Reseña | Las mujeres en la obra de Cristóbal González: "Una vida para posar"
Cristóbal González es reconocido como uno de los coloristas más importantes y singulares de la pintura ecuatoriana contemporánea.
El hombre tiene unos ojos grandes, su mirada es asombro. La forma almendrada de sus ojos la heredó de su abuela paterna, lo sé porque al lado de la foto suya, hay un retrato de esa abuela. Muchas de las mujeres que pinta Cristóbal González Guzmán tienen ojos rasgados, de mirada oblicua, el trazo es grueso, áspero como si estuviera apurado en terminar el cuadro.
Las figuras femeninas están en primer plano, no hay simulación, ellas siempre son las protagonistas, no se esconde para nada esa pretensión. Son retratos.
Algunas de esas mujeres son contorsionistas, hay teatralidad en sus composiciones, aun cuando son cuadro de un diseño simple. El trazo es zigzagueante, no se permite el trazo curvo, no puede, no quiere esa dulcera. La línea curva da la sensación de suavidad. El trazo de Cristóbal González es áspero, fuerte, nervioso, de grandes pinceladas como si estuviera incómodo con el lienzo, como si esas mujeres que el artista pinta estuvieran emergiendo de su mano por algún cargo de conciencia.
Sin duda las quiere, ha llevado unos 30 años pintándolas, pero se enfrenta al proceso de la pintura con desdén, como si esas criaturas le hubieran hecho algún daño. ¿Y entonces por qué las pinta? ¿Por qué le ha dedicado tanto tiempo a ellas?
El artista le pasa algo parecido a lo que me pasa a mí, con el miedo en los baños de los hoteles: —entro: veo el lavamanos y el servicio sanitario blanco. Detrás está la cortina que delimita el área de la bañera. Entro en nervios, que habrá detrás de la cortina, qué asesinato se esconde detrás de esa simple tela de material sintético, casi siempre estampada con motivos ingenuos. De inmediato descorro la cortina para enfrentarme a ese miedo. No sucede una sola vez, cada vez que voy al baño hago lo mismo, como si estuviera cerciorándome que el cuerpo desmembrado, o el monstruo sí estuvo alguna vez allí, lo que pasa es que se esconde continuamente de mí.
Aún con esa zozobra me gusta hospedarme en hoteles viejos, destartalados, de pasillos oscuros con una sola luz amarillenta, en el que se escuche el agua caer en un balde plástico porque la llave no cierra del todo bien.
Mujeres contorsionistas, cabareteras...
No son para nada mujeres domésticas, ningún elemento de la cotidianidad asoma en sus escenas. Por momento parecen mujeres de la vida, cabareteras. Mujeres con grandes lazos, con vestidos de vuelos. Algunas son elásticas, flexibles y las curvaturas de sus poses son las de mujeres de circo.
Al estar frente a la obra de Cristóbal González se experimenta un espectáculo de colores, e insinuaciones. Sus cuadros son un después, o un antes de lo que sus personajes han hecho, o lo que están por hacer, como si el pintor lo que nos quiere mostrar es la etapa previa, o posterior a la ejecución.
Al artista suprimir esos hechos nos da una lección de sutileza. Por ningún motivo sus mujeres cuentan sus historias, solo posan.
El fondo de sus pinturas está compuesto por grandes pinceladas, no hay elementos, como si esos cuerpos estuvieran delante de bruma, marullo, embadurno, garabatos. En algunos casos aparece una mesa con búcaro y flores. Por lo general son rosas de tallos largos y espinosos, formas que refuerza el zigzag.
CRISTÓBAL GONZÁLEZ GUZMÁN (Quito, 1955)
Es muy difícil saber descifrar que piensas estas mujeres. Sus vestidos son caros. Traen joyas antiguas heredadas de sus madres o abuelas. Tienen una predilección por lo vintage, aunque su comportamiento (me imagino) sea moderno. En muy pocas ocasiones aparecen hombres en los cuadros. El cotilleo entre ellas se respira. Al parecer se trata de dos o tres mujeres que se repiten en distintos lienzos. Estas mujeres se visten elegantemente, se emperifollan para alguna boda o tertulia. Son damas de sociedad o por lo menos quieren serlo.
Los cuadros de Cristóbal reflejan el momento cuando esas mujeres se miran al espejo, antes de salir a sus compromisos.
Una vida sin horarios laborales
Visitar la casa del artista es como entrar a alguno de sus cuadros. Sumergirme. Pareciera que el pintor ha construido un hogar para esas extrañas criaturas. De algo estoy seguro, estas mujeres no son maltratadas por ningún hombre. Ninguna de ellas está embarazada, ni trae en sus manos ningún niño. Tampoco creo que se dediquen a ningún trabajo que no sea el de comprar vestidos y el de embellecerse para tomar el té por las tardes, o salir a pasear con alguna amiga.
Una vida así sería demasiada monótona, no podría concebirla, sobre todo porque tengo muchas carencias materiales que intento cubrir con disímiles trabajos. A veces llego a la conclusión que esos trabajos que realizo no me hacen feliz, y que el dinero que me pagan por realizar esas labores no llega ni a cubrir mis necesidades.
Fui educado para ser un hipócrita laboralmente. No soy el único. Muchos creen que hay que trabajar en cualquier oficio para poder vivir, aunque está mal visto acostarse con hombres o mujeres por dinero o posición social. En cambio se ensalza a las personas que pueden desempeñarse en cualquier trabajo, aunque este no sea de su agrado. Como si el sacrificio laboral fuera bendecido y el sacrificio sentimental, sexual fuera satanizado. A diario escucho decir es que ella o él están con tal, o más cual persona por su dinero, como si eso no se repitiera en la esfera laboral. —Yo no amo los miles de trabajo que debo hacer para sobrevivir, es más los aborrezco, pero lo hago por el dinero—.
Ahora sé que existen personas que tienen una vida así, de ocio perpetuo. He comprendido lo útil y provechoso que pudiera ser una vida sin responsabilidades, sin horarios laborales.
Estas mujeres de Cristóbal González parecen que viven para posar. Lo verdaderamente interesantes de ellas sería el proceso de vestirse, pero eso debemos imaginarlo, el pintor no ha querido mostrarnos esas escenas.
Quizás lo que nos quieren decir estos cuadros es mostrarnos el poder de no hacer nada. El verdadero poder esta en no tener que laborar, el de una vida para fotos de Instagram. Los entornos son casi siempre interiores de casa, el encierro, y el confort van de la mano. Ellas me recuerdan algunas de mis amigas mujeres que se toman fotos de la misma forma, en la que se cambian los vestidos, como si posar fuera por sí solo una demostración de poder. Las veo en las citas culturales, en las lecturas de poesía, o en las exposiciones. Mujeres que aparecen solo para que las miren.
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