Novela ⎸Annie Ernaux: “La vergüenza”

“Aquello ocurrió el 15 de junio de 1952, la primera fecha concreta de mi infancia. Hasta entonces, el tiempo sólo había consistido en un deslizarse de días y de fechas escritas en la pizarra y en los cuadernos.”

| Escrituras | 10/11/2023
Annie Ernaux
Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940), Premio Nobel de Literatura, 2022.

Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde. Yo había ido como de costumbre a misa de doce menos cuarto y después a comprar unos dulces a la pastelería del centro comercial de la ciudad, un conjunto de edificios provisionales construidos después de la guerra. Cuando volví, me quité la ropa de domingo y me puse un vestido de estar por casa. Después de que los clientes se marcharan y de que echáramos el cierre del colmado, empezamos a comer.

Seguramente teníamos la radio encendida, pues a esa hora emitían Le tribunal, un programa de humor en el que Ives Deniaud interpretaba el papel de un pequeño delincuente al que un juez de voz temblorosa acusaba una y otra vez de haber cometido unas fechorías absurdas y le condenaba a penas ridículas. Mi madre, que estaba de muy mal humor, no dejó de discutir con mi padre durante toda la comida. Una vez que hubo recogido la vajilla y pasado la bayeta por el mantel de hule, continuó dirigiendo reproches a mi padre, sin dejar, como siempre que estaba contrariada, de dar vueltas por la minúscula cocina, encajonada entre el café, el colmado y la escalera que conducía al piso de arriba.

Mi padre permanecía sentado, sin responder, con la cabeza vuelta hacia la ventana. De pronto empezó a temblar de forma convulsiva y a resoplar. Se levantó y le vi agarrar a mi madre y arrastrarla hasta el café gritando con una voz ronca, desconocida. Corrí al piso de arriba, me tiré encima de mi cama y metí la cabeza debajo de la almohada. Después oí a mi madre dar alaridos: “¡Hija!”. Su voz provenía de la bodega, situada junto al café. Corrí escaleras abajo gritando “¡Socorro!” con todas mis fuerzas. En la mal iluminada bodega pude ver cómo mi padre agarraba con una mano a mi madre, no sé si por los hombros o por el cuello, y cómo en la otra tenía el hacha para cortar leña que había arrancado del tajo donde se encontraba normalmente...

Lo único que recuerdo de aquella escena son los sollozos y los gritos. En la siguiente escena nos encontramos otra vez los tres en la cocina: mi padre está sentado al lado de la ventana; mi madre, de pie junto al fogón, y yo, sentada al pie de la escalera. Lloro sin poder contenerme. Mi padre todavía no había vuelto a la normalidad, temblaba y seguía teniendo aquella voz desconocida. Repetía:

“¿Y tú, por qué lloras? A ti no te he hecho nada”.

Recuerdo que dije: “Vais a volverme loca”. Mi madre decía: “Vamos, ya ha pasado todo”. Después nos fuimos los tres a pasear en bicicleta por el campo de los alrededores. Al volver a casa, mis padres abrieron el café como todos los domingos por la tarde. Nunca más se volvió a hablar del asunto.

Aquello ocurrió el 15 de junio de 1952, la primera fecha concreta de mi infancia. Hasta entonces, el tiempo sólo había consistido en un deslizarse de días y de fechas escritas en la pizarra y en los cuadernos.

A partir de entonces, les he dicho a varios hombres: “Cuando yo estaba a punto de cumplir doce años, mi padre intentó matar a mi madre”. El hecho de haber necesitado decírselo demuestra lo unida que me sentía a ellos. Sin embargo, todos se quedaron en silencio después de oírlo. Y yo me daba cuenta de que había cometido un error, de que no estaban preparados para escucharlo.

Así comienza La vergüenza, una de las novelas de Annie Ernaux, la escritora francesa a quien le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 2022. Todas las novelas de Annie Ernaux son así de estremecedoras, con el duro componente de su testimonio, la sinceridad que se nota precisamente porque habla desde su vivencia personal. “Por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las trabas colectivas de la memoria personal”, argumentaba el acta de Estocolmo.

Después de esta escena, a partir de la cual, según palabras de la misma Ernaux, su familia había dejado de ser decente, la autora aborda la vida del pequeño pueblo al norte de Francia en el que se crio con sus padres comerciantes. Pone su mirada en los códigos de conducta y las normas sociales que imperaban en su entorno, e integra a la lectura desde noticias del momento o expresiones locales que solían usarse, hasta el temor que llegaban a provocarle las grandes ciudades. En La vergüenza, Annie Ernaux deja ver ese aliento de mujer que crece con una fuerte sensación de indignidad.

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