Jugo de Mamaya | Ikigai
¿Cómo intenta aplicar una madre cubana en su cotidianidad el concepto japonés Ikigai, que define la razón de vivir, lo que hace que la vida valga la pena?
Conecto los datos y me llegan notificaciones de varias redes sociales. Hoy tengo el día para mí en casa. Hay cosas por hacer. Quiero recoger los envases de plástico que ya no uso y se amontonan en los estantes. Quiero juntarlos y ver cómo los entrego a alguien para que los recicle. Necesito liberar la cocina y aprovechar los espacios para que corra el aire y se vea mejor. La procrastinación deja huellas, llena rincones de polvo y objetos inservibles. Primero voy escribir y como tengo un poco de sueño monto la cafetera y aprovecho para conectarme a internet mientras espero que la química y la física actúen el proceso.
Ahora las noticias fluctúan entre apagones, memes y publicaciones sobre cacerolazos, como hace unas semanas se centraban en un concierto de Pablo Milanés. También está presente el tema de las madres. Estamos un poco de moda. Madres furiosas resultan top trending al fin y yo, que todo me lo cuestiono, indago en los posibles motivos. Tengo sentimientos encontrados al respecto. Siento que se espera algo de nosotras, que nos pasan la bola. No soy fan de las banderas. Los arquetipos me hacen pensar en los envases de plástico vacíos.
Ya está el café. Me lleno una taza mediana y enciendo un cigarro. Esto de fumar es un fantasma en mi cerebro, pero me relaja. Es interesante la necesidad de agarrarnos a las sustancias nocivas para encontrar la paz; sorprendente la eficacia de este acto.
Ayer trabajé en el restaurante y mañana regreso. Esta nueva faceta me parece altamente curiosa. Entro con el cuerpo dispuesto al sacrificio, acepto la idea de una jornada intensa donde termino exhausta, con los pies destruidos. El día es largo, pero cuando finalmente llego a casa recuerdo que lo he olvidado todo. Siento que nada importa, que soy un ser flotando en la acción, un acto análogo de la meditación donde obtengo el dinero preciso para disminuir la dosis de estrés que genera esta realidad.
Tengo una bolsa de leche: pequeño lujo para enriquecer el desayuno del hijo. Nunca he sido fan de los lácteos, pero a él le gusta el café con leche y a mí me parece importante que a sus siete años no sienta que le está vedado ese placer. Añado una cucharadita a mi taza para reafirmar mi triunfo en el mercado negro. Enciendo otro Rothman, otra pequeña reafirmación de mi rol como eficaz proveedora. Mi pequeño reino marcha; el refrigerador congela un número decente de productos básicos, la casa se ve limpia y el niño está en la escuela. Me aferro a estos progresos elementales para seguir generando, para alimentar la creatividad y los sueños. Todo se relaciona. Es importante mantener los mecanismos que sostienen la fe; el propósito es vital para seguir en pie y he aprendido a no descuidar los detalles.
Conecto los datos una vez más para buscar en Google un término que me parece importante anotar. Por carambola llegan las notificaciones. Mensajes de audio en WhatsApp que una amiga dejó hace diez minutos y escucharé luego, con calma. Duolingo me advierte que puedo perder la racha de dos días. Debo mantener la rutina de estudiar idiomas. Gracias Duolingo, por recordármelo, en un rato estoy contigo. Encontré la palabra. Ikigai. Un concepto japonés que define la razón de vivir, lo que hace que la vida valga la pena. Gai viene del término japonés Kai o sea, Concha; que en el pasado era altamente valiosa para esa cultura. Leo un artículo donde cuentan cómo al preguntar la causa de que un alto número de la población alcance la longevidad muchos japoneses responden con esta palabra. Ikigai. El objetivo es encontrar aquello en lo que eres bueno, sientes placer al realizar y aporta algo al mundo. Al practicarlo tu presencia en la vida adquiere un significado, tu autoestima y motivación mejoran y obtienes un resultado que te acerca a la felicidad. En realidad, no buscas ser feliz como propósito, pero la satisfacción te llega desde el accionar. Gracias Google, gracias Japón; gracias artículo de una revista española por dejarme el telegrama bajo la puerta; doy acuse de recibo.
Recojo la taza y friego la loza. Debo comprar la zapatilla y pagarle al plomero para que el agua vuelva a salir por la pila y me evite este ritual de llenar un cubo en el baño. Otro efecto colateral de la procrastinación a pulso. Abro Facebook para relajar. Ahora, me recuerda cuando Pablo Milanés fue top trending. Otro arquetipo del momento. Yo sólo pienso en su voz, que es como un Chelo gigantesco. Una voz preciosa la de Pablo. Ahora, ya no es top trending. Ahora fluyen nuevas noticias. Me pregunto quién crea los guiones. ¿Es una táctica contra el aburrimiento esta cruzada de noticias que se estacionan en el breve espacio en que no estás?
Persisto en mi nuevo tesoro. Ikigai. Los pepinos vacíos me esperan. Si no me apuro no termino a tiempo para recoger al niño en la escuela y poder practicar idiomas con Duolingo. Aún me quedan unas cuantas horas para aprovechar este día desde el silencio. Luego viene el camino hacia la escuela. Un camino que es casi siempre una recta hacia el frente, doblar a la izquierda, luego a la derecha y seguir unas cuadras hasta llegar al punto donde espero unos minutos a que salga el hijo con su mochila de Artex y entonces los dos dibujamos rectas que doblan y crean la misma figura con forma de rayo; como las eses de KISS; esa banda Glam que no me llega a gustar demasiado. El camino a casa es el camino inverso a la escuela. Un transitar por aceras donde el día a día nos regala el proceso del cadáver de un perro que se descompone hasta quedar en los huesos y que finalmente alguien termina recogiendo; las esquinas con sus ofrendas de pollos escondidos en un reguero de plumas blancas o caramelos que ya el niño no intenta tocar. El camino que termina frente a la puerta abierta de un hogar donde mi día le ofrece al hijo un refugio limpio y acogedor con leche en polvo y algo de comida. La cueva donde pronto correrá el agua por la pila y la cocina lucirá un poco más amplia ya sin pepinos y pomos de plástico amontonados. Me da satisfacción pensar en esas cosas que le arranco a la vida. Pienso que los japoneses están en talla. Ahora mismo estaría bueno esparcir un poco de Ikigai por toda Cuba, como hacía la Calabacita a las ocho de la noche mientras Liuba María o las otras cantantes de turno entonaban una canción que invitaba a los niños a dormir demasiado temprano para la realidad. Sacar de la almohada un poco de polvo Ikigai y soltarlo en toda Cuba; a ver si los apagones tienen un poco de luz, a ver si las miradas tienen un poco de…
Aún me quedan dos horas y no termino. Voy a preparar café, que todavía no se me ha quitado el sueño.
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