Entrevista | Oneida González: Una voluntad siempre incansable

"Los artistas han hecho siempre lo que es imperativo en sus vidas. Han defendido con talento, y con una vitalidad inusual, aquello que consideran sustantivo", explica la escritora Oneida González.

| Vidas | 14/03/2024
Oneida González, Miami, 2023.
Oneida González, Miami, 2023. Foto: Gustavo Pérez

Oneida González, en efecto, se caracteriza por una voluntad incansable y una necesidad expresiva de gran intensidad. Ambas han conducido su derrotero personal por diversas modalidades de creación. Muy joven aún, graduada de una especialidad educativa en su Camagüey natal, pronto se orientó hacia perfiles académicos más en consonancia con su vocación. Estudió en la maestría en Cultura Latinoamericana que logré abrir y sostener contra vientos ominosos y muchas mareas opuestas en la década del noventa.

Pronto, la muchacha de entonces se proyectó hacia la promoción cultural primero, pero enseguida hacia la conformación de su propio discurso como creadora. De manera sostenida prosiguió un camino de formación multivalente que, con el estímulo y apoyo del creador audiovisual Gustavo Pérez, la llevó, entre otros caminos profesionales, a cursar un Taller de Guion en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, por ejemplo, o el taller El Guion en el Documental, convocado por la Oficina de Creación del Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas de La Habana.

Se encaminó, además de la narrativa y la poesía, en la creación audiovisual. Obtuvo el Tercer Premio del Festival Internacional “Santiago Álvarez in memoriam”. Mereció en el 2014 la beca de la Fundación Noruega para el Cine Cubano, y en el 2015 la Beca de Investigación “Amigos de la Biblioteca Princeton”, en Estados Unidos. Investigadora de la obra del extraordinario escritor cubano Severo Sarduy, figura más destacada del llamado Baby boom y también de la narrativa neobarroca postlezamiana, a ella se deben libros y textos audiovisuales de gran relevancia sobre este autor, tan ignorado por la Cuba posterior a 1959. En tal sentido, una serie de universidades norteamericanas la han invitado en relación con este temas, entre otras Wesleyan University, Yale University, CUNY University of New York, entre otras.

Si uno de los proyectos audiovisuales en que trabajó, Todas iban a ser reinas, con Gustavo Pérez, llamó fuertemente la atención por su tratamiento descarnado de un tema silenciado en Cuba, el drama de las mujeres soviéticas que abandonaron su país para ir a la isla del Caribe con sus maridos cubanos, y el áspero choque, tanto cultural, como humano y aun político que sufrieron, ese fue el inicio de una gratificante carrera como creadora audiovisual que, en el documental Severo secreto (codirección con Gustavo Pérez) encuentra una ratificación de gran fuerza.

Otros proyectos suyos tienen un gran interés, como el libro Polvo de alas. El guion cinematográfico en Cuba (2009). En el 2022 Ediciones Rialta publicó su libro Severo Secreto y al año siguiente vio la luz su poemario El lazo infinito, ganador del último Premio Paz de la Serie Nacional de Poesía, la Feria Nacional del Libro, y el Miami Dade Collage.

Oneida, hay muchas aristas temáticas de las que conversar contigo. Comencemos por la literatura y en particular por la poesía. ¿Qué temas prefieres para tu expresión personal? En el campo de la poesía cubana, tan variado en cuanto a modalidades líricas, ¿te identificas con alguna tendencia, generación o grupo, o prefieres asumirte con independencia de poéticas precedentes o contemporáneas contigo?

Llevaba mucho tiempo sin escribir poesía, lo que genera una demanda creativa de otro orden. Creo que ese distanciamiento temporal, me convino porque las investigaciones, si son rigurosas, aportan esa sustancia indispensable, que es la disciplina, el rigor. Si a esto se añade que estaba queriendo conocer a un poeta (investigador él mismo), debe haber resonado mucho en mí. Pero claro, yo lo necesitaba, y, al soltar las amarras de aquella etapa de novicia, se hizo imprescindible una especie de libertad, de expresión íntima. Y escribí tres cuadernos seguidos, uno de los cuales ganó el Premio Paz. En tiempos de la pandemia de COVID había escrito “Crónicas de la salamandra”, y, más tarde “Delirio planeta”, todavía inéditos. Esa confirmación me ha hecho visible en un contexto nuevo, y exige no ya compromiso conmigo misma, sino también con el entorno, y especialmente con la poesía.

Oneida González, Camagüey, 2003, en los inicios de la investigación sobre Severo Sarduy. Foto: Gustavo Pérez
Oneida González, Camagüey, 2003, en los inicios de la investigación sobre Severo Sarduy. Foto: Gustavo Pérez

Quizás no tenga conciencia de algunas de las influencias que tengo, y podría ruborizarme al compartir las que más aprecio, pero como la pregunta me atrae, lo menciono. Se trata de un hombre, y, de una mujer. Él es José Martí. Ella, Dulce María Loynaz. De él bebí en la oralidad (como tantos de nosotros), por la repetición en todo acto público, lo que, en el mejor de los casos, me ayudaría a percibir la musicalidad, la calidad rítmica, y, la pulcritud de su expresión. Pero aprendí a leerlo con más profundidad en la adolescencia, cuando enseñaba en las escuelas secundarias, como parte de mi práctica docente, y necesité buscar más hondo.

Luego vino una etapa de crecimiento, en el Instituto Superior Pedagógico “José Martí” con maestros excepcionales, de quienes aprendí tanto por sus enseñanzas, como por su ejemplo. Estoy segura de que mi deslumbramiento martiano provocó una responsabilidad con el lenguaje, que iría desarrollando, a través de la poesía y de la prosa de Dulce María Loynaz, aunque después de mucho silencio. Esto, y la claridad de su palabra, cambiaron mi lectura del mundo, y de mi expresión, en una que fue haciéndose más desnuda y, a su vez, más expresiva.

Aquí debo mencionar con gratitud el trabajo de Olga García Yero, estudiosa de la obra de la escritora, cuando fuimos colegas en el Centro Cultural “Nicolás Guillén”, y el nombre de la Loynaz volvía a escucharse en la Isla. También, al diálogo que pude tener con poetas como Luis Álvarez, Roberto Méndez, y Roberto Manzano, amigo y maestro de mi generación. Todos influyeron y alimentaron mi curiosidad, y mi responsabilidad intelectual. Pero faltaría mencionar al más sistemático vínculo que he tenido con Gustavo Pérez, poeta refinado nato, que publicó tres libros, y luego empezó a hacer cine, y fotografía, hasta el día de hoy. La poesía también puede hacerse en otra parte, y fue deviniendo síntesis, en imágenes que lo persiguen, y quedan fijas por su mano, cuando ya no puede evitarlo.

La primera vez que me preguntaron sobre mis temas, respondí que son el dolor, el amor, y la esperanza. Hoy, al verificar esa tendencia en algunos de mis trabajos en prosa o en el libro El lazo infinito y en poemarios, aún inéditos, creo que se mantienen. Más consciente de ello, quiero decir que se ubican en ese orden y no en otro, porque el sufrimiento es una experiencia existencial dramática, pero lo amoroso es una actitud (un valor en sí): por eso necesitas elegirlo, y trabajar sobre él.

Por último, exploro otro concepto, tal vez menos prestigioso: la esperanza. Allí se asientan las fibras que pueden llevarnos a ser más humanos; siempre y cuando no se espere sin haber hecho todo por conseguir lo esperado. Así es que al amor no lo veo como una cuestión provisoria, sino como un estado alcanzable, tras un proceso de indagación, hondo y sistemático, que ha de madurar en nosotros.[1]

¿Qué admiras más en el legado literario e intelectual de Severo Sarduy?

Me impresionó su inquietud intelectual, el nivel que tenía ya al salir, muy joven aún, de La Habana, y que le permitió ubicarse pronto en los discursos del grupo “Tel Quel”. La respuesta solía darla él mismo, que decía en broma: ¡“Tanto trabajo”! Y es que llegar a París, y encontrarse en un círculo tan notable, junto a intelectuales como Julia Kristeva, Roland Barthes, Foucault, Marcelin Pleynet, y Phillippe Sollers entre otros muchos, y ser uno entre ellos, no fue obra solo de la simpatía criolla de Sarduy; lo fue de su genio, de su exquisita sensibilidad, de su trabajo.

Sarduy tenía un conjunto de cualidades que lo hicieron amable a “Tel Quel”. Como poeta, tenía preguntas que ya se había hecho en Camagüey, y en La Habana; que le permitieron desarrollar nuevas exploraciones al llegar a Europa. Tenía una capacidad excepcional para los idiomas: aprendió francés en el camino, según cuenta Manuel Díaz Martínez.

Cartel publicitario del documental Severo secreto, realizado por el artista Alejandro Fornés.
Cartel publicitario del documental Severo secreto, realizado por el artista Alejandro Fornés.

Sarduy es una escuela de tenacidad. ¡Un todo de laboriosidad, y genialidad chispeantes! Si al describirme, dices, en la introducción, que tengo una “voluntad”, y una “necesidad expresiva incansables”, se debe en buena medida al contacto con su estimulante energía. Cuando se han tenido en las manos los magníficos volúmenes de sus Obras completas, y se ha estudiado la totalidad de su producción, vuelve a la mente aquella frase: ¡“Tanto trabajo”!

Hay algo que distingue Antón Arrufat, en su testimonio para el film Severo secreto, y es: “el no olvido de su país natal” (o) “el no olvido de la cultura cubana”. Es uno de los testimonios que más impactan, y que se repite en las entrevistas sobre Sarduy. No es solo que Camagüey y Cuba, están en su poesía, o en su narrativa, sino, que estuvo al tanto ¡siempre! de lo que sucedía en la isla, y mantuvo hasta el final, la añoranza de un posible regreso. Hay una cosa que vivimos, al revisar la correspondencia con su familia, que poco a poco nos fue impactando. En todas sus cartas, su firma era: “Severo, Amor”. Así, con mayúscula. No importa si la carta era larga, o si apenas era una nota escrita porque alguien viajaría a Cuba: él siempre firmaba así: “Severo, Amor”.

Recuerdo con particular nitidez aquel texto audiovisual Todas iban a ser reinas. Te pido que, por la relevancia de aquel documental, reconstruyas para los lectores de Alas Tensas el proceso de creación, que supongo muy laborioso. ¿Cómo surgió la idea? ¿Cómo seleccionaron a las mujeres soviéticas que participaron? ¿Qué tan emotivo fue el proceso de creación, puesto que las participantes se muestran claramente bajo una fuerte atmósfera afectiva y, sobre todo, dramática? Como mujer y creadora, ¿qué significó personalmente ese proyecto?

Quiero partir del principio, porque fue un instante luminoso. Estaba en la cola para ver a un especialista en el Hospital Provincial de Camagüey y, en medio de aquella masa de mujeres que esperábamos el turno para ver al médico, escuché una voz (con acento extranjero) que se quejaba de la interminable demora. Como no me sonaba a un acento inglés, puse más atención, hasta darme cuenta de que era probablemente rusa, o de alguno de los países que conformaron la URSS.

Me acerqué un poquito a ella y me contó su vida, como lo haría otra cubana: tenía una enfermedad incurable, y una tragedia familiar, que duele repetir. ¿¡Cómo podía cargar con tanto!? Quise convencerla de narrar su historia, y se negó. Creía que ya “nada, ni nadie, podía ayudarla”. Sentí que había traspasado los límites de su vulnerabilidad, y me quedé con su dolor, para recordarme a mí misma que debía buscar otra forma de contarlo.

A mi regreso le narré el suceso a Gustavo, y coincidió en que era un buen tema para un documental sobre estas mujeres, inexplicablemente enquistadas en el Caribe. Nos reunimos con un grupo grande, con la ayuda de varias de ellas. Una se distinguía entre todas, y, nos dejó muy impresionados. Gustavo pensó que si ella era una síntesis de aquel fenómeno, bastaba, porque era muy reflexiva, y estaba dotada de una excepcional capacidad narrativa.

No tuve, ni tengo dudas de que un documental como ese habría sido potente, pero las particularidades de cada región iban a perderse. A mi entender, eso era de lo más importante. Lo hablamos, y estuvimos de acuerdo. El proceso fue complejo pero coincidimos en que Irina Pelaeza (Letonia) iba a ser la protagonista de Todas iban a ser reinas. En ese momento ambos trabajábamos en Televisión Camagüey: él, por muchos años ya, como director. Yo, como asesora de programas, por breve tiempo.

Nos hicimos preguntas muy simples: ¿Qué había pasado con estas mujeres que vinieron a residir en Cuba? / ¿Cuál había sido su experiencia? Quedaba así de claro el punto de vista.

No se trataba de mujeres (y hombres) que residieron en el país por un período, en misión profesional. El punto de interés caía sobre las que formaron familia y seguían viviendo allí. Esa perspectiva apuntaba, directamente, a lo que todavía hoy angustia a mucha gente en el mundo: eran (son) un drama íntimo, provocado por los accidentes de esa historia mayor, que lo genera. Si los lazos entre las dos naciones (la de procedencia y la de recepción), quedaron desatados con relativa rapidez, para ellas era más difícil. Para algunas, de hecho, fue imposible. Experimentaron con los cubanos un suceso trascendente; los mencionados vínculos consanguíneos. Y allí estaban, formando parte de nuestra realidad.

Para la selección de los personajes, necesitamos recorrer las diferentes zonas de la ciudad donde había alguna mujer, siempre referida por alguien que nos conocía, y de inmediato apoyaba el proyecto. Salíamos (y esto era caminando) hacia aquel destino, y regresábamos siempre con algún testimonio, y otras veces con un personaje comprometido. Algunas no se atrevieron a hablar, y era muy visible un dolor (o un temor) no superado.

El documental tuvo un largo período de gestación, y fue muchas veces obligado a fluctuar por impedimentos de orden práctico. Pero en el primer semestre del año 2005, habíamos terminado la selección, tras una investigación de campo entre más de treinta mujeres que vivían en Camagüey. Las razones para esa otra decisión fueron también de orden práctico. Era imposible hacer un recorrido por todo el país para tener una muestra nacional. Confiamos en que, teniendo una adecuada selección de los personajes, daríamos una versión de lo que sentíamos, y de lo que íbamos descubriendo. Conseguimos rodar a finales de ese año y finalizar el montaje a principios del 2006.

La narración se inicia con la presentación de los personajes: “Siete mujeres cuentan las peripecias de sus vidas tras un viaje que cambia radicalmente su destino. Moscú, Ucrania, Bielorrusia, los Montes Urales, Letonia, Azerbaiyán y Kazajstán, son las regiones desde donde llegan a la isla de Cuba. Sus vidas se convierten en un tejido de sucesos que sirven para mostrar un período de la Revolución cubana y sus vínculos con la más reciente historia universal: el desarrollo y caída de la utopía socialista. Una de ellas comienza cantando una canción en ruso. Se escucha una palabra que no tiene traducción “barbudos”, y había despertado su ilusión por el universo de la isla.

La ucraniana comenta que les enseñaron a cantar el Himno del 26 de julio, ¡en ruso!. La moscovita recuerda, emocionada, la voz de Elena Burque, y su compromiso de aprender español para entender la letra. La kazaja evoca su primer contacto con la isla a través de una enciclopedia infantil, donde aparecen “imágenes de la juventud recogiendo naranjas”. Liuba, procedente de los Montes Urales, se emociona al contar que desde pequeños recaudaban una cuota de dinero “para ayudar a Cuba, y a Vietnam”.

Cartel de la versión en inglés del documental Todas iban a ser reinas.
Cartel de la versión en inglés del documental Todas iban a ser reinas.

Así es como queda abierto un universo de conexiones entre estas mujeres, y los hombres cubanos que las llevaron a un viaje sin regreso. “Aunque ellas tienen realidades comunes, tienen algunas diferencias, según la región de origen, y de las circunstancias específicas del momento del viaje; donde aparecen aspectos útiles para contrastar el modo en que se produjeron las relaciones entre los dos países, y comprender buena parte de la historia de Cuba en el período que abarca la narración: principios de los sesenta, hasta principios de los 2000”. En la sinopsis se habla de: “Siete mujeres (…) narran las peripecias de un viaje, que es el de sus vidas”. Ellas son emigrantes por amor. Desde la antigua URSS, hasta la isla de Cuba, el mar es el límite entre la utopía y la realidad, que el destino ha tejido para ellas”.

Te has desenvuelto como artista cosechando de dos parcelas, la literatura y el audiovisual. ¿Son idénticos para ti o significan dos zonas separadas de Oneida González? ¿Qué diferencias notas en tu proceder expresivo y tus modos de construcción entre la poesía y el audiovisual? ¿Qué notas de común entre esas dos parcelas? ¿Cuáles son para ti sus diferencias más sustantivas en cuanto a los modos de expresión?

Absolutamente la misma: a veces ingenua, curiosa siempre, y muchas veces, tozuda.

Había gente muy estudiosa y expresiva entre mis parientes más o menos cercanos. Aunque ninguno fue a la universidad, sí que leían de forma habitual, ya fueran revistas (como la Bohemia) o libros de historia. ¡Muchísimos libros de historia! Y les encantaba debatirlos, tan pronto se reunían. Mi padre era parte importante de eso. Mami menos, porque tenía mucho trabajo. Éramos seis hijos, y ella era maestra en la escuela, que nos quedaba al cruzar el patio de la casa. Yo aprendí a escudriñar mi realidad desde niña. Cuando viajábamos a Camagüey, creaba una historia infinita para entretenerme, hasta que me quedaba dormida ya cuando estábamos por llegar a la ciudad.

Podía indagar en silencio, largamente, o hacerme una historia. Era lo que más me divertía, y se hizo un hábito en mí, porque si no, me aburría. Ese proceder silencioso, que se convirtió en refugio en medio de aquel mundo lleno de voces altas, a las que yo no podía alcanzar: ¡nací en medio de la Campaña de Alfabetización! Entonces, me expreso por pura necesidad comunicativa: es más fuerte que yo. Tan fuerte como el silencio en el que caigo para indagar en mí y en mi relación con los otros, o con el entorno.

Lo digo, porque si lo tomo en cuenta, allí debe haber nacido una capacidad de observar, de formarme un criterio, y, como consecuencia, la de narrar. Esa mezcla entre expresión y poder, me llevó a formar también un criterio. Las observaciones de entonces no se trasmutaron en obra, pero desataban una energía creativa, que por sí sola se ubicaba en el medio de expresión que podía convenirle. No culminaron siempre en una investigación profesional, pero sí ayudó a seleccionar y aprovechar lo indispensable.

Escribí mi primer libro sin un plan. Fue una necesidad surgida de la puesta en escena de una obra de teatro cuya estructura tenía esas pautas. A menudo hay otra forma de arte, que me inspira. Lo comento porque quise hacer un cortometraje inspirada en el personaje de Jardín y, aunque no quedé conforme con los resultados, fue un primer intento de narrar en el audiovisual. Y como no conseguí resolverlo entonces, lo llevé al campo de la poesía. Así es como El camino de Bárbara toma impulso del Jardín, de Dulce María Loynaz. Y, las frases que nombran cada una de las secciones del libro: “El camino”, “La noche”, y “La Ciudad promisoria”, parten de aquella obra de teatro donde se usaba los tres mitos, que me habían impresionado desde el escenario.

¿Qué te obsesiona, y te salva, dentro de ese todo que vas explorando?

Me obsesiona la justicia. Y siempre fue difícil para mí entender ese concepto, en medio de las sociedades en las que he vivido. La justicia es solo tenida en cuenta desde lo institucional (desde el poder). Pero la justicia como alimento y compañía perenne de nuestras vidas es algo poco común. Ojalá que algún día entendamos su importancia.

¿En tu criterio, cuáles son los desafíos principales que tiene que enfrentar un joven en cuanto a la creación audiovisual en general, pero sobre todo en lo referente al documental?

La creación audiovisual se ha hecho relativamente fácil desde que los medios de producción son más accesibles. El mayor problema que tenemos, creo que es de visibilidad. Con unos ojos debidamente formados, e informados, al frente de estas decisiones (utopía) se haría notar adecuadamente lo que es valioso dentro de lo que se produce. Los jóvenes, hasta donde estoy enterada, tienen que defenderse prácticamente solos, porque tampoco existen productoras interesadas en propuestas que no arrojen ganancias sustantivas.

En nuestro caso, que no somos jóvenes, pero tampoco tenemos una facilidad productiva, hemos avanzado poco y lento, pero con cierta visibilidad. El principal problema está en darse a conocer, y llegar a un festival que dé apoyo para entrar de algún modo en el sistema de festivales. Cuando un cineasta consigue sistematizar esto, puede seguir trabajando en su vocación. Si no, es demasiado el costo (de todo tipo), y es más probable canalizar las aspiraciones, en un modo expresivo que sea menos costoso. No obstante, la vocación encuentra muchas veces el camino.

¿Qué puedes compartirnos en cuanto a la creación audiovisual de la emigración cubana en Estados Unidos?

Conozco personas de nuestro entorno, digo cubanos, que trabajan y siguen soñando con hacer su obra audiovisual. Pero es muy difícil, insisto, ser visto y apoyado por productores cuyo poder impulse, en realidad, la carrera de un artista. Pasa en los países subdesarrollados, y también en los países ricos. Creo que es una especie de azar, mezclado con suerte, y por supuesto, talento y mucho trabajo.

En los últimos tiempos ha habido debates muy fuertes en la esfera de la creación cinematográfica en Cuba. En tu opinión, ¿qué necesidades fundamentales se advierten hoy para lograr una nueva etapa creativa en el documental y en general en el cine cubano?

No estoy informada sobre lo que sucede ahora, aunque he sabido sobre los debates. Llevo más de cinco años alejada de estos medios, de los que tampoco estuve cerca antes. Vivíamos en Camagüey, y viajábamos al Festival de Cine de La Habana con recursos propios. Pero sí creo que los artistas han hecho siempre lo que es imperativo en sus vidas. Han defendido con talento y una vitalidad inusual, aquello que consideran sustantivo.

Eso tiene que superar a cualquier otra cosa. Lo haces, porque para ti, es de vida o muerte. Y llegas, hasta donde puedes llegar. Junto con eso, las entidades de la cultura tienen la responsabilidad, y la obligación de cuidar el talento. Pero los artistas y los funcionarios han disentido mucho, desde siempre, así es que al creador, le toca insistir, y hacerse valer. Es una puja antigua, a la que hay que desafiar si tienes la urgencia de expresarte.

¿Cuáles son tus proyectos actuales?

Tengo tres libros inéditos, que debo empezar a ubicar. Es decir, necesito lectores-lectoras, y editores-editoras atentos, por si se interesan en publicar alguno de ellos. Tengo filmado ya un documental sobre el significado de mi nombre, que es el nombre de mi madre. Y, a la vez, es el nombre de una nación indígena de Norteamérica. Me asombró tanto ver calles, y otros muchos lugares que se llaman Oneida, al visitar el Niágara (en mi primer viaje a Estados Unidos), que empecé a investigar. Hablará muy sutilmente sobre el exilio, y, en especial, sobre el destino. Pero se ubica específicamente en un personaje (mi madre), cuya fuerte naturaleza, me sigue inspirando. Su título será “I am Oneida”.


[1] Estas ideas se deben a mi lectura sistemática del filósofo catalán Jhosep Maria Esquirol, especialmente a su libro Humano, más humano.

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