Eugenia Gutiérrez: La cubanía de una española más allá de las matemáticas

“Mis padres entendieron que la única manera que tenían de preservar sus libertades era yéndose del país, con todo el dolor del corazón”.

Eugenia Gutiérrez durante una marcha en Madrid.
Eugenia Gutiérrez durante una marcha en Madrid.

Cuando eres una escritora desconocida, no solo en tu nuevo país de residencia, sino en tu tierra natal, y presentas un libro, no aspiras a encontrar más que caras conocidas a tu alrededor. Ante cualquier rostro nuevo te preguntas qué amistad tendrás en común con esa persona, cómo habrá llegado a la presentación de tu libro, si habrá entrado por curiosidad o equivocación.

No tuve demasiado tiempo para hacerme estas preguntas ni echar a volar mi imaginación. La mujer en cuestión y yo no teníamos ninguna amistad en común. El único detalle que me conecta con esta mujer española, sobria y discretamente elegante, es que ella también es cubana.

Salió de Cuba a los catorce meses de nacida. No conoce dichos tan nuestros como ese de que cuando un negro tiene canas en la barba y en el bigote es que tiene más años que Matusalén. No se come un solo final de palabra, no tiene nuestro ritmo (ni el de los habaneros, ni el de la gente del centro de la isla ni el de los orientales) al hablar. Pronuncia todas las zetas, pero dice que es cubana.

Porque es cubana y quería conocer a la activista Yanelys Núñez, historiadora de arte y miembro del movimiento San Isidro, vino a la presentación de mi libro. Porque es cubana, participó en las manifestaciones del 25 de julio y del 15 de noviembre en Madrid.

Eugenia Gutiérrez Ganzarain ha hecho toda su vida en España. Aquí se casó y tuvo sus tres hijos, y se graduó de periodismo, aunque como periodista ejerció poco tiempo. 

“Trabajé en un diario que ya no existe, el Diario 16, del Grupo 16, nada más acabar la carrera. Luego me especialicé y trabajé en gabinetes de comunicación, siempre internacionales. Siempre estaba en el área de comunicación corporativa, que tenía relación con la estrategia de la compañía, con la imagen de marca de la compañía, no tanto del producto, sino corporativa e institucional”.

Sin embargo, afirma que se siente más cubana que española. De hecho, cuando me habla de uno de los proyectos en que trabajó, el tema Cuba sale a relucir.

“Trabajé en un proyecto muy bonito con el ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados), que era una campaña de sensibilización con el conflicto de Darfur en el sur de Sudán. Aquí hicimos proyecciones de imágenes de lo que estaba ocurriendo sobre la pared de la Casa Encendida de Madrid. Siempre me ha interesado lo que tiene que ver con derechos humanos, con conflictos internacionales.

“Era muy impactante y todo el mundo se quedaba mirando. Es como si ahora cogemos imágenes de Cuba y las proyectamos en algún edificio emblemático en distintos lugares del mundo. Eso sería una campaña realmente bonita y creo que se conseguiría un gran impacto, a nivel de que la gente entendiese un poquito más lo que está pasando en Cuba. No sé hasta qué punto las imágenes pudieran herir sensibilidades, pero yo creo que hay que mostrar las cosas cómo son, porque si no, nos enredamos en filosofías y en teorías, que está muy bien a nivel intelectual, pero una imagen vale más que mil palabras”. 

¿Cómo una mujer de 54 años, que ha vivido en España desde que tenía un año y dos meses, puede decir que se siente incluso más cubana que española? ¿Por qué una mujer que solo visitó su país de nacimiento por primera y única vez hace cinco años, acude a manifestaciones en las que cubanos exiliados, que sí vivieron en Cuba durante una parte importante de sus vidas, abogan por la democracia en la Isla?

“Si uno atiende solamente a un tema numérico, la lógica te dice que yo me debería sentir española, pero en este caso no tiene nada que ver con las matemáticas. Lo que yo siento es algo profundo, tiene que ver con las emociones y el sentimiento. Cuba ha estado presente en nuestra vida familiar siempre. Mis padres nos han hablado de Cuba constantemente; las reuniones que hemos tenido con amigos cubanos exiliados, y el tema de conversación siempre ha sido Cuba.

“Mis dos hermanos pequeños, que ni siquiera son nacidos en Cuba, se sienten cubanos. Para que te hagas una idea, nosotros somos cinco, las tres mayores nacimos en Cuba y los dos pequeños en Cataluña, en Barcelona, y el sentimiento es el mismo para todos”.

Eugenia Gutiérrez en La Habana.

Para Eugenia, la explicación de ese amor por una patria vivida a través de la nostalgia de sus padres, de los recuerdos y las conversaciones de otros exiliados cubanos, radica en que partir de Cuba no fue su elección, sino de sus padres y que para ellos fue “una decisión muy dura”.

“Mis padres no querían irse de Cuba. De hecho, se casaron en el 59. Estuvieron en Estados Unidos de luna de miel en noviembre del 59 y volvieron a Cuba. Nosotros salimos en 1968. No fue una salida automática nada más llegar Fidel Castro al poder”.

Mis padres entendieron que la única manera que tenían de preservar sus libertades era yéndose del país.

“Cuando sales de un país, porque no ves otra solución, cuando te ves forzada a dejar tu país, al que quieres con locura; esa decisión, que es muy difícil de tomar, no tiene nada que ver con cuando tú abandonas un país por voluntad propia.

“En el caso de mis padres, se fueron de Cuba porque los pusieron en la tesitura de ‘te quedas y de cierta manera te rehabilitas, y comulgas con esta política, con estos principios, y abandonas tus libertades y tus derechos, o te tienes que ir del país.

“Mis padres entendieron que la única manera que tenían de preservar sus libertades era yéndose del país, con todo el dolor del corazón. Eso se nos ha transmitido a nosotros, nosotros tenemos un sentimiento patrio muy alto”.

Para Eugenia no es un problema de ideologías y, de hecho, durante toda nuestra conversación no supe cuál es su orientación política. No supe si conversaba con una mujer de izquierdas, de centro o incluso de extrema derecha. Ni me importó. 

“De lo que estamos hablando básicamente es de libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de opinión. Y, sobre todo, fundamentalmente, que haya unas elecciones democráticas en Cuba y que el cubano decida quién quiere que le gobierne”.

Por eso, siente que ha llegado el momento de aportar su granito de arena, en la causa de la libertad de Cuba. Una misión que comenzó en los años sesenta y en la que estuvo involucrado su padre, Vicente Gutiérrez,* quien entonces era profesor en la Universidad Católica Santo Tomás de Villanueva, donde había estudiado, una universidad privada ubicada La Habana. 

“Mi padre, que falleció hace un año, era estudiante cuando triunfó la Revolución. No estuvo involucrado en el movimiento revolucionario. Pero pensó que podía ser un buen cambio para Cuba. No fue activista hasta que vio que Fidel se instala en el poder y nunca hay unas elecciones, y se coaliga con la URSS. Entonces, claro eso es un cambio total, porque veníamos de una dictadura de derechas y pasamos a una dictadura de izquierdas.

“Cuando él entiende que eso ha sido un fraude para los cubanos, empieza a involucrarse. Se une a un grupo de estudiantes dentro de la universidad. Lo apresan en las fechas del desembarco por Bahía de Cochinos, el 18 de abril de 1961. No porque estuviera allí, sino porque le cogen unas papeletas como para buscar fondos para la lucha de recuperación revolucionaria.

“Él no tiene un juicio con un abogado. Se defiende a sí mismo y le encausan por eso, por encontrarle información o documentación en contra de la Revolución. Le condenaron por tres años. Primero estuvo varios meses hasta el juicio, en La Cabaña. Después estuvo en Isla de Pinos y luego en el Kilómetro 5 de Pinar del Río”.

En la última prisión por donde pasó el padre de Eugenia se encuentra el rapero contestatario Maykel Castillo, El Osorbo, desde mayo, sin juicio.

Vicente Gutiérrez compartió prisión con cubanos que cumplieron sentencias de hasta 20 años por realizar algún tipo de actividad considerada contrarrevolucionaria. Tras salir de prisión, empezó a trabajar en el Ministerio de Telecomunicaciones, gracias a que tenía un conocido que trabajaba allí.

“Llegó a tener un puesto de directivo allí y hay un momento en que se le pide que esté más involucrado, que empiece a participar de determinados actos, que tiene que estar presente. Entonces, es cuando él dice ‘yo no puedo; no he estado en presidio tres años para ahora cambiar de pensamiento’. En ese momento es cuando le dicen ‘entonces, tendrás que irte’”. 

Vicente Gutiérrez salió de Cuba en 1966 cuando Eugenia aún estaba en el vientre de su madre, Josefina Ganzarain. Su padre no la conoció hasta 1968, cuando Josefina Ganzarain* partió con ella y sus otras dos hijas. 

Pero como si la separación no hubiese sido lo bastante larga, como si la decisión de abandonar la tierra natal no fuera lo bastante devastadora, el gobierno cubano estuvo a punto de dilatar más el reencuentro de la familia.

“Éramos tres hermanas. Yo iba en brazos de mi madre. En el momento que estábamos embarcando, a mi madre le dijeron que tenía que separarse porque había dos personas que viajaban vía España para ir a Praga, del Partido (Comunista de Cuba), que necesitaban esos asientos. Entonces, hicieron esa separación. Le dijeron ‘bueno ahora, usted va a dejar a sus dos hijas mayores aquí y usted se va con la pequeña.

“Tuvimos la gran suerte de que una persona nos hizo de intermediaria y gracias a la generosidad de una pareja, nosotras pudimos salir juntas. Mi madre se hubiese quedado en Cuba. No hubiese dejado a mis hermanas nunca”. 

Visita de Eugenia al campo cubano.

La pareja que cedió los asientos para que la madre de Eugenia pudiera viajar con sus tres hijas, se quedó en Cuba. Lograron salir tiempo después. 

Eugenia logró conocer la Cuba real en 2016. Viajó con sus hijos a la Isla y permaneció tres semanas. Pudo conocer la casa donde nació, donde se casaron sus padres, los clubes a dónde iban.

Me parece que esa ciudad debió ser maravillosa, pero es muy decadente y muy triste.

“Fue un viaje entrañable. Yo tenía nostalgia de lo no conocido, de todo lo que a mí me habían contado. Ir a La Habana, ver el esplendor de una ciudad. Me parece que esa ciudad debió ser maravillosa, porque se sigue viendo, pero es muy decadente y muy triste.

“La pobreza o la decadencia iba aumentando según te ibas yendo hacia el Este. En La Habana había negocios, paladares, un poquito más de movimiento. Aunque si te adentrabas en la calle Obispo y te ibas un poquito a la calle de al lado, veías claramente la diferencia de lo que es turístico, lo que han intentado cuidar. 

Mis padres lo vivieron con mucha emoción, porque yo era sus ojos y sus oídos, y cada vez que mandaba una fotografía, ellos veían a través de lo que yo les estaba enseñando. Y claro, fue muy emotivo para ellos, sin estar allí”.

Quiero terminar esta entrevista con una imagen que permanece en mi mente desde que conversé con Eugenia: una mujer rubia, delgada, atlética, entra corriendo en el Central Park de Nueva York con la capa que le proporciona sus súper poderes. La capa está hecha con las banderas cubana y española. La mujer que entra corriendo en el Central Park no es Superwoman, sino Eugenia, que en los últimos kilómetros de los 42 con 195 metros que tiene una maratón, cuando apenas debe quedarle aliento, siente que esa capa en la que están representadas las banderas de sus dos países —aunque en este momento se siente más cubana que española— le da alas. 

* Vicente Gutiérrez y Josefina Ganzarain aparecen en el libro Fighting Castro. A Love Story (Luchando contra Castro. Una historia de amor), de Kay Abella. Gutiérrez fue miembro del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) en Cuba. En España, presidió el Centro Cubano de España, una asociación sin ánimo de lucro y con carácter de organización no gubernamental, que quedó inscrito en el Registro Nacional de Asociaciones del Ministerio de Gobernación (hoy, del Interior) de España el 21 de mayo de 1966.

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