Renée Méndez-Capote: Cuatro décadas de “Hace muchos años una joven viajera”

Han pasado cuarenta años de la primera edición de “Hace muchos años, una joven viajera…”. Hace muchos años que casi nadie sabe quién fue Renée Méndez-Capote.

| Escrituras | 26/10/2023
Fotografía de la escritora, ensayista, periodista y traductora cubana Renée Méndez-Capote.
Renée Méndez-Capote (La Habana, 1901- 1989).

Renée Méndez-Capote Chaple es de esas figuras que hoy constituyen amables fantasmas del pasado.[1] Porque hoy, después de treinta y cuatro años de su muerte, Renée Méndez-Capote apenas ha sido publicada en la isla. Hija de un general mambí, Domingo Méndez-Capote, vecina en el Vedado de Dulce María Loynaz, al igual que esta última, siempre vivió orgullosa de la estirpe de su familia. Cada una de ellas tuvo estilos diferentes y, a través de ellos, crearon vertientes esenciales en la conformación del espacio narrativo de la escritura femenina en Cuba.

Renée Méndez-Capote fue ensayista, periodista, guionista radial y bibliotecaria. Muy temprano, en 1929, fue vocal de la recién estrenada Biblioteca Pública del Lyceum Tennis Club donde: “El núcleo inicial del fondo se conformó con libros pertenecientes a la rica familia de los Méndez-Capote, más algunos donativos de algunos asociados”.[2] La experiencia allí adquirida la desplegaría, años después, en la Biblioteca Nacional José Martí.

En el año 1926 había publicado Ensayos sobre oratoria, un libro que hoy es una rareza bibliográfica. Los mecanuscritos de estos ensayos fueron revisados por Enrique José Varona, amigo de la familia, a él, le dedicó el texto la autora. Más tarde, a la muerte del padre mambí, publica Domingo Méndez-Capote. El hombre civil del ´95. Es curioso cómo Lydia Cabrera, Dulce María Loynaz y Renée Méndez-Capote fueron hijas de generales mambises las tres y todas dejaron un importante e insustituible legado a la historia de la cultura cubana.

Su primer libro publicado después de 1959 fue Memorias de una cubanita que nació con el siglo donde se refractan los recuerdos de una nación a través de un prisma desde el cual es mirada la familia como un lugar privilegiado. Ciudad y familia reverdecen en la memoria de la autora, pero sus evocaciones personales son inevitablemente instaladas en el cuerpo vivo de una nación que se alzaba en medio de difíciles condiciones históricas, la cual es una visión escorzada del texto:

Yo miro para mi infancia y lo veo todo soleado, alegre, luminoso, envuelto en un sentido humorístico que la convertía en una perenne fiesta y había de ser, mucho más tarde, un salvavidas a que agarrarse de las tormentas. El recuerdo de esa infancia que estoy volcando en estas memorias, me ayudó mucho a sobrellevar penas hondas y esa fuente de energía parte del hogar de mi niñez.[3]
Portada de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, (1964), de Renée Méndez-Capote.
Portada de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, (1964).

Renée Méndez-Capote se mira a sí misma a través de Hace muchos años, una joven viajera…

En 1983, Renée Méndez-Capote publica Hace muchos años una joven viajera…, se trata de un conjunto de recuerdos que corresponden a una selección de momentos relacionados con viajes diversos. Dado que, como su título indica, es un libro de viajes redivivos en el recuerdo, cabría, en principio, esperar que una narración que avanza según un constante y a veces inconexos cambios de lugares —los varios periplos de la autora por Estados Unidos, por Europa—, volvería a experimentar, como en Memorias de una cubanita que nació con el siglo, con la conversión de los sitios objetivos en espacios literarios. Nada más lejos de eso, sin embargo. De hecho, en muy muy pocos pasajes de este libro puede hallarse el despliegue de sentidos añadidos al topos que marca Memorias….

En realidad, en Hace muchos años… se produce un tránsito por diversas alteridades culturales, lo que focaliza la escritura no en la diversidad de escenarios, sino a la propia Renée Méndez-Capote como ejecutante del sujet, quien desarrolla su texto no con la finalidad de presentar una imagen pintoresca, axiológica o crítica de los países visitados, sino muy al contrario, se trata de un autorretrato de carácter mural: no son los lugares los que imantan el fervor narrativo de la autora, sino la visión de sí misma en la dinámica de autoafirmarse en el decurso vertiginoso de los lugares que visita. Ese es el ingrediente que da este texto un sabor muy especial: no es un libro de viajes que se ha conformado sobre la inmediatez. Nace, de modo imprevisto, de un interés de mirarse a sí misma en el espejo cambiante de los distintos entornos:

La realidad ahora como un rompecabezas en el que las piezas entremezcladas empiezan por sí solas a ocupar su lugar […]Se toma conciencia de que se está viviendo, de que se forma parte del mundo que nos rodea. Se tiene el conocimiento de lo nuevo, ahora se sabe que viajar es una portentosa realidad.[4]

Su primer desplazamiento —como ella misma lo califica en sus recuerdos— se refleja en la narración de un viaje a Varadero, realizado por mar y en un buque de guerra. Cinco años más tarde sería su primer viaje a los Estados Unidos. La memoria narradora hace confluir imágenes muy vivas:

Un barco muy grande… Caguamas en la proa, bocarriba, mueven las paticas, las cabecitas también; es lo único que se tiene vida en los enormes carapachos. Noches y días, al sereno frío, al sol caliente, paticas y cabezas que se mueven impotentes. Angustias en una niñita que está estrenando la piedad.[5]

Está ya, así enunciado, la focalización en el autodesarrollo personal a partir de los viajes. Por momentos, parece que lo que se tiene entre las manos es una novela o un libro de memorias, en el cual el tópico del viaje tiene una importancia como ingrediente del crecimiento personal, pero no como zona de edificación de un espacio literario: “Fue en Europa, y especialmente en San Sebastián, que me percaté que la humanidad tiene, como las casas, planta baja, principal y primer piso”.[6] La narración tiene como ejecutante a un ser humano en trance de asumirse como sujeto de identidad; todo el libro da cuenta, pues, de una actividad identitaria.

Así pues, desde sus primeras páginas, Hace muchos años… hace transparente su fuerte relumbre de autoconocimiento. Ante la mole urbana de Nueva York, apunta en dinámica síntesis plástica, la ciudad crece hacia arriba. Poco a poco, empieza a percibir la diferencia cultural entrañada por la inmensidad urbana, cuyo dinamismo es inusitado para su experiencia habanera:

Salimos de tiendas con nuestra tía Amelia Chaple, alegre e inexperta; la habían prevenido contra la costumbre criolla de caminar con lentitud, mirándolo todo detenidamente; se le había dicho que se cuidara y que caminara de prisa “que aquí la gente sigue su camino, y pobre del que se cae”, pero ella subió las escaleras del Macy´s como quien sube una escalera en La Habana; se cayó al suelo; la arrollaron, y la sacamos de entre los pies de los norteamericanos toda apolismada. Esa fue la primera impresión que nos produjo Nueva York, y marcó fuertemente la huella que dejaría en nosotros.[7]
Portada de Hace muchos años una joven viajera… (1983), de Renée Méndez-Capote.
Portada de Hace muchos años, una joven viajera… (1983).

Es en Nueva York donde advierten, sus hermanos y ella, su esencia de cubanía

La visión que ofrece este libro de Estados Unidos aparece fragmentada. Su autora, como también Dulce María Loynaz y Lydia Cabrera[8], pertenece a una familia del patriciado cubano. Su padre, Domingo Méndez-Capote, abogado en la república y mambí durante las contiendas bélicas, fue una personalidad con cierto relieve en el panorama histórico de Cuba. A este hombre le tocó un difícil papel en los años tan complejos, entre el fin de la guerra de 1895 y los primeros años de la república. Tener presente esto es importante, porque es una de las claves de los viajes tan tempranos de esta niña a Estados Unidos. Al cabo, es la política, como se exclama en sus libros en más de una ocasión. La política que los lleva a una emigración forzosa sin que estos niños tengan conciencia de ello.

A lo largo del texto, se establece una distancia entre lo que fue, por una parte, y, por otra, lo que se recuerda tal y como fue. En un libro de viajes es determinante la selección de episodios, lo que el narrador viajero quiere contar. Que la autora consigne este elemento, indica que tiene una determinada importancia para ella, pero, además, la enunciación tan categórica, de que es en Nueva York donde advierten, sus hermanos y ella, su esencia de cubanía, apunta hacia una percepción, siquiera intuitiva, de que la identidad cultural no es un estático sello de origen, sino el resultado de una actividad individual y social.

Renée Méndez-Capote y su periplo español

La distancia temporal, salvo en el último segmento del libro, es de un largo tiempo, una fluencia indefinida, como la propia autora advierte desde el título. Por tanto, la escritura que el lector enfrenta se acerca con mayor fuerza a la ficción. Libre de ataduras da rienda suelta a una serie de imágenes que acuden a su memoria y que conservan una frescura y una elocuencia característica. El autorretrato se hace más fino a través de una serie de peripecias, en la que no faltan los toques de humor, tragedia, ironía y aventura como rasgos de estilo vinculados a la literatura de viajes. Sólo detenerse en este pasaje de su periplo español para encontrar los rasgos a los que me refiero. Además, el trazado ha sido hecho de tal forma, que parece que se está frente a un cuadro taurino:

Toreaba Chicuelo, nuestro vecino de cuarto, al que mirábamos ya como un amigo. Y yo me encontré, de pronto, dando gritos de una crueldad terrible: “¡Pégatele, pégatele!”. Las chicuelinas y los revoleos me parecían más bellos que las evoluciones de un ballet; la suerte de banderillas era formidable de gracia y macherío; las picas se clavaban en el lomo de los toros, los pobres caballos, que afortunadamente llevaban petos protectores, pero que no se libraban de la caída y el susto, me tenían sin cuidado. […] Yo estaba asombrada conmigo misma; no me conocía.[9]

La España visitada por Renée Méndez-Capote está al borde la guerra civil, cuyos conflictos políticos motores y la agitación de los partidos se le hacen evidentes, pero de una manera espontánea y sin enfoque programático explícito: el ejecutante del sujet, ese yo del pasado biográfico de la autora, se mantiene con toda frescura frente a esa España convulsa, que vibra como tensa cuerda de solo mirarla. Ese abrumado clima no está desarrollado en el libro, la autora se resiste a toda tentación de orientar su escritura hacia el panfleto.

París, el no lugar, el “desierto”

París la espera. El París de antes de la guerra, de donde emerge con intensidad una escritura que se detiene en el espacio cultural de la moda, el cabaret, la música en todas sus variantes, los sucesos de la calle y sus restaurantes. Esta narración es una guía de viaje, como ocurre en la escritura —menos dotada, precisamente por su sistemática aspiración a la estatura literaria— de Europa era así, de Ofelia Rodríguez Acosta quien también visita París antes de la guerra. En los pasajes parisinos, la autora advierte, con cierto énfasis gozoso, la presencia de la música cubana: Rita Montaner, el folclor y la música de vanguardia de la isla.

En el desfile de sucesos evocados, la noche de los apaches es una de las mejores páginas del libro, por lo que de aventura hay en ellas y por la atmósfera enrarecida en la que la autora identifica que el ambiente apache tiene aristas diferentes de la imagen difundida por los clichés de la época. Es interesante pone de manifiesto, entre otros matices, el hecho de que la no identificación de un espacio urbano, lo convierte, a nivel de percepción, en su opuesto simétrico, el desierto, el u-topos, el no ser espacial, un no-lugar cuya importancia ha destacado alguna vez Michel Foucault. Véase cómo lo realiza en su escritura Renée Méndez-Capote:

Y una noche, al salir del mercado, caminamos y caminamos tanto, que nos perdimos, nos vimos tan absolutamente extraviados como si estuviéramos en el desierto de Sahara. Atravesamos un patio de trenes y fuimos a dar al barrio más curioso que pueden imaginarse: callecitas rectas y estrechas, con aceras flanqueadas por casitas de una sola planta y techo de tejas; a la puerta de esas casitas se asomaba una población extraña: mujeres vestidas de negro con pañuelo rojo al cuello; hombres todavía más extraños, que calzaban zapatillas con suelo de fieltro, a la cabeza gorras ladeadas y pañuelo al cuello, y lo más sorprendente: ¡estos hombres tenían la cabeza pintada de verde!
Estábamos en un auténtico barrio apache. Manolo se alarmó, porque yo llevaba puestos mis aretes, mi solitario y mis cintillos de brillantes en la muñeca. Se sintió imaginativamente agarrado por el cuello, y con seriedad pensó que de allí no saldríamos con vida. Yo no me inmuté, aquello me parecía montado para asombrar a los turistas, esperaba que saliera un maestro de ceremonia y anunciara el baile apache. Me dirigí a una pareja que nos miraba fijamente y le dije que éramos de La Havane; el hombre dijo: ron, azúcar y tabaco. Seguí conversando amigablemente y les conté que siempre salíamos solos descubriendo París, el verdadero París, ese que no se les entregaba a los turistas ávidos de sensacionalismo; que nos habíamos perdido y que esperábamos de la proverbial gentileza francesa que ellos nos ayudaran a encontrar nuestro camino para volver al Bulevar Haussmann. Entre tanto, nos habían rodeado más hombres y mujeres, y alguien dijo: “¿Y ustedes, no tienen miedo?”. “¿De qué?, si ustedes son franceses, y además se ve que son buenas personas”. Se echaron a reír y uno dijo: “Si la oye la policía se les revienta el uniforme de tanto reír”. […] Entonces los hombres verdes se mostraron halagados, y uno de ellos declaró que iba a sacarnos del barrio; que ellos eran apaches y tenían prohibido circular de noche en su atuendo especial, pero que nos acompañarían hasta el límite permitido y desde allí podríamos encontrar el buen camino, siguiendo en línea recta hacia delante.[10]

Del viaje es la aventura misma lo que le interesa al máximo

Si se observa con cuidado este libro de viajes de Renée Méndez-Capote, se puede comprobar que apenas hay una concretización de los lugares visitados; la narradora no se molesta en describirlos, porque es la aventura misma lo que le interesa al máximo, dado que es la de su difuminado crecimiento.

París para ella es también, por supuesto, la moda. Observar los cambios vertiginosos de la moda la estremece de alguna manera. La exhibición del cuerpo no causa, ningún comentario adverso, a la autora de este libro. El cuerpo como parte también de la moda. La caída de los viejos tabúes sobre el cuerpo de la mujer asumido sin reservas por la misma mujer que, de niña, vio bañarse casi vestidas a todas las mujeres de su familia en las pocetas del Vedado. ¡Y no habían transcurrido ni siquiera una treintena de años! La rapidez de los cambios en el mundo moderno es parte del asunto de esta narración viajera tras la cual se percibe una actividad identitaria. Asumir estos cambios, con tal apertura de mente y sin reservas, sólo es posible desde la distancia que se establece entre lo vivido y lo recordado.

En Holanda queda sorprendida por la arquitectura, en especial, sus viviendas: “La holandesita me sonrió y nos invitó a pasar. Entramos agradecidos y nos enseñó toda su casita, que parecía de muñecas”.[11] La imagen que tiene de Alemania es la de un país que comienza a estremecerse ante la posibilidad de un nuevo conflicto, antesala del nazismo.

Una mirada de género en su testimonio identitario

De los Juegos Olímpicos de ese 1928 a esta viajera le llama particularmente la atención la participación de la mujer en calidad de deportista. Salta aquí una mirada de género que valora esto como conquista femenina y la lleva a recordar cómo el creador de los Juegos Olímpicos discriminó a la mujer. A pesar de lo cual ya en la segunda olimpíada celebrada en París, se introduce como tenista y aporta su primera campeona en estos juegos: la inglesa Charlotte Cooper.

Su periplo termina en Hungría. Budapest los recibe en el día de San Esteban, 20 de agosto de 1928. La ciudad está totalmente engalanada para celebrar la fiesta. La viajera se detiene en los trajes típicos que esconden la rudeza de los cuerpos de los campesinos. Hay algo que no pudo olvidar, algo referido a la mujer campesina. Ellas van descalzas y dejan ver sus pies debajo de aquel hermosísimo vestuario mientras que sus maridos calzan grandes y lustrosas botas.

Al evocar estos viajes sale a relucir el exilio causado por la política y la postura antimachadista de toda su familia. Ahora los recuerdos se vuelven reflexiones acerca de la situación política de la Isla:

Toda esa maraña de cosas se adivinaba más que se palpaba: Y a mí, con una conciencia que estaba  dando ya los vagidos, débiles todavía pero poderosos, del recién nacido, me hacía un efecto terrible ver los dulces ojos enrojecidos de mi madre, que sufría su tercer exilio y todavía podía decir con el mismo acento doloroso de 1906: …La política …hijita …la política…
Y en la playa, frente al mar, los ojitos de mi pobre viejo, mirando el horizonte y diciendo con voz muy baja: — Por ahí se va para Cuba…[12]

Al cabo, el relato memorioso ha cumplido su misión de brindar testimonio literario de una actividad identitaria. El tema exacto de sus viajes, de su escritura toda, ha sido el propio crecimiento, pero también marca el cierre de toda una época que es la médula y sostén de todo un trazado de la historia cultural de la Isla.

Han pasado cuarenta años de su primera edición. Hace mucho que casi nadie sabe quién fue Renée Méndez-Capote Chaple. Sus libros, ya viejos, se venden en alguna librería virtual fuera de Cuba. Y, entonces, se vuelve a pensar como la madre …la misma voz …las mismas palabras.


[1]Juego aquí con el título de su libro Amables figuras del pasado publicado en 1981.

[2]Zoia Rivera y Dayilien Lazcano: “Biblioteca Pública del Lyceum Tennis Club: promotora de la cultura republicana”, en: Biblioteca Ed. Especial, No. 1-2, Enero-Diciembre de 2001-2003, p. 2.

[3]Renée Méndez-Capote Chaple: Memorias de una cubanita que nació con el siglo. Ed. Gente Nueva, La Habana, 1964, p.104.

[4]Renée Méndez-Capote: Hace muchos años una joven viajera… Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1983, p. 10.

[5]Ibídem., p. 9.

[6]Ibíd., p. 108.

[7]Ibíd, p.11.

[8]Lydia Cabreara era hija del también General mambí Raimundo Cabrera. Abogado de profesión tuvo un papel importante en la política de los primeros años de la República. Escribió importantes testimonios sobre su vida como: Mis malos tiempos, Mis buenos tiempos, Mi vida en la manigua entre otros. Fundó la importante revista Cuba y América.

[9]Ibíd., p. 62.

[10]Ibíd., p.126-128.

[11]Ibíd., p. 164.

[12]Ibíd., p. 188-189.

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