Lo que no se olvida II (“My diary”)

"¿Cuántas personas del colectivo LGTBIQ+ no han tenido desde entonces que sufrir por seguir siendo no aceptadas en un país gobernado por un puñado de ancianos que durante 63 años nos han querido ver siempre como lo peor de la sociedad?"

| Diversas | 31/07/2022
cubanos de la comunidad LGBTIQ
Foto de Nonardo Perea en La Habana de los años 1990

Recuerdo que comencé a salir al Vedado en los años 90, cuando apenas tenía 15 años. Como era tan joven siempre que cogía la calle, en dirección al malecón, lo hacía acompañado por alguna amistad, no me gustaba salir sin compañía porque de algún modo sentía que estando solo no estaría seguro. Por aquel entonces lucía demasiado andrógino, mucho más que ahora.

Recuerdo muchas historias vividas en el malecón que siempre fue y ha sido un sitio muy concurrido, tanto por personas del colectivo LGTBIQ+ como por personas cis hetero, además de roqueros y roqueras, que esos ya son otro mundo.

En Cuba nunca han existido muchos sitios de esparcimiento para las personas jóvenes y por lo general en aquel tiempo casi todos los fines de semana el mejor lugar para pasar un buen rato y divertirse luego de haber estado en alguna de aquellas fiestas nocturnas que se realizaban en Cojímar o en 10 de octubre, (por citar algunos ejemplos) era terminar en el malecón. Por aquel entonces muchas mujeres trans o travestis eran vistas como prostitutas. Es cierto que algunas ejercían ese trabajo, pero muchas otras donde me incluyo, solo íbamos a esos lugares por diversión y porque de algún modo eran sitios donde todas y todos confluíamos.

Estando juntas nos sentíamos un poquito más libres, y creo que era porque nos veíamos como una manada donde, de algún modo, unas a otras nos entendíamos y nos aceptábamos tal y como éramos. No había discriminación.

«Por aquel entonces muchas mujeres trans o travestis eran vistas como prostitutas. Es cierto que algunas ejercían ese trabajo, pero muchas otras, donde me incluyo, solo íbamos a esos lugares por diversión»

Nonardo Perea, artista cubano, con dos amigos
Nonardo Perea, en una fiesta junto con dos amigos. Foto: Cortesía de Nonardo P.

En el malecón no hacíamos grandes cosas, solo conversábamos, nos reíamos, tomábamos ron. A veces alguna de nosotras conseguía algún noviazgo ocasional, y la que se prostituía pues se enfocaba en su trabajo.

Sin embargo, el que estuviésemos en el malecón, haciendo acto de presencia, nunca fue bien visto por la dictadura cubana, no hubo un día en que yo fuese al Vedado y que no tuviese que lidiar con el tema de ser intervenido por la policía. Vivíamos constantemente corriendo de un lado al otro, Rampa arriba y Rampa abajo.

De manera estratégica cambiábamos de sitio. Por algún tiempo nos reuníamos en la casa del Té que está situada en el parque de G. En otro momento nos mudamos al parque del Quijote ubicado en J y 23. Luego pasamos al Coppelia, y de allí saltamos al cine Yara, y del cine Yara, el malecón. Este último se convirtió por mucho tiempo en un punto de encuentro fijo, aunque en las madrugadas siempre solíamos caminar toda esa zona del Vedado.

Yo en esa época vivía cruzando el Túnel de La Habana, en la zona de La Habana del Este, sin embargo casi nunca cogía guagua pues si estaba travestida las personas en el camello podían hacerme bulling, o incluso repellarme o manosearme. Por eso siempre cogía botella para el regreso a casa.

Lamentablemente de aquella época no tengo casi ningún recuerdo fotográfico porque por aquel entonces no existían los teléfonos móviles, y hacerse una foto costaba alrededor de unos 75 pesos cubanos, que por esas fechas era mucho dinero. Solo llevo en mi memoria los recuerdos que sé que un día también se irán, y es por eso que ahora aprovecho y los dejo por escrito

Nonardo Perea travestida en una fiesta de privada en los años 1990.
Nonardo Perea travestida en una fiesta en los años 1990. Foto: Cortesía de Nonardo P.

No consigo olvidar a algunas mujeres trans que conocí y murieron de VIH. Por aquel entonces el virus estaba en su apogeo en Cuba y muchas chicas trans y personas gays murieron. Algunas incluso tomaron la decisión de infectarse por su propia cuenta pensando tal vez que no morirían.

Recuerdo haber visto a un chico roquero inocularse el virus inyectándose la sangre infectada de su pareja. Su objetivo era irse a vivir al sanatorio de Los Cocos, ubicado en las afueras de Santiago de las Vegas, a veinte kilómetros de La Habana. Según él, allí iba a estar bien atendido con su pareja y no les faltaría nada. Nunca más supe de él, solo sé que era muy joven.

Los recuerdos me vienen a la cabeza como luces de flashes, y de algún modo me hacen sentir una tristeza rara, porque siento que se perdieron muchas vidas jóvenes.

¿Cuántas personas del colectivo LGTBIQ+ no han tenido desde entonces que sufrir por seguir siendo incomprendidas y no aceptadas en un país gobernado por un puñado de ancianos que durante 63 años nos ha maltratado y nos han querido ver siempre como lo peor de la sociedad?

Y todavía la infanta Mariela Castro, dueña de un centro oficial que le lava la cara a los abusos del régimen contra la comunidad LGBTIQ+, como es el CENESEX, dice que «No se le puede depositar culpas a nadie de ninguna generación (sobre la violencia que hemos sufrido la comunidad durante años), porque todos los procesos de conquista de derechos son contradictorios y difíciles».

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