Nelly del Río soy yo

"Oneyda se encuentra con Oneida, en la otra tierra, y esa Oneyda consigue saber lo que le preguntaron antes: ´¿Qué significa tu nombre?´..."

| Escrituras | 07/05/2022
Cielo azul visto a través de rejas y cristales, forma un triángulo que recuerda la forma de una casa.
1. La primera casa. / Imágenes: Oneyda González.

I. El nombre de la extranjera

“Aquí, en las afueras, vivir es sentirse viviendo”.

Josep María Esquirol

Tal como lo digo, Nelly del Río soy yo; y aunque parezca un seudónimo, no oculta mucho de mí: me han dicho «Nely» desde que tengo memoria, y es como todavía me nombran mis parientes, mis amigos y los colegas más cercanos. Seguiré siendo Nely además porque lo fui antes de ser Oneyda. Fue mi esposo quien se ocupó de propagarlo en mi edad adulta, negándose a decirme de otra forma; y ahora voy por ahí diciendo: Mi nombre es Oneyda, pero también pueden decirme Nely.

De esa manera, y pese a que he crecido lo suficiente, o tal vez por eso, decidí darle otra oportunidad a Nely, ahora con doble ele. Le agregué el apellido Del Río, porque salió igual de fácil: nací muy cerca de uno de esos arroyos que encubren cualquier cálculo, y que siendo mansos por un tiempo terminan en cañada polvorienta por donde los muchachos ruedan sobre yaguas, para reaparecer desbordados con las primeras lluvias. La cuestión sería porqué encubrir el nombre propio: fue un tránsito, una forma de verme definitivamente nómada.

Llegar a otro país, sin tiempo para pensarlo (hay cosas que no se piensan), era como no saber ni cómo llamarme. No, por un tiempo, justo el necesario como para poner los pies sobre el planeta, re-orientar la mirada, ganar claridad ante la vista de un objeto, o la palabra que lo designa. Tener el tino ante cada vía por circular: ¡tantas!!! Hice silencio hasta aprender a hablar de nuevo.

Cielo azul cortado por una rama frondosa.
2. Circuito vegetal.

Todo, para descubrir que cambiarse el nombre es un hecho común, y hasta corriente. Lo es tanto, que cuando te entrevistan para la nueva ciudadanía, has de responder esta pegunta: ¿Would you to legally change your name? / ¿Desea usted cambiar su nombre legalmente? Y de ahí en adelante no paras de asombrarte. Puedes tú hacer posible lo imposible, y puedes hacer otras muchas cosas, impensables para quien eras antes.  Iba, entonces, más que mareada, por esos caminos que intimidan por su tosquedad incolora, y excitan con su ligereza… Es un vuelo al que te acostumbras un día: “Express way”, primera frase asimilada, aun sin buscarlo.

II. La primera excursión

Estaba allí, más perdida que nunca: la infancia detenida ante mis ojos, solo por llegar a un barrio marginal de una ciudad con aires de grandeza. Una ciudad que hasta ese momento no me había dicho nada, porque nada de ella sabía… Tampoco tardó en hacerlo: desde la radio, camino a una escuela, donde por primera vez no conocía a un solo niño, la ciudad iba diciéndome de sí misma; y yo iba entrando en sus misterios.

El sol en el centro del cielo de septiembre, y yo ignorándolo, solo por sentir esas voces de dicción perfecta, que muy pronto imitaría.

Entraba en algo desconocido y fascinante, aunque solo más tarde supe que se llama cultura: ¡camagüeyana con todas las letras! Pero desde antes ya sabía lo que era un cultivo. Y esto era ver crecer los cangres de yuca que sembrábamos con el abuelo, hasta convertirse en casitas de techo verde oscuro, donde salvarnos al mediodía. Ver naciendo el arroz entre las aguas, diminuto primero, hasta parecer de lejos un enorme paño que iba de un verde delicado, a uno más oscuro, y llegar hasta lo más amarillo que se podía ver entre la tierra y el azul del cielo, justo a tiempo de ser cortado y a punto de reiniciarse el ciclo. 

Cielo azul atravesado por estructura metálica.
3. Circuito celestial.

Se nos quedan las voces, se nos quedan… Vamos “al paño de arroz”, a la “punta de yuca”, “a la tabla de maíz”, “a la estancia…”, a “la hortaliza”, al “corral del ganado”… Y en este, permanecer calladitos, para que no fueran a regañarnos: era una sorpresa linda sentir los rayos del sol que salían para abrigarnos del madrugón, y experimentar un montón de cosas que no ocurrían entre las sábanas. Estar allí, era ver una zona de la vida que solo se nos daba como premio: ¡Y lo era!

«Hay palabras que definen las cosas queridas…»

¡Qué rico ese adelanto de lo que sería el desayuno! ¡El sabor del queso que ponía abuela tras extender el mantel sobre la mesa! ¡Las masas de carne frita que sacaba de la enorme lechera! ¡Y los días de lluvia cuando las gotas se eternizaban sobre las tejas de zinc, mientras mami cantaba, o papi hacía cuentos! La casa de donde me llegan  ecos del corretear de tantos niños sobre un piso de madera: ¡De tabloncillo! insistía papi, que la hizo con sus manos. ¡Eso era la casa! La que había quedado atrás cuando nos mudamos a ese barrio en las afueras de la ciudad (de Camagüey).

Hay palabras que definen las cosas queridas. La primera vez que te apartas de ese lugar, te despides de ellas. Esa primera vez, es que te vas: y con ellas aprendes a irte de la ciudad, del país, y de casi todo lo que conoces… Pero sí, y para siempre, desde aquella primera vez, quedas en las afueras. Ese es el exilio: sales abortado, porque crees llegar antes de tiempo, después de tiempo, o en todo caso, fuera de tiempo. Y sales sin preparación, por la misma causa.

III. El arco de la espera

Cielo con nubes atravesado por una estructura de metal.
4. El arco de la espera.

Forma de estar nuevamente en tierra

Las afueras están en todas partes. Pero las hay más, o menos afuera, me llega el eco de un filósofo. Y estas, digo yo… ¡son las más afuera de todas las posibles afueras! Hasta que un día dejas salir tu nombre, lo miras de frente y te reconoces en él: crees que ya puedes sentirte en territorio familiar: te asientas. No como antes, pero lo haces. Ahora es la casa de mi hija, a la que entré hace unos años, para volver a ser Nely (con doble ele), y así estar más cerca de la lengua que debía aprender… Es también una casa grande, con piso de madera, con tres niños que me decían (y me dicen) abuela, una de las voces que más repiten en español.

Lo primero que hice cuando me vi ante la inmensidad de la Internet fue ponerme a averiguar el significado de mi nombre. Me parecía tan familiar que ni me lo había preguntado, pero alguien había picado mi curiosidad: un sabio, un enorme maestro. Los primeros resultados no me llevaron lejos: mi nombre no es más que un conjunto de letras ordenadas de forma que nombra a muchas otras personas. Yo lo escribía como mi madre: Oneyda, quien seguro quiso darle aire griego: ella, o sus padres, ya no lo voy a saber. Pero creo que fue ella, especialmente ella, que tanto amaba las palabras. Tanto, que eran un dibujo sobre el primer pizarrón verde que vi. Mi madre fue mi primera maestra: y fue la primera maestra de aquel pueblo. Pues, al poner Oneida en el buscador, así, con i latina, las cosas fueron diferentes, y muy curiosas: la nueva tierra me daba respuestas.

Cielo azul con nubes atravesado por estructura de metal
5. Sinapsis.

El desterrado, el que no se asienta, o que no siente todavía dónde está, vive fuera del presente y fuera del pasado. Está, según quien sea, en un arco de espera, hasta que se da cuenta de que ha de ponerse el nombre, y ha de prestar mucha atención, si quiere encontrar abrigo y comida: ¡Abrigo y Comida! Y si quiere encontrar algo todavía de más cuidado: estar despierto, que es decir, atento, para llegar a ser ¡siendo! a puro pulmón. Así que, Nelly, respira. Y hazlo a un ritmo adecuado. Hay épocas y épocas.

Ahora es cuando Oneyda se encuentra con Oneida, en la otra tierra, y esa Oneyda consigue saber lo que le preguntaron antes: “¿Qué significa tu nombre?” “¿Mi nombre? Un nombre no tiene que significar algo”. Ah, maestro, siento no haberlo sabido antes, para contarle: Oneida (con i latina) fue la designación, que, tras abundantes arreglos fonéticos se entendió que correspondía a la voz Onondaga, con la que se conocen las “naciones de habla iroquesa que vivían en lo que hoy es el estado de Nueva York”, y que se han movido a muchos otros estados, incluyendo una amplia zona de Canadá.

«…Somos una extensión fantástica del amor, que ojalá cada uno de nosotros consiga constatar»

Allí comprendí porqué en el lado canadiense de la ciudad Niagara-on-the-lake, me asombré al ver que una de las calles se llama Oneida, que la torre frente al salto del Niágara se llama Oneida, y también un lago que parece mar abierto, junto a cuyas olas quedé ensimismada. En ese instante, pude sentirme vanidosa, pero el oceánico albedrío de aquellas aguas debe haberme invitado a no verlo como una singularidad. No ya mía, sino de cualquiera de las tantas Oneida que por ahí andamos. Distinguir esto me ha dado mucho más abrigo y pertenencia: somos repeticiones de historias, combinaciones de biografías, de células minerales, animales o vegetales que se entrecruzan una y otra vez. Somos una extensión fantástica del amor, que ojalá cada uno de nosotros consiga constatar. 

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