Referentes │ Virginia Vargas: “Una reflexión feminista de la ciudadanía” (segunda parte y final)
“Fue el primero de los feminismos el que comenzó a preocuparse por el significado de la ciudadanía y de la conciencia política.”
Ciudadanía y diversidad: universalidad, diferencia y desigualdad
En todas las diferentes teorías feministas es evidente la crítica a la pretendida universalidad del pensamiento político y de la construcción ciudadana. Esta universalidad ha invisibilizado a las mujeres y a todos los demás sectores excluidos del modelo hegemónico ―masculino, blanco y trabajador―. Muchas de las concepciones ciudadanas prevalecientes, si bien tienden a reconocer la diversidad, no asumen la dimensión de desigualdad que esta diversidad ha conllevado y conlleva aún en nuestras sociedades. Esta desigualdad es intrínseca al desarrollo de las ciudadanías modernas, pues su surgimiento se dio en condiciones de profunda inequidad, al tratar a los diferentes como desiguales, fuera de la norma, excluidos.
La dimensión civil de la ciudadanía asumió, en sus orígenes en el siglo XVIII, el derecho de propiedad como su constituyente. Los derechos ciudadanos se organizaron en torno a la libertad y no todos tenían esa libertad para comprar o vender. La dimensión política marginó a todos los diferentes ―indígenas, negros, mujeres, analfabetos―, los cuales lentamente lucharon por su reconocimiento e incorporación. La ciudadanía social no solo ha sido la dimensión más débilmente desarrollada en nuestra región, sino que a través de ella, como lo demuestra el análisis de Fraser y Gordon en la sección anterior,1 esta dimensión quedó devaluada para las mujeres y los pobres, al pretender que se asuma, no como derecho, sino como caridad.
“La igualdad política, universal en teoría y en abstracción, puede acomodarse muy fácilmente a las desigualdades estructurales en la distribución de la riqueza y del poder.”
Las dimensiones culturales de la ciudadanía, aportadas posteriormente por Turner,2 amplían los contenidos ciudadanos, pero mantienen las mismas limitaciones que las dimensiones anteriores. El resultado es que muchos grupos étnico-geográficos, expresión del carácter multicultural y pluriétnico de la región, a pesar de poseer derechos comunes están generalmente excluidos, no solo en sus estatus socioeconómicos, sino también en sus identidades socioculturales.
Y es que la igualdad política, universal en teoría y en abstracción, puede acomodarse muy fácilmente a las desigualdades estructurales en la distribución de la riqueza y del poder y esto, a su vez, puede socavar sistemáticamente cualquier igualdad formal de derechos.3
El dilema de Wollstonecraft
Frente a estas constataciones, asumidas en general por las diferentes teorías feministas sobre ciudadanía, se levanta una de las tensiones más significativas, que se resume en dos posturas básicas con muchas variaciones intermedias: se mantiene un modelo neutral, desde la perspectiva de género, asumiendo una ciudadanía común y un espacio público unitario, o se reconoce una identidad particular de las mujeres con un espacio público diferenciado. Es el famoso dilema de Wollstonecraft, recordado por Pateman:4 exigir igualdad es aceptar la concepción patriarcal de ciudadanía, lo cual implica que las mujeres deben parecerse a los hombres; mientras que insistir en los atributos, las capacidades y actividades distintivas de las mujeres para que se les dé expresión y sean valoradas como forjadoras de ciudadanía es pedir lo imposible, puesto que tal diferencia es precisamente lo que la ciudadanía patriarcal excluye.5
Esta disyuntiva contiene y va más allá que la antigua tensión entre feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia. O mejor dicho, en ella esta adquiere nueva vigencia y nuevos argumentos al relacionarla con la definición de la competencia del dominio ciudadano y con la definición de lo político.
En lo que sigue trataré de avanzar algunos de los argumentos más significativos sobre construcción y concepción ciudadanas que tratan de responder a esta tensión, desde aquellas posiciones que asumen la diferencia como eje de su propuesta ciudadana y aquellas que, reconociéndola, optan por una entrada no genérica a la ciudadanía. No pretende ser una revisión exhaustiva, sino resaltar algunos aspectos de las posiciones y los matices que puedan ubicarnos mejor en la discusión sobre igualdad y diferencia.
“Exigir igualdad es aceptar la concepción patriarcal de ciudadanía, lo cual implica que las mujeres deben parecerse a los hombres.”
Dos aproximaciones problemáticas desde la perspectiva feminista al estudio de la ciudadanía6 y dos paradigmas que han estado presentes en la forma de relación de las mujeres con lo público político nos pueden servir para ir clarificando las complejidades en los abordajes feministas sobre ciudadanía y diversidad.
Las dos aproximaciones problemáticas desde la perspectiva feminista al estudio de ciudadanía son:
- La aproximación liberal, construida en base a miembros individuales, asume la ciudadanía como conjunto de expectativas mutuas entre los individuos y el Estado. El individuo es ubicado como entidad abstracta7 porque no se consideran sus otras membresías ―étnicas, por edad, género, etc.― las cuales son consideradas irrelevantes.8
- La aproximación comunitaria, y en parte también del “republicanismo cívico”, asume que los individuos son construidos por sus comunidades, sus colectividades, por su pertenencia a categorías sociales.9 Por ello, incluso habiendo derechos formales para todos, el acceso al Estado y a otras políticas se mantiene diferenciado. Es su membresía a categorías sociales o colectividades específicas la que determina sus derechos y no la existencia de individuos atomizados y aislados que se desarrollan en forma separada en su relación con el Estado.10
Estos dos paradigmas, que están presentes de alguna forma en las diferentes posiciones de la teoría feminista sobre ciudadanía, se resumen en la pregunta planteada por Seyla Benhabib,11 de si las mujeres como sujetos sociales y políticos son portadoras de un conjunto de valores diferentes y distintivos que deberían promover y por los que deberían luchar en la esfera pública o si las mujeres deberían luchar por el poder y la igualdad movilizando los recursos existentes y las instituciones disponibles en la sociedad en su conjunto.
Una noción maternalista de ciudadanía
Las que asumen la diferencia como eje de su concepción ciudadana tratan de levantar aquellas especificidades de las mujeres que podrían aportar a la democracia y a la ciudadanía. Estas diferentes posiciones tienen en común el definir la ciudadanía en términos de las virtudes de la esfera privada.12
Un primer grupo de posiciones lo encontramos en autoras como Gilligan:13 ética del cuidado, y Elshtain14 y Ruddick:15 feminismo de familia. Esta línea de pensamiento frente al predominio de las visiones masculinas de lo público propone cambiar, desde una ética de justicia orientada al logro de la igualdad considerada masculina y liberal, hacia una ética del cuidado, impulsando la inclusión de la experiencia de las mujeres como mujeres en la definición y construcción ciudadanas. Ello implica privilegiar la identidad de las mujeres como madres y el ámbito familiar como el espacio en el que hay que buscar un nuevo modelo de acción ciudadana, sustentado en el amor, la entrega, la amistad.
Se desarrolla así una noción maternalista de ciudadanía, sustentada en los valores del cuidado, cuyos atributos de preocupación y cuidado por el otro/a pueden y deben ser trasladados a la vida pública. La maternidad aparece como la base de una política de compasión que puede reconstruir la escena pública con nuevos valores sustentados en la idea del cuidado hacia otros, en la medida en que las madres nunca anteponen sus intereses a los de su prole.
El mérito de estas posiciones, según Dietz,16 es que justamente fue el primero de los feminismos el que comenzó a preocuparse por el significado de la ciudadanía y de la conciencia política. Hay sin embargo algo muy perturbador en estas concepciones ciudadanas, al asumir la superioridad de una de las partes, las mujeres con relación a los hombres, lo que lleva a levantar un “reino de mujeres”, antes que una propuesta de modificación de la cultura política para todas y todos. Es por ello que estas posiciones han sido criticadas por esencialistas, al pretender una identidad femenina “buena”, pero sustentada en una relación desigual y generalmente no democrática por el poder desigual que se da, ya sea en el interior de la familia o en la relación madre-hijo/a.
Un despotismo ilustrado, un Estado de bienestar social, una burocracia de partido único y una república democrática pueden todos respetar a las madres, proteger las vidas de los niños y demostrar compasión por los vulnerables.17
Es decir, ser buena madre no determina la capacidad de ser buena ciudadana, pues las virtudes maternales no pueden ser políticas porque emergen de una relación desigual, íntima y particular entre madres e hijos/as.
Una ciudadanía sexualmente diferenciada
Carol Pateman ofrece un aporte significativo al señalar cómo las diferencias sexuales han diseñado diferencias políticas, las que han quedado plasmadas en las teorías clásicas del contrato social.18 Igualmente para esta autora la distinción público-privado ha constituido física y simbólicamente expresión y reproducción de la demarcación genérica que elimina los temas considerados privados de la discusión en lo público.
Con mayor sofisticación que las maternalistas, asume que la ciudadanía es una categoría patriarcal que ha sido constituida, no en base a las tareas y cualidades de las mujeres, sino a partir de los atributos, capacidades y actividades de los hombres. En este arreglo las mujeres son percibidas como hombres menores. De allí que insistir en la igualdad es aceptar la concepción patriarcal de ciudadanía.
Frente a esta realidad Pateman plantea la necesidad de una ciudadanía sexualmente diferenciada, que permita dar significado político a esa capacidad que los hombres no tienen, la de procrear, y que al mismo tiempo incluya a las mujeres como tales con la misma relevancia política que los hombres, en un contexto de igualdad.
El principio de la comunidad
El enfoque de los “nuevos comunitaristas” asume una visión crítica de los efectos destructivos del individualismo y del mercado, de la descomposición y fragmentación social. Para evitarlos enfatiza el principio de la comunidad, en vez del individual, poniendo énfasis más en las responsabilidades que en los derechos. Este enfoque tiene varias ventajas, pues reconoce derechos y deberes determinados no solo por el Estado, sino por comunidades sub, supra e inter Estados. Por lo tanto, nos permite no solo ver la multiplicidad de interconexiones entre diferentes colectividades y el Estado, sino que también nos obliga a examinar la relación entre la comunidad, en la cual las personas tienen membresía, y el Estado, complejizando la relación Estado-nación.19
Sin embargo, su visión acrítica de la comunidad como una realidad homogénea puede asociarse fácilmente con una moral conservadora tradicional, al subsumir, aceptar o rechazar las diversidades y diferencias con relación al “bien de la comunidad”. La posibilidad de intolerancia a las diferencias y a las mujeres es grande, al insistir, desde los valores familiares, en los roles convencionales de madres, cuidadoras.20 Los intereses de las mujeres están de esta forma subordinados a la colectividad más amplia.
“La ciudadanía es una categoría patriarcal que ha sido constituida, no en base a las tareas y cualidades de las mujeres, sino a partir de los atributos, capacidades y actividades de los hombres.”
Las críticas a esta corriente han sido hechas por varias teóricas feministas, entre ellas Yuval-Davis, quien sin embargo avanza una posición distante de las concepciones liberales, más cercana al comunitarismo, pero, al mismo tiempo, más compleja y más política.
Para Yuval-Davis la ciudadanía se define con relación a políticas y no a Estados, en la medida en que el Estado es solo una de las formas políticas en la que la gente está de alguna manera involucrada. La ciudadanía es una construcción múltiple y todos somos ciudadanos en diferentes políticas, en nuestras comunidades locales, étnicas, nacionales y supranacionales, en las cuales las mujeres tenemos diferentes niveles de acceso ciudadano, tanto con relación a los hombres, como entre las mismas mujeres.
El reto es justamente desarrollar una teoría feminista sobre ciudadanía que sea sensible, no solo al posicionamiento específico de las mujeres en la sociedad, sino también a las diferencias entre las mujeres en base a su sexualidad, edad, estadio de ciclo de vida, clase, capacidad, etc.
Pluralismo cultural y ciudadanía
En una corriente diferente, pero que también reconoce la centralidad de lo político en la definición ciudadana,21 ofrece una reflexión que busca articular las identidades específicas, expresadas a través de los grupos de interés, con una política de interacción entre ellos. Su propuesta se ubica en la corriente “pluralista cultural”. Ante el sentimiento de exclusión que muchos grupos experimentan con relación a una cultura común y hegemónicamente masculina, los “pluralistas culturales” sostienen que esa cultura o derechos supuestamente comunes no integran las necesidades de estos grupos, pues son definidas originariamente por y para hombres blancos.
Young, reconociendo la naturaleza específica de la ciudadanía como propia del espacio de la política, afirma, sin embargo, que cuando la sociedad es altamente diferenciada, también lo debe ser la ciudadanía. Así, la ciudadanía debe tomar en cuenta las diferencias de clase, raza, etnia, generaciones y capacidades, las que deben ser expresadas en el ámbito público como identidades grupales y no individuales. Sostiene que la única forma en que las mujeres y los demás grupos excluidos se sientan parte de esa cultura común es a través de lo que ella llama una “ciudadanía diferenciada”.22
“Cuando la sociedad es altamente diferenciada, también lo debe ser la ciudadanía.”
Esta propuesta no constituye necesariamente una política de enclave, pues a través de ella se trata de que políticamente se organicen en torno a grupos de interés para, desde ellos, interactuar con los otros grupos de interés, con la sociedad y el Estado. Es decir, propone derechos universales pero organizados desde la diferencia. Un público heterogéneo formado por grupos de interés puede trabajar en conjunto, reteniendo sus identidades y sin ser engullido por un enfoque unificador.
Las críticas a esta posición resaltan el riesgo de que ello aliente a los grupos o a las diferentes identidades diferenciadas a volcarse hacia adentro y centrarse en su diferencia ―racial, étnica, religiosa, sexual, etc.―, lo cual redundaría en una política corporativista y esencialista. La ciudadanía se podría convertir en una política de queja o victimización y dejaría de ser un mecanismo para impulsar un sentido de comunidad, pues nada vincularía a los diferentes grupos ni evitaría que la desconfianza mutua o el conflicto se expandieran.
Ciudadanía política y ciudadanía social
Muchas teóricas feministas, además de reconocer la especificidad política de la ciudadanía, ponen énfasis en la igualdad, como Dietz,23 Phillips24 y Mouffe,25 con ciertas variaciones entre ellas. Desde otra entrada, con mayor énfasis en la ciudadanía social y sus interrelaciones con el conjunto de la ciudadanía, se ubican Fraser y Gordon,26 quienes expresan una noción de ciudadanía genéricamente neutral y critican el pensamiento maternal porque se acerca a posiciones esencialistas sobre la condición de las mujeres, poco adecuadas para una política democrática de ciudadanía.
Dietz, Mouffe y Phillips comparten una tajante separación entre las actividades del dominio de lo social y de la ciudadanía política. Fraser y Gordon asumen la centralidad de la interdependencia de la ciudadanía social y política, utilizan el concepto de ciudadanía social y llaman a expandir la participación democrática en el espacio de las políticas sociales en el que un número mayor de mujeres está presente.
Para Mary Dietz27 la democratización de la política implica algo más que políticas de grupos de interés y/o de políticas alrededor de una sola problemática. Recuerda que el feminismo es más que una causa política-social, que es un movimiento político con características particulares, animado por prácticas y formas de organización democráticas, potencialmente compatibles con la idea de una ciudadanía colectiva y democrática a escala amplia.
“Cuando se declare que la ciudadanía es un valor, las feministas podrán reclamar, como propia, una política realmente liberadora.”
Las feministas, dice Dietz,28 deben transformar esas prácticas democráticas en una teoría de la ciudadanía que sea comprehensiva, evitando caer en el “mujerismo” que alude, según esta autora, a una naturaleza democrática superior en las mujeres y/o centrarse solo en “asuntos de mujeres”. Lo importante es defender políticamente la teoría de la ciudadanía democrática, no solo en el propio territorio, sino también en todos los otros territorios masculinos y femeninos.
Únicamente cuando se enfatice que el logro de esos intereses sociales y económicos se ha de alcanzar mediante la incorporación activa de las mujeres como ciudadanas en el mundo público y cuando se declare que la ciudadanía es un valor, las feministas podrán reclamar, como propia, una política realmente liberadora. La ciudadanía aparece como una actividad política explícita, en la cual las personas que son iguales discuten y asumen asuntos de interés colectivo y general.
Por su parte, Anne Phillips reafirma el contenido político por excelencia de la ciudadanía.29 Sugiere que el énfasis en la ciudadanía está abriendo una nueva dirección en la política y en la práctica feminista, al acentuar los derechos y responsabilidades que compartimos, más que las diferencias. Las diferencias entre los grupos específicos aparecen así más claras y nos enfrentan a la tarea de asegurar que ningún grupo sea excluido en virtud de sus peculiaridades y su posición.
Cuando somos llamada/os a actuar como ciudadana/os, no estamos actuando solo como mujeres, hombres, negra/os o blanca/os, trabajadores manuales o profesionales, propietarios o inquilinos, aunque estas afiliaciones sean poderosas. La ciudadanía es asumida acá como el criterio homogenizador con el resto de la sociedad.30
Una nueva concepción de ciudadanía
Por su lado, Chantal Mouffe, rechazando el universalismo y la homogeneización que relega toda las particularidades a la esfera privada y sin desconocer la diferencia sexual y el hecho de que tratar a mujeres y hombres igualitariamente puede implicar tratarlos diferencialmente, argumenta que en lo político y, por lo tanto en la ciudadanía, la diferencia sexual no debe ser significativa.31
Las limitaciones a la concepción moderna de ciudadanía que señalan las teóricas feministas no se van a superar si en su definición se vuelve políticamente relevante la diferencia sexual. De lo que se trata es justamente de construir una nueva concepción de ciudadanía en la que la diferencia sexual no sea algo pertinente.
¿Cómo hacerlo? Ello es posible si reconocemos que cada agente social está inscrito en una multiplicidad de relaciones sociales, de producción, de raza, de nacionalidad, etnicidad, género, sexo, etc.; cada una de estas relaciones específicas no puede ser reducida ni añadida a las otras. Y que cada una de ellas determina diferentes subjetividades e intereses, construyendo y aceptando diferentes discursos entendidos también como prácticas sociales.32
“Una vez que las identidades son puestas en cuestión, la pregunta sobre si tenemos que ser idénticas a los hombres para ser reconocidas como iguales o la de si tenemos que afirmar la diferencia a costa de la igualdad aparece sin sentido.”
En otras palabras, las mujeres pueden llegar a vislumbrar su especificidad de género y sus intereses políticos, sociales y personales a través de sus múltiples relaciones sociales, de clase, raza, etnia, región, nacionalidad; de edad, opción sexual, etc. porque no solo todas ellas están de una u otra forma cortadas por el género, sino también porque algunas de sus otras subjetividades puede contener, en determinados momentos, mayor flexibilidad y fuerza para impulsar procesos de cuestionamiento y movilización alrededor de algunos aspectos de sus subordinaciones.
En esta perspectiva todo el falso dilema de la igualdad versus la diferencia se derrumba, desde el punto en que ya no tenemos una entidad homogénea “mujer” enfrentada a otra unidad homogénea “varón”, sino una multiplicidad de relaciones sociales en las cuales la diferencia sexual está construida siempre de muy diversos modos. Una vez que las identidades son puestas en cuestión, la pregunta sobre si tenemos que ser idénticas a los hombres para ser reconocidas como iguales o la de si tenemos que afirmar la diferencia a costa de la igualdad aparece sin sentido.33
Finalmente, Mouffe apuesta a la construcción de una alternativa democrática cuyo objetivo sea la articulación de distintas luchas frente a diferentes formas de opresión.34
Tensión y ambivalencia creativas
En estas diferentes reflexiones y enfoques de las teóricas feministas de la ciudadanía se está complejizando y aportando a una teoría de la ciudadanía que responda a las incongruencias, carencias y debilidades de la concepción y de la práctica ciudadanas, reconociendo la diferencia no solo genérica, sino entre las mismas mujeres, como posibilidades y obstáculos ciudadanos a los que hay que potenciar o neutralizar.
La tensión entre universalidad y diferencia subsiste, pero ya no como falso dilema. La universalidad tuvo sentido para generalizar la idea de acceso a la ciudadanía, impulsando a los que se sentían excluidos a exigirla, pero el reconocimiento de la diferencia aparece como fundamental en perspectiva democrática, no solo para las mujeres.
No volverla pertinente en la ciudadanía es indudablemente un reto y una aspiración y, como dicen algunas de las autoras mencionadas, para llegar a ella tendremos que asumir posiblemente que tratar con igualdad a mujeres y hombres requerirá también tratarlos en forma diferente. Ello implicaría presionar y negociar no solo por el reconocimiento de la titularidad de los derechos, sino porque gocen de garantías a través de mecanismos, estructuras e instituciones de poder que los respalden.
“Tratar con igualdad a mujeres y hombres requerirá también tratarlos en forma diferente.”
Para las mujeres se abre un abanico de posibilidades, desde la posibilidad de verse expresadas en políticas públicas, hasta la posibilidad de impulsar medidas de acción afirmativa, entre ellas, las cuotas, para poder equilibrar las brechas ciudadanas, y aunque la tensión y ambivalencia entre universalidad y diferencia subsisten, pareciera que ambas son parte de la construcción ciudadana de las mujeres. Tensión y ambivalencia creativas que se niegan a verse polarizadas entre una exclusión que invisibiliza y una inclusión parcial y en clave masculina; igualdad y diferencia, universalidad y especificidad son algunas de las polaridades que nos parcializan en sí mismas y que nos potencian en articulación.
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1 Nancy Fraser y Linda Gordon: “Contrato versus caridad: Una reconsideración de la relación entre ciudadanía civil y ciudadanía social”, Isegora, Revista de Filosofía, Moral y Política, no. 6, Madrid, noviembre de 1992.
2 Bryan Turner (ed.) en: Citizen and Social Theory, Sage Publications, Thousand Oaks, Londres - Nueva Delhi, 1993.
3 Anne Phillips: Democracy and Diference, Polity Press, Cambridge-Oxford, 1993.
4 Carole Pateman: “Críticas feministas a la dicotomía público/privado”, en: Perspectivas feministas en teoría política, Paidós, Estado y Sociedad Editorial, 1996.
5 Carole Pateman, citada en Chantal Mouffe: “Feminismo, ciudadanía y política democrática radical”, en: Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.): Las ciudadanas y los políticos, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma de Madrid, 1996.
6 Nira Yuval-Davis: “Mujeres, ciudadanía y diferencia”, documento preparatorio para la Conferencia sobre Mujeres y Ciudadanía, Universidad de Greenwich, 16-18 de julio de 1996.
7 Según algunas autoras, como Yuval-Davis, para una teoría feminista de la ciudadanía este enfoque es problemático porque atenta con hacer invisibles todos los accesos diferenciados al Estado que existen entre la gente a raíz de esas diferencias. Esta noción naturaliza a la gente hegemónica que tiene derechos y hace a los otros invisibles. Sin embargo, para otras autoras, como Anne Phillips (Cf, Democracy and Diference, ed. cit.), el feminismo tiene más que ganar con la perspectiva liberal de ciudadanía.
8 Esta también es la posición de Marx (Cf. “La cuestión judía”, en: Carlos Marx y Federico Engels: La sagrada familia, Grijalbo, 1975.): las diferencias son relevantes en la sociedad civil, pero irrelevantes en el Estado.
9 Marshall ha influido indudablemente en las posiciones comunitarias, al asumir la ciudadanía como expresión de “membresía plena a una comunidad”. T.H. Marshall: Class, Citizenship and Social Development, Westport, Greenwood Press, 1973.
10 Es justamente en la existencia de “organizaciones voluntarias de la sociedad civil, iglesias, familias, uniones, asociaciones étnicas, cooperativas, grupos ambientalistas, asociaciones vecinales, grupos de apoyo a mujeres, centros de caridad...” (Cf. Will Kymlicka y Norman Wayne: “El regreso del ciudadano: un examen del trabajo reciente sobre la teoría de la ciudadanía”, Ethics, no. 104, enero, 1994), donde se pueden aprender las virtudes de la obligación mutua que frenen el individualismo liberal. Sin embargo, para las mujeres puede ser problemático porque muchas de estas asociaciones contienen como rasgo la exclusión y discriminación de las mujeres. Por ejemplo, la familia, dice Kymlicka, es frecuentemente una escuela de “despotismo” que enseña dominio masculino sobre las mujeres; las iglesias enseñan respeto a la autoridad e intolerancia hacia otras creencias, etc., en vez de virtudes y responsabilidades cívicas.
11 Seyla Benhabib: “Desde las políticas de la identidad al feminismo social: Un alegato para los noventa”, en Elena Beltrán y Cristina Sánchez (eds.): Las ciudadanas y los políticos, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma de Madrid, 1996.
12 Will Kymlicka y Norman Wayne: Ob. cit.
13 Carol Gilligan: In a different Voice: Psychological Theory and Women’s Development, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1982.
14 Jean Elsgtain: Public Man, Private Woman: Women in Social and Political Thought, Princeton University Press, 1992.
15 Sara Ruddick: Maternal Thinking: Toward a Politics of Peace, Ballantine Books, Nueva York, 1990.
16 Mary G. Dietz: «Ciudadanía con aire feminista», Debate Feminista, vol. 10, septiembre de 1994, pp.45-66.
17 Ídem, p. 60.
18 Carole Pateman: “Críticas feministas a la dicotomía público/privado”, ed. cit.
19 Nira Yuval-Davis: Ob. cit.
20 Ídem. Véase también Maxine Molineux: Ciudadanía femenina y democracia: temas del debate contemporáneo, Institute of Latin American Studies, University of London, 1996.
21 Iris Marion Young: “Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citizenship”, Feminism and Politics; Anne Philips Oxford Readings Feminism, Oxford University Press, pp. 401-12, Oxford-Nueva York, 1998.
22 Susan Okin: «Desigualdad de género y diferencias culturales», en Carmen Castells (compl.): Perspectivas feministas en teoría política, Paidós, Estado y Sociedad 23, Barcelona, 1996, p. 402.
23 Mary G. Dietz: Ob. cit.
24 Anne Phillips: Ob. cit.
25 Chantal Mouffe: Ob. cit.
26 Nancy Fraser y Linda Gordon: Ob. cit.
27 Mary G. Dietz: Ob. cit.
28 Ídem.
29 Anne Phillips: Ob. cit.
30 Phillips señala que la discusión feminista sobre estos aspectos es fundamental, pues aunque no hay necesariamente incompatibilidad entre el lenguaje ciudadano y el feminismo, hay mucho trabajo que hacer para asegurar una articulación. El énfasis en nuestro rol y aspiraciones como ciudadanas levanta importantes cuestionamientos acerca de los límites de la democratización de la vida cotidiana y nos ayuda a mirar nuevamente la relación entre lo político, lo económico y lo social. La ciudadanía, concluye, restaura la importancia de la actividad política. Cf. Anne Phillips: Ob. cit., p. 87.
31 Chantal Mouffe: Ob. cit.
32 Estos discursos pueden estar en contradicción entre ellos y en ellos Las personas pueden tener una perspectiva democrática en algunas posiciones subjetivas y no en otras; por ejemplo, la clase obrera puede tener una posición subjetiva democrática en su identidad como trabajador, pero una perspectiva profundamente antidemocrática en su identidad de género masculino. Es importante señalar, sin embargo, que el surgimiento de una dimensión de igualdad en algunas de las posiciones subjetivas puede extenderse o generalizarse a las otras. Lo que no ocurre de una vez y para siempre, puesto que las subjetividades no son fijas y permanentes en el tiempo.
33 Elena Beltrán y Christina Sánchez (eds.): Las ciudadanas y los políticos, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma de Madrid, 1996.
34 Chantal Mouffe: Ob. cit.
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