Al encuentro de esa mujer…

| Diversas | 17/09/2017
Destrozos causados por el paso de un huracáb

Ni heroína, ni valiente, ni loca. Periodista. Cuando me dijeron que en una hora debía estar lista para irme a Cayo Coco a la cobertura del paso de Irma, entendí que había llegado el momento de asumir todo lo que puede llevar consigo esa profesión.

De camino pensaba que iba a chocar con lo más difícil que en mis dos años de trabajo he podido experimentar, y que por cosas de esta vida llevaba nombre de mujer. Dos mujeres al encuentro, la metáfora que podía llegarme a la cabeza mientras desandábamos camino. Solo que una era mucho más fuerte, no le importaba nada, no creía en nadie. La otra solo tenía dos cosas bien claras: sobrevivir para contar historias, y contarlas de la mejor manera posible. Tanta precaución porque si de algo estaba segura, es de que Irma no tendría piedad. Y no la tuvo.

Jueves 7 de septiembre: La mencionada partida. Los primeros reportes de los preparativos. Calma total, desesperante.

Viernes 8: El día. Amanecer con la incertidumbre de si se regresaba al mismo lugar o esperaríamos la llegada en otro sitio. El ir de un lado a otro, buscando. Las primeras señales: lluvia, un poco de viento. Nos acercamos al mar; ya comenzaba a enfurecerse. Un rato más tarde arreciaron las ventiscas y los aguaceros. Regresamos a la playa: el panorama era aún peor. Lo hermoso que puede ser contemplarlo se olvidaba ante el horror de tanta fuerza maldita. Anochecía. Atrapados en un lugar distinto al del despertar (se cumplieron mis sospechas) ya sentíamos la cercanía. Y todo empezó a empeorar. La noche más larga de mi vida. El sueño no lograba aparecer; pero el miedo sí. Se respiraba miedo en aquellas habitaciones, me atrevo a apostar. Yo no podía ocultarlo, no quería tampoco. Porque al final el encuentro había llegado ya, y aquella mujer me había derrotado con creces. Me sentí rendida ante su potencia. Solo al terminar todo aquello pude ver que en algún punto las fuerzas se equipararon ¡y seguía viva!

Sábado 9, Domingo 10: Ya había perdido la noción de qué días eran. Todos parecían iguales. Llegaron las horas de ver las secuelas, esos instantes de captar en la memoria un lugar que parecía aplastado por la guerra (y aunque nunca he estado en una, ni quiero, puedo imaginarla así.) Ni las palabras más coherentes me dejan hablar con exactitud de lo que vi. El propio ciclo de la Naturaleza haciendo de las suyas y dejándonos perplejos, desamparados. A nosotros y a sus hijos: flamencos y peces muertos en las carreteras, árboles arrancados de raíz… Todo eso está en imágenes, que también ilustran la obra del hombre minimizada, hecha añicos. Está ahí y estará en mi recuerdo, no sé hasta cuándo. Tal vez porque soy demasiado apasionada, tal vez porque tardo en olvidar.

Lunes 11: El regreso. Más destrozos en el camino. Volver pensando en la gente que lo perdió todo, que está en el punto cero sin saber por dónde empezar. Llegar a casa y no sentirme en casa, sino en un lugar ajeno. Desorientación. Huellas de ese encuentro terrible, de esos que uno tiene que vivir para sentirse más viva, para encontrarse a sí misma.

Flamencos rojos de Cayo Coco, entre las pérdidas más lamentables.
Incluso las aves más pequeñas no encontraban refugio y morían.

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