11M | Políticas sexuales en la Cuba contemporánea
"La comunidad LGBT cubana ha sido crucial en el enfrentamiento a un orden público heteronormativo y la marcha del 11 de mayo del 2019" reafirma esta hipótesis".
Uno de los ensayos más potentes para la teoría y la acción feministas es, sin dudas, “Pensando el Sexo: notas para una teoría radical de la política de la sexualidad” de la antropóloga feminista Gayle Rubin (Carolina del Sur, 1949). Publicado por primera vez en 1984 y traducido a varios idiomas, ese texto introdujo una crítica crucial sobre las formas de opresión dirigidas a las minorías sexuales. Estas últimas incluían no sólo a gays, lesbianas, bisexuales, sino también a trabajadoras sexuales y personas practicantes del sadomasoquismo (hoy designado de forma más amplia como bdsm).
En ese texto Rubin apuntaba también los propios límites del pensamiento feminista que, si bien se había hecho cargo de denunciar las injusticias de género, había sido, hasta ese momento, menos incisivo para abordar las opresiones contra las minorías sexuales. La antropóloga fue certera al afirmar ya desde esa época que aún cuando a algunos la sexualidad les pueda parecer un tópico secundario, el sexo siempre es político y envuelve una política. Puede parecer una redundancia, de ahí que sean necesarios algunos discernimientos.
Judith Butler sobre el género
Judith Butler plantea que la temática del género no puede pensarse si no es en un contexto interdisciplinario: “El estudio de género involucra la teoría académica y la investigación empírica pero también involucra políticas que afectan la vida cotidiana de todo tipo de personas”.
El sexo siempre es político
Afirmar que el sexo siempre es político significa que las formas de sexualidad socialmente aceptadas son un producto de la acción humana y, por ende, atravesadas por las relaciones de poder que definen los contornos de tales relaciones. En el caso de Cuba las UMAP son un ejemplo fehaciente de lo que pudiéramos nombrar como una cruzada anti-homosexual; con algunos puntos de contacto (salvando las distancias) con las políticas sexuales que caracterizaron la década de los ´50 en Estados Unidos.
El punto en cuestión es que el sexo es objeto de maniobras políticas, de tácticas más o menos encubiertas que pautan los límites de lo socialmente aceptado. Una de las tácticas, por ejemplo, a las que Gayle Rubin se refiere, es la instauración de pánicos sexuales, como forma de regular moralmente, antes que éticamente, la sexualidad en las diferentes sociedades.
Las ideas de Rubin tienen una vigencia indudable y nos pueden servir de inspiración para observar no solo las políticas hegemónicas del sexo, sino también las formas de politización de la sexualidad que son producidas por las propias minorías sexuales. Teniendo a ese texto como referente, procuro entonces delinear algunas ideas-hipóteses sobre el activismo LGBT cubano.
El activismo LGTB cubano en la esfera pública y su confrontación al sistema sexo-género
Antes de compartir mis ideas, quiero subrayar que es relevante que se puedan mapear de forma más profunda y rigurosa (cosa que puede ser realizada con una investigación sobre el tema) las renegociaciones y fisuras que dicho activismo ha instaurado en la esfera institucional de la vida sexual y erótica en Cuba.
Por algunos indicios que vengo observando, me arriesgaría a decir que, al menos en los últimos 5 años, el activismo LGBT cubano ha sido una fuerza motriz esencial en la confrontación directa, en la esfera pública, del sistema sexo-género tal y como lo conocemos. Digo más: me parece que las articulaciones que se han producido y que reúnen a las personas LGBT cubanas, han sido más incisivas que el propio feminismo que, como sabemos, es también una instancia de disputa de estas cuestiones.
Mi opinión no representa algún tipo de ataque a las formas de contestación a las asimetrías de género que han sido impulsadas por feministas de dentro y fuera de la isla (al final todas hacen parte de lo que podemos reconocer como un feminismo cubano). En todo caso me parece relevante dar destaque a las formas inéditas en que el activismo LGBT cubano ha politizado la sexualidad en los últimos años.
Creo que la conquista del matrimonio igualitario (con todo y lo que me parece paradójico como derecho de la comunidad LGBT) es fruto de las negociaciones y disputas protagonizadas por el activismo LGBT donde obviamente también hay personas que se identifican como feministas. Sin embargo, me parece que la comunidad LGBT cubana ha sido crucial en el enfrentamiento a un orden público heteronormativo y el 11M es sin dudas, el punto de inflexión que, en mi opinión, ilustra esa hipótesis.
El movimiento 11M y las nuevas formas de politizar la sexualidad en el contexto cubano
Como apunté en un texto anterior, el 11 de mayo de 2019, un grupo de activistas de la comunidad LGBTQIA+ cubana tomó las calles de la capital habanera después de la cancelación institucional de la que fuera conocida por “Marcha del orgullo gay” o “Conga de la diversidad”. Pese a la prohibición explícita, un grupo de personas se articuló para ejercer su derecho a aparecer en el espacio público y así afirmar que ya no es posible que la heteronorma continúe confinando cuerpos a vivir en las sombras. Aparecer públicamente carga ese sentido político de destruir y hackear un sistema heteronormativo mortífero y autoritario, de profundas raíces coloniales.
Es importante señalar que resistir a un orden heteronormativo no es una novedad de los últimos cinco años. Recuerdo que desde que comencé a observar y registrar políticas sexuales contra-hegemónicas, varios colectivos y formas de activismo LGBT componían este panorama. Baste hacer mención, por ejemplo, al grupo “Las Isabelas” de Santiago de Cuba que tiene una larga trayectoria acogiendo a mujeres lesbianas en una sociedad altamente lesbofóbica.
No hay como obviar ese pionerismo y esa potencia del activismo LGBT en distintas partes de la isla y en diversos contextos históricos. Sin embargo, no conozco precedentes de performances políticas como la que tuvo lugar el 11 de Mayo de 2019 y que no paró por ahí, pues derivó en una articulación activista con una agenda propia, hasta donde me consta.
Creo que el ineditismo de esta acción, en tanto forma de politización de la sexualidad, puede pensarse como una política de calle, una asamblea en el sentido que propone Judith Butler (2017) en su libro “Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea” (Ediciones Paidós, colección Paidós Básica, 2017).
Como discute la autora, en las últimas décadas el cuerpo humano ha entrado en la escena política de diversas maneras. Una de ellas ha sido en las calles mediante asambleas que convocan a multitudes a ocupar el espacio público, provocando el desconcierto de las autoridades. A partir de las protestas sociales que tuvieron lugar en varias ciudades, como El Cairo (la plaza Tahrir en 2010) o el movimiento occupy en Nueva York, que consistieron, en su mayoría, en ocupar un lugar público, Butler reflexiona acerca de la performatividad corporal y la creación de alianzas en coyunturas que pretenden un fin político de justicia social.
Nos consta que el 11M no paró por ahí. Como fue declarado en un post del 7 de junio de 2020, en la red social de Facebook:
El #11M marcó un antes y un después en la vida de muchxs. Hizo descubrir la necesidad de una voz, de otras voces, que apartadas de las directrices institucionales u oficiales pudieran mostrar sus inconformidades, deseos, aspiraciones como miembros de una sociedad que debe ser más abierta y plural, donde la sexodisidencia no sea un pecado mortal ni sea entendida como un desacato inaceptable ni reprobable.
(Plataforma 11M, retirado de: https://www.facebook.com/11mcuba).
El saldo principal de este punto de inflexión que representa el 11M es, a mi modo de ver, una ampliación de los contextos activistas que inclusive no niega la potencia de otros que también existen en la isla. Es una oportunidad también para que se repiense ese gastado argumento: “Ah. en Cuba no hay movimientos sociales”. No afirmo ni niego que los haya; lo que sí me parece es que esa perspectiva que insiste en la falta, deja de considerar las formas de resistencia reales y concretas que, de hecho, se dan.
Sin dudas, el activismo LGBT cubano que tomó las calles por cuenta y riesgo propio, se inserta en un panorama complejo, se distancia de formatos institucionalizados de activismo vinculados con el Cenesex, por ejemplo, legitimando la autonomía y la horizontalidad como forma de organización activista, que aglutina y se entrecruza con otros activismos que ganan cada vez más terreno en el país (activismos feministas, antirracistas, veganos, en defensa de los animales, ciberactivismos, etc). Eso por si solo es de una elevada potencia y tengo la certeza de que hay mucho más de lo que he considerado en estas resumidas líneas.
Un activismo que ecoa una polifonía de voces y reivindicaciones, retirando a la sexualidad del esencialismo, de la patologización y que, al poner el cuerpo en la calle, disputa la estratificación social que subyuga a las minorías sexuales.
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