Poesía cubana│Tres poemas de Georgina Herrera

“La poesía de Georgina Herrera es, a un tiempo, advertencia del peligro y celebración de la libertad interior de una cimarrona eterna.”

Las aguas van cogiendo su nivel

Mis orishas y mis negras viejas
no necesitan
que en un rincón les pongan alimentos
ni agua para la sed.
Lo que les quema la garganta
son las ganas de justicia.
Visto así,
los he puesto a viajar,
no en esos barcuchos, atenazados por los traficantes.
El viaje, ahora, es al revés.
Puse alas en mis palabras
y en las palabras están ellos.

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Sobre el poeta, el amor, la poesía

Los poetas
hacemos democracia con la intimidad.
Quitamos falsos techos,
abrimos las ventanas,
descorremos
cerrojos fabulosos…
Surge así el poema,
nuestro modo
de hacer saber hasta qué punto hicimos grandes
a momentos, a seres tan pequeños.

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Epitafio en la tumba de María

¿Qué hizo de ti la voluntad del hombre?
¿A qué mínimo polvo te redujo
negándote el derecho
a concebir por obra y gracia
del arrebato y la ternura,
siempre
naciendo de la mujer
como sus propios hijos?

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La poesía de Georgina Herrera es, como pocas, un signo de resistencia. Irreductible ante los estereotipos que intentan ceñirla en un estrecho conjunto de etiquetas fáciles, lúcida ante la presión de un devenir que se afana en borrar la memoria para mantener ―con nuevas formas― muy antiguas injusticias, Georgina Herrera es una cimarrona eterna. Mujer, negra, descendiente de esclavos que se niega a olvidar sus orígenes, desconfiando siempre pero siempre abriéndose en una poesía que es, a un tiempo, advertencia del peligro y celebración de la libertad interior, ha dejado una obra inusual dentro del panorama de la literatura cubana, una obra auténtica donde el dolor y la experiencia se han vuelto luz para las nuevas generaciones.

Inspirada en La creación de Adán (1511), el célebre fresco pintado por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, la obra que acompaña estos poemas es una audaz subversión de ciertos conceptos todavía imperantes en el arte occidental. La creación de Dios (2017), de la artista afrocubana estadounidense Harmonia Rosales, fue recibida a la vez con admiración y desprecio, algo que ―por otra parte― suele ocurrir a todo lo que rompe esquemas ya asentados en el imaginario colectivo. Con la fuerza expresiva de su pintura, Rosales cuestiona no solo los patrones tradicionales de belleza sino la hegemonía de lo masculino, y nos coloca ante preguntas esenciales e ineludibles.