La mujer oprimida, el verdadero horror tras la narrativa de Mónica Ojeda
“La narrativa de Mónica Ojeda contiene un auténtico discurso feminista que trasciende su indiscutible dominio del género gótico.”
Escribo estas palabras movida por la imperiosa necesidad de compartir un descubrimiento que, aunque tardíamente, ha despertado en mí una nueva fascinación: el gótico andino. He conocido este subgénero literario a través de una de sus autoras más representativas, la talentosísima ecuatoriana Mónica Ojeda. Como suerte del destino llegó a mí su cuento “Sangre coagulada” y fue suficiente una lectura para reconocer en él una obra de indiscutible genialidad. A partir de ese instante, solo fue cuestión de tiempo que buscara el libro en el que este relato era acompañado por otros siete, para así dejarme engullir por las historias de Las voladoras, publicadas por la editorial Páginas de Espuma en el año 2020.
De la literatura gótica, caracterizada a grandes rasgos por las atmósferas lúgubres, la violencia y el terror, surge este gótico andino desarrollado por Ojeda, con la particularidad de localizarse en la zona andina ecuatoriana. Sin embargo, no solo influirá en su narrativa la tradición y las problemáticas de este entorno geográfico, sino que además habrá un evidente interés por visibilizar la situación de la mujer y los diferentes desafíos a los que se enfrenta. Tiene sentido, por lo tanto, que Richard Angelo Leonardo-Loayza vincule el gótico de Ojeda con el gótico polémico decimonónico, que tuvo bien definido el objetivo de abordar y concientizar sobre cuestiones sociales.1
Violencia de género, un crimen normalizado
En cuanto me rondó la idea de compartir mis impresiones sobre Las voladoras tuve claro que mi intención no sería realizar un análisis teórico del texto, sino más bien comentar su función comunicativa y perspectiva feminista desde un enfoque social. Es decir, detenerme a valorar el discurso que subyace del gótico andino elaborado por la autora; donde parece ser que Ojeda, en lugar de concentrarse en la manera de acentuar el horror, prefiere ponerlo a disposición del mensaje.
Una encuesta nacional efectuada en Ecuador en el 2011 sentenció que seis de cada diez mujeres mayores de quince años habían sufrido alguna especie de violencia de género,2 y que una de cada dos mujeres había sido agredida por un hombre con quien mantenía o había mantenido una relación sexual o afectiva.3 No cabe duda de que son cifras alarmantes, y a través de estas se pone al descubierto el terrible maltrato que atropella los derechos de la mujer ecuatoriana.
Mónica Ojeda, desde su posición como escritora, se manifiesta y responde a la violencia de la que es víctima su sexo a través de una narrativa igual de violenta y perversa que su realidad. En el cuento “Cabeza voladora”, por ejemplo, se narra la historia de una joven de diecisiete años que ha sido asesinada y desmembrada por su padre. Con la muerte pareciera llegarse a la cúspide de la violencia; sin embargo, el hombre decide jugar a la pelota con la cabeza de su hija durante cuatro días, hasta que es descubierto por la narradora del relato. ¿Acaso esta imagen tan grotesca es presentada con el único fin de provocar el horror? Me parece evidente que no.
“Mónica Ojeda, desde su posición como escritora, se manifiesta y responde a la violencia de la que es víctima su sexo a través de una narrativa igual de violenta y perversa que su realidad.”
La autora es consciente de que tanto la violencia intrafamiliar como los feminicidios necesitan una mayor visibilidad para ser reconocidos y enfrentados. No obstante, le corresponde a la escritora escoger la forma que más se adecue a sus intereses críticos y literarios. En este sentido, el gótico andino elabora un discurso feminista que, lejos de sentirse común y demasiado didáctico, se halla latente en los coágulos de sangre y en el cuerpo desaparecido de una joven decapitada. Es imposible que el mensaje pase desapercibido cuando la narración por sí misma coloca al lector en un estado de profundo desasosiego. Tras este terror alimentado por símbolos y cuerpos violentados, se asoma una verdad, viva y perceptible en todos los rincones, que consigue ser incluso más escalofriante que cualquier elemento paranormal.
Me atrevo a afirmar, dicho esto, que una de las sensaciones concebidas por Ojeda en su narrativa, más allá de las primarias, relacionadas con el espanto y el misterio, es la de la preocupación más honesta por la vida. Es decir, la legítima preocupación por las mujeres y su destino, en oposición a la tan común búsqueda del morbo, a la atracción del hombre hacia los hechos más ruines e inhumanos.
Mientras que en el relato “Soroche” la autora expone cómo se viola la privacidad de la mujer y cómo el contenido íntimo, luego de haber sido expuesto con el fin de humillarla, se sigue compartiendo; en “Cabeza voladora” la crítica a este problema social es incluso más directa y aguda, y adjunto el siguiente fragmento que lo evidencia:
a ella le pareció horrible la exposición de la vida de alguien que ya no podía defenderse; el modo en el que bajo el hashtag #justiciaparalupe los demás retuiteaban imágenes privadas, mensajes personales que la hija del doctor les había enviado a sus amigos, información sobre sus gustos y hobbies. Había algo tétrico y sucio en esa preocupación popular que se regocijaba en el daño, en el hambre por los detalles más sórdidos. Las personas querían conocer lo que un padre era capaz de hacerle a su hija, no por indignación sino por curiosidad. Sentían placer irrumpiendo en el mundo íntimo de una chica muerta (Ojeda, 2020).
Por otra parte, es relevante en los relatos “Las voladoras” y “Sangre coagulada” la elección de una narradora que describa los hechos desde una mirada de niña, con la inocencia tan peligrosa de quien no reconoce la maldad cuando la tiene en frente. En ambas historias se presenta el abuso sexual infantil sin que las víctimas sean capaces de percibir la gravedad del asunto. Se desarrolla entre las niñas y sus respectivos violadores una especie de relación abusiva que se oculta tras un aparente afecto y se impone con la manipulación emocional.
En el primer cuento mencionado, el agresor es nada más y nada menos que el padre de la víctima, quien mantiene relaciones sexuales con su hija a escondidas de la esposa. Mientras que, en el segundo, el violador es un hombre apodado Reptil y la víctima es Ranita, la nieta de la señora para la cual él trabaja. Más que admirable es la forma en la que Ojeda provoca, con un lenguaje tan poético como macabro, el amargo sabor de una fragilidad profanada por “besos babosos con mal aliento” (Ojeda, 2020). La sensibilidad y la repulsión se diluyen de tal modo que el lector es capaz de hallar belleza —o como mínimo, fascinación— hasta en los movimientos de una cabeza de gallina que cae al suelo y rueda en círculos luego de ser cortada por una anciana.
El aborto clandestino como única alternativa
Si me pidieran elegir mi relato favorito del libro, este sería, sin duda alguna, “Sangre coagulada”. No solo por la manera en la que es narrado, sino también por la numerosa cantidad de problemáticas sociales en las que ahonda, entre las cuales sobresale la crítica situación de los abortos clandestinos en Ecuador. Y es que hasta el año 2022 las mujeres víctimas de violación no tenían derecho legal a interrumpir el embarazo, salvo casos muy específicos.4
En este relato, Ranita es testigo de cómo su abuela libra de embarazos no deseados a tantísimas mujeres e incluso a niñas que llegan acompañadas de sus madres. Teniendo en cuenta las leyes que aún regían en el país en el año de publicación del libro, tanto las mujeres que se provocaran el aborto como quienes ayudaran en tal labor incurrían en un delito que podía condenarlos a varios años de privación de libertad. Sin embargo, a pesar de las posibles consecuencias, la anciana opina que “alguien tiene que meter la mano con cuidado allí donde duele. Alguien tiene que acariciar la herida” (Ojeda, 2020).
Ranita, al igual que la protagonista de “Las voladoras”, tras el abuso sexual queda embarazada de su agresor; lo que diferencia a estas niñas es que mientras la segunda debe dar explicaciones a la congregación, la primera es inmediatamente comprendida por su abuela, quien le realiza un aborto y asesina al violador.
Esta anciana, bruja al parecer de mucha gente, manifiesta no solo una serenidad imperturbable ante las especulaciones de los otros y sus comentarios ofensivos, sino también una empatía capaz de hacerla ignorar los malos tratos de las mujeres que llegan a ella requiriendo sus servicios. La narradora del relato afirma: “La abuela siempre las trataba bien. Les acariciaba la cabeza y les preparaba un remedio para que vomitaran antes de meterles la mano en el vientre” (Ojeda, 2020).
“En las últimas décadas hemos sido testigos del incremento de autoras que, comprometidas con la lucha por los derechos de la mujer, ven en sus obras el medio ideal para elaborar un mensaje crítico original.”
Al tiempo que la sociedad, empañada por la doble moral, expresa su rechazo hacia la vieja abortera, se descubre una innegable necesidad de ella. Y esta necesidad halla su reafirmación decisiva con el hecho de que Ranita termina por ocuparse de la labor de su abuela. De este modo, la interrupción de embarazos se convierte en una especie de tradición familiar que, a pesar de entenderse como delito y a sabiendas de las consecuencias nefastas que podría ocasionar, se presenta como la única alternativa posible con la que cuentan las mujeres cuando los centros especializados de salud les niegan la ayuda.
Conclusiones
No cabe duda de que en las últimas décadas hemos sido testigos del incremento de autoras que, comprometidas con la lucha por los derechos de la mujer, ven en sus obras el medio ideal para elaborar un mensaje crítico original, que se funde, sin necesidad de forzarlo, con el estilo y la intención de cada creadora.
Es así como la narrativa de Ojeda y en específico su libro de relatos titulado Las voladoras contiene un auténtico discurso feminista que trasciende su indiscutible dominio del horror y demás componentes del género gótico.
En un espacio geográfico como Latinoamérica, donde la violencia de género permanece arraigada a las costumbres, el libro de esta autora ecuatoriana se impone como la cruda realidad que es fríamente colocada frente a los ojos del lector, quien ya no tiene opción de mantenerse indiferente al abuso. Son, por lo tanto, esa violencia habitual que oprime a las mujeres y la violación de sus derechos el verdadero horror tras la obra de Mónica Ojeda.
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1 Leonardo-Loayza, R. A. (2022). Lo gótico andino en Las voladoras (2020) de Mónica Ojeda. Brumal, 10(1).
2 Consejo Nacional para la Igualdad de Género, Instituto Nacional de Estadística y Censos, & Ministerio del Interior. (2015). La violencia de género contra las mujeres en el Ecuador: Análisis de los resultados de la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres.
3 Esta encuesta resultó del trabajo conjunto del Consejo Nacional para la Igualdad de Género, Instituto Nacional de Estadística y Censos, y el Ministerio del Interior.
4 En el 2019 se legalizó parcialmente el aborto en Ecuador. A partir de entonces, tuvieron acceso a este procedimiento solo las mujeres a las que el embarazo les ocasionaría complicaciones en la salud, o aquellas mujeres con discapacidad mental que hubieran quedado embarazadas producto de una violación. Véase: Smith Rosero Martínez, A., & Del Salto Pazmiño, W. N. (2023). “La despenalización del aborto en casos de violación en Ecuador”. Ciencia y Derecho, 7(5), 3009-3020.
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