Referentes | Susan Sontag: “La literatura como una utopía”

“Más que una simple carrera o una profesión, la literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia.”

Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004), escritora estadounidense.
Susan Sontag (Nueva York, 1933-2004), escritora estadounidense.

En su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2003, Susan Sontag expone su visión sobre la literatura como un ideal, una aspiración siempre inalcanzada pero que empuja al ser humano hacia su crecimiento. Sontag advierte contra el uso instrumental de la literatura con fines que le son ajenos, defiende la pluralidad de experiencias y visiones del mundo que esta ofrece, y propone una mirada hacia los valores universales que en ella encarnan: “La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia”; afirma Susan Sontag, quien fuera una de las intelectuales más influyentes de su tiempo.

La literatura como una utopía

Sans un idéal inaccesible, point de vocation authentique.
Marcel Bénabou

La índole más alta de moralidad es no sentirnos como en casa en el propio hogar.
T.W. Adorno

La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia determinada, podrían ponerse en entredicho.

Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.

En este, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que, en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está concluida y su autor ha desaparecido.

Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier decenio en particular —nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la poesía y el ensayo publicados en el periodo—, sin duda no más de uno por ciento perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena leerlos y releerlos.

Nadie puede predecir el juicio de la posteridad —que en última instancia es el único que cuenta— acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad.

Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario significativo es que afirma la importancia, la gloria —si se me permite una palabra tan grandilocuente— de la literatura misma. Esto es lo que he reflexionado al ser distinguida como una de las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras.

Mi utopía

Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en el que me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias.

En un sentido —el empírico o fáctico—, la literatura es meramente la suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido —el ideal—, la literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria.

En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra y representa metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos.

Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales, estos ideales, no son una ilusión.

Imaginemos la literatura como una utopía… un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa, la que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante siglos.

Esta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.

Uno. Las actividades literarias —la escritura, la lectura, la enseñanza— son una vocación ideal, una prerrogativa. Son más que una simple carrera o una profesión que se sujeta a las nociones comunes de «éxito» y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.

Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo —y hablo como feminista—. Implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que, si los mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben demasiados galardones.)

Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es «nosotros». El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.

Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas, y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.

Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más enérgico —y acaso más controvertido—, como antipatías, como negativas. Así es que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:

Uno. Despreciar los valores mercenarios.

Dos. Aversión al uso instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.

Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.

Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.

Estos son, en efecto, valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra todo premio literario importante.

Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido como una de las galardonadas con este destacado premio.

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