Crónicas fantásticas del caribe: la emperatriz Yeyette y su prima la sultana

De los campos de Martinica al palacio de las Tullerías, de indiana a emperatriz: la historia de Yeyette es una de las más fabulosas que vivió una mujer caribeña.

Baron François Gérard: "Joséphine vestida para la coronación" (1807-1808), detalle.
Baron François Gérard: "Joséphine vestida para la coronación" (1807-1808), detalle.

El Mar de las Antillas ha dado lugar a crónicas diversas, algunas de las cuales, si bien históricas, resultan dignas de la más desatada fantasía; otras, no documentadas, quedan como incógnitas no menos sorprendentes. Son bien interesantes los destinos peculiares de una serie de mujeres ligadas al Caribe. Una de ellas, tuvo un papel muy especial en el Viejo Continente. Yeyette de Tascher de la Pagerie (23 de junio de 1763 - 29 de mayo de 1814) había nacido en la Martinica, en el seno de una familia francesa allí enraizada desde 1730.

Los Tascher de la Pagerie eran aristócratas. El primer Tascher que se estableció en la Martinica fue Gaspar José de Tascher de La Pagerie, que llegó en 1734: allí nacieron sus hijos, Jose Gaspar y María Eufemia Deseada. José Gaspar era un béké, nombre que se daba en la isla a los criollos blancos; fue oficial del ejército francés, viajó a Francia siendo muy joven y tuvo una experiencia en la corte que lo marcó para siempre; luego regresó a su hogar natal y vivió casi toda su existencia en el Caribe, donde se hizo propietario una finca no particularmente extensa y 200 esclavos. Se casó con otra martiniqueña, Rosa des Verger de Sannois, con quien tuvo tres hijas: María Josefa Rosa, Catalina Deseada, y María Francisca, a quien llamaban por su belleza “La rosa de la Martinica”.

José Gaspar tuvo otras cuatro hijas de relaciones extra matrimoniales. Pero de las tres que le dio su matrimonio solo una alcanzó la madurez, pues Catalina Deseada y María Francisca murieron muy jóvenes. El destino de esa única sobreviviente, María Josefa Rosa, no pudo ser más fantástico. Hasta su adolescencia vivió en una casona amplia, pero rudimentaria, donde su madre estaba a cargo de todo, mientras su padre se daba a una vida libertina de señorito francés. La muchacha era llamada Yeyette en familia y se educó en un convento de monjas en la isla. El hábito, tan caribeño, de beber guarapo le deterioró la dentadura y dio lugar a que, para disimularlo, adoptara su famosa y enigmática semi sonrisa.

Yeyette en París

Retrato de Josephine de Beauharnais en 1801.
Retrato de Josephine de Beauharnais en 1801.

Años más tarde, ya establecida en París, no renegó de su origen indiano y, muy al contrario, jugó con la supuesta idiosincrasia que los parisinos atribuían a los caribeños: perezosos, sensuales y caprichosos. La hermana de su abuelo, María Eufemia Deseada, era entonces amante de Francisco de Beauharnais. Esta señora decidió casar a una de sus sobrinas antillanas con un hijo menor de su amante, el vizconde Alejandro de Beauharnais. Así se pactó el primer matrimonio de Yeyette, que resultó un desastre desde el principio. Alejandro, que era militar, prefería la guarnición al hogar y consideraba a Yeyette poco educada, dejándola demasiado tiempo sola en casa. Aún así, tuvieron dos hijos, Eugenio y Hortensia.

En aquella etapa, Yeyette solo hizo afinidad con una tía de su marido, la escritora Ana María Mouchard de Chaban, divorciada de Claudio de Beauharnais. Gracias a ella, la recién casada se introdujo poco a poco en la alta sociedad. En 1782, Alejandro viajó a Martinica, pero acompañado por una amante, mientras Yeyette, embarazada de su hija, permanecía en París. Cuando el vizconde regresó, asumió que la niña no era hija suya y expulsó a María Josefa de la casa. Esta apeló con éxito a la justicia. Él cedió, pero se llevó a la fuerza a su hijo; lo que condujo a un nuevo pleito que Yeyette volvió a ganar. Recibió una pensión y vivieron separados, pero como Alejandro no le pagaba puntualmente, sus padres debían enviarle dinero desde Martinica.

Sola, sin una posición social sólida, Yeyette decidió regresar a las Antillas, donde adquirió notoriedad y ayudó a restablecer la economía familiar. En París, sin embargo, su ausencia fue objeto de comentarios emanados de la malevolencia y de los chismes. Se dijo que tuvo un amante negro y que había dado a luz una hija de él, algo que, andando el tiempo, repetiría en sus Memorias el político francés Paul de Barras, que había sido su amante y era enemigo de Napoleón Bonaparte. Quizás fue esa tendencia de los parisinos a difundir rumores lo que causó en primer lugar su ruptura con Alejandro.

Luego del estallido de la Revolución francesa en 1789, se produjeron en Martinica diversos levantamientos de esclavos. María Josefa y su hija Hortensia lograron escapar en una fragata y desembarcaron en Tolón. Para entonces, Alejandro había adquirido relevancia política. Eso benefició a Yeyette, que logró una cierta posición social en París. Pero en 1794, Alejandro fue acusado de contrarrevolución y condenado a muerte.

Yeyette escapó con su hija y se refugió en casa de una amiga martiniqueña. Luego consiguió un certificado de fidelidad política revolucionaria y, valiéndose de ese documento, logró liberar a varias personas cercanas a ella. Pero a pesar de sus esfuerzos, no pudo salvar a su marido. Al cabo, ella misma fue encarcelada en la misma prisión donde lo tenían a él y alcanzó a visitarlo varias horas al día hasta que lo guillotinaron. También ella estuvo a punto de morir en el cadalso, pero enamoró a un funcionario del Comité de Seguridad General y este destruyó su acta de condena.

La maravillosa Yeyette

Libre otra vez, Yeyette se encontró en la miseria, pues las propiedades de su marido habían sido incautadas. Pero la criolla era muy hábil: para 1795 había conseguido ya que le devolvieran los bienes de su marido, recuperó también sus pertenencias decomisadas, pidió prestado, hizo negocios, y poco a poco restauró su fortuna, hasta el punto de garantizarles una buena educación a sus hijos.

Era la época de los increíbles y las maravillosas en París: terminado el Terror, los girondinos habían asumido el gobierno, una nueva generación aparecía en escena y su primera preocupación era disfrutar de la vida luego de los horrores jacobinos. Los jóvenes de la Revolución se lanzaban a una vida de placeres y lujos extremos. Los incroyables (increíbles) y las merveilleuses (maravillosas, muchachas de la nueva sociedad), con su libertinaje y sus desafueros, cambiaron la moda e impusieron un estilo grupal de hablar, transformando ciertos sonidos de la lengua francesa tradicional. Unas pocas maravillosas rigieron la vida social: Teresa Cabarrús de Tallien, Julieta Recamier… y, desde luego, Yeyette. Bellas, espirituales y de una moral más que dudosa, se convirtieron en las reinas de París.

La criolla era alocada, divertida e ingeniosa: se volvió uno de los centros de la nueva sociedad termidoriana y un modelo de elegancia y refinamiento. En esta etapa, se le atribuyen incontables aventuras amorosas, entre ellas una con Paul de Barras, omnipotente político del Directorio a cargo del gobierno francés, un individuo de costumbres libertinas, supuestamente bisexual, vanidoso, pero en extremo hábil. Había sido amante de Teresa Cabarrús de Tallien, la otra reina parisina y mejor amiga de Yeyette, y había cultivado la amistad de Napoleón Bonaparte y del sombrío Talleyrand.

Emperatriz de Francia

Jacques-Louis David: "Coronación de Josefina Bonaparte" (1805-1807), detalle.
Jacques-Louis David: "Coronación de Josefina Bonaparte" (1805-1807), detalle.

Napoleón, ya desterrado en Santa Helena, contaría una historia distinta: a raíz de un motín realista contra el Directorio, prohibió que los parisienses tuvieran armas en sus casas y ordenó un decomiso general. El joven Eugenio de Beauharnais fue a verlo para pedir la devolución del sable de su padre muerto. Bonaparte accedió y luego María Josefa también le agradeció personalmente. Así comenzó el vínculo entre ellos. El futuro emperador se enamoró de ella y le propuso matrimonio. Se casaron el 9 de enero de 1796. La correspondencia de amor con ella es famosa hasta el presente.

Fue Bonaparte quien cambió su nombre a Josefina, con el que pasó a la historia. Se dice que esto se debió a los celos de él por la fama dudosa de que había gozado la criolla. Poco después, Bonaparte partió como general en jefe a la guerra en Italia: la leyenda comenzaba. Las victorias del marido convirtieron a la flamante Josefina en el centro de la vida social.

Tras su regreso triunfal a París, la importancia de la generala Bonaparte creció. Pero también ella comenzó a tener por amante al joven oficial Hyppolite Charles. Bonaparte, enviado a conquistar Egipto, marcha solo. Allí una carta de su hermano José le advierte de las infidelidades de Josefina y él decide pedir el divorcio. Los Bonaparte, en París, apenas ven a su esposa, a quien detestan unánimemente. Ella, sagaz, terminó su relación con Charles y se compró el castillo de Malmaison, que en lo adelante sería su residencia favorita. Allí esperó el regreso de su marido, que aunque venía dispuesto a divorciarse, cedió a las súplicas y la pasión de ella. A partir de entonces, Yeyette no solo le fue fiel, sino que también usó su red de relaciones sociales para ayudarlo a realizar sus ambiciosos planes.

El ascenso de Bonaparte a Primer Cónsul los llevó a vivir al palacio de las Tullerías. Él la mantenía desinformada de sus tramas políticas; ella se enteraba a través de sus relaciones con figuras como Talleyrand y Fouché. Pero solo influía en ciertos asuntos, como la autorización de regreso a emigrados realistas, con los que ella simpatiza. Trató en vano de impedir el fusilamiento del duque de Enghien, uno de los primeros y más graves errores de Bonaparte.

Poco después se inicia la leyenda, por completo falsa, de que ella impulsó a su marido a restablecer la esclavitud africana en las colonias francesas. La calumnia dio lugar, muchos años más tarde, a que la estatua de Josefina erigida en Martinica fuera decapitada más de una vez. Lo cierto es que ella nunca dejó de relacionarse con los terratenientes béké radicados en París, partidarios de la esclavitud. Pero no hay ninguna prueba de que ella impulsase una regresión de ese tipo.

En 1804 Bonaparte proclamó el Imperio francés y se coronó como emperador, asumiendo el nombre de Napoleón. Aunque ya durante el Consulado su familia lo presionaba para que se divorciara, él decidió que su esposa fuera coronada con él. Ella, siempre hábil, le hizo saber al papa Pío VII, llevado a Francia para la coronación, que no estaban casados por la iglesia: así logró que el pontífice obligara a Napoleón a un matrimonio religioso, que haría más difícil luego un divorcio debido a que ya no podía tener hijos.

Como emperatriz de los franceses, Yeyette alcanzó la más alta posición social, con servidores propios, damas de honor y todo el aparato monárquico. Su hija, casada con el hermano menor de Napoleón, fue reina consorte de Holanda. Su hijo Eugenio, virrey de Italia y marido de una princesa bávara. Pero la historia no terminaría en ese triunfo.

Napoleón, angustiado por no tener hijos, terminó por divorciarse en 1809. Pero ella, siempre amada, recibió como despedida el palacio del Elíseo, el castillo de Malmaison y el de Navarra, y conservó el título de emperatriz. La fama de su belleza y de su encanto hizo que, en la primavera de 1814, cuando ya Napoleón había sido destronado, la visitara respetuosamente en el castillo de Saint Leu el zar Alejandro I de Rusia, enemigo mortal de su ex marido. En mayo de ese mismo año, a los 50, Yeyette murió en su castillo de Malmaison. Su vida es, sin duda, una de las vidas más fabulosas que vivió una mujer caribeña. Pero no la única.

¿Una sultana caribeña?

Una prima de Yeyette tuvo también un destino sorprendente. Se trata de la bella Aimée du Buc de Rivery, que era también hija de un béké, uno de los más ricos de Martinica. Los datos de su biografía no han sido verificados, pero constituyen una leyenda fascinante.

Aimée, luego de una estancia en París, emprendió su regreso a Martinica. Y se cuenta que, durante el viaje, su barco fue asaltado por piratas argelinos. Supuestamente, el dey de Argel, Baba Mohamed ben-Osman, a quien la vendieron como esclava, se la envió como regalo al sultán de Turquía, Abdul-Hamid I. Y ya en su harén, la antillana se convirtió al islamismo y cambió su nombre por Nakchidil, fascinando con su hermosura al sultán, que la agració con la categoría de Kadine o cuarta esposa del sultán.

Según la leyenda, Nakchidil, rodeada de honores, fue la madre del sultán Mahmoud II, por lo cual en 1808 se la nombró sultana validé, es decir, sultana madre, un título equivalente al rango europeo de emperatriz madre. De este modo, en una época más o menos coincidente, habría habido una emperatriz caribeña en Francia y otra en Turquía, dos mujeres de Martinica que además eran primas.

Esta jugosa historia ha sido objeto de estudio por historiadores franceses y turcos. Pero no ha podido ser documentada de manera concluyente. Un primo martiniqués de Aimée, Gallet de Saint-Aurin, diplomático francés en Turquía, relató por escrito que había conocido a la sultana Nakchidil, que se dirigió a ella en créole martiniqueño y que ella le contestó del mismo modo antes de retirarse muy conmocionada y sin volver a hablarle. Esta sultana validé murió en 1817, y su tumba, que existe aún en Fatih, Turquía, consigna que murió de melancolía. El enigma sigue en pie y, cierta o no, esta historia es un elemento más que ratifica el aura de fascinación y misterio del Caribe.

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