El feminismo en Cuba a principios de la República (paginas olvidadas de la revista Social)
Para el Nuevo océano uno (Diccionario Enciclopédico), el Feminismo quedaría definido como: “Movimiento que busca la emancipación de la mujer luchando por la igualdad de derechos entre los sexos y la abolición de todo tipo de discriminaciones por razón de sexo”. Por su parte, para la Enciclopedia libre Wikipedia, la definición alcanzará connotaciones mucho más específicas y de mayor complejidad, al determinar que: “El feminismo es un conjunto heterogéneo de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre varones y mujeres, así como cuestionar la dominación y la violencia de los hombres sobre las mujeres y la asignación de roles sociales según el género”.
En su consideración de movimiento social, el feminismo se conceptúa como un proceso, una sucesión de etapas o fases, también llamadas “olas”. Examinado desde una perspectiva histórica, una segunda fase o primera ola del feminismo, se refiere al movimiento feminista que se desarrolló en Inglaterra y Estados Unidos a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX, etapa que nos interesa en lo personal, por adaptarse a los intereses particulares de este trabajo. Originariamente, esta segunda etapa se concentró principalmente en la obtención de igualdad frente al varón en términos de derecho de propiedad e igual capacidad de obrar, así como la demanda de igualdad de derechos dentro del matrimonio. A finales del siglo XIX, los esfuerzos se van a concentrar en la obtención de poder político, en concreto el derecho al sufragio.
Como en el resto del universo, en Cuba la trascendencia e importancia política, social y económica de estas reivindicaciones en lo tocante a defensa, ponderación e igualdad de la mujer en todos los órdenes, desencadenaría contradicciones, descalificaciones, posicionamientos y denuestos de todo tipo, a la hora de colocar en la palestra pública la esencialidad y justeza de estas luchas. Diversos medios se harían eco en las primeras décadas del siglo XX del polémico asunto y exaltarían de cierta forma las voces más autorizadas, los contenidos más a tono con el sentir y las necesidades de las mujeres cubanas en momentos cruciales. Dentro de estos medios de difusión se destacó especialmente la revista Social, una publicación de gran alcance, con repercusión nacional e internacional, atendiendo a sus características propias, sus dimensiones y la proyección cultural alcanzada.
Dos artículos sobre el tema del feminismo, escritos y publicados por autoras cubanas, en sendos números correspondientes a los meses de julio y agosto de 1921, nos permitirán compenetrarnos con el carácter sensible del asunto y atisbar cuánta importancia y significación alcanzaba su divulgación y tratamiento para nuestras mujeres en el ámbito nacional. El primero de ellos, “Cómo se entiende el feminismo”, de Pilar Jorge de Tella, presidenta a la sazón del Club Femenino de Cuba, aparecería en el número correspondiente a julio de 1921, volumen VI de Social (página 30), y comienza emitiendo homenajes a Emilia Pardo Bazán, gloria de las letras españolas y honra de las mujeres a su juicio, por alentarlas desde sus últimos escritos a perseverar en sus luchas idealistas hasta obtener “lo justo por ser justo”. En su rol de presidenta del Club, anunciaba la decisión del mismo de crear un curso que estableciera y enseñara de forma clara y terminante, los diversos aspectos que abarca el feminismo, con la finalidad de esclarecer toda duda y temor que con respecto al mismo subsiste tanto en multitud de mujeres como de hombres. El curso en cuestión sería dictado por el reconocido profesor Dr. Arturo Montori y su objetivo primordial consistiría en enseñar a las mujeres que el feminismo debe ser “la suprema aspiración de toda mujer como esencial anhelo de obtener lo que por derecho superior le corresponde y que por incalificable debilidad ha permitido dejarse arrebatar”. Para el hombre, a su vez, tales conocimientos habrían de enseñarle que no debería tener razón alguna para temer los efectos que podrían derivarse de la igualdad de derechos que su compañera natural en la especie debe disfrutar. ¿Por qué habría de preocuparle al hombre la competencia femenina en el campo de las actividades acaparadas por él?, se pregunta a continuación la autora del artículo. Entre otras variadas e interesantes conclusiones, Pilar Jorge termina resaltando que: la mujer en todo tiempo y en todas las condiciones será mujer y que su natural dulce y delicado persistirá siempre por encima de toda evolución y no habría de modificarse porque sea dueña de sus pensamientos y acciones, hallando gozo en dedicarse a lo que sus sentimientos la inclinen. Y no lo hará como ha venido haciéndolo casi sin conciencia de ello ni haciéndola creer que solo para eso sirve. Ni que su misión se equipara con la de la máquina incubadora, sino por ser consecuente de su grandeza como mujer y por su omnímoda voluntad.
El segundo trabajo es de la escritora y poetisa Mariblanca Sabás Alomá, y apareció en el número correspondiente a agosto del mismo año, en el volumen VI (página 30), con el título de “La mujer poeta”, y posee el raro encanto de examinar de modo crítico la subvaloración a que son sometidas las mujeres que eligen las letras como profesión y, peor aún, si se trata del exquisito rango de poeta. “Salvo raras excepciones—nos comenta la autora—, a la mujer se le ha negado siempre capacidad literaria”. Y atribuye las causas para semejante negación o incapacidad, a la absurda y deformadora educación que se les ha proporcionado hasta ese momento; al embotamiento y desnaturalización de sus facultades y no en modo alguno porque hayan carecido de capacidad para las letras. “La mujer necesita despojarse en absoluto de la máscara —recomienda más adelante—; necesita aprender a mostrar el alma desnuda”. Y advierte que no se debe confundir semejante desnudez con el vicio, al observar con preocupación una marcada tendencia hacia el erotismo, en determinadas mujeres que en su momento iban rompiendo moldes arcaicos. “Y cuando el último prejuicio haya huido del corazón de la mujer, como la sombra nocturna ante la nueva aurora —se recrea la poetisa en incontenible parrafada lírica—; entonces su palabra tendrá sonoridades heroicas, tendrá la magia indiscutible de un personalismo cuya gloria y grandeza no serán bastantes a oscurecer la puerilidad de viejas tradiciones atávicas ni la insólita falsedad de doctrinarios rampantes que han hecho de la moral y la virtud dos odiosas mentiras…”
Por último, publicado en el número 130 de Social, correspondiente a octubre de 1926 (página 14), bajo el rubro “Páginas desconocidas de José Martí/ Feminismo” como título, y enviado por el escritor Néstor Carbonell al Dr. Emilio Roig de Leushsenring para su publicación, se reproduce el trabajo que Martí publicara originalmente en La Opinión Nacional de Caracas, el 11 de abril de 1882 y que aparecería luego en las Obras completas del Apóstol bajo el título de “Carta de Nueva York”.1 El artículo en cuestión describe cómo ya en el Congreso de los propios Estados Unidos se debate como posibilidad inmediata la presencia de la mujer abogando en los tribunales del Estado. De igual modo, conforme observa José Martí, se nota en aquella tierra gran premura en dotar a la mujer de medios honestos y amplios, emanados de su propia labor, asegurándole dicha, al enaltecer su mente con estudios sólidos, de forma que viva y coexista con el hombre en paridad de compañera y no como juguete hermoso a sus pies. Y ejemplifica a continuación cómo en nueve estados de la Unión, puede ya la mujer abogar como letrado en causas criminales y civiles, del mismo modo que uno de los periódicos de leyes con mayor crédito en el país está siendo dirigido por una dama. Y cómo en Vermont las mujeres ejercen el sufragio. También saluda Martí la presencia de la mujer en la administración pública y como consejera idónea en las juntas y talleres correccionales. De igual forma considera promisoria la apertura de los colegios a las mujeres, las que habrán de ser luego compañeras de hombres, igualando caminos, aficiones y claridades a la par con aquellos y evitando de paso “ese divorcio intelectual, que es el mal terrible”. Y como negación frente al aserto de maestros y observadores que ven como “cosa probada la flaqueza de la mente femenil” en materia de ciencias, leyes y artes, Martí da fe de cómo en Inglaterra importantes colegios y viejas universidades admiten en sus cátedras a educandas y las califican con honores y títulos. Otro tanto ocurre en Estados Unidos en las universidades de Harvard y de Cornell, con la apertura de cátedras para mujeres. Otra y de una índole bien diferente es la problemática de los inmigrantes europeos y sus penurias al llegar a los Estados Unidos, con que cierra Martí finalmente su trabajo. “Nueva York, que quiere abrir su universidad a las mujeres, no gusta de tener abierta su bolsa a todos los menesteres de los inmigrantes europeos, que llegan a las veces con hambre, y sin dineros, ni ropa, ni salud, todo lo cual acarrea gastos que Nueva York paga, porque a Nueva York llegan aunque luego salen del Estado, y fincan en otras comarcas que se benefician de ello, sin tener parte en los costos”. De esta manera aguda y magistral al mismo tiempo, concluye Martí por exponer dos grandes campos de sufrimiento, discriminación e injusticias que todavía en la actualidad y en este mundo en que nos ha tocado vivir persisten y coexisten y no antagónicamente: la discriminación social del inmigrante y la discriminación de la mujer en todas sus formas.
(Bayamo, 17 de enero de 2017)
- José Martí: Obras completas, Tomo 9, “Carta de Nueva York”, p. 287, Ed. Nacional de Cuba, La Habana, 1963.
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