Teresa Wilms Montt, la chilena no apta para señoritas
Un recorrido por la vida y obra de la escritora chilena Teresa Wilms Montt, con especial énfasis en su conexión con la obra poética de otras mujeres.
“Soy Teresa Wilms Montt/ y aunque nací cien años antes que tú/ mi vida no fue tan distinta a la tuya/ Yo también tuve el privilegio de ser mujer/ Es difícil ser mujer en este mundo”. Así comienza Autodefinición, uno de los poemas más significativos y visionarios de Teresa Wilms Montt (Viña del Mar, 1893 – París, 1921), una poeta poco conocida en su tierra y mucho menos en el mundo.
Cuando hace unos años decidí mudarme a Santiago de Chile me acompañaba la alegría de compartir la tierra de escritores (Chile es tierra de escritores) de la talla de Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda (el poeta, no el hombre), María Luisa Bombal, Roberto Bolaño, Pedro Lemebel y otros tantos. Pero en esa larga lista no figuraba lamentablemente el nombre de la artista viñamarina.
En cuanto a poesía femenina su compatriota y Premio Nobel, Mistral, se ha llevado los mayores aplausos (merecidos) y reconocimientos. Pero la poesía chilena hecha por mujeres no es solo Gabriela, lleva además el nombre de María Tagle, Violeta Parra, Heddy Navarro, Carmen Berenguer, entre otras y por supuesto, también el nombre de Teresa.
Nació en una familia de la aristocracia, y fue la segunda de siete hermanas. En sus diarios narra cómo de niña era castigada a copiar decenas de veces el verbo obedecer. “Lo sabía de sobra gramaticalmente sin haber pensado nunca en practicarlo,” escribió. Más adelante narra: “Me han prohibido los libros. ¡Está bien! Los robaré ahí donde los encuentre y los leeré, de noche, cuando duerme todo el mundo”.
“Mi mano ardiente/ resbala en triste desmayo sobre los libros donde me refugio”, escribiría en otro de sus poemas años más tarde. El conocimiento, era el escape de una crianza asfixiante pero no era del todo suficiente para sentirse libre. Tanto es así que, sin el consentimiento familiar, contrae matrimonio a los 17 años con Gustavo Balmaseda, pensando ingenuamente que saldría del yugo paterno.
Tuvieron dos hijas y Teresa comenzó a escribir en la prensa con el seudónimo de Tebal. No eran bien vistos en la época, ni tomados en cuenta, los textos firmados por mujeres. Poco a poco comenzó a introducirse en la bohemia chilena y a conquistar espacios solo reservados para hombres:
“Yo era la única del sexo femenino en aquellas reuniones (…) abusaba del licor, de los cigarrillos, del éter, etc. (…) También me gastaba ideas anarquistas y hablaba con el mayor desparpajo de la religión (en contra), y participaba de las ideas de la masonería. Escribía para los diarios, daba conciertos. Mis visitas eran a los hospitales, a las imprentas, acompañada de una tropa de médicos pijes y de pijes sin oficio, que me adulaban y ponían por las nubes”.
En la ciudad de Iquique asiste también a conferencias libertarias impartidas por la feminista y anarquista española Belén de Sárraga.
Balmaceda no podía soportar el brillo y la vida libre de su mujer. El alcohol y los celos convierten su matrimonio en una unión aún más carcelaria que la crianza ejercida por sus progenitores. Wilms Montt se enamora entonces de Vicente Balmaceda, primo de su esposo, y este al descubrirlo convoca una especie de “tribunal familiar” con sus padres y suegros:
“Fui crucificada, muerta y sepultada, por mi familia y la sociedad”. La “sentencia” fue encerrar a Teresa en un convento, recayendo la tutela de sus hijas en los abuelos paternos, corría el año 1915. Recluida en la sección de castigos morales, allí tuvo su primer intento de suicidio.
Un año después con su amigo Vicente Huidobro (1893 -1948) planea escapar del convento donde continúa encerrada, así le escribe al escritor: “Ni las monjas, ni El Mercurio, ni toda la ridícula aristocracia chilena Vicente… tal vez estoy viva y todas las puertas del mundo está abiertas”.
Vestida de viuda puede fugarse junto a Huidobro. Ambos se trasladan a Buenos Aires, Argentina. La intelectualidad bonaerense la recibe positivamente y Teresa comienza a colaborar con la prestigiosa revista Nosotros, y a impartir clases de idioma. Es 1917 y llega por el fin el momento de publicar sus primeros libros: Inquietudes Sentimentales y Los Tres cantos.
La crítica literaria se rindió a sus pies. En estas obras se han identificado elementos modernistas y una profunda influencia de las vanguardias.
En este contexto se sucede uno de los episodios que más marcaría la vida de la poeta. Horacio Ramos Mejías, un joven al que había conocido un tiempo atrás y bautizado como Anuarí, se suicida delante de ella. Ramos Mejías estaba enamorado de Teresa, pero nunca fue correspondido.
Tras este hecho la escritora decide marcharse a New York para servir de ayudante en un hospital de la Cruz Roja, pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, es retenida durante dos días, por sospecha de ser una espía alemana. “Les perdono, después de todo me han proporcionado momentos de emoción”, escribiría en sus diarios.
Abortada su idea inicial, Wilms Montt se marcha entonces al viejo continente, específicamente a España. Con su talento la chilena vuelve a deslumbrar a los círculos bohemios e intelectuales de Madrid. Publica En la Quietud del Mármol y Valle Inclán prologa su tercer poemario Anuarí: "De qué mundo remoto nos llega esta voz extraña cargada de siglos y juventud”. En 1919 ve la luz su último libro publicado en vida: Cuentos para los hombres que son todavía niños.
Una alegría inesperada llega a la vida de Teresa. Su suegro José Balmaceda se hallaba en misión diplomática y se traslada con sus hijas a la ciudad de París. Rápidamente se muda a la capital francesa para poder encontrarse con ellas. Allí contacta con Max Ernst, André Breton y Paul Eduard. Pero son los encuentros semanales con sus pequeñas los que más encienden su ilusión y deseos de escribir.
Lamentablemente estos duran poco. Pasado un año Balmaceda regresa a Chile y se lleva a las niñas con él. Teresa vuelve a verse separada de sus hijas y cae en una depresión profunda, que la conduce a ingerir una cantidad considerable de Veronal, barbitúrico que usaba para dormir. Moriría dos días después en el Hospital Laënnec, de Paris. Tenía 28 años. Pocos días antes había escrito en su diario:
“Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente, no he de lamentar el que ella me abandone. Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido. Morir, después de haber sentido y no ser nada...”.
Teresa pasaba así a formar parte de la larga lista de poetas suicidas en la historia de la literatura. Cuando comencé a leer sobre su vida no pude evitar encontrar en ella puntos en común con las escritoras norteamericanas Sylvia Plath (1932 -1963), Anne Sexton (1928 -1974), la argentina Alejandra Pizarnik (1936 -1972) y muchas otras, siendo que Wilms Montt las precede en su nacimiento por varios años.
Plath diría mucho tiempo después en su poema Lady Lazarus publicado póstumamente en su libro Ariel (1965): “Morir es un arte/ Yo lo hago extraordinariamente bien”. La aceptación y cercanía con la muerte de Wilms Montt se perciben claramente en el poema de Plath.
Por otra parte, Anne Sexton escribía en Esperando Morir, publicado póstumamente en 1981: “Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado/ con todo, año tras año me espera/ para deshacer con delicadeza una vieja herida”. Sexton al igual que la poeta chilena, mira la muerte como algo intrascendente, natural, como una puerta de salida.
Por último, los versos de Pizarnik en El sueño de la muerte o el lugarde los cuerpos poéticos (1968):“Toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama”, traen a colación un regodeo dramático, diríase hasta un juego romántico, con el fin de la existencia.
Con una increíble capacidad visionaria, que cae sobre nosotras como augurio de pitonisa, nos sorprende el final del ya mencionado poema Autorreflexión. La escritora chilena nos habla desde un pasado remoto, que aún se hace presente. “Nací cien años antes que tú/ sin embargo te veo igual a mí/ Soy Teresa Wilms Montt/ y no soy apta para señoritas”.
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