Crónica de una emigrante | Una cubana indocumentada en España
“Le pregunté cuándo se tenía la certeza de que emigrar había sido una buena decisión. Él solo me abrazó, como quien no quiere responder.”
Casi se cumplen tres meses desde que salí de casa. Algunos días miro las fotos de esa niña con su blusita tejida y su saya blanca, que abordó el avión en septiembre, y no me reconozco en ella —o no la reconozco a ella en mí—, no solo porque ella podía vestir prendas de tejidos, y yo ahora me encuentro en una habitación tecleando con un par de guantes, que me entorpecen la escritura pero me protegen de estos -3 grados.
Yo me fui de Cuba gracias a una residencia artística de fotografía para la que fui seleccionada, en un pueblito llamado Beja, de Portugal. Estuve un mes allí, trabajando en mis obras, hasta que llegó la fecha de regreso. Solo que, en lugar de tomar el vuelo a La Habana, tomé un bus a Madrid. Rezando por que no me revisaran mi pasaporte cubano con visado vencido, tres maletines en las manos, y los ojos llenos de lágrimas, crucé en el bus la frontera.
—¡Mamá, papá, su niña está cumpliendo su sueño! (Mamá, papá, su niña tiene miedo, mucho miedo).
La vida real
Llegué a España. Ahora empieza la vida real. Se me acabaron las “vacaciones lisboetas” al mismo tiempo que mi permiso de estancia legal en la Unión Europea.
Mi mejor amigo, que reside hace dos años aquí y que es, para nuestra fortuna, ciudadano español, gracias a la Ley de Memoria Democrática, que beneficia a los descendientes de españoles, me recibió en la estación de Barcelona para emprender nuestro trayecto a Manresa, un pueblo en las afueras, donde vivimos actualmente. Recuerdo que en la estación de Terrassa, donde aguardábamos el tren, miré los raíles y le pregunté que cuándo se tenía la certeza de que emigrar había sido una buena decisión. Él solo me abrazó, como quien no quiere responder a la pregunta, como quien no quiere decir: “No lo sé, yo aun no tengo esa certeza”.
“A pesar de estas bajas temperaturas a las que estamos sometidos, ella solo enciende la calefacción una hora en la madrugada. Hace más frío en la casa que en la calle.”
—Manresa queda muy lejos, Camilo. En Manresa hace mucho frío. Manresa no parece Europa. En Manresa no hay cubanos.
—Mel, Manresa es nuestro hogar ahora.
Manresa no es tan bonita como Barcelona, es cierto. Aquí siempre hay cinco grados menos y, desde la terraza, se ve un árbol mudando sus hojas que me avisa, cada día, que el tiempo pasa. Pero el barrio donde vivo es tan feo y sucio que me recuerda a Centro Habana, donde viví mis últimos meses en Cuba, donde fui tan feliz, que miraba a mi alrededor y lo veía hermoso; a lo que yo bauticé como “poesía de los desechos”.
Aquí vivo rentada en un piso donde convergen emigrantes de diferentes partes del mundo, y una señora mayor catalana que pelea por cualquier cosa. La casera es uno de los peores seres humanos que he conocido. Creo firmemente que tiene el propósito de lastimar a todo el que encuentre a su paso. En la casa hay letreros por todos lados, con regaños o instrucciones (yo digo que me siento en el servicio militar). Tiene normas de convivencia súper estrictas, que incluyen no usar la cocina después de las 10 pm, es decir, que el que regrese de trabajar luego de la hora señalada, que se joda, como decimos en Cuba. A pesar de estas bajas temperaturas a las que estamos sometidos, ella solo enciende la calefacción una hora en la madrugada. Hace más frío en la casa que en la calle.
—Mamá, yo estoy súper bien. Mira las fotos que me tomé en el Arco del Triunfo; y mira, fui a Burger King.
Chicas latinas indocumentadas
Me he inventado un curriculum de camarera para trabajar, porque aquí, sin papeles, lo único a lo que puedes aspirar es hostelería.
¿Experiencia? Tres años. No, tres años no. Creo que es exagerar mucho. Dos años está bien.
¿Sitios? Pues el Habana Blues en Cuba, que es donde trabajan todos los actores. Y Mar Adentro, seguro que sí, el restaurant donde me botaron a los dos días por ser demasiado torpe.
¿Habilidades? Disposición laboral, facilidad para aguantar el frío, paciencia para no quebrarme, y capacidad para mentir acerca de mi estado de ánimo.
“Soy fotógrafa, soy periodista, soy productora, soy directora, y a veces me creo guionista. Pero en España soy una latina sin papeles.”
—Yo me llamo Mel González. Realmente soy licenciada en teatro. Soy actriz de vocación desviada, por eso hago muchas cosas: soy fotógrafa, soy periodista, soy productora, soy directora, y a veces me creo guionista. Pero en España soy una latina sin papeles.
“Se buscan camareras para bar ubicado en Barcelona. Escribir al sgte número...”
—Hola, Isabel. Soy Mel, la chica que contactó con usted vía Milanuncios.
—Hola, bella. Siéntate, espérame un segundo.
El local estaba ambientado con luces tenues, tres o cuatro candelabros, música a bajo volumen, paredes acolchonadas, cortinas que daban a pequeñísimas habitaciones, y chicas latinas caminando de un lado a otro, preparándose para la apertura del local.
—Ya estoy contigo, Mel. Por cierto, qué guapa eres, qué piel más blanca tienes. No pareces cubana. ¿Vas al gimnasio?… ¿Tienes papeles?
—No, no tengo papeles.
—Mira, sin papeles no te puedo contratar como camarera. Pero tenemos una oferta para chicas latinas indocumentadas. Tú solo tienes que ser guapa y dejarte invitar a tragos por los señores que vienen al bar.
—No estoy interesada, gracias.
Yo soy actriz, sé lo que es aprenderse un texto de memoria. Y esta señora, típica madame de burdel de las películas, había repetido ese discurso unas cien veces. El trabajo nunca fue de camarera. Ella sabía que con un anuncio, donde no especifica horarios, ni direcciones, ni salario, solo la contactarían chicas indocumentadas que necesitaran trabajo con urgencia. Y para esas chicas ella tenía la solución.
Las venezolanas que llegaron luego, sí aceptaron el trabajo. Yo me fui de ahí, preguntándome de nuevo: ¿cuándo se tiene la certeza?
Horas en negro
Día diecisiete en Catalunya. Más de 40 currículos impresos y entregados en todos los sitios que veía. Casi cien aplicaciones vía online para cualquier tipo de trabajo. Nada. “Obligatorio documentación en regla”.
Camilo se va a casar conmigo para que yo “coja los papeles”. Es una bendición entre todo el caos. Cuando nos casemos, podré solicitar la residencia por arraigo familiar. La única otra vía que tenía era pedir un asilo político por ser periodista independiente, que si resultaba favorable, no podría regresar a Cuba.
Empiezan a marchar las cosas.
—Mamá, he conseguido un trabajito a medio tiempo. No me da para mucho, pero al menos puedo pagar la renta.
“Ya no solo soy actriz de vocación desviada. Entre las muchas cosas que hago, ahora también soy bartender.”
Hoy trabajo en un bar de Manresa, donde hago horas en negro y, por ende, me pagan menos. Pero algo es algo. Allí he aprendido a preparar vermuts y patatas bravas. Ahora comprendo el catalán y bebo Ratafia. Cuando armo la terraza, me siento feliz, porque al cargar sillas y mesas, voy entrenando un poco mi cuerpo, que no ve un gimnasio hace varios meses. Mientras limpio la barra canto “Veinte años”, y desde la cocina escucho decir: “La cubana con sus boleros”.
Ya no me molesta demasiado el frío. Gracias a él he dejado de fumar, porque prefiero no encender un cigarro antes que salir al balcón.
Y lo principal: ya no solo soy actriz de vocación desviada. Entre las muchas cosas que hago, ahora también soy bartender.
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Buenísimo, necesitamos mas crónicas así y dejar de romantizar la migración cubana. Gracias Mel, un abrazo desde mi trinchera en un bar y haciendo artes visuales en horas extras.