Las fotos no existentes
Un acto de discriminación transfóbica en la Basílica del Voto Nacional de Quito, Ecuador, genera manifestaciones reivindicativas de la comunidad LGTBQ+.
En la tarde del pasado 22 de noviembre dos mujeres trans llegaron de Cuenca a Quito para visitar la Basílica del Voto Nacional. Llegaban acompañadas de una amiga, la actriz Gaby Córdova. Un empleado de seguridad de dicha iglesia les prohibió tomarse fotos en los alrededores del edificio. El hecho desató el rechazo en las redes sociales por parte de la comunidad LGBTIQ+ en el Ecuador. Una acción de protesta se realizó el 28 de noviembre a las 11:00 am. Se tituló Fotografiada dominical.
De lo que se trata es del lenguaje, de la ficción, de la puesta en escena si se quiere decir. Pero ya se sabe que hay mucha gente aburrida que dice estar siempre en la verdad, que nunca usa máscaras, aunque sí corbatas, tacones, aretes, tatuajes, vuelos, creyones de labios, piercing, perfumes. Me río de los que dicen ser sinceros y se toman fotos con sus perros diciendo que ese es mi hijo, duermen con él, y le celebran cumpleaños. Me pregunto cuándo fue que se volvió chic tener mascotas y tratarlas como a humanos. Me río una y otra vez cuando muchos creen que ese gato, o el perro que sale en la foto entre las manos de su dueño, es su pareja, su familiar, o su vecino. En esta simple imagen hay mucha información, el deseo de dominar, domesticar, controlar al hijo, al novio, incluso si fuera necesario atrofiar su crecimiento para poder tener control sobre él. He conocido los hijos bonsáis: los padres, cuidadores son expertos en cortar las raíces, ramas de la planta para que esta no desarrolle, y pueda, obviamente, estar de adorno encima de una mesa o junto a la lámpara china comprada en un bazar de feria de domingo, en el barrio bohemio de alguna ciudad.
De lo que se trata es de la vestimenta, de la proyección, de las mujeres trans que no les faltaron el respeto a nadie. Estas mujeres trans caminaban por las áreas verdes, públicas, de un símbolo arquitectónico de la ciudad de Quito, la Basílica del Voto Nacional. Que no se imaginen que todos los que alguna vez visitamos la imponente construcción lo hicimos por alguna devoción religiosa, ni siquiera la mayoría de los que nos hemos quedado maravillados con los decorados en pan de oro del interior de la Iglesia de La Compañía o de cualquier otro templo en el mundo, lo hacemos por ser practicantes de alguna fe. Lo verdaderamente interesante fue ver cómo los empleados de la iglesia, empleados que se sobreentiende deben ser espirituales, profundos, que buscan la esencia y no la forma, se detengan en la vestimenta para prohibir unas fotos. Las personas eran, son: travestis, gais, homosexuales, actores de cabarets, imitadores de divas desdichadas de las que todos alguna vez hemos tarareado uno de sus temas musicales.
El empleado decía que estaban disfrazados. Su comentario degradaba el término disfraz, si fuera ese el caso. La ropa que suelen llevar las mujeres por ningún motivo es disfraz. Lo que está bajo todo esto es un desprecio institucionalizado hacia lo femenino ¿Si hubieran sido mujeres "machorras", masculinas, ofenderían igual a las autoridades de la iglesia? Después de ese comentario yo pudiera decir que la sotana de los abogados al celebrar los juicios, el hábito de las monjas o curas al oficiar la misa, es un disfraz.
Si estas personas hubieran estado vestidas, disfrazadas de algún personaje infantil, o de algún personaje de una marca comercial, por ejemplo El Pollo Campero, en ese caso la palabra disfraz tendría sentido, y estoy seguro que no hubiera causado tanto revuelo. El rechazo no es a la ropa: el rechazo es al cuerpo sincero que muestra su disidencia, el cuerpo que no quiere, ni acepta ser encasillado. Más que alguna práctica sexual, lo que ofende era imaginar al pene de esas chicas doblado hacia atrás rozando la abertura del ano, el trucaje, el performance, el no poder clasificar, tabular, encasillar. Estoy seguro que ese empleado ha visto algunas de las tantas películas o documentales donde los curas tienen sexo entre ellos, con los monaguillos, muchos de ellos menores de edad.
Una foto es un instante, es eternizar los minutos. De haberse tomado las fotos, estas estarían compuestas por las dos mujeres trans, su amiga y detrás el edificio icónico —que no es tan legendario, pues tendrá unos cien años—. Si se es sincero la mismísima Basílica del Voto Nacional es un ejemplo de una representación travesti; pues la Basílica está inspirada en la catedral parisina de Notre Dame; las gárgolas que están distribuidas por los alrededores no son los míticos animales, sino son los animales endémicos del Ecuador ¿Qué cosa en la contemporaneidad no sería trans, injerto, trucaje, asimilación, sueño aterrizado en otra geografía, en otro continente, en otro cuerpo? El vivo ejemplo de este travestismo son las ciudades en Latinoamérica. El no querer ser del todo autóctono, pero tampoco foráneas, el priorizar la mezcla, y el arroz con mango.
Para qué sirven tantos años empeñados en encontrar lo puro, si precisamente lo honesto es todo lo contrario, es lo vulnerable, lo débil, lo poroso, lo entreverado. El silencio del párroco que dirige la Basílica lo hace cómplice, lo muestra arrogante, acreedor de una verdad infranqueable, cuando se sabe; toda verdad humana debe mostrarse débil. La ausencia de las disculpas del arzobispo de Quito sobre el malentendido es una prueba de que aún sobrevive un pensamiento colonial, no por parte de otros países hacia América o al Ecuador, el pensamiento colonial habita en cada uno de nosotros.
Ejercicio de inteligencia noble sería el revisarnos a diario para percatarnos cuán racista, o xenófobos somos porque para muchos las personas trans no son personas, no son ecuatorianos, no son hijos, ciudadanos, no son…. Y algo de razón hay en ese desprecio a los orígenes; porque si para ser hombre hay que darle golpes a la esposa, a los hijos, imponer su criterio, porque en la casa el que manda es el hombre, pues prefiero no ser hombre. Si para ser ecuatoriano hay que asumir la viveza criolla, que sería asumir la estafa criolla, si la palabra honestidad no es asumida con toda su complejidad, si para ser ecuatoriano hay que asumir la hipocresía, la impuntualidad, el pensamiento machista depredador al otro; pues prefiero no ser ecuatoriano. Si para ser un buen hijo hay que respetar y seguir obedeciendo a padres abusadores, padres explotadores con sus empleados; pues prefiero no ser un buen hijo, ni quiero ser hijo de sujetos como esos.
Esto no es una cuestión de maricas, no es una cuestión de desviados, aunque todos "los desviados" merecemos ser escuchados, que nuestras voces se amplifiquen; sobre todo cuando descubro que los atajos, los trillos a veces llegan más rápido a algún destino que los caminos oficiales. Esto es una cuestión de política. Esto es una cuestión de ignorancia, de falta de educación sexual. No es casual que sea una foto la causante de toda esta polémica, una foto es la visualización, es la representación de lo que la iglesia y una parte del estado quiere que se mantenga oculta, escondida, como si fuéramos vergüenza, como si fuéramos enfermos, aberrados. Por eso cuando veo parejas del mismo sexo mostrándose amor en público lo celebro, al igual que celebro cuando una pareja de ancianos van tomados de la mano por un parque y se sienta, unen sus cabezas, sus frentes, y se dan un beso en el que solo se unen sus labios arrugados y secos pero llenos de mucha ternura. Por eso aplaudo cuando veo una muchacha pelada al rape caminar por el centro histórico de Quito, cuando veo a jóvenes con el cabello teñido de colores fosforescentes, cuando llevan ropas desaliñadas, haciendo todo lo posible por no comprar sus prendas en las grandes cadenas donde todo el mundo compra la ropa, celebro al diferente, el que se sale de la línea.
Por eso supe que yo tenía que estar allí en la manifestación en las afueras de la iglesia, tenía que presenciar los cuerpos disonantes juntos a la arquitectura gótica imitadora por naturaleza, atrezo que es siempre una ciudad. Tenía que ver cómo las autoridades eclesiásticas cerraban las rejas, ponían candados para que no entraran los apestados, los herejes. Cerraban sus puertas como el padre que le cerró las puertas de su casa al hijo homosexual.
Cerrar una puerta es otro acto de arrogancia, de no aceptación, de intolerancia. Allí estaban los policías custodiando las entradas, como si los tacones, las lentejuelas que brillan bajo el efecto del sol tibio de una mañana de noviembre pudiesen desplomar los altares, los pilares del templo. Allí frente a las puertas de madera repujadas en planchas de cobre vi a las mujeres trans en calzón con los pechos al aire muy semejantes a la imagen de cristo en la cruz. Yo fui de los que les ayudó a que ingresaran cuando aún las rejas estaban con candados.
Los aguijones punzantes de metal de las rejas lastimaban la piel de los jóvenes que cruzaban, vi a más de uno sentir el dolor del rasguño, vi quebrarse los tejidos vaporosos que llevaban. Los vi alegres y felices de poder ingresar, de estar todos juntos, detrás de las rejas. Esta vez no queríamos salir; queríamos ser más, aunque cerraron las puertas del templo como se cierran los ojos por miedo a ver. Fue una mañana histórica, estábamos felices de ser diferentes, de ser los históricamente rechazados, de gritar nuestras verdades. Vi a los policías mirarnos con odio, el mismo policía que trafica con la puta a altas horas de la noche. Algunos estaban con sus escudos antimotines, con armas en sus manos como si fuéramos un grupo de bandoleros, una banda de asesinos. Y sí; sí somos asesinos de la mentira, asesinos de la hipocresía, asesinos de lo que suele llamarse buenas costumbres.
Me gustó saber que una señora despistada que merodeaba el lugar no sabía de qué se trataba todo esto. Llegó a decir que teníamos discotecas para reunirnos, y que ya nos podíamos casar, que qué más queríamos. Las personas vulnerables no podemos pedir más, la cuota de exigencias es mínima para nosotros. Me gustó saber que ese día esa señora entró en crisis. Me gustó imaginar al párroco de la iglesia rezar en la santa sacristía, para que una lluvia viniera, y mitigara la manifestación. Para desgracia del cura no hubo lluvia, ni ningún percance que debilitara los gritos de reclamos, los bailes, el ondear de las banderas de la paz, las de los movimientos gais y trans.
Históricamente la iglesia es la representación física del albergue de todos los males, y aberraciones para los creyentes. Ellos pueden ir a confesarse allí y en oración con Dios pudieran contarle de sus arrebatos, y hasta arrepentirse. En los confesionarios, en los bancos de caoba, pulidos por el sudor de las rodillas frente a los altares he presenciado la resonancia de estos pensamientos que casi nadie dice. Las mamparas por donde las palabras se cuelan guardan el aliento de estas personas, la humedad de sus salivas al hablar bajo, como en susurro. Por eso era simbólica esta manifestación, allí nadie susurró sus verdades, sus deseos, sus gustos, allí se gritaba, se anunciaba, se amplificaba la honestidad.
Odio la expresión “guardar la forma”, es como si me dijera cúbrete gordo, no queremos ver tu panza. Allí cada una mostró su cuerpo, ninguna persona tuvo prejuicios de él, de la forma, de la felicidad que este le puede brindar al interactuar con otros cuerpos. Quito es muy hembra, lo he dicho en otras ocasiones, su forma física, hendidura urbana entre cordilleras, quebradas que simulan los labios externos de una vulva y para rematar está coronada en su centro: la elevación del panecillo, clítoris, y encima una virgen con alas, una mujer rota que lucha con un dragón, mujer que espera alzar el vuelo, irse, escapar de estas tierras. Muchas de sus calles terminan en callejones, sendas en las que hay que retroceder para salir, pues la carretera termina en un muro, casa o en el vacío. Cuando uno asiste a los templos católicos la veneración es corpórea, se le reza, se le conversa a una imagen, a la representación de personas, a un cuerpo, en esto la religión se emparenta con los movimientos feminista, trans, gay. La militancia, la política, el pensamiento se concretan en el cuerpo. Cuando una trabajadora sexual o trans hace gala de su cuerpo en alguna esquina de la antigua ciudad, trata de seducir a los clientes o llamar la atención de los transeúntes, producen una escena muy similar a cuando veo las procesiones de las vírgenes y los devotos le tocan su manto, la veneran, le cantan, y hasta lloran, solo por ver entre las calles la estatua de madera policromada que antes estuvo en el altar.
La primera vez que restauré una de estas imágenes y pude desnudarla, descubrí qué hay debajo de todos los mantos, los encajes, las cadenas y coronas. Por lo general las imágenes de santos a escala natural solo tienen carnalidad corpórea en el rostro, manos y pies, en el caso que estos no estén cubiertos por telas. La zona que no está cubierta es una estructura de alambre que sostiene, conecta, los elementos antes mencionados. Ver estas imágenes al descubierto es escalofriante. Empiezas a comprenderlo todo. Algunas de estas estatuas tienen un bulto deforme que logra la armonía cuando se le ponen todas las indumentarias, se les coloca en el altar, se les prenden velas, flores. Es increíble cómo la transformación se logra, igual a cuando vi por primera vez a un hombre transformarse en mujer. Las imágenes de los santos y la proyección de las personas trans tienen mucho en común, más de los que casi todos ignoran. Por eso ese día encontré tantas emociones. Soy verdaderamente feliz cuando aprendo, y soy aún más feliz cuando lo aprendido es subvertido, manoseado, prostituido. Soy un gay que ama las iglesias antiguas, los museos, el patrimonio, y justo en esa mañana mi amor entró en contradicción con lo que soy, con lo que he elegido ser, con lo que nunca pudiera renunciar a ser, y si llegara a abandonar eso que soy ahora mismo, lo hiciera solo para ir atrás, tomar fuerzas y alzar la voz. Gritar.
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