Bajo velos oscuros se crisparon mis manos

| Escrituras | 28/04/2018
Monument of Gumilyov Family (Anna Akhmatova, Nikolay Gumilyov, Lev Gumilyov) in Bezhetsk, Russia

Este título lo tomé de un poema de Anna Ajmátova, de su libo Réquiem y otros poemas, publicado por la colección Mitos Poesía de la Editorial Mondadori. Por estos días amargos en que estoy siendo acosada por mi ideología feminista, he vuelto a muchos de esos libritos que me ayudaron a formar mi sensibilidad poética, y en especial he vuelto a Anna. Ella ha sido un alivio a mi tristeza y me ha evitado, como otras pequeñas cosas cotidianas, caer en la amargura y la desesperación.

Anna vio morir a su esposo, el también poeta Gumilev, fusilado porque fuera acusado de actividades contrarrevolucionarias, su último esposo (el historiador de arte Nikolái Punin) murió de agotamiento en un campo de concentración, mientras muchos de sus amigos fueron enviados a los gulags estalinianos o deportados. Durante diecisiete largos meses iba a hacer fila, todas las mañanas, frente a la cárcel de Leningrado, para ver a su hijo Lev, encarcelado en una de las purgas estalinistas. De esa experiencia dolorosa surgió Réquiem, y es curioso que brotase de un pedido en voz baja, cuando una de las madres que también esperaba para ver a su hijo la reconoció y le susurró al oído: “¿Y usted puede describir esto?”

En un breve prólogo a Réquiem, cuenta Anna que le respondió: “Puedo”, y que “entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro”.

Anna no sabía quizás nada de feminismo, nada quizás de la connotación que hoy tiene la palabra sororidad, pero sí se sentía identificada con aquella mujer, hermanada por un sufrimiento semejante al de todas aquellas mujeres. En las páginas de Réquiem se percibe esa solidaridad ante el horror y la injustica, así lo manifiesta claramente cuando exclama: “No, no soy yo, es otra la que sufre.” Aunque no supiera de feminismo, sí entendía mucho de solidaridad y amor.

Termino, ahora, con este poema que escribí hace algunos años, luego de mi lectura de Réquiem, pertenece a mi libro Los inciertos umbrales (Premio Sed de Belleza, Ed. Sed de Belleza, 2004/ Ed. Benchomo, Las Palmas de Gran Canarias, 2009):

YO CONTIGO COMO UN MONTE Y OTRO MONTE

Los barrotes de la cárcel de Leningrado se cubrían de lodo y nieve y fuego y nieve y sangre y nieve… Silencio y nieve.

A Anna Ajmátova le florece la nieve y la nieve enseña los brillantes frutos, los cristales que hechos racimos le cuelgan de los ojos, de sus pechos y le brotan aún más blancos, traslúcidos del útero todavía tibio, todavía púrpura.

Caen los ahusados frutos frente a la puerta de la cárcel, se deslizan intactos sobre la piedra fría, menesterosa de los escalones. La piedra que ha visto al cuervo posarse en su propia sombra. El hijo adentro, bien adentro escucha las manzanas de nieve de su madre desvanecerse en la soledad, bajo la piel cetrina, flácida del olvido.

Los retratos de Stalin cubren la pared inmensa, el musgo traspasa el papel, le crece debajo a los bigotes, a los ojos, a las cejas espinosas. Hay un silencio entonces, un aliento descansado al contemplar cómo la humedad lo puede todo.

Afuera cae la nieve con dulzura. Con dulzura infinita me posee. Como una isla anclada al horizonte. La tomo entre mis manos, los bellos cristales se derriten en mi cuenco, doy un poco de agua tibia a los labios de Anna, unas gotas de mi sal.

Ella entona un himno, un réquiem para el esposo, para el amigo que se ha fundido al hielo siberiano.

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