“Las mujeres de la clase ínfima”
Carlos Manuel de Céspedes anotaba en su diario personal el 25 de febrero de 1874: “Casi todos me dicen que llevo una vida muy triste y poco en armonía con nuestra situación excepcional (sic), insegura é indefinida: que á nadie debo miramientos que carecen de razones de ser; y que me hace falta una mujer que me cuide y entretenga”.1
No tardó el bayamés en materializar lo escrito en el lecho de una mambisa. También otros muchos líderes y generales o soldados de filas, humildes convoyeros y asistentes sin nombre buscaron compañía femenina. El sexo en su sentido más amplio devino factor esencial en la resistencia mambisa. Una historia asexuada ha apagado los clamores íntimos de hombres y mujeres que eran en definitiva los mambises.
Casi toda la élite revolucionaria terrateniente, cuyas esposas marcharon al exilio o fueron capturadas, acabó estableciendo un nuevo hogar en los bosques. El asunto ha sido tomado con malicia masculina. La historiografía, pese a las muchas evidencias, ha obviado sistemáticamente esa realidad.
El 29 de diciembre de 1873, comentaba en su diario Carlos Manuel Céspedes sobre el hermano de su esposa que lo acompañaba en los días tristes de San Lorenzo: “Salí a visitar las familias que están en el campamento y me encontré con que ya José Ignacio había trabado relaciones con una tal Eduarda Vázquez, tan fresca que ella y la madre se apresuraron a decírmelo, siendo de particular que ni el nombre de él sabían...”2
En ocasiones se desarrollaron relaciones que sometieron el deber al amor. El general tunero Vicente García era informado, el 27 de julio de 1875, de la malévola pasión de uno de sus subordinados, el prefecto Infante, que le hacía olvidar la más mínima responsabilidad: “... que Infante a pesar de saber la llegada del enemigo a las Casimbas el día 29 del ppdo. y estar este punto a cuatro leguas del Mijial no se cuidó de avisar a nadie y sí ir a salvar a su querida...”3
Aunque también el amor podía tener un fin trágico. El destacado patriota bayamés Francisco Maceo Osorio murió en la Cuba insurrecta en noviembre de 1873. Juan Spotorno encontraba la causa de la tragedia en: “...que había muerto por ir a ver á la querida que tenía en Naranjo”. 4
No sé si estamos ante una calumnia o una verdad. Si fuera cierto se podría afirmar que Romeo y Julieta no sólo nacieron en Verona. Julio Sanguily fue sorprendido y hecho prisionero en el rancho de una mambisa. Este acontecimiento daría como resultado su rescate por Ignacio Agramonte.5
Si hemos de creer los comentarios que aparecen en diarios y correspondencias personales, no pocos líderes políticos y militares tuvieron más de una amante.
Sobre Calixto García escribió un diarista: “Puede ser que trate de concentrar fuerzas para una operación sobre Santiago de Cuba, pero antes pasará por Holguín á llevar su parte de los botines á las queridas que allí mantiene”.6
Criterios similares se dan sobre Salvador Cisneros Betancourt. En ocasiones estas mujeres eran de escasa educación y de costumbres no muy edificantes. Céspedes le escribía a su esposa, quien quería retornar del extranjero:
[...] es imposible que vengas a Cuba, donde no puede hoy vivir ninguna mujer decente. Las cosas han variado infinito desde tu salida, no hay casas, ropas ni comida: se vive en ranchitos o a la intemperie: no tiene ropa sino el que la toma en los combates, o la compra a subidísimos precios para perderla con la mayor facilidad. La comida se reduce a frutas y raíces, y cuando se consigue carne de jutia, caballo, rara vez vaca, y nunca puerco. Sólo las mujeres de la clase ínfima pueden residir así en los campos, acostumbradas ya a esas privaciones, y no muy exigentes en cuanto a las leyes del pudor y la decencia.7 Mientras, el coronel Francisco Estrada no duda en decir que: “De las familias decentes no quedan más en la revolución que Lola Santiesteban y las Cancinos. Todo lo demás es morralla”.8
El 2 de enero de 1874 anota Céspedes sobre la escasa educación de algunos vecinos de la tierra del mambí: “una conversación colorada que de un rancho a otro tenían en alta voz varios vecinos y vecinas, me desveló por mucho tiempo. ¿Cuándo saldré de esta atmósfera?”9
En algunos de los que vivían en Cuba Libre se estableció una moral de guerra, de gente que no sabía si al día siguiente estaría frente a un pelotón de ejecución: “La corrupción de costumbres —escribiría un patriota— en ambos secsos (sic) se ha jeneralizado (sic) tanto que va á ser necesario tomar alguna medida para contenerla”.10
Es difícil generalizar sobre asunto tan complejo como la moral. Estos criterios fueron emitidos por miembros de la burguesía terrateniente y tomaban como referencia sus prejuicios. Tales generalizaciones pueden tender a tomar límites muy estrechos en las definiciones, pues no se tiene en cuenta el rasero de otros grupos. Visto así, el análisis resulta demasiado simple, en él no cabrían mujeres como la sufrida Manana o la heroica María Cabrales, y otras muchas abnegadas mambisas de la guerra grande. En Cuba Libre coexistió gente de los más diversos orígenes, con criterios morales disímiles, por lo que una visión tan uniforme no parece adecuada. Incluso si nos restringimos a las valoraciones de estos terratenientes hay bastantes aristas sobre el asunto. El mismo Céspedes no dudó en escribir en su diario: “Estuvieron aquí unas mujeres de apellido Pérez que según me han informado, sin tener padre ni madre, se han sostenido honradamente durante la guerra, con sólo su trabajo personal”.11
Pero de todas formas era común que hombres y mujeres formaran parejas. De estas relaciones saldrían varios hijos naturales de ilustres padres ilegítimos. Uno de estos vástagos sería el futuro general del 95, Calixto Enamorado, retoño de las relaciones de Calixto García y la manzanilleraLeonela Enamorado. También Céspedes dejaría descendientes con su antigua amante Candelaria Acosta Cambula, durante su mando, y en los días tristes de San Lorenzo con una vecina del lugar donde fijó su residencia.
La información que existe sobre el papel de estas mujeres en la guerra es escasa. Se les menciona esporádicamente en diarios y cartas.
Como “Matilde querida del cocinero Marcos”,12 se refiere el patriota Jorge Carlos Milanés y Céspedes en su diario a esa mujer que le brinda un café. Él mismo alude en otro momento a “la esposa de Jesús, Rosalía Borrego…”13 y luego, en una nota muy breve, menciona a “la mujer de Galán”,14 mientras “la mujer de Duran”15 le invita a comer un ajiaco.
Algunas anotaciones están cargadas de misterio y se pueden interpretar de diferentes formas, como este apunte de Vicente García en su diario personal, el 6 de julio de 1876: “Tuve entrevista en las inmediaciones de Las Tunas con unas mujeres que encontré de íntima amistad y confianza”. 16
Estas mujeres que hicieron el papel de amantes de la élite política y militar terrateniente, generalmente eran campesinas, varias de ellas negras o mulatas, algunas incluso antiguas esclavas. Ellas dieron un aporte a la resistencia conformando hogares en pleno bosque para estos perseguidos. Viviendo las amarguras e incertidumbres de la guerra. Muchas veces, sus compañeros de estos años difíciles fueron desagradecidos y tendieron a olvidarlas en la paz. No siempre los hijos de sus relaciones fueron reconocidos. En la República tampoco se les premió por sus diez años de lealtad en la manigua insurrecta. La sociedad machista no pudo entender la importancia que estos cálidos hogares tuvieron en la estabilidad de los héroes del 68.
Casi todas han sido olvidadas. Candelaria Acosta Cambula fue quizás la única recordada ocasionalmente... porque confeccionó la bandera de Demajagua. Hemos omitido el hecho de que ellas tejieron en buena medida la historia de la gran resistencia del 68.
No exigieron nada a sus hombres en los días terribles de la guerra. En la paz tampoco reclamaron espacio alguno. Ni siquiera el derecho elemental a ser recordadas. Pero siempre estuvieron presentes a la hora de resolver la imperiosa necesidad de los héroes de hogar y mujer. ¿Cómo presentarlas en estatuas, pinturas alegóricas, filmes y seriales televisivos? No es imaginable que al lado de la esfinge de mármol o bronce del gallardo general mambí que adorna los parques de la mayoría de las ciudades cubanas, se recuerde a la mujer o mujeres (pues algunos tuvieron varias), que en los días más aciagos los recibió en su bohío para crearle un cálido mundo de detalles que les hiciera olvidar la realidad quemante de la contienda. Tampoco parece plausible que, junto a las fotos de esas bellas, delicadas y en ocasiones cultas esposas de los grandes caudillos mambises, pueda conservarse el dibujo de la guajira o liberta de mirada hosca y aguda, como si todavía buscara el rastro más leve de la posible presencia de la contraguerrilla implacable. Mucho menos recordar que ellas, no pocas veces, huyeron con su hombre por veredas sin nombre bajo el fuego de las avanzadas españolas. No es necesario narrar que también recibieron a los altivos generales convertidos en piltrafa humana: temblorosos por la fiebre, deshidratados por las diarreas, quejosos por las heridas. Los curaron y atendieron para devolverlos al combate. Mucho menos conjeturar que estos intransigentes tuvieran momentos de debilidad y que es muy posible que hallaran consuelo, el soporte para continuar la resistencia, en la intimidad tibia del bohío.
La mayoría de ellas no debieron ser bellas ni delicadas, pues es de pensar que se marchitaron tempranamente en lo físico y espiritual por la vida de campaña. Muchas no sabían leer ni escribir. No conocían de geografía ni historia. Seguro que no pocas eran incapaces de concebir, en un sentido abstracto, lo que era Cuba. Probablemente nunca comprendieron el papel que habían desempeñado en la historia de su país. Mucho menos el pensar que con ellos se realizó, al olvidarlas, una de las grandes injusticias de la historia cubana.
Fueron amantes discretas, desaparecieron cuando ya no fueron necesarias. Ni siquiera dejaron constancia de una queja. Quizás la mayoría de ellas, con ese sentido de lo intangible que guardan siempre las mujeres, prefirieron el anonimato y quedaron reservadas a los misterios de la guerra de 1868.
- Eusebio Leal Spengler: Carlos Manuel de Céspedes: El diario perdido,PublicemexSA, La Habana, 1992, p. 297.
-
Ibídem, p. 238. - Archivo Nacional de Cuba, Fondo Donativos y Remisiones, Caja 474, Número 10.
- Eusebio Leal Spengler: ob. cit., p. 179.
- Francisco J. Ponte Domínguez: Historia de la guerra de los diez años. Desde la Asamblea de Güaimaro hasta la destitución de Céspedes, Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1958, p. 286.
- Eusebio Leal Spengler: ob. cit., p. 228.
- Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo: Carlos Manuel de Céspedes: Escritos, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, t. III, p. 84.
- Francisco Estrada Céspedes: Cartas familiares, Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, 1969, p. 107.
- Eusebio Leal Spengler: ob. cit., p. 241.
- Ibídem, p. 133.
- Eusebio Leal Spengler: ob. cit., p. 248.
- Jorge Carlos Milanés y Céspedes: “Apuntes de Bio Arriba”, en Ludin B. Fonseca García: Haciendo Patria, Colección Crisol, Bayamo, Granma, 2004, p. 28.
- Ibídem, p. 39.
- Ibídem, p. 42.
- Ibídem, p. 49.
- “Diario de Vicente García”, en Víctor Manuel Marrero: Vicente García: Leyenda y realidad, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 233.
▶ Vuela con nosotras
Nuestro proyecto, incluyendo el Observatorio de Género de Alas Tensas (OGAT), y contenidos como este, son el resultado del esfuerzo de muchas personas. Trabajamos de manera independiente en la búsqueda de la verdad, por la igualdad y la justicia social, por la denuncia y la prevención contra toda forma de violencia de género y otras opresiones. Todos nuestros contenidos son de acceso libre y gratuito en Internet. Necesitamos apoyo para poder continuar. Ayúdanos a mantener el vuelo, colabora con una pequeña donación haciendo clic aquí.
(Para cualquier propuesta, sugerencia u otro tipo de colaboración, escríbenos a: contacto@alastensas.com)
Muy bueno el artículo, esto es un gran sitio.