Cuento | El hueco
"Algo o alguien pasó por mi lado rozándome un brazo, detrás de la nuca sentí el aliento de una persona, ¿eres tú Dany?"
En todas las almas, como en todas las casas,
además de fachada, hay un interior escondido.
Raúl Brandao
“Se acaba el mundo, esta vez sí que nos morimos"— dijo mi padre con ojos llorosos, y continuó en lo que hacía más de seis meses era su faena habitual, nada mas inimaginable que la construcción de un subterráneo.
Según él, nos serviría por un período de año y medio para sobrevivir a la catástrofe que se avecinaba.
Para ello cavó día y noche sin darle importancia al hastío que le causaban las largas jornadas de trabajo, y no se detuvo hasta hoy, cuando dio por concluida la tarea.
Con mucha emoción nos convidó a entrar en el refugio para mostrarnos el resultado de su esfuerzo. Algo que desde un inicio ninguno de nosotros comprendió, por creer que había perdido literalmente la cabeza, ¿Cómo fue posible que un simple documental del Discovery consiguiera hacerle ver que el mundo se acabaría en poco tiempo? Según nos dijo, el 21 de diciembre la tierra sería impactada por un planeta llamado Nibiru.
Infinidad de veces le explicamos que desde que apenas éramos unos niños mucha gente especulaba diciendo que el mundo estaba llegando a su fin, primero fue por los años noventa, luego en el dos mil, pero no pasaban de ser especulaciones, nada ocurría, y le aseguramos que así seguiría siendo, que el fin de todo solo llega cuando la persona muere, y la tierra siempre va a estar en el mismo sitio con sus inevitables transformaciones, porque todo en la vida debía ser así: CAMBIABLE.
Salón de salvación
Para ser algo hecho por un solo hombre no estaba mal. Era mucho más espacioso que la propia casa; abuela quedó sorprendida, no creyó que su hijo fuese capaz de construir algo de tal magnitud. Para Dany, la labor de papá había superado sus expectativas. Lo cierto es que era una realidad, y el creador se jactaba contemplando nuestro asombro. El túnel era lo suficiente profundo; en su interior algunas vigas de madera apuntalaban el techo previamente revestido con pedazos de cartón tabla que no permitían que la tierra cayese sobre nuestras cabezas, y a lo largo del pequeño túnel una serpentina de bombillas medianas iluminaba el agujero. Al menos teníamos luz, gracias a una extensión eléctrica que había sacado de la casa.
Antes de toparnos con una puerta revestida de acero, papá nos explicó que había nombrado el lugar al que entraríamos: “salón de salvación”. Dany creyó que exageraba, viendo que todo lo que teníamos a nuestro alrededor y bajo nuestros pies era puro fango. Alegando que no quería convertirse en una lombriz de tierra, concluyó que por ningún motivo iba a mudarse a un sitio como ese. Ni aunque llegasen alienígenas armados.
Fue ahí cuando papá comenzó a decirle mal agradecido, que él lo quería como si fuese su propio hijo, y parecía mentira esa actitud de inadaptado, que solo le importaba preservar nuestras vidas; y desde nuestra unión nos aceptó por encima de todo. Él había dado crédito a los comentarios mal intencionados de vecinos y familiares. Se había adaptado a la idea de no tener nietos con los que compartir lindos momentos de la vida, y durante dos años consecutivos, sin complejos, había asistido a las celebraciones que se realizan contra la homofobia.
Infinidad de veces había abordado a Mariela Castro para felicitarla por su trabajo y le había exigido más libertad para los homosexuales. Sin peros admitió que pintáramos la casa del color de la pantera rosa e inundáramos la mayoría de las paredes con afiches de Madonna y Rafaela Carrá, y no solo eso, sino que nos había cedido el mejor cuarto de la casa para que no lo tildáramos de padre antigay, y ahora, precisamente en este instante Dany le daba la espalda.
Luego de la interminable perorata, Dany sucumbió al pánico que le provocaba tanta humedad, y determinó que llegado el momento bajaría a la madriguera, con la única condición de poder traer consigo su colección de mini-cactus y algún que otro póster de sus divas favoritas.
—Nada de eso te va a hacer falta cuando se acabe el mundo— alegó mi padre y prosiguió —sería mejor pensar en algo más productivo, qué les parece traer parejas de varios animales, por ejemplo: dos perros y dos gatos. Con una acción como esa contribuiríamos a preservar las especies, sí, porque si nos quedamos solos en el mundo de alguna manera tendríamos que volver a empezar.
Las ideas de mi padre cada vez eran más estúpidas, sabíamos que la extraña muerte de mi madre un año atrás había afectado su personalidad. Desde el incidente no dejó de pensar en la muerte. Pasaba las madrugadas dialogando con su propia sombra, y con una seguridad delirante nos aseguró que mi madre no se había ido del todo, y que en algún momento vendría por nosotros.
Dentro de sí renació un deseo absurdo de querer preservarlo todo y a todos. Pero no quise sacar a flote el tema, miré a Dany y a la abuela y les hice un guiño sugiriendo seguirle la corriente.
—Sí, papá, me parece genial, viene siendo algo así como el arca de Noe en versión habanera, ¿pero, sólo vamos a traer dos gatos y dos perros?
—Bueno, era un ejemplo, tengo un amigo que trabaja en el zoológico nacional, por lo pronto él podría conseguirme la pareja de chimpancés, y dos cocodrilos pequeños.
La abuela, al escuchar lo de los cocodrilos, con un grito puso en evidencia que estaba en total desacuerdo. Dany, algo molesto, agarró a abuela por uno de sus brazos y con amabilidad la condujo un poco más cerca de la puerta que acto seguido papá abrió para que entrásemos, antes nos ofreció un papel donde aparecían una serie de reglas que a partir de ese momento debíamos cumplir al pie de la letra.
De un tirón cerró la puerta
1- Es importante bajar al salón de salvamento y permanecer por un período de dos o tres horas diarias para adaptarnos a un modo de vida hostil, y en el transcurso de los días ir aumentando el tiempo hasta conseguir la adaptación.
2- Una vez se cierre la puerta, bajo ninguna circunstancia podrá abrirse hasta cumplido el plazo de un año, teniendo en cuenta que luego del desastre es peligroso salir al exterior puede haber contaminación ambiental.
3- Se debe ahorrar el agua potable y la comida. Por lo que se tomará agua dos veces al día en pocas cantidades y solo tendremos derecho a una merienda ligera en la mañana y una comida nocturna.
4- Para evitar el aburrimiento extremo, durante año y medio nos mantendremos haciendo ejercicios tres veces al día y leyendo libros y revistas.
5- Frente a cualquier situación se debe mantener la calma, y suceda lo que suceda queda prohibido entrar en pánico.
La lista era risible y exagerada, parecía una escena sacada de una película de ciencia ficción, pero no consiguió superar lo que vimos al cruzar la puerta, fue algo que nos hizo pensar que estábamos en presencia de un hombre atormentado.
Había poca luz, pero apreciamos que el lugar era lo suficientemente amplio como para que permanecieran alrededor de unas doce personas. En dos esquinas, muy bien colocados, había tres árboles de navidad repletos de lucecitas, y varios Noeles en trineos alados por alces. Sobre ellos, en las ramitas verdes, sujetadas con trozos de pita muchas bolas coloridas que, según papá, ayudarían a aplacar el estrés que puede causar un encierro prolongado.
Papá se desplazó por el hueco y rápidamente se encendieron unas farolas que nos encandecieron la vista. Abuela dio un saltito en el lugar, pero más que todo se puso nerviosa por lo que encontramos allí: todas las pertenencias de mi madre.
Había una gran parte de sus escritos; poemas y cuentos dispersos, como si alguien los hubiese leído recientemente. Algunas páginas estaban húmedas y embadurnadas en fango. Me acerqué un poco a la mesa y alcancé uno de los manuscritos para acercarlo a la luz, eran unas pocas líneas, debajo en tinta negra la firma de mi madre, como si estuviese recién escrita.
Poco a poco amanece, poco a poco la gente sale a las calles.
Poco a poco todo cambia, y muere.
Todo en la vida es así, poco a poco.
Elba.
¿Porqué mamá habría escrito algo como esto? No supe hallar una respuesta. Tampoco recordaba haber leído algo así en el pasado. Sentí que de un momento a otro iba romper en llanto, todo parecía tan reciente. De pronto me llegó una extraña mezcla de olores liados a varios recuerdos; era el aroma de mi madre, el que sentía cada vez que me besaba la frente por las mañanas antes de irse a algún lugar que nunca supe. Me asaltaban algunas dudas: ¿por qué no vi su cuerpo sin vida? ¿Por qué mi padre dijo que había preferido ser cremada? ¿Por qué nunca vi sus cenizas, ni la declaratoria en que pedía tal procedimiento?
Dany percibió un cambio en mi conducta, fue a mi lado y por un momento dejó a la abuela que de inmediato comenzó a protestar, porque a sus ochenta años le iba a ser difícil sobrevivir sin tener un baño decente, mucho menos sin sus pastillas para los nervios. Pero papá le prometió que le compraría los medicamentos que le hiciesen falta, eso sí, tendría que adaptarse a mear y cagar sobre la tierra.
Morir: nadie notaría mi ausencia.
Mamá escribía corto, lo hacía casi siempre refiriéndose a la muerte. Estaba obsesionada con el tema. Hay muchas formas de no existir aunque se esté vivo. Deseé no continuar la lectura, mi padre viéndome soltar algunas lágrimas se hizo el desentendido. Quería decirle que yo también sentía mucho dolor por la pérdida de mamá, y todos los días pensaba en la muerte, y en cuál habría sido el móvil para que se lanzase por aquel despeñadero que la condujo a un mar rocoso.
Era evidente que el comportamiento de papá no era el de una persona equilibrada, sus emociones y maneras de obrar no eran las mismas que un año atrás. Su locura irreverente era demostrada con la construcción de este sitio artificial, reverdecido por recuerdos. Fue el colmo tener que encontrarnos con muchas de las pertenencias de mi madre, vestidos expuestos como si estuviésemos en medio de una feria dominguera, uno tirado sobre otro en un rincón; los zapatos; las cajitas de cartón que atesoraban fotografías de juventud; los cosméticos que sirvieron para embellecerla, dentro de estuches de nylon.
—Mamá estaba cansada de la vida que le tocó— le dije a papá. El miró a mi cara, y se quedó mirándome fijo a los ojos, también lloraba. —Ella está aquí— nos dijo.
Papá corrió a la mesa, y con evidente nerviosismo alcanzó una de las cajitas con fotografías, se agachó en el fango y comenzó a sacar una por una para mostrárnoslas a distancia. En una de las imágenes se les veía a los dos muy jóvenes y festivos sentados de noche en el muro del malecón. —1973— nos dijo. Para esa fecha ya daba mis primeras pataditas dentro del vientre de mi madre.
En otra de las instantáneas ella me sostenía en brazos, papá con un biberón me alimentaba, 1974. Y así, nos mostró una fotografía tras otra, cada una con su año inscrito; años en los que ambos dejaban ver cuán felices eran. Mi padre nunca creyó que mamá algún día, por su propia cuenta, iba a decidir abandonarnos.
Todo anda mal, pero una trata de creer que todo anda bien, 1990. Leyó papá en el dorso de una foto en la que mamá aparece asquerosamente triste, con un hilillo de sangre casi imperceptible corriéndole por los labios, sentada en la arena de una playa que él desconocía. Ese día no lograba recordarlo, era evidente que estaban juntos, era él quién captaba sus mejores instantes.
Comenzó a llorar frente a nosotros y de repente a abuela la atacó una angina de pecho, entre el llanto y la nostalgia que causó el recordatorio papá se dio cuenta de la situación y creyó que lo más prudente era regresar a la casa. Dany permaneció en silencio, parecía estar en las nubes, al parecer no tenía nada que decir respecto a los acontecimientos.
Papá se levantó, fue hacia la abuela y para consolarla deslizó una de sus manos por el pelo encanecido y le dio un beso en la frente —no te preocupes vieja, todo va a estar bien— le dijo, y caminó hasta la puerta para abrirla, pero por mas que se esforzó la puerta no consiguió abrirse.
Entre los tres dimos varios empujones y no resultó.
Mucho más nerviosa, abuela se llevó las manos a la cabeza y para calmarse decidió sentarse sobre la tierra. Comenzó a rezar en voz baja. Fui a su lado para intentar aplacar sus nervios, ella solo me miró a la cara y me pidió que me quedase a su lado.
—Yo no quiero morirme aquí dentro— dijo Dany e intentó una vez mas sacudir la puerta que al parecer había echado raíces bajo tierra.
A abuela le entró la pataleta, para nada le gustó oír la palabra muerte y menos en una circunstancia como en la que nos encontrábamos. En los planes de mi padre no estaba prevista una situación como la que nos acaecía, y lo peor de todo era que no teníamos suministros de ningún tipo, nada de agua ni comida, tampoco estábamos en disposición de quedarnos de brazos cruzados para ver lo que a partir de este momento ocurriría con nosotros.
De permanecer aquí por mucho tiempo sabía que la primera en no resistir iba a ser la abuela, no aguantaría tanta humedad, ni el hambre, tampoco tenía sus pastillas para los nervios, lo mínimo que podría soportar a lo sumo, serían tres días.
Por más que quise de mi mente no borraba la imagen de abuela muerta, y nosotros junto al cadáver tomando decisiones, sin saber qué hacer, si enterrarla o comérnosla, tendríamos que tener en consideración la falta de agua y comida. El cuerpo de alguna manera contribuiría a conservar nuestras vidas, al menos por un tiempo. Por otro lado estaba presente el acto en sí de deshuesarla. ¿Cómo nos sentiríamos después de haberla devorado? ¿Cómo actuaría papá sabiendo que el ser que le dio la vida, comenzaba a ser parte de nuestra dieta? Podríamos cogerle el gusto, y cuando la carne ya estuviese agotada y solo contáramos con huesos nos veríamos en la necesidad que elegir a un próximo: ¿Dany? ¿Papá? ¿Yo?
Comencé a leer en voz alta la regla número cinco, frente a cualquier situación se debe mantener la calma, y suceda lo que suceda, queda prohibido entrar en pánico. Papá comenzó a golpear la puerta de manera brutal, con su actitud comprobamos que la regla número cinco se había ido a la mierda.
Dany me miró asustado sin saber qué decir. Sentí miedo pero entendí que lo mejor era no sacarlo a flote porque esa cobardía a veces es mala, y hace daño.
Decidí levantarme, dejé a la abuela con sus rezos ininteligibles y comencé a escarbar un poco debajo de la puerta. Desesperado Dany se dispuso a ayudarme, vamos a salir de aquí, le dije, no seas pendejo, ya verás que salimos de esta. Y continuamos escarbando como ratas que no encuentran una salida. Lo hicimos con tanto ímpetu que pasado un rato algunos de nuestros dedos llegaron a sangrar, pero no sentimos dolor, teníamos la sangre demasiado caliente.
Viendo que nuestro esfuerzo había sido inútil, Dany comenzó a llorar y a lamentarse por haber echo caso a mi padre. Lo insultó diciéndole que estaba loco hasta la médula, y que ya sabía la razón por la cual mi madre decidió lanzarse al vacío. No tuve tiempo para detener a papá. Repentinamente lo tumbó en el suelo y colocando su cuerpo sobre el suyo, con los puños cerrados, comenzó a golpearlo en la cara, —¡maricón de mierda!— dijo fuera de sí mi padre, y la abuela temblorosa alzó la voz para que oyésemos mejor sus plegarias.
Intentando apartarlos fuimos a parar a la mesa donde permanecían los escritos de mi madre que fueron a caer encima de los cuerpos. Allí también estaba la cajita con las fotografías que con la revuelta quedaron sepultadas bajo tierra.
Con fuerza sostuve las manos de mi padre suplicándole que se detuviese, la nariz de Dany no dejaba de sangrar, aún así papá quería continuar golpeándolo. Le pedí que lo dejase tranquilo, que sólo estaba asustado. Insistí, y cuando parecía que la calma iba a regresar, Dany logró escapar y ya de pie agarró a mi padre por los hombros y con fuerza lo lanzó contra los árboles de navidad provocando un cortocircuito que por un instante nos dejó sin electricidad.
Abuela transitó del rezo a un llanto nervioso, me voy a morir, me voy a morir, repetía. Fue su actitud la que hizo que mi padre se calmara. Dany se fue a un rincón y se quitó la camiseta para detener la sangre que le salía por la nariz. ¿Ves lo que hiciste?, grité a mi padre en lo que se puso a recoger los escritos y fotos de mamá que de tanta tierra ya no servirían para el recuerdo. ¡Golpéame a mí, hazlo, eso es lo que haces con la gente que quieres, golpéame! Dije, mientras él intentaba blanquear las fotos frotándolas contra su camisa e iba guardándolas en la caja, pero lo único que consiguió fue ensuciarlas más.
Las fotos me hicieron recordar cuando era niño, y con frecuencia veía a mi madre en casa usando gafas demasiado oscuras, ya fuese de día o de noche (decía que era alérgica y le molestaba la luz); gafas que le cubrían casi toda la cara, tal vez se las ponía por moda, en realidad hubo una época en que mi madre era muy glamorosa, eso era lo que pensaba cuando la veía en las noches embellecerse frente al espejo, usando mucho maquillaje e imitando con un gesto de labios a Betty Boo.
Mamá nunca me habló de su pasado, siempre la vi rebosante de felicidad, le fascinaba beber vino rojo, y no olvido que prefería estar sola de noche, quizás porque para escribir le era necesario abstraerse de todo lo que la rodeaba. Mamá era rara.
Ahora papá yace sobre algunos de los que fueron sus vestidos, llora como una magdalena. Siento deseos de golpearlo, pero pienso que no estaría bien maltratar a tu propio padre, y menos hacerlo delante de abuela que, viéndola a distancia, da la impresión de estar ya sin vida.
Dany no dejaba de sangrar y aún se le veía nervioso, pude darme cuenta de ello por su forma de mirarme. No sé qué podemos hacer, dije, y fui nuevamente a la puerta para intentar abrirla. La abuela se quejaba por la falta de aire y le había comenzado un dolor en el vientre. Dany, sin quitarse la camiseta de la nariz, fue hacia ella para sentarse a su lado, le pidió que respirara profundo, intentó calmarla pasándole una mano por la cabeza, pero las caricias no resultaron.
Abuela comenzó a gritar que quería salir, papá se desesperó y la mandó a callar, que esos gritos histéricos solo conseguían empeorar las cosas, dijo. Entre papá y yo volvimos a intentar mover la puerta, ya había transcurrido algo de tiempo, supuse que alguna de nuestras amistades podría llegar a hacernos una visita inesperada y darse cuenta de la ausencia, ¿pero cómo sabrían que estábamos dentro del refugio? A ninguno de nuestros amigos les comenté acerca de la construcción del subterráneo; de haberlo hecho, sabía que nos tildarían de enfermos mentales, y de haberse enterado esas pajaritas lengüilargas, la comunidad gay de la habana ya estaría al tanto de que en nuestra casa existía un lugar para resguardarse en caso de que llegase el fin del mundo.
Pero la casa estaba cerrada, de aparecer alguno de ellos creería que estábamos en el campo de vacaciones, podrían pasar varios meses y no se darían cuenta de nuestra desaparición.
Luego de cinco horas, aún empujábamos, poco a poco se nos habían ido extinguiendo las fuerzas. Mi padre buscó sitio junto a la abuela que, para sentir menos dolor, prefirió acostarse; él se tiró a su lado como un feto, y sin decir una palabra puso la mirada fija en las pertenecías de mi madre. Dany se levantó y fue a donde yo estaba para continuar dándole tirones a la puerta.
Hubo un momento en que regresó el olor de mi madre, pero no comenté nada al respecto.
Creí que al estar inmerso en una situación complicada, en mi cabeza podía crear ideas absurdas, como cuando se está en un desierto y se ven imágenes engañosas, océanos, sitios de exuberante vegetación, pero nada es verdadero, como ahora, todo no eran más que espejismos mentales.
Escuché a alguien susurrando en uno de mis oídos, eran frases entrecortadas sin significado alguno, referentes a la vida y la muerte. “Es mejor estar así, que vivo”, fue lo mas claro que escuché, pero no dije nada. “La oscuridad trae paz”, dijo. No conseguía creer que mi madre obrara en nuestra contra, era difícil de entender que todo lo que ocurría era parte de un plan suyo. Preferí optar por creer que no era otra cosa que un ensueño, los muertos no existen, los muertos no existen, recité varias veces para mis adentros, pero su voz era recurrente: “no estoy muerta” se me puso la piel de gallina al escuchar la voz de mi madre que llegaba nítida, le pregunté a Dany si había escuchado algo, pero no dijo nada, juntos proseguimos intentando abrir la puerta.
Con una mirada nerviosa Dany me hizo saber que algo andaba mal con mi padre, que comenzó a convulsionar al lado de la abuela, corrí a socorrerlo y cuando intenté mover su cuerpo noté que su piel estaba helada, lo miré a la cara y de inmediato las luces dejaron de funcionar. Intenté ir hasta la puerta para continuar empujando. Abuela comenzó a llorar, y entre sollozos aseguró haber visto a mi madre salir del fondo de los árboles de navidad, y no estaba sola. Anda con tres más, dijo. Oímos llorar a la abuela, hasta que se detuvo, la llamé varias veces pero solo hubo silencio.
Dany comenzó a quejarse por la oscuridad, le hablé para que se acercara a mí, pero cada vez que él decía alguna palabra lo escuchaba más distante. Intenté buscar los cuerpos dando algunos pasos hacia delante, extendí las manos para batirlas en el aire pero no conseguí encontrarlos.
Escuché el grito de papá como un animal al que hieren de muerte, y enseguida dejó de escucharse.
Algo o alguien pasó por mi lado rozándome un brazo, detrás de la nuca sentí el aliento de una persona, ¿eres tú Dany?, pregunté.
Cuando volví a percibir el olor de mi madre, todo el miedo que sentí estando en este sitio se desvaneció. Algún animal dio un mordisco en una de mis muñecas, al principio sentí un poco de dolor, luego fui sintiendo que mi cuerpo flotaba en el aire. Claramente pude ver a mi madre de cerca, me brindó una sonrisa, era ella, con la boca manchada de vino rojo. Se veía mucho mas rejuvenecida. Me abrazó como nunca lo había hecho. Le dije que la extrañaba, y me respondió que nunca nos volvería a dejar, a partir de ahora todo en nuestras vidas iba a ser diferente, íbamos a ser eternos, ya no volveríamos a sentir dolor, ni hambre, y era cierto, porque al instante la mordedura de mi brazo dejó de doler, y en pocos segundos la marca desapareció de la piel.
Finalmente la puerta se abrió como empujada por una ráfaga de viento dejándonos ver una luz tenue que provenía de la casa.
Papá estaba de pie junto a abuela que ya se espabilaba sacudiéndose el vestido, todos sonreímos al ver que ya podíamos ir afuera.
Dany se acercó a mi lado, con cariño besó una de mis mejillas, se le veía feliz, ya no tenía esa cara de preocupación. Su nariz había dejado de sangrar, y me mostró como sus dedos ya habían sanado. Fuimos hacia el interior de nuestro hogar, era la primera vez en mucho tiempo que nos sentíamos felices. Verdaderamente felices, y sobre todo, teníamos la certeza de que este año, para nosotros no iba a ser el fin del mundo.
Nonardo Perea
(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).
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