Memorias del camerino (“My diary”)
Nonardo Perea nos cuenta, en esta nueva columna, cómo fue su paso por el transformismo independiente de La Habana con apenas 16 años.
Lo de hacer transformismo fue un gran descubrimiento para mí. Recuerdo que la primera vez que fui a aquella casa de la Güinera, donde cada fin de semana se hacían las fiestas clandestinas, tenía 16 años. Me llevó Valentín, un muchacho que me doblaba la edad y que estaba enamorado de mí (el pobre, murió joven, con solo 33 años).
La casa tenía dos habitaciones y un patio, aunque solo uno se usaba como camerino.
Mi encuentro con el mundo del espectáculo fue ahí. Además luego, y a lo largo de 6 años, esa casa de La Güinera, en La Habana, se convertiría en mi espacio predilecto para la interacción con personas, que de cierta forma eran iguales a mí o que al menos teníamos intereses en común.
Desde un principio me sentí cómodo porque en aquella casa, que siempre estaba concurrida, me divertía entablando conversaciones de diversa índole. Creo que más que nada me hacían sentirme menos solo. Aquellos encuentros de fines de semana, me ayudaban a darme cuenta que la marginación que yo sufría era algo estructural de la sociedad, no algo personal contra mí.
El transformismo llegó después, aunque no tardó mucho. El bichito se me metió en el cuerpo cuando vi aquellas artistas interpretando con tanta fuerza a nuestros más queridos ídolos.
Yo tenía claro que quería imitar a Madonna, porque todas las transformistas solían imitar a cantantes latinas. Yo de algún modo quise romper con eso, y como me identificaba con la sensualidad de Madonna, pues me aventuré e inicié mi etapa de transformismo con sus mejores canciones.
El transformismo en un ambiente de rivalidades
He de decir, sin embargo, que mi experiencia en el transformismo no fue lo que yo esperaba.
Primero, cada encuentro con el público se me hacia difícil porque era muy introvertido — algo que he ido trabajando con el tiempo —. Luego, aunque me sentía bien haciendo el trabajo porque me divertía — y llegaba, en un momento de la actuación, a superar mis miedos y solo pensaba en mí — sentía que no era de las preferidas para el público.
Aunque solía gustarles, siempre fui la peor vestida y eso, en el transformismo cubano es muy importante. También hacía mis performances descalza porque no tenía zapatos. Era como una cenicienta dentro de aquel mundo donde todas y cada una brillaba con atuendos siempre cargados de lentejuelas.
En mi caso, el brillo no lo buscaba por la ropa, intentaba más bien conseguirlo a través de mis alocados performances. Eso sí, procuraba siempre que fueran entretenidos.
Lo peor de todo fue darme cuenta de que estando dentro de aquel círculo de artistas del transformismo se creaba una atmósfera de rivalidades, donde cada una quería opacar a la otra.
Aunque yo no tenía ningún interés en aquella competitividad, no estuve ajeno al veneno que destilaban algunas sobre otras, ni de la miseria humana que se vivía dentro de aquel cuarto—camerino.
En aquel lugar pequeño donde podíamos concentrarnos 6 o 7 personas, siempre un poco sucio y con una cama y algunos espejos como únicos muebles, se respiraba puro egoísmo. La mayoría se centraban en sí mismas y esto era visto como algo natural.
He escrito "la mayoría", porque tampoco puedo generalizar. Por ejemplo recuerdo a alguna que otra que se solidarizaba conmigo y me brindaba ayuda, ya fuese con el tema del maquillaje o con el vestuario, o diciéndome palabras de aliento.
Recuerdo que Diana, cuando veía que alguna de las transformistas se burlaba de mí, me decía: “no te preocupes que tu eres bonita, y las bonitas siempre van a salir adelante”.
Recuerdo claramente que siempre estábamos todas dentro de aquel camerino y aunque sobre la cama de aquella habitación normalmente había una montaña de ropa, jamás de los jamases ninguna de las anfitrionas de la casa me ofrecieron nada; aún sabiendo que yo no tenía vestuario.
Pero eso no era algo que me afectase tanto, lo peor era que muchas sí se burlaban de mi poca producción e incluso llegaban a realizar malas acciones. Recuerdo que una vez una de ellas se brindó a maquillarme y lo que hizo fue estropear mi cara con unos colores feísimos.
Otro de los malos gestos que recuerdo es que algunas solían arrojar a propósito, al suelo del camerino, colillas de cigarro para que yo me quemara porque sabían que yo siempre andaba descalzo.
Pese a todo ello, pasar por ese proceso me ayudó a ser más fuerte y a sobreponerme a todo lo que luego vendría a mi vida. Por aquel entonces había pasado ya por la experiencia de la escuela al campo, y nada había sido peor que aquello, por lo que los malos ratos alrededor del transformismo los podía superar. Aunque nunca conseguí entender la razón de por qué algunas personas se comportaban así con otras.
Pasado un tiempo, me di cuenta de que aquel no era un mundo para mí. No soy de las personas que se identifica con dichos comportamientos crueles.
Lo cierto es que por cosas del destino cierto día apareció un chico que estaba buscando una artista del transformismo para que trabajase con él en un grupo que recién había creado. No olvido que ese día todas se estaban preparando para dar lo mejor de sí para ser elegidas. Todas sacaron sus mejores trapos, y yo nuevamente repetía en ropa y andaba descalza.
Pero para mi felicidad terminé siendo el elegido y comencé a trabajar en un grupo de modas — por cierto en las fiestas del transformismo no cobrábamos nada—. Ese día estuve muy contento porque nunca creí que yo podría haber sido la persona afortunada. Gracias a esa elección nunca más volví a esa casa, y hoy, luego de muchos años, no me arrepiento de haber pasado por aquella experiencia, pero tampoco es un recuerdo que me haga feliz.
Por el momento yo he perdonado a todo el que en algún momento actuó mal conmigo, y también he agradecido a las que fueron más nobles y humanas.
Nonardo Perea
(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).
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