A un puente no se llega desde el miedo: Sonia Díaz Corrales en La hija del reo
Sonia Díaz Corrales, en uno de los poemas que conforman La hija del reo, exclama: “La libertad le cuesta a una mujer / innumerables pérdidas”. En esta cortante confesión, expresada con naturalidad, y no sin dramatismo, puede hallarse quizás la clave sobre la cual descansa la poética de este libro. Es la arquitectura de la búsqueda de la libertad interior, la situada más allá de los estereotipos y normas que entretejen la sociedad, las tradiciones y los convencionalismos, con más estrechez en las pequeñas ciudades de provincia, espacio donde vivió y creció la autora.
En este viaje exploratorio hacia el centro de sí, en un intento de alcanzar “su definición mejor”, la poeta paradójicamente experimenta la fragmentación del universo mínimo labrado en el espacio de la ensoñación. Vivencias, miedos, dudas, querencias, los paisajes en los que creció, o los que alimentó con su imaginación, solo son recuperables a través del movimiento en espiral de la palabra poética, que ella sabe evocativa y liberadora.
Sonia pertenece a la generación de los años ochenta, de la que muchas voces principales —como luego pasaría con la de los noventa— andan desperdigadas por el mundo, asiéndose a universos íntimos que beben del tronco común de la memoria y el paraíso perdido de la infancia que dejaron atrás. Defienden espacios fracturados por la partida y el exilio, a los que vuelven una y otra vez por el acto emancipatorio del sueño y la palabra que corporiza la nostalgia y el dolor. De esta generación, que fragmentó el centro de poder cultural habanocentrista y patriarcal, al hacer surgir desde el interior del país un grupo de poetas de una innegable y variada calidad, algunas mujeres, se destaca la voz tenaz, natural y desgarradora de esta escritora nacida en Cabaiguán. Los poemas que conforman La hija del reo fueron escritos en esos años de búsquedas estéticas y reafirmaciones utópicas, no obstante lo perturbador que pudiera aparentar una concepción de la poesía que pretendía subvertir las pautas marcadas por el discurso decadente y vacío oficializado en la década anterior y que tanto daño provocara a la cultura nacional.
En La hija del reo están presentes muchas de las obsesiones de esta generación del cambio. El libro, que fuera finalista en el Premio Casa de Américas, solo después de muchos años de haber sido escrito, hoy termina su condena como inédito y va a salvarse para los fieles lectores de la poesía cubana. Aquí se percibe una lectura inteligente y dialógica con la tradición literaria hispánica, y la cultura judeocristiana, donde la poeta, en su avidez por iluminar lo que hay de oscuro e inteligible en su dimensión ontológica, descubre los puntos que la acercan o alejan de esa tradición y cultura. Sobresale, dentro de la poética de Sonia, un manifiesto interés confesional y testimonial; con una desnudez a veces ríspida, a veces tierna, revela un mundo complejo y agónico: “vacía estoy / y harta / como el más abominable de los seres”. Busca con fuerza el sitio que le corresponde, y es un lugar diferenciado de la manada que la rodea y amenaza anularla, un espacio muy personal, con toda su gama de claroscuros, sus texturas delicadas y ásperas. Cuando se muestra frágil o inasible, no deja de practicar un arte de la resistencia y recurre a cierto matiz irónico y hasta cínico, en legítima defensa: “necesito pastar con elefantes / son vegetarianos y tiernos”. Para sortear excesos emotivos y evitar el desdibujo catártico, acude al contrapunteo de planos sentimentales y maneja con sutileza, entre otros recursos de distanciamiento, la ironía. Así explora salidas menos trágicas a sus angustias, a sus propias incongruencias, soledades, pérdidas, en un manejo de su respiración con consecuencias lógicas y lúcidas que la aleja del pesimismo estéril y del melodramatismo, aunque por cierto tampoco le teme a este, pues la imagen de sí misma que prefiere está, de tan natural y espontánea, también asimilada dentro de los tópicos y rasgos comunes de la sensibilidad poética: “aún tengo corazón / vean que digo corazón / en público / sin miedo a que me acusen de neorromántica”.
El uso de la ironía provee a sus versos de una hilaridad que la llena de ímpetu y la lleva a seguir viaje, que la levanta y le limpia la sangre de las uñas, y el fango del cuerpo mutilado por el desamor y las interrogantes sin respuestas: “Lástima / no se puede tener al unísono/ una casa de cristal / y una manada de elefantes / cosas tan absolutamente necesarias / y hermosas”.
En la necesidad de afianzarse en su condición fabuladora, Sonia subvierte también los roles tradicionales achacados a la mujer. Desde el título, La hija del reo, que contiene las marcas de opuestos géneros y lazos de consanguinidad y culpa, la poeta avisa sobre su situación dolorosa, al margen. La imagen en Sonia se construye a partir de parábolas que tocan su experiencia personal, se trasluce una especie de ficcionalización de la angustia, pues el lector lee cada poema como pequeñas ficciones engendradas por la pérdida y la exploración de sí misma.
En su obcecada indagación, sus versos transitan múltiples y arduos laberintos que a la vez contienen, a pesar de su singularidad, preocupaciones sintomáticas de mujeres que le son afines y padecen similares angustias. Todas las mujeres que contienen a Sonia y que nos hablan en estas confesiones descarnadas, y de cuidada transparencia, permanecen, aun en la caída, o el balanceo pertinaz de la existencia, por la fuerza del amor, por la valores consolidados en una intimidad esencial que detesta las fatuidades, por un heroísmo y un coraje silenciado en la cotidianidad, sin aspavientos épicos, y por esa búsqueda de la libertad interior y reafirmación del ser individual de que hablamos al inicio: “Mis mujeres se balancean sobre la cuerda tensa de su vida”.
“Con el derecho absoluto de los que esperan en la oscuridad / con la tenue lastimadura de los tristes”, innumerables pérdidas le ha costado a esta mujer la búsqueda de una libertad interior situada más allá de lo imperecedero de las normas que crean los círculos de poder, sean de la raigambre que sean; innumerables angustias que buscan en un gesto generoso compartirse sin mezquindades; sí, innumerables pedazos de su cuerpo y espíritu arrancados a sus años más hermosos; pero ciertamente la poesía nunca la ha abandonado, pues como ella misma asevera en una entrevista: “Cuando todo se ha ido, la poesía sigue ahí”.
Sonia pudo ser en realidad “alguien que se perdió en el frío / y ya no supo más / de los caminos del regreso”; pero estaba la poesía que la ha sostenido durante largos, duros años de ausencia, para indicarle que no todo son pérdidas. Ahí, su abrazo, su caricia, su mano redentora lavando heridas de la niña triste que deambula entre estos versos y que rehúsa ser sierva. Cerca, ahí, bien cerca, la poesía que le ha devuelto el viejo “tronco de almácigo que se llenaba de orquídeas enormes, violetas, y que tenían un raro perfume de canela”, allá, en su natural Cabaiguán, y que ahora, con la siempre frescura del verso perdurable, puede compartir.
De La hija del reo,de Sonia Díaz Corrales:
PÉRDIDAS
Puedo escribir de una mujer de vidrio.
Escribiría de una mujer de hierba
un día casi árbol
al otro espiga
y después seca como un manojo de briznas.
Quise escribir de una mujer de anillos vaporosos como el humo.
Pude escribir y no lo hice
sobre una mujer adormecida
soñando sus múltiples descensos
soñando unos hombres que siempre le apuntan con el dedo
y le exigen un despertar de ángel
un despertar sofisticado
casi verde
o demente
o cálido
o silencioso.
He de escribir de una mujer de agua
de su turbulenta transparencia
casi nada en el hueco de la mano
solo sabe de burbujas
de cauces
de piedras en el fondo
de un camino que cambia
y se retuerce
de un temor de años a las cataratas.
Voy a escribir de una mujer que ha muerto
sosteniendo el hambre de los suyos
de desprecio
de fatuidad
de las más mediocres esperanzas.
Muerta de la vulgaridad del alma
de sus toses
de esperar que cambien los designios
que la vida le devuelva
la música inmensa de las ganas
que le devuelva
su coraza
su vaporosa flor de sangre
y toda
todísima la calma.
Escribí de una mujer sin juicio
que busca dónde refugiar su espanto
su aparatosa soledad:
y no sé si ganó o perdió
esa guerra de olvidos,
ciertamente no sabemos
en qué lágrima se fue
en qué acabada tarde nos dejó sin su amenaza.
Escribiría de una mujer de fuego
saliendo del borde de una llama
para que no la encuentre el hombre
que es un dedo
apuntando al pecho
a su sexo
a su espalda
a su demora
a sus manías
a sus labios
que son de hacer silencio.
Finalmente escribo de una mujer de carne
que pudo ser
o aparentar que conoció
a todas las demás mujeres.
Temblorosa inmediatez la suya
en los diversos mundos de las otras.
Escribiré del vidrio
del humo
del sueño
del agua
de la muerte
del juicio
del fuego
de la carne
donde esa mujer se trenza el pelo y sonríe.
No tuvo la música en una caja diminuta.
Tuvo alucinaciones con el cielo
y predijo sin equivocarse
una explosión de tardes soleadas en diciembre.
Se hizo adulta
frígida
silente
tolerante
casi normal.
Nadie dude encontrarla ejerciendo su libertad
en una plaza pública
o en la cocina de su casa.
La libertad le cuesta a una mujer
innumerables pérdidas.
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Excelente exégesis del libro y de las búsquedas conceptuales de Sonia Díaz Corrales, quien, al igual que Ileana Álvarez, es una de las voces más importantes de la lírica cubana.