Cuento | El padre

“Mi padre olía a limpio, pero ya no quiero sentir más ese olor, le dije al doctor”.

28/02/2023
De la serie «Tus lágrimas son mis lágrimas», de Nonardo Perea.
De la serie «Tus lágrimas son mis lágrimas», de Nonardo Perea.

«El sueño es bueno porque despertamos para

saber que es bueno. Si la muerte es sueño,

despertemos de ella; sino, no lo es».

Pessoa

Su salud es perfecta, aseguró el doctor mirándome a la cara como si yo fuese un paciente en fase terminal, y prosiguió enumerando consejos que según él serían favorables para un rápido restablecimiento. La situación era común en alguien que ha pasado mucho tiempo solo y que ha tenido una pérdida familiar reciente.

Le expliqué que ya no lo era tanto, había transcurrido todo un año, tiempo suficiente para de cierta manera olvidar, aunque bien sabía que hay cosas que no se logran ir de la cabeza. Pero era importante comenzar a aceptar esa palabra, y en eso hacía hincapié el doctor. Olvidar era lo mejor. ¿Pero cómo? «Pinte la casa de azul», dijo. Ya había probado con la terapia de los colores y no resultó. El azul me hacía remontarme a esos días, cuando iba de excursión a la playa y me tendía en la arena a contemplar el azul intenso del cielo, pensando que alguna vez podría alcanzar las nubes más altas. El amarillo me embargaba de tristeza y sentimentalismo. El verde propagaba demasiado dolor en mi cuerpo y me llevaba a sentir ahogos repentinos. En fin, determiné que las paredes fuesen blancas.

Antes, todas estaban pintadas de marfil, desde entonces aborrezco el marfil. En todo un año me he dedicado a desaparecer las cosas que alguna vez le pertenecieron. Desde que pasó la primera semana y cuando ya estuve más tranquilo y no tenía miedo, me deshice de los muebles de la casa, de toda su ropa olorosa a lavanda, fortísimo olor que difícilmente se olvida, y se queda adherido en las fosas nasales y por más que se sacude o limpia, se rehúsa a desaparecer. Es un efluvio que está rondando en las calles. Lo huelo en las camisas de la gente, en los vestidos, dentro de los taxis y ómnibus. Y de repente caes en cuenta de que ese olor es el tuyo propio.

A mi padre lo tranquilizaba el color marfil, también le gustaba darse un baño en las mañanas y usar mucha agua de lavanda, que da una agradable sensación a limpieza. Mi padre olía a limpio, pero ya no quiero sentir más ese olor, le dije al doctor. Según su criterio profesional, lo más conveniente era buscar la manera de mudarme lo más pronto posible a otro sitio.

Cuántas veces lo intenté, pero cuando ya creía haber conseguido una nueva casa mis planes se deshacían. Para ninguno de los supuestos interesados resultaba interesante mi oferta, algunos decían que era una casa demasiado pequeña, que estaba mal ubicada y no tenía ni jardín ni patio para sembrar plantas. Preguntaban si el agua duraba el día entero. «No, solo tenemos agua un día sí, y uno no».

Tampoco a nadie le agradaba aquel olor a lavanda que destilaban las paredes el día entero, y que se hacía irresistible. ¿Y porqué no se consigue un perro? Cuando propuso lo del perro me eché a reír y casi vomito en su cara pálida como su bata, tan blanca como las paredes de mi casa. Le dije, lo veo otro día, y fui a parar a la calle para ser perseguido por el perfume.

nonardo perea boca abajo
Sesión de fotos realizada en Madrid en 2021.

Yendo de regreso a casa no creí haber hecho lo correcto. El doctor más que husmear en mi vida me ayudaba a encausarla y a sobrevivir. Pude haberle contestado: «sí, ya tuve animales, y no sólo uno, sino tres perros satos que se fueron huyendo. Los alimenté a cambio de un poco de compañía. Me agradaba oírlos respirar, saber que estarían conmigo, fieles, ladrando por la más mínima tontería, moviendo la cola, meándose en el piso cuando los acariciaba. Pero no resistieron la casa. Mi padre nunca fue dado a los animales, mucho menos era partidario del mejor amigo del hombre».

Debí confiar en el doctor, pero no supe cómo decirle todo lo que acontecía a mí alrededor. Que tal si se le ocurre contarle a su asistenta, y esta se encarga de informar a otras, hasta hacer una cadena interminable. El paciente asegura haber recibido una carta de su padre. No tardarían en diagnosticarme todas las locuras inimaginables. ¿Quién creería algo así, si ni siquiera yo podía hacerme la idea?

Pero la carta venía acompañada de un olor inconfundible, y con una firma que reconocí de inmediato, plasmada bajo una sola línea escrita en letras mayúsculas: VOY A BUSCARTE POR ESTOS DÍAS.

Haciéndome el desentendido opté por pensar que se trataba de un juego pesado, aunque no dejé de reflexionar sobre el asunto. Pasé horas releyendo la nota, llevándomela a la nariz para aspirar su aroma.

Mi padre estaba muerto, yo mismo lo presencié en su último día, tirado boca arriba en la cama, casi sin conciencia, balbuceando frases incoherentes. En ese momento no comprendí qué era lo que estaba sucediendo cuando vi que él alargó las piernas, se le engarrotaron los deditos, y al tocarlo sentí que ya no guardaba calor alguno.

autorretrato en blanco y negro de Nonardo Perea
«No olvido que cierta vez le deseé la muerte, fue cuando soñaba con tener casa propia».

Después de cuatro horas, cuando vinieron a llevárselo, y más tarde fui a verlo, estaba tendido encima de una camilla de metal, desnudo. Tenía una costura hecha con hilo negro que le surcaba la barriga hasta poco más abajo de la nuez de Adán. Ahí fue cuando supe que él era un muerto bien muerto.

No olvido que cierta vez le deseé la muerte, fue cuando soñaba con tener una casa propia, vivir sólo se convirtió en obsesión. Sabía que la única manera de estar sólo era con su total desaparición. Pero yo lo quise, él fue el padre y la madre que nunca tuve, porque desde muy pequeño ella me echó en sus brazos de buen hombre.

Aquel deseo que pasó por mi mente fue ingrato y sin sentido. Al marcharse comencé a quererlo más. Tal vez es por eso que su olor resiste a irse. Y ahora la carta, y esa sombra que desde hace poco he visto corriendo del baño a la cocina.

Con el paso de los días el espíritu toma forma, poco a poco se nutre de mis temores y va perdiendo esa facilidad con la que antes contaba para el ocultamiento. Ayer vi a un hombre parado en tu ventana, casi no se le veía la cara. Me contó una vecina cuando me vio llegar. Estuvo un buen rato mirando hacia adentro. Sí, no te preocupes, ese hombre es de mi entera confianza, es mi padre, le dije. Primero se quedó quieta mirándome fijo a los ojos y después de un breve intervalo se echó a reír como si nada. Pero si tu papá ya murió. No, no lo está, nadie se muere así de pronto. Respondí y dándole la espalda entré a la casa.

nonardo perea sin mirar a la cama con vestido negro
«Con los meses, supe que le era complicado permanecer visible a tiempo completo».

Bajo la puerta hallé otra nota, era la segunda con las mismas palabras de la anterior: VOY A BUSCARTE POR ESTOS DÍAS.

Y creí verlo parado en la puerta del cuarto, desde donde mostraba la cicatriz de su vientre y me decía en un tono triste, mira lo que me han hecho, y como si no conociera la casa lo miraba todo con sus ojos y cara aún incompletos. Y no hice nada más que romper a llorar, y él se espantó por mis lágrimas. Se fue.

Durante las siguientes semanas no dejé de consultar al médico, aunque consideré prudente no decirle. He recibido noticias de mi padre, para ser más explícito han sido dos notas escuetas, sí, aunque parezca una falsedad, la más grande de la historia. Él ha vuelto a casa, su casa, porque supongo le ha de estar doliendo mucho mi soledad o el haberse ido sólo sin mí.

Ayer pasó toda la madrugada durmiendo a mi lado, por un instante sentí ganas de voltear la cara para verle, pero no quise tropezarme con alguien a medio construir, y él no era cualquiera, sino el hombre que por mucho tiempo me sostuvo en sus brazos, y me dio de comer y beber. Él estaba allí, respirando detrás de mi nuca, pasándome una mano blanda por mi cabeza, tarareando una nana. Y lloré, no pude contenerme, y volvió a irse.

Con los meses, supe que le era complicado permanecer visible a tiempo completo.

Cuando más me interesaba en verlo de cerca se hacía humo en el aire y después reaparecía como suelen hacer los fantasmas de las películas, en cualquier parte de la casa. Muchas veces estuvo fisgoneando en las gavetas de la cocina, levantaba las tapas de los calderos, revisaba todo, movía los cubiertos para hacer sonidos y mortificar.

Y le conté todo al doctor. Deberías ingresar unos meses, tenemos una clínica muy buena frente al mar. Al volver a casa supe que nunca más iría a hablarle de mis problemas; de aquel problema que ya parecía llegar a su fin.

Cuando lo vi salir de la cocina traía algo en una de sus manos. Vine a buscarte, me dijo mientras se acercaba. Y no sentí miedo cuando alzó la mano y vi su cara de cerca, fue cuando comprobé que aquel hombre, no era mi padre.

...

(La Habana, 1973). Narrador, artista visual y youtuber. Cursó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso del Ministerio de Cultura de Cuba. Entre sus premios literarios se destacan el “Camello Rojo” (2002), “Ada Elba Pérez” (2004), “XXV Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios” (2003- 2004), y “El Heraldo Negro” (2008), todos en el género de cuento. Su novela Donde el diablo puso la mano (Ed. Montecallado, 2013), obtuvo el premio «Félix Pita Rodríguez» ese mismo año. En el 2017 se alzó con el Premio “Franz Kafka” de novelas de gaveta, por Los amores ejemplares (Ed. Fra, Praga, 2018). Tiene publicado, además, el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ed. Extramuros, La Habana, 2009).