Arte │ Yayoi Kusama: el infinito en un punto
La obra de Yayoi Kusama no es un mero espectáculo visual extravagante, es un viaje al interior de una de las mentes más peculiares de nuestro tiempo.

Desde antes de mudarse a Nueva York con el sueño de abrirse camino como pintora, Yayoi Kusama sabía que su arte y su manera de ver la vida no se ajustaban a esquemas estrechos. Su infancia y su juventud habían sido traumáticas y ante sus ojos una realidad distinta se superponía a esa que los demás veían. Pero estaba convencida de cuál debía ser su camino. En Nueva York, antes de cumplir treinta años, se sumergió en el intenso y competitivo ambiente de las vanguardias artísticas.
El arte minimalista, el pop, la performance, las instalaciones y un tipo de pintura donde las formas se construían mediante la obsesiva repetición de un motivo simple, se convirtieron en su lenguaje personal. Trabaja con la cultura de masas, con los objetos cotidianos, con el color puro, y aunque estos elementos la hicieron, ante los ojos de la crítica, una artista próxima a contemporáneos suyos como Andy Warhol, lo cierto es que sus motivaciones y su concepto del arte eran profundamente distintos a los que ellos manejaban. Mientras el pop art se orientaba a la crítica de las sociedades de consumo, Kusama veía el arte como una actividad terapéutica y filosófica. Su obsesiva repetición de un patrón sobre cada superficie buscaba la obliteración del yo, su integración con el universo, no su exaltación ni su ruptura con el entorno; era el intento de alcanzar una armonía distinta, y tomaría años comprenderla.
Yayoi Kusama fue pionera del arte inmersivo y del uso de las tecnologías como medio de expresión artística. Sus performances, sus espacios desbordados, sus espejos, la convirtieron también en precursora de corrientes que luego se harían centrales. Explotó todos los recursos a su alcance para mostrar su visión del mundo, sus alucinaciones, y para trasmitir un mensaje que entonces era difícil de asimilar para los rebeldes creadores vanguardistas: el arte como celebración de la vida a pesar del dolor, la obra como un testimonio de la resiliencia humana, del valor de lo pequeño y lo frágil.
Tras décadas de una incansable actividad creativa en Estados Unidos, Kusama regresó a su país y se internó en un hospital psiquiátrico. Desde allí siguió creando. Su obra no un mero espectáculo visual, una decoración extravagante. Es, por el contrario, un viaje al interior de una de las mentes más peculiares de nuestro tiempo, y es también una invitación a ver ―como lo vieron William Blake y otros visionarios antes― el infinito en un punto: “Para ver el mundo en un grano de arena, / y el Cielo en una flor silvestre, / abarca el infinito en la palma de tu mano / y la eternidad en una hora”.
A sus más de noventa años, Yayoi Kusama continúa ese camino singular de búsqueda y transformación de nuestra mirada: “Nuestra tierra es solo un punto entre los millones de estrellas del cosmos”, explica: “Los puntos son un camino al infinito”.
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