Poesía colombiana │ Dos poemas de María Mercedes Carranza
La poesía de María Mercedes Carranza iluminó las zonas más oscuras de la realidad colombiana y dio voz a los problemas de la mujer de su tiempo.
La patria
Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silva a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música.
El destino, cada mañana, la risa son ruina,
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
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Arte poética
Igual que la imagen de mi cara en el espejo
me recuerda cómo me ve la luz,
en mis palabras busco oír el sonido
de las aguas estancadas, turbias
de raíces y fango, que llevo dentro.
No eso, sino quizás un recuerdo:
¿volver a estar en uno de aquellos días
en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las tardes de domingo y todavía el sol?
El golpe en la escalera de los pasos
que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como disco rayado quiero oír en mis palabras.
O tal vez no sea eso tampoco:
solo el ruido de nuestros dos cuerpos
girando a tientas para sobrevivir apenas
el instante.
Yo escribo sentada en el sofá
de una casa que ya no existe, veo
por la ventana un paisaje destruido también;
converso con voces
que tienen ahora su boca bajo tierra
y lo hago en compañía
de alguien que se fue para siempre.
Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma, como el humo que no vuelve,
como el deseo que comienza apenas,
como un objeto que cae: visiones de vacío.
Palabras que no tienen destino
y que es muy probable que nadie lea
igual que una carta devuelta. Así escribo.
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Desde la publicación de su primer libro, Vainas y otros poemas, en 1972, María Mercedes Carranza rompió con los patrones estéticos que le imponían a la poesía colombiana de mediados del siglo XX el culteranismo y el distanciamiento de los conflictos sociales que atravesaban la vida de su país. El interés por “ver e iluminar aquellas zonas más oscuras de nuestra realidad” y dar voz a los problemas íntimos y cotidianos de la mujer de su tiempo, tanto desde la poesía como en el periodismo, hicieron de Carranza una de las autoras más auténticas e influyentes en el panorama de la literatura colombiana.
María Mercedes Carranza fue también una defensora de los derechos de la mujer a la educación y al trabajo en igualdad de condiciones con los hombres. Llamó la atención sobre la poca visibilidad de mujeres y las brechas sociales que las condenaban, y abogó por la despenalización del aborto. Su mirada poética a los flagelos de la guerra y el narcoterrorismo, la desesperanza, la pobreza y la estratificación social, parten siempre de la experiencia íntima femenina, de su efecto en las dinámicas familiares, y especialmente de las huellas que dejan en su sensibilidad.
Se ilustran estos poemas de María Mercedes Carranza con la obra de la artista colombiana Natalia Gallego Sánchez, conocida como Gleo. Nacida en Cali, en 1992, Gleo es pintora, escultora y una de las muralistas más conocidas de Latinoamérica. Su obra se distingue por el uso de colores vibrantes y la fusión de elementos iconográficos de diversas culturas, especialmente de los pueblos originarios de América, así como por la fuerza expresiva de sus rostros de mujer.
Sobre los retos de su trabajo, ha explicado: “Las mujeres que hoy pintan en las calles tienen un compromiso de reclamar, habitar y transgredir el espacio público que nos violenta y excluye”. Y añade: “En lo personal, me he dedicado a demostrar que mi trabajo no es una cuestión de género, sino de habilidad; no es una cuestión de origen, sino de universalidad; y no es cuestión de edad, sino de disciplina”. En 2018 Gleo pintó en Wichita, Kansas, El sueño original, el mural más grande hecho por un solo artista, para el que usó más de 650 galones de acrílico. Otra de sus obras emblemáticas es El otro, pintada en las fachadas de un edificio de Sao Paulo, Brasil, en 2007.
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