Crónica de un estudiante de Erasmus | Bélgica: un país pequeño que resulta un mundo
"Un viaje, el asombro y la belleza, varias manos tendidas: mi experiencia de Bélgica".
Bélgica es la tierra del chocolate. Si Willy Wonka fuera una persona real, sería un belga de mejillas rosadas, con una piel tan pálida como la leche y un humor seco, propio de una película francesa. Los belgas son de las personas más amables que he conocido en mi vida. Aunque pueden parecer muy fríos, muestran su solidaridad de una manera distinta a la que estamos acostumbrados los hispanos. Es difícil para personas con discapacidad entrar al programa Erasmus, quizás aún más para una persona con autismo como yo, debido a las complicación que implica poder adaptarse a otro país sin una compañía permanente, así como la inexistencia de las universidades con verdaderas herramientas para la inclusión de personas neurodiversas.
Este pequeño país fue mi destino de Erasmus, y cuando me dieron la noticia lo vi como una montaña. Mis conocimientos en inglés eran limitados, apenas tenía un nivel básico. Pero Mandy, mi psicóloga, una persona a quien aprecio mucho, y que me ha ayudado en muchas otras cosas en la vida y en la universidad, me dijo lo siguiente: "Lo lograrás". Esas palabras me dieron las fuerzas suficientes para afrontar el reto. Hice las maletas, en las que guardé a mi ángel guardián: Ursula K. Le Guin. Ella, mi novelista preferida, me pone los pies en la tierra y me envía mensajes de superación. A veces, cuando me siento solo, siento que hablo con ella como si estuviéramos en una conversación aristotélica. Con mi fiel compañera, nos montamos en un dragón (un avión para las mentes menos imaginativas) y llegamos a la capital de la Unión Europea: Bruselas.
Bruselas
Bruselas es una ciudad sacada de una novela de Virginia Woolf. El sol estaba oculto tras una cortina de nubes. Las calles estaban pobladas por librerías de cómics. Lo que más me impresionó fue escuchar la variedad de idiomas que convergían con naturalidad. Los dos principales del país son el francés y el neerlandés, pero al ser la capital de la Unión Europea se escuchan todas las lenguas humanas. Y no precisamente como una torre de Babel.
Según un informe publicado por el Centro Federal de Migración, de una población de 11.697.557 habitantes, 1.573.273 son extranjeros. Me encantaban las tiendas de chocolate, que eran portales a tu más tierna infancia, cuando veías las dulcerías como lugares mágicos. Los vendedores estaban disfrazados como feriantes sacados de la imaginación de Ray Bradbury. Mi paladar ha probado el chocolate negro, con leche y blanco. Los belgas sienten un odio especial por el chocolate blanco, pues lo consideran "impuro" (en realidad es leche con azúcar, casi sin cacao). Los chocolates traen alegría a la vida, y en mi caso, me evocan dulces recuerdos de mi infancia.
Lo que realmente me ilusionó fue cuando entré al Parlamento Europeo. Es como una ciudad dentro de otra. Parece sacado de la saga de La Fundación[1] de Isaac Asimov. Hay supermercados, librerías, tiendas, peluquerías, cafeterías, gimnasio e incluso un museo, todo para la máxima comodidad de los eurodiputados. Logré entrar al hemiciclo, y me recordó a un teatro griego donde 720 actores montan una obra para gobernar una nación de naciones como la Unión Europea.
Hasselt
El viaje a Bruselas terminó y tuve que cambiar de rumbo hacia Hasselt para comenzar mi Erasmus. El tren en Bélgica es algo curioso para un hispano: no hay torniquetes, los pasajeros simplemente se suben al tren. Compré mi billete y, cuando ya me estaba quedando dormido, una revisora vino a comprobarlo; lo miraba y me dejaba tranquilo. Lo asombroso es que la sociedad belga respeta la ley no por miedo a las multas, sino porque tienen una cultura de colaboración ciudadana. Una vez me perdí en la estación, y cuando le dije a un pasajero que tenía autismo y que estaba perdido, me habló en un inglés simple y me ayudó a llegar a mi destino.
Hasselt es una ciudad peculiar, situada en la región de Flandes (donde se habla neerlandés). Es pequeña y, al tener dos universidades, está habitada principalmente por estudiantes. Fue aquí donde se creó el Jenever (una bebida alcohólica). Mi universidad se llamaba PXL Hogeschool. El primer día que pisé la institución me sentí como en otro planeta. El edificio era bajo pero ancho, con un puente de madera que conectaba con otro pasillo en el primer piso. Subí al segundo piso y allí conocí a una persona que parecía sacada de una novela de Gabriel Garcia Marquez : Sofie Leekens.
Sofía tenía una oficina con una gran mesa de madera de IKEA. Al principio le tenía miedo, ya que mi nivel de inglés no era muy bueno (aunque tengo un C1 en listening y reading). Sin embargo, cuando ella empezó a hablar, todas mis preocupaciones se desvanecieron. Tuvimos una conversación muy cálida, le conté que soy una persona con trastorno del espectro autista y a pesar de no hablar español, sentí que realmente quería ayudarme a integrarme. Al ver mi nivel en el idioma, me inscribió en una clase para mejorar mis habilidades, me puso en contacto con personas de Latinoamérica para que no me sintiera solo y contactó con los profesores para hacer las adaptaciones referentes a mi discapacidad.
La primera semana fue como volver a nacer. Estaba tomando "la pastilla roja" para ver el mundo más allá de la lengua de Cervantes y aceptar con gusto el país que vio nacer a Amélie Nothomb.
Maddy fue una de las mejores personas que conocí. Es la psicóloga encargada de los estudiantes. Con su cabello rubio, lentes de montura roja y una figura que recuerda a un gran oso holandés, brillaba por su bondad. En todas nuestras sesiones me daba un cronograma para organizar mi vida. Hablábamos de varios temas, y cuando me sentía nervioso, siempre me abrazaba y me daba mensajes de esperanza. Le debo el desarrollo de mi propia identidad y la capacidad de encontrar felicidad en cada pequeño logro.
Caminar por las calles de Hasselt era como explorar un mundo extraterrestre. Todos los carteles estaban en neerlandés. El idioma me parecía extremadamente curioso y difícil de entender; también me costaba analizar si la gente estaba molesta, enojada o triste. Me gustaba sentarme en una cafetería y observar cómo vivían sus vidas. Veía a personas del colectivo LGTBIQ+, religiosos y otros grupos trabajando juntos. No se percibían mal, nadie mostraba un complejo de superioridad, simplemente eran seres humanos. Nunca supe quién era el alcalde de Hasselt, ni quiénes lideraban los partidos políticos del país. Tampoco vi peleas entre la izquierda y la derecha. Eran simplemente seres humanos que sabían que estaban en el mismo barco, navegando juntos por el río de la vida.
Mi clase favorita fue Publicación Internacional, donde el profesor Marc Kenis nos mostraba las bellezas ocultas de Bélgica. Era muy empático; se dio cuenta de que tenía problemas con el idioma, pero leía mis artículos con paciencia y, con su dedo corrector, los moldeaba para que fueran un deleite para los lectores. Un día organizó una excursión en bicicleta. Para los belgas, las bicis son sus carrozas de batalla contra el colesterol y el cambio climático. Vi bicicletas rojas, verdes y algunas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción. Le dije a Marc que no sabía montar en bicicleta; me sonrió y dijo: "Buscaré una solución". Al día siguiente trajo un tándem, un caballo de hierro de dos asientos.
Fue el mejor día del curso Erasmus. Me senté detrás del profesor en el estacionamiento de la universidad y, con sus musculosas piernas de Conan el Bárbaro, arrancó. Vi el verde oscuro de los bosques de Hasselt, el azul profundo de sus lagos, y las hermosas aves que saludaban con sus graznidos a los jinetes de hierro. Aprendí mucho de Marc, sobre la historia de Bélgica y su panorama político. Espero, en un futuro, encontrarme con él y hablar sobre las cosas que aprendí en sus clases.
Brujas
Brujas fue el lugar que me hizo recordar la fuerza del asombro, los sentimientos que provoca. Sus calles empedradas y sus casas, sacadas de la imaginación de Lord Dunsany, forman parte de la personalidad de la ciudad. Su plaza mayor es un lugar de ensueño; me sentí como Judy Garland entrando en la Tierra de Oz, rodeado de chocolaterías que, con sus olores, te invitaban a probar sus delicias. Los canales, con sus barcos llenos de turistas, dan vitalidad a las tranquilas aguas. Es como si Brujas estuviera llena de hechiceras que, con su magia, alegran la vida de los curiosos.
La decana de la Facultad de Comunicación y Turismo, Christel Maenen, me ayudó en todo el proceso de inclusión. Me explicaba los planes para conocer Bélgica. Cada vez que me veía en el comedor, me preguntaba: "¿Cómo te va?". Le contaba sobre mis viajes y las cosas nuevas que aprendía en las clases. Me sorprendió lo cercana y abierta que era con los estudiantes, y cómo los ayudaba. Los alumnos se sentaban a comer con los profesores y se veían como iguales; había una buena relación de respeto, no un sistema basado en la dominación, sino en la cooperación.
Maddy me animó a ir a Maastricht, que estaba a 30 minutos de Hasselt en transporte público. Seguí su consejo, tomé el bus que cruzó la frontera sin ninguna barrera y llegué a la ciudad. Maastricht es un paraíso culinario. Puedes encontrar platos de toda Europa en una sola ciudad. Comí papas belgas, albóndigas holandesas (por consejo de Maddy) y deliciosas pastas italianas. Los estudiantes de todas las nacionalidades llenaban las calles, y a través de sus voces conocí un montón de anécdotas. Como periodista, concluí que el mundo nunca será aburrido.
Ámsterdam
Enero llegó, el último mes de mi Erasmus, y me visitaron dos amigos: Paula y Diego. Con Paula fui a Ámsterdam, la capital de los Países Bajos. Intentamos entrar a la casa de Ana Frank, pero fue imposible debido a la burocracia para comprar los tickets. Sin embargo, exploramos las calles y nos dimos cuenta de la belleza anárquica que era la ciudad, con sus canales y casas adornadas con banderas que reflejan los diversos pensamientos de sus habitantes. Pasamos por el famoso Barrio Rojo, y nos sorprendimos por el libertinaje que exuda la zona. Luego, comimos papas con queso holandés. Nos quedamos con ganas de visitar la casa de Ana, una niña periodista que dejó un testimonio impactante de una época de terror; espero volver para rendirle el homenaje que se merece.
Gante
Con Diego fui a Gante, un lugar que parecía sacado de una novela victoriana. Con su niebla espesa y edificios góticos, parecía que Drácula y Dorian Gray nos esperaban en cada esquina. Caminamos por el casco histórico y visitamos los canales.
Nos montamos en un barco y exploramos toda la ciudad. El guía nos contó historias cómicas sobre cómo, de los tres metros de profundidad de los canales, uno estaba compuesto por bicicletas que, por alguna razón (siempre relacionada con el alcohol), terminaban en el fondo del río.
Bélgica me hizo crecer, me enseñó el sentido de la vida, y lo más importante, me demostró cómo la integración cultural puede hacer que un país pequeño parezca un mundo salido de la mente de la gran Ursula K. Le Guin.
[1] Isaac Asimov, Trilogía de la Fundación Editorial NOVA, 2022.
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