosa reflexión de la propuesta bioética de esta corriente del feminismo:

«Desde los puntos de vista filosófico y antropológico, el ecofeminismo permite reconocernos, situarnos y comprendernos mejor como especie, ayuda a comprender las causas y repercusiones de la estricta división que la sociedad occidental ha establecido entre Naturaleza y Cultura, o entre la razón y el cuerpo; permite intuir los riesgos que asumen los seres humanos al interpretar la realidad desde una perspectiva reduccionista que no comprende las totalidades, simplifica la complejidad e invisibiliza la importancia material y simbólica de los vínculos y las relaciones para los seres humanos». [21]

En el Fin será El Espacio

Y con ese ideal estéril e invasor del que hablaba al principio, se sigue invirtiendo en conquistar el Espacio. Dejo estos fragmentos de los artículos Ausencias y extravíos. Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio de Yayo Herrero y Cosmonautas de la cotidianidad de Mar Valdecillos que, como había mencionado, son el material para una puesta en escena que está montando el profesor del Aula de Teatro de la UAM con ex- alumnos que se formaron en los talleres que se imparten allí, y muestra cómo el ecofeminismo sigue tejiendo lazos y despertando consciencias desde zonas transdisciplinares y artísticas:

Los héroes desinteresados podían flotar en el espacio porque ellas se quedaban en la tierra para seguir atendiendo la vida que pesa. Se daba por hecho que esos héroes, cuando volviesen a la Tierra, no supiesen qué estaba arriba y qué abajo y no pudiesen estar más de diez minutos de pie sin ayuda, ellas estarían allí. Para que unos pocos seres floten, tiene que haber muchos más que mantengan la toma de tierra.[22]

Territorios habitados por otros seres humanos, animales, plantas, rocas y, sobre todo, mujeres. Continúan afrontando las consecuencias de gestionar la fantasía crónica de abandonar la gravidez. En una forma específica de explotación.[23]


[1] Simone de Beauvoir: «Los hechos y los mitos», El segundo sexo, p. 55, Decimonovena ed. Ediciones Cátedra Universitat de València, España, 1949-2021.

[2] Yayo Herrero: «Apuntes introductorios sobre el Ecofeminismo», Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº43, 2015.

[3] Alicia Puleo: «¿Qué es el ecofeminismo?», Quaderns de la Mediterrània 25. p. 210-215, 2017.

[4] Yayo Herrero: «Apuntes introductorios sobre el Ecofeminismo», Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº43, 2015.  

[5] Ídem.

[6] Angélica Velasco: «Resistencia no violenta para una sociedad igualitaria y sostenible: el pensamiento de Petra Kelly», 2014.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] Ídem.

[10] Vandana Shiva: Las guerra del agua. Contaminación, privatización y negocio Icaria editorial, s.a. Aussias Marc, 16, Barcelona, 2004.

[11] Ídem.

[12] Yayo Herrero: «Apuntes introductorios sobre el Ecofeminismo», Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº43, 2015.  

[13] Ídem.

[14] Ídem.

[15] Ídem.

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] Cristina Carrasco: «Mujeres, sostenibilidad y deuda social». Revista de Educación, número extraordinario, pp. 169-191, 2009.

[19] Ídem.

[20] Yayo Herrero: «Apuntes introductorios sobre el Ecofeminismo», Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº43, 2015. 

[21] Ídem.

[22] Yayo Herrero: «Ausencias y extravíos. Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio». Revista Contexto y Acción, 2021.

[23] Mar Valdecillos: Cosmonautas de la cotidianidad. Fotocopia del documento en papel, obsequiado por el profesor José Amich.

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