María Isabel Díaz Lago, una actriz para no olvidar

“Enemiga de convencionalismos, María Isabel Díaz es una de las actrices más intensas de la historia de las artes escénicas en Cuba.”

María Isabel Díaz Lago (La Habana, 1964), actriz cubana.
María Isabel Díaz Lago (La Habana, 1964), actriz cubana.

Artista enemiga de convencionalismos, no temo decir que María Isabel Díaz Lago, gracias a su peculiar belleza, su talento fuera de lo común, su íntimo y raigal humanismo (tangible en su labor y en su manera tan personal de encarar la vida, su especial sentido del humor y sus personales sueños), se convirtió desde los inicios mismos de su fascinante carrera en una de las actrices más intensas, atractivas y cálidas de la historia del teatro, la televisión y el cine cubanos. Nada tan tentador, en un caso así, como alejarse de los lugares comunes de frío currículo artístico para atreverse a una conexión esencialmente humana.

Para eso, no me parece muy importante que siga siendo, tantos años después, una novia para David mucho más sorprendente y sensual de lo que entonces pensaron en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos de Cuba, quienes solo vieron en aquella, su primera película, una mera comedia romántica, cuando en verdad se trataba de un filme lúcido y crítico en que su agudo y culto director, Orlando Rojas, desafió los burdos esquemas sociopolíticos impuestos a la nación cubana: sigo quitándome el sombrero y saludando la fuerza y la independencia de criterio del cineasta talentoso, pero también la intensa entrega juvenil de la muchacha que se estrenaba en el cine, junto con un perspicaz y sensible coprotagonista, Jorge Luis Álvarez, todos en una propuesta franca, audaz y renovadora. Ya volveré sobre eso más adelante.

No me importa tampoco ahora, con todo lo que tiene de valioso, que María Isabel Díaz se haya convertido en su día en una “chica Almodóvar”. Era astrológicamente impensable que ella estuviera en España y que el extraordinario director no la encontrara alguna vez en su camino: era cuestión a la vez de destino, necesidad artística y ensoñación del arte. Y sé muy bien que el personaje de Soledad Núñez Hurtado no habría sido nunca tan intenso y real sin María Isabel, un componente imprescindible para Vis a vis, esa serie estremecedora de la televisión española. Pues el arte audiovisual, en sus tan diversos modos, se nos ofrece hoy con una riqueza que tiende al infinito: las artes escénicas se han convertido ya en un emblema de la creatividad humana, un signo de nuestro tiempo.

No llegó María Isabel al arte por casualidad, sino a través de caminos de alegría y drama familiar, de acompañamiento a una juventud sensible y también de penas y ausencias imborrables. En suma, vocación y voluntades entrelazadas. Tuvo desde temprano posibilidades inusitadas y elecciones raras. Muy pronto, siendo apenas estudiante, participó en una ópera pop, Donde crezca el amor. Allí cantó sin formación musical, pero con una voz hermosa. Y la aplaudieron a rabiar. Cómo no, si la dirigían el barítono cubano, que transitó por el teatro famoso de Milán, Hugo Marcos, y también Armando Suárez del Villar, uno de los grandes maestros del teatro insular.

Era entonces no más que una niña en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, pero una criatura más que prometedora, una adolescente que ya había perdido trágicamente a sus padres y sabía que la soledad tiene muy triste la mirada. Ya era fuerte, sin embargo, lo sería más. Aprendió pronto que penas y alegrías se entremezclan, como la belleza y la aparente fealdad en ciertas canciones que siempre le gustaron de la cantautora cubana Teresita Fernández, cuyo hondo sentido poético y humano pervive en la humildad de sus violetas y sus basureros, en los que, siempre, la joven estudiante de teatro pudo ver una invencible belleza.

Una novia para David

María Isabel Díaz y Thais Valdés en "Una novia para David", de Orlando Rojas.
María Isabel Díaz y Thais Valdés en "Una novia para David", de Orlando Rojas.

María Isabel se graduó en 1987. Orlando Rojas, como sabemos, la convirtió en una novia eterna para David, en aquella película que es, todavía, la más taquillera y amada del cine cubano. Era su primer filme de ficción (1985), y Rojas se atrevió a una obra sutil, por completo diferente de las comedias costumbristas al uso en Cuba, y más aún del cine épico-revolucionario, tan agotado en sus propuestas repetidas y propagandísticas. Sobre un guion conjunto del narrador Senel Paz y del propio Rojas, se trazó una historia de gracia juvenil, pero también de profunda crítica social, que atacaba determinados cánones prescritos por una perspectiva política orientada al colectivismo a ultranza, e incluso a la erección de patrones erótico-sentimentales tanto como ideológicos: en suma, un deber ser castrista anclado en rígidos esquemas del socialismo soviético.

David (excelentemente encarnado por el muy talentoso Jorge Luis Álvarez), un estudiante becario de nivel preuniversitario, es mecánicamente empujado por varios condiscípulos a buscar pareja, pero de acuerdo con parámetros de una frivolidad espantosa y una rigidez servil a patrones asumidos como rectores por muchachos que eran juguete de la manipulación política comunista: porque, sin duda, Una novia para David fue uno de los primeros aldabonazos que dio el cine cubano en lo que habría de ser, hasta hoy, su lucha por la libertad de creación y pensamiento. Rojas y su equipo atacaron directamente las bases de aquel hombre nuevo que había sido piedra fundamental para la suprema tontería del realismo socialista acunado desde los sectores más reaccionarios de la Unión Soviética y que, por supuesto, el Partido Socialista Popular en Cuba había suscrito con un entusiasmo digno de mejor causa.

La Ofelia interpretada por María Isabel Díaz y el David de Jorge Luis Álvarez consiguieron una humanización profunda del problema, y, sobre todo, la defensa al derecho a pensar, amar y elegir sin condicionantes políticas. Entre ambos personajes se levanta una historia humanísima, que encantó a un público harto de adoctrinamiento ideológico y de esquemas, de machismo y obsesión colectivista.

Hace falta asomarse de nuevo a este filme de tanta resonancia: fue, hasta hoy, un eco maravilloso de otras propuestas similares en el extinto campo socialista, donde los mejores artistas se atrevieron a cuestionar los dogmas totalitarios. Sirvan de muestra estos nombres: el ruso Andréi Tarkovski (1962) en su inmortal La infancia de Iván, el checo Ladislav Rychman (1964) en su deliciosa y ácida película El amor se cosecha en verano (rápidamente barrida de la cartelera de los cines cubano a poco de su estreno), y el soviético Elier Ishumaedov (1967) con su poética Enamorados. Ellos habían osado también, en sus países, arrojar saetas contra la deshumanización de un cine entregado por décadas a la propaganda soviética.

Mientras se filmaba Una novia para David, Rojas, más que consciente del objetivo esencial de su película, estimuló el intercambio intelectual en su equipo: compartieron libros (por cierto, alguno de Milan Kundera), ideas, inquietudes, angustias por el futuro. Él marcó una tónica integradora, creó una atmósfera de creación. Y allí se estableció una especie de fraternidad de artistas. Fue un laboratorio de jóvenes audaces. Filmaban, sí, pero disfrutaban aquel juego de osadía y franqueza.

Papeles secundarios

La actriz ha defendido siempre la importancia del teatro para su formación y para la de cualquier actor responsable de su trayectoria. Hay que señalar que ella participó en una de las puestas en escena memorables de toda la historia del teatro cubano. Me refiero a Galileo Galilei, dirigida nada menos que por Vicente Revuelta. No puede negarse que la actriz inició su camino artístico con algunas oportunidades en verdad cruciales.

En 1989 Orlando Rojas volvió a llamarla. Esta vez para su obra maestra, Papeles secundarios, un filme considerado con razón no solo entre las mejores películas cubanas de la década del ochenta, sino también como un filme muy destacado en la producción de América Latina en esos años. Para este proyecto Rojas también había seleccionado a Jorge Luis Álvarez, pero un accidente sufrido por el actor lo inhabilitó para continuar con un filme que él mismo había contribuido a delinear. La película tuvo un elenco de gran nivel: fue uno de los mejores momentos de Rosita Fornés, contó con una actuación impresionante de Luisa Pérez Nieto y un conjunto de actores de gran aliento en papeles secundarios, como Paula Alí o Carlos Cruz, por solo citar dos nombres.

Me pregunto si no fue, tal vez, una verdadera prueba de fuego para María Isabel Díaz, que tuvo a su cargo un personaje bien complejo. Con placer confieso que esa película es para mí una obra excepcional. Rojas desarrolló en ella una imaginación, un sentido de crítica social y artística, una agudísima penetración en el clima cultural atormentado de la Cuba socialista, con su cultura perseguida y asfixiada. Son pocos los filmes en la cinematografía cubana que están a su altura dramática.

El personaje encarnado por María Isabel Díaz está lleno de sutilezas: actriz recién graduada y a inicios de una carrera profesional, ingresa con otros jóvenes bisoños en una compañía mítica, donde su abuela (Rosita Fornés) es un símbolo del arte teatral cubano ya amenazado y vigilado por la tiranía comunista, y también una diva en decadencia, todo ello en un ambiente opresivo que es la quintaesencia del reprimido ambiente cultural cubano de la década del ochenta, sometido a presiones políticas, censuras y manipulaciones.

Por supuesto que Rojas y otros integrantes del equipo estaban plenamente conscientes del hondo sentido crítico de la película, algo que se advierte en la atmósfera general del filme y en el perfecto ajuste de sus componentes. Rojas, un director para quien las locaciones son un elemento activo, consigue un esplendor neobarroco en la configuración, por adiciones y mixturas de ambientes reales, de un arquetipo de espacio teatral cubano, uno de los aciertos de gran altura en el filme, también excepcional por ese tratamiento integrador de las locaciones en un impresionante arquetipo general.

En ese refinado e intenso contexto cinematográfico, la actriz logró una actuación tan llena de matices a la vez de ingenuidad y ambición, y un tono de cierta puerilidad y al mismo tiempo tan anunciadora de corrupciones, que alcanza incluso una estatura interpretativa superior a la de su primera experiencia en el cine.

Un rostro para no olvidar

María Isabel Díaz Lago, actriz cubana.
María Isabel Díaz Lago, actriz cubana.

La recuerdo en también en La hora de las brujas, un peculiar programa para niños que tuvo una larga y cálida acogida del público infantil. Allí trabajó sutilmente con la cuestión de la fealdad aparente y la belleza real. Siempre me pareció que lo disfrutaba y que esa experiencia la ayudó a ampliar su diapasón expresivo.

Admiro mucho el filme de Fernando Pérez, Hello, Hemingway, tan lleno de sueños (frustrados) y de fe juvenil. En un papel secundario, la actriz participó en él, con una eficacia palpable que contribuye sin duda a la intensidad emotiva de esa hermosa comedia dramática donde brilló otro joven talento: Laura de la Uz.

Las noches de Constantinopla fue otra colaboración con Rojas: de nuevo un filme de compleja estructura y fuerte reflexión contra los prejuicios y el encierro de la libertad creativa en Cuba. Allí volvió a ser protagonista para Rojas, pero en una obra muy diferente de las anteriores, más ríspida en sus cuestionamientos, mucho más despiadada en su denuncia de la asfixia insular.

No creo que a esta actriz, tan espiritual y al mismo tiempo realista, le interese demasiado el trabajo externo, a la manera del método de las acciones físicas, que siempre me ha parecido una vía fácil. Una actriz como ella parece hacer brotar todo desde una presión y un esfuerzo interior. Pero no creo tampoco que sea una stanislavskiana ortodoxa: hay algo en ella intensamente original, una especial finura con los matices expresivos. Y no solo a nivel de voz (su voz extraordinaria, de una calidez sin artificio aparente, de tonos y timbres de infinita sugerencia).

Su primera aparición, en voz y actitud, en la serie española Vis a vis es un momento de antología, un alarde de capacidad actoral. Los matices, la graduación y movimientos mínimos de su expresión facial, miradas, gestos, en conexión cabal con su voz, la fuerza general de su proyección escénica la revelan ciertamente como una de las grandes actrices de Cuba. Pero, también, como una artista de una sensibilidad especialísima; un rostro para no olvidar.

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