Poesía cubana │ Mildre Hernández: “Corazón nacional” y otros poemas
La poesía de Mildre Hernández destaca por la limpieza del lenguaje y su capacidad para mostrar en imágenes la fragilidad y la reciedumbre de la vida.
Por el camino al crematorio
Con W.C.Williams
Por A. Medina y N. Castillo
Se supone que a esta hora de la tarde
ese humo negruzco que serpentea sobre la torre,
son los huesos vaporosos del padre de mi amigo,
concebido en la hermosura
como todo cuerpo sin vida en apariencia.
Los vecinos del crematorio son gente alegre.
Venden frituras de maíz, jugos de mango
y un agrio café.
Tantas veces han visto transitar las cenizas
por los charcos de agua empantanada,
que no les disgusta el hollín de los cadáveres sobre la mesa.
Ni deben imaginar lo que sienten
las almas que llegan desnudas…
frías, inseguras de todo salvo de que llegan.
En ese humo que sale de la torre
va el alma del padre de mi amigo.
De un tiempo a esta parte
el aire no ayuda con esas almas que transitan.
Por el camino al crematorio,
por todo el camino rojo del fuego que nos purifica
y de la pobreza que nos impone el gobierno,
van los vecinos con sus mangos.
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Ritual de apareamiento
Mi gata quiere sexo con cariño. Los machos la rondan, pero en verdad lo que necesitan es comer. Buscan el frescor de las tejas. Estos veranos no tienen final. Nada aquí tiene final. Los animales lo saben. Presienten la crudeza de la carne entre sus garras.
Mi gata marca su territorio con orina, como los machos. Mientras se aparea a un buen ejemplar, los hombres del suburbio apuntan con el dedo al próximo ahorcado en la tribuna.
Yo, escribiendo versos, he perdido la empatía hacia todo. Se me han secado la costumbre y la sentencia. También quiero sexo con cariño, pero no logro esconder mis garras.
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Corazón nacional
Mi corazón es de cerdo, siempre con habilidad para dar de comer en el festín. Potingue de caldos y hogaza descompuesta.
Mi corazón es de res, dócil y fibroso. Se contrae y dilata sobre el pasto; novilla hermosa, músculo de leche.
Mi corazón es de faisán: come con sutileza, mastica como quien tiene en la boca un deseo, porque mi corazón sabe a especias y a sangre y bombea el odio a cada parte del cuerpo.
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Karl Shapiro, se les agota el corazón
Las madres quieren gritar,
los barrotes de las celdas se han helado
y los hijos tienen sus dedos muertos por falta de sol.
Solo ellas saben lo que cuesta cada palabra en la corte.
En blanqueadas celdas,
sobre el césped preparado para el descanso,
debajo del arco y la alta balaustrada,
los iguales se estrechan la mano.
Gritan porque no quieren
que sus hijos crucen el mar y las olviden.
Tampoco que les trocen los dedos:
han parido con mucho dolor.
Cada día dan a luz a un niño nuevo.
Cuando se levantan
les sangran las encías de tanto gritar.
Y siguen pariendo gritos sordos,
miran hacia las escarpas de una tierra feudal.
¡Se les agota el corazón tan de prisa!
Gritar cuesta una fortuna.
La sangre cuesta una fortuna.
Los cepillos de dientes cuestan una fortuna.
Parir cuesta una fortuna.
Mientras, a los hijos se les hielan los dedos por falta de sol.
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Un desayuno con Elizabeth Bishop
Solo un café me faltaba para recorrer Madrid el último día.
Alrededor de la mesa me senté con el amigo,
que nunca dejó de mirar su teléfono.
Una mañana quieta, nubes barridas por dioses,
vidrieras del Corte Inglés.
Hubo, antes que todo, una cerveza
que nos sirvió un portugués de ojos amarillos.
Los autos se deslizaban por la avenida,
pontones lumínicos de hombres de negocio.
Agradecí que no hubiera cláxones.
Gozosas mujeres salían de Zara con bolsos memorables.
Algunos de nosotros nos dispusimos a esperar el milagro.
¿A qué hora vuelas?, preguntó el vascuence
alzando su líquida mirada del teléfono.
¡Qué premura la de los aeropuertos,
cuando los retornos no guardan la ilusión
de un tranquilo desayuno!
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Pan de Paris
Hazme, Poilane, una jaula de harina
pues llegaré como una emigrante famosa,
que ha dejado su hambre en el camino.
Tocaré la campana de tu puerta
y el olor ha de llevarme al ritual de mi infancia,
cuando los saqueadores no nos habían llevado
el oro y la vergüenza.
Una hogaza para la expatriada, quiero.
Ocho euros tendré, trabajados duramente,
para comer tranquila hasta engordar lo justo.
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Segar el pasto
Cuántas veces envolví tu corazón
en cáscara de manzana madura
solo para protegerte.
Andrea Abreu López
Su corazón, madre, alguna vez fue un gusano de seda.
Por eso vigilo su alma, pequeña como un grano de sésamo.
No sé por qué la prisa en segar el pasto
si aún no hay suficientes cabras para el desayuno.
Nadie rumia tranquilo en nuestras bordas
ni es quieto el vapor de la tarde.
Las ruinas crecen sobre embrutecidas gargantas,
y los agracejos esperan el milagro de la lluvia.
Usted, que ha visto brotar serpientes de la tierra
y a su vecino venderse por unas libras de queso,
diga si en todos estos años hemos merecido algo de luz.
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El molinillo
Es grácil la hierba que se tuerce
bajo el árbol podrido.
Vaporosa la madre que da de comer.
Han pasado años desde la última cena.
Desde que el molinillo torció los granos
de la amarga semilla que nos alimentó pulcramente.
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Huesos de pollo
Guarda los huesos de pollo en la nevera.
Siempre hay un perro con hambre,
sin fuerza para morder las patas de los caballos.
Guarda los huesos para una sopa
y dale de comer al que recoge escombros.
Del mismo modo que muerdes la carne, serás mordido.
Tu hambre y tu sed se parecen a las del perro,
pero tú llevas la saliva de un lugar a otro de la boca
hablando sandeces. Ellos no.
Ellos dejan su vida en el asfalto donde les obligan a morder.
Nos hemos envenenado con la carne en la boca del perro.
Quizás el que recoge escombros merezca el castigo
porque, como tú, ha dejado que derriben los tilos
sin importar que florezcan.
Pero los perros y los caballos son otra cosa, y tú lo sabes.
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Días útiles
No te engañes más.
Tus días fueron útiles como los de un galgo.
Te alimentaban para cazar.
Adoctrinaron tu laringe
mientras preparaban el sofá
para que estuvieses cómodo en familia.
Tu timidez fue estudiada,
tu miedo a los extraños.
Ahora corres 60 km/h sin ladrar.
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Mucho más conocida por su obra para niños y adolescentes, Mildre Hernández es también una excelente escritora para adultos. Su poesía destaca por la limpieza del lenguaje y la capacidad de su mirada para extraer de la realidad cotidiana imágenes que muestran ―no sin cierta ternura, aunque con la precisión del cirujano― el dolor, la soledad, las decepciones, la dureza elemental de la vida, la fragilidad y la reciedumbre con que, a pesar del tiempo y los obstáculos, se sostiene la esperanza.
Acompaña estos poemas de Mildre Hernández la obra de la artista plástica cubana Glenda León. Nacida en La Habana en 1976, Glenda León explora temas como la relación del ser humano con su entorno, la similitud de ciertos patrones naturales, su condición fractal, la dimensión subjetiva de la existencia, la manera en que el tiempo, el silencio y el sonido ―en especial la música― transforman de continuo las formas físicas, así como la responsabilidad y el riesgo implícitos en toda expresión… “A veces, uso el sonido para esculpir una imagen ―explica la artista―; otras veces, uso una imagen para dibujar el silencio”. Considerada entre los diez creadores contemporáneos más influyentes de la isla, Glenda León ha expuesto en galerías y museos de América, Europa y Asia.
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