La presión de ser Llauradó

“La lucha es por borrar el prejuicio y ocupar todos los espacios que nos pertenecen de manera natural.”

| Crónica | Opinión | 03/10/2024
"El Baracutey, otro bufo cubano", de Teatro El Portazo, dirigida por Williams Quintana.
"El Baracutey, otro bufo cubano", de Teatro El Portazo, dirigida por Williams Quintana.

Primero fue el teatro en grupos aficionados: personajes masculinos o poco generizados sin ninguna referencia a una pareja femenina. Aún no conocía “el problema”. Así pude jugar a ser un capataz español, un aborigen cubano, el orisha niño Eleguá o un lirio en medio de un desierto.

Luego fue la Escuela Nacional de Teatro, la oportunidad que todo joven actor quería, la experiencia más prometedora, el gran lugar. Enseguida me topé con “el problema”, el gran conflicto silente que no conocía en carne propia y que vería que otros muchachos como yo padecerían también. Y es que todos los jóvenes actores con “pluma” nos enfrentábamos al mismo muro que franquear: que no “se notara” en escena.

Salir del clóset

Cuando comencé a estudiar en la ENA aún era un chiquillo. No había asumido que me gustaban los hombres, solo pensar en esa idea me aterraba. No quería sufrir el trato que la sociedad daba a un homosexual y el búlin que yo mismo había experimentado en la primaria o en la compañía infantil La Colmenita.

Ya en segundo año de la academia de teatro salí del clóset ante mis compañeros de aula, comenzó mi experimentación sexual y la exploración de mi identidad como chico gay. En aquel tiempo nadie sabía lo que era una persona no binaria, el acceso a Internet era limitado y la representación a mi alrededor era nula. Homosexuales o travestis, pensaba yo; lo último era un camino muy riesgoso de transitar, que llevaba a la prostitución, la infelicidad o la locura. Era 2013, otro país y otro Daniel.

En la ENA, a partir de segundo año, los exámenes de actuación consisten en la representación de un cuento cubano y de escenas de textos dramáticos cubanos y universales. En mis cuatro años como estudiante solo pude ver un personaje abiertamente queer en escena: Pucho de “Manteca”, texto de Alberto Pedro; curiosamente se lo ofrecieron a un actor hetero. Todos los actores interpretaban personajes masculinos y las actrices femeninos, pero ellas podían interpretar algún hombre cuando se trataba de una comedia.

En ese tiempo conocí al menos siete estudiantes abiertamente gays. Todos, al igual que yo, tuvieron que interpretar personajes cis-hetero o con una sexualidad no definida en el texto. Vi su lucha, que fue también la mía. Vi la tensión física y mental y la poca credibilidad de su desempeño, la atención durante su interpretación estaba demasiado enfocada en parecer masculinos más que en vivir auténticamente la vida interna del personaje. Casi siempre tensos por tapar la pluma, casi siempre fuera de casting.

Cumplir con la norma

"Mamá", de Teatro de La Luna, dirigida por Bárbara Domínguez.
"Mamá", de Teatro de La Luna, dirigida por Bárbara Domínguez.

En aquel momento ninguno de nosotros tuvo recursos para entender eso o tratar de cambiarlo. No nos cuestionamos ese status quo ni nos rebelamos ante él. Simplemente se suponía que teníamos que ser como Adolfo Llauradó. Una vez le escuché decir a un célebre maestro de actuación que Llauradó era una especie de canon en ese sentido. Un actor homosexual que en escena y en pantalla interpretaba a los machos más remachos y al que, por supuesto, “no se le notaba”. Entonces ahí estábamos nosotrxs, una generación de actores afeminados interpretando varones cis-hetero para cumplir con la norma.

Naturalmente, me fue mal en esa empresa. Nunca era creíble en esos personajes ni alcanzaba lo que los profesores esperaban de un actor de sexo masculino. En mi examen de teatro en verso, “El Becerro de Oro” de Joaquín Lorenzo Luaces, tuve que interpretar directamente al galán de la obra por interés de mis profes. Luego tuve que asumir a Benny, un maleante sexy y manipulador de la obra “Distinto”, de Eugene O'Neill. Eso me ayudaría, pues suponía alejarme de mi esencia individual, dicho así puede tener sentido. Mientras, sufría viendo a mis amigas con los miriñaques, lazos, abanicos y los personajes más interesantes, en los que sin dudas yo más hubiera brillado.

Nos rodeaba a los intérpretes “diferentes” una especie de amenaza: la de estar “limitados”. Limitados por nuestro amaneramiento, por nuestra falta de masculinidad y, en fin, por nuestra propia naturaleza. Interpretar machos era, entonces, la manera de probar nuestra validez como actores.

El mandato de masculinidad

En el último año de la academia caí bajo la tutela de Carlos Díaz y Teatro El Público. Este fue el fin de mis problemas. Carlos entendía perfectamente quién yo era y qué tenía para dar. Supo aprovecharlo y ofrecerme exactamente los papeles que yo podía abordar sin preocuparme por el mandato de masculinidad. Seres y proyectos en los que mi cuiridad era una potencialidad y no una limitación. Interpreté en ese cuarto año personajes de comedias de Shakespeare y luego una reintepretación de la Virgen de la Caridad del Cobre en “Perla Marina” de Abilio Estévez como mi tesis.

En el mundo profesional, luego de graduarme, vino un recorrido interesante en ese sentido. Hice castings para audiovisuales, ningún personaje LGBT o femenino, todos varones heteros. Por supuesto, nunca fui escogido ni me sentí a gusto con ninguna de esas audiciones.

Luego experimenté durante un tiempo ir a Radio Progreso a “hacer banco” junto a una amiga. Básicamente, íbamos a sentarnos a ver a los actores experimentados grabar los dramatizados en esos fabulosos estudios. Una vez nos dieron la posibilidad de hacer personajes menores pues ese día faltaban actores. Yo leí mis líneas y al final se acercó un locutor y me dijo sutilmente que él no creía que tendría futuro allí, que “yo sabía por qué”, e hizo referencia a algo relacionado a la suavidad de mi voz.

Estaba claro, la industria de la actuación en los medios no era demasiado amigable con los actores con pluma. No fui nunca más y seguí haciendo proyectos maravillosos como actor y asistente de dirección en teatro.

Personajes y actores LGBT

En el rodaje de "Neurótica Anónima", dirigida por Jorge Perugorría.
En el rodaje de "Neurótica Anónima", dirigida por Jorge Perugorría.

Llegó la pandemia y con ella un proceso de descubrimiento y reinvención de mí mismx. Asumí mi identidad de género y comencé más y más a mostrarme públicamente como me sentía: una persona no binaria género-fluido.

En esta etapa también llegarían grandes reflexiones y discusiones en torno a la industria de la actuación, la representación de personajes LGBT en pantalla y su relación con el empleo de actores LGBT en esas mismas producciones. Debates que ya podía seguir de cerca gracias al cada vez más fácil acceso a internet.

Asumí entonces una postura clara: No haría nunca más ningún esfuerzo por interpretar personajes masculinos cis-hetero. Ese rango de roles simplemente no era para mí, no me interesaba ni me quedaba bien.

Para mi sorpresa, la decisión de vivir públicamente mi identidad de género y de no aceptar ni intentar audicionar para varones hetero no me limitó, sino todo lo contrario. Cada vez llegaron a mí más y más proyectos que abrazaron mi rareza, mi feminidad y en los que pude desarrollar toda mi creatividad. Personajes distintos entre sí, que me demostraron que no estaba limitado necesariamente por ser una persona LGBT en este medio profesional. Si la industria es diversa, cabemos todxs.

En realidad, ya los directores me buscan para producciones en las que saben que voy a encajar. Pocas veces me ofrecen varones de la norma. Sin embargo, me han propuesto proyectos con personajes masculinos con una sexualidad no determinada, pero en los que la pluma no encaja precisamente. De esos proyectos paso.

Una vez me llamaron a un casting para un personaje pequeño. Al llegar vi que habían audicionando para el mismo papel solo actores hetero y que el personaje no mostraba el menor indicio de feminidad o cuiridad. No quería pasar por el momento incómodo de preguntar o de hacerlo directamente con pluma. En ese momento de mi carrera había decidido ya no fingir masculinidad para ningún personaje (a menos que fuera algo abiertamente lúdico dentro de la ficción). Me sentí abrumado y simplemente me fui, tal vez suena extremo, pero quien ha estado en algún clóset alguna vez me entenderá.

La “limitación”

Reconstruyendo el tema de la “limitación” y los intérpretes LGBT, podría decir que hay grandes actores cis-hetero que no se sienten cómodos asumiendo roles LGBT o femeninos. Simplemente no les queda. Eso no los hace limitados. Hay infinidad de caracteres, seres que interpretar en las ficciones, que no tienen nada que ver entre sí y que hacen a un actor reinventarse y derrochar todo su talento. Hay incontables actores de altos quilates que siempre aparecen interpretando hombres de la norma, con un nivel interpretativo muy alto.

De la misma manera, un actor LGBT no está limitado por interpretar solo roles LGBT. He podido encarnar al dramaturgo norteamericano Tennessee Williams y a las grandes mujeres de sus obras, a la Reina de Corazones de Alicia, al rey Ricardo II de Inglaterra, a un niño oprimido por su madre dentro de una distopía, a una rica heredera italiana, a la heroína trágica Casandra o a personajes variopintos en muchos espectáculos de comedia y cabaret. En el cine fui un joven escritor depresivo, un foniatra drag queen, o un joven interesado por la fotografía.

Los personajes masculinos que he interpretado pueden ser arquetípicos, en clave de comedia, o ambiguos, pero no machos tradicionalmente realistas. No he tenido que interpretar ningún varón cis-hetero para confirmar ni demostrar nada. Por supuesto, no digo que mi caso sea la confirmación de un cambio definitivo en la industria de la actuación y los medios en Cuba ni mucho menos. Tampoco el epítome del éxito y la realización. Es apenas la comprobación personal de una tesis: a veces la limitación está en las producciones y los imaginarios, no necesariamente en los actores LGBT.

Borrar el prejuicio

El actor Daniel Triana.
El actor Daniel Triana.

Por otro lado, sería interesante un debate en torno a la enseñanza de la actuación en Cuba. La ausencia de representación LGBT en las escenas seleccionadas para trabajar es abrumadora y habla de que aún no se ha borrado del todo el estigma que pesa sobre los cuerpos diversos. Nuestras vidas y realidades no son representadas con complejidad y dignidad aún en todos los espacios.

También los textos seleccionados para que los estudiantes trabajen tienen todos más de 60 años y responden a una época en la que no se escribían suficientes personajes LGBT. Ante eso se puede buscar otros horizontes. ¿Cómo es posible que haya un por ciento inmenso de estudiantes homosexuales y no puedan interpretar ningún rol de su misma orientación?

Sobran los personajes complejos e interesantes en las escrituras contemporáneas. No será difícil buscarlos y visibilizarlos. Se trata de dignificar nuestras vidas y demostrar que somos válidos tal como somos en cualquier ámbito.

La lucha es por borrar el prejuicio y ocupar todos los espacios que nos pertenecen de manera natural. Ojalá los actores cuir de las próximas generaciones en Cuba no sientan la presión de ser Llauradó, sino que se permitan ser la versión más libre, gozosa y auténtica de ellxs mismxs. Que trabajen en ficciones que les abracen y afirmen, en las que puedan brillar. Ese también será nuestro regalo al mundo.

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