Elucubraciones de una mujer afro latinoamericana, caribeña y de la diáspora
El día 25 de julio de 1992 fue instituido como el Día Internacional de la Mujer afrolatina, caribeña y de la diáspora con el objetivo de visibilizar a las mujeres afrodescendientes y promover políticas públicas para mejorar su calidad de vida.
Recuerdo nítidamente, el día en que dos profesores de mi carrera de Psicología (hombres blancos, presumiblemente heterosexuales y cisgénero, vale apuntar) decidieron hacer un escalafón de belleza de las mujeres del grupo, en medio de un turno de clases; así de la nada, como para combatir el tedio de un día ordinario en el que una “clase deconstruidora de paradigmas” no era el menú principal (algo bastante incomún dada la altísima calidad del claustro que nos formó). No recuerdo muy bien cómo terminó “aquella broma” que de inocente no tenía nada, ni en qué lugar yo quedé. Seguramente ocupé uno de los últimos escaños en aquella parodia de “Miss Universo del mundo psi”. Si digo que aquel acto no tenía nada de inocente no lo hago movida por una intención de enjuiciar moralmente a los profesores que lo protagonizaron. Ninguna opresión, ni la complejidad que ellas entrañan, debe ser reducida a una cuestión de “buenas o malas personas”. Inclusive mi formación dentro de una perspectiva crítica de psicología social fue un antídoto contra ese tipo de enjuiciamiento moral de las personas (claro, quitando la tal asignatura de “Desviación de la Conducta” que aún consta en los planes de estudio con ese nombre acusatorio y que yo misma impartí. Es una incoherencia total que mantengamos ese tipo de discursos dentro de la Psicología, pero eso es harina de otro costal-columna). Posteriormente el feminismo consolidó mucho más en mí la vocación de distanciarme de cualquier vestigio de pedagogía cristiana a la hora de lidiar con seres humanos. No obstante, los efectos psicosociales de ese tipo de actos clasificatorios de mujeres según parámetros de belleza, no deben dejar de ser considerados. Es en ese terreno en el que no podemos pecar de ingenuidad. Y por eso les invito a reflexionar a partir de estas preguntas:
- ¿Cuáles son los efectos, desde el punto de vista subjetivo, de la promoción de ese tipo de competiciones femeninas?
- ¿Cómo ese tipo de acciones colaboran con la objetificación de las mujeres y, en particular de mujeres que no corporifican el patrón hegemónico de belleza?
- ¿Cuáles son las condiciones que autorizan tanto la impunidad de los profes como la pasividad del grupo que, de alguna forma, concordó en participar de ese despropósito?
A mi modo de ver, la impunidad y el confort que esos profes sintieron al hacer aquel escalafón, denuncia una laguna del propio currículum: la ausencia de debates sobre misoginia, racismo estructural y temas afines. Digo eso porque el confort de los profes para poner en práctica su “juego” tuvo como aliada a nuestra pasividad como grupo, a pesar de que hubiese gente que como yo, sentimos bastante malestar con ese ejercicio. Obvio que la conformidad del grupo también está atravesada por una relación asimétrica de poder profesor-alumnes. No obstante, creo firmemente que una formación crítica sobre género y racismo estructural hubiese podido ser un antídoto contra ese currículum ni tan oculto que quedó expuesto en ese acontecimiento del “escalafón de belleza femenina”.
Al revisitar el currículum oficial de las carreras de Psicología en Cuba, podemos constatar la ausencia de pensadoras afrolatinoamericanas que tienen bastante que aportar a una formación crítica.
Hoy en día, al revisitar el currículum oficial de las carreras de Psicología en el país, podemos constatar la ausencia de pensadoras afrolatinoamericanas que tienen bastante que aportar a una formación crítica. Es sobre ellas y sobre su potencial, que me quiero referir en el próximo apartado. Ojalá ello sirva de inspiración y expanda los diálogos que puedan tener lugar en las clases de Psicología en Cuba.
Mujeres afrolatinoamericanas, caribeñas y de la diáspora: razones para celebrar…
El día 25 de julio de 1992 fue instituido como el Día Internacional de la Mujer afro latinoamericana, caribeña y de la diáspora. Esta fecha surgió movida por una idea de igualdad e inclusión de las mujeres afrodescendientes en las sociedades contemporáneas. Como bien sabemos, convivimos en contextos que continúan siendo marcadamente racistas, sexistas, cis-sexistas y los efectos excluyentes de tales regímenes para las mujeres que habitan estos cuerpos-territorios, son más que evidentes.
A 30 años de haberse establecido esta conmemoración, es necesario ponderar las implicaciones de continuar demandando o celebrando “igualdad” e “inclusión”. No reivindicamos igualdad e inclusión en escalafones de belleza; en todo caso queremos destruir la lógica misógina que autoriza ese tipo de sistemas de clasificación.
Las metas de igualdad e inclusión han sido un eje central de varias de las agendas mainstream concebidas para la región, impulsadas principalmente desde organismos e instituciones centrales como la ONU. Valiéndose de un lenguaje estandarizado que incluye entre otras cosas: “promover igualdad e inclusión”; “mejorar la condición de la mujer afrolatinoamericana y caribeña”, muchos países refrendan sus agendas políticas con base en esta gramática mainstream. Obviamente no puede negarse que los foros internacionales son espacios importantes para estimular a los diferentes Estados a suscribir el compromiso de lucha contra las desigualdades. Sin embargo, si la igualdad e inclusión no se materializan en prácticas concretas, si no se tienen en cuenta las dinámicas particulares de los diferentes contextos, no existen garantías de que la estratificación que coloca a las mujeres negras en la base de la pirámide social, se altere o se transforme.
Los discursos que abogan por inclusión e igualdad, muchas veces son usados apenas como maniobras de “lo políticamente correcto”, modas y modos de estar a tono con “la modernidad y el desarrollo”. Al ser concebidas de esta manera, la igualdad e inclusión se restringen a ser un léxico y nada más, sin que necesariamente actúen como instrumentos de transformación social. Uno de los indicios de esta contradicción es la ausencia abrumadora de intelectuales afro latinoamericanas y caribeñas en los currículos oficiales de algunos países de la región.
A pesar de la invisibilización de mujeres afro latinoamericanas y caribeñas en el ámbito de la producción científica, no quiero detenerme en los factores que producen tal ausencia. Si algo podemos celebrar hoy, es la revolución científica que ha sido promovida por algunas de estas mujeres. Figuras como Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, ambas de República Dominicana y Jaqueline Gomes de Jesús de Brasil, son apenas tres ejemplos de intelectuales afro latinoamericanas que puedo citar hoy, cuyos trabajos han cualificado significativamente los debates teóricos y políticos sobre racismo, heterosexualidad, colonialidad, transfobia, entre otros asuntos. Comparto aquí algunos enlaces en los que podemos verlas en primera persona:
La robusta producción académica de estas mujeres, junto a su militancia, ha desestabilizado el orden hegemónico según el cual, mujeres negras solo podrían ser tomadas como objeto de estudio y escrutinio, y no como pensadoras y productoras de conocimientos. La revolución que han promovido los trabajos de estas intelectuales en el campo de las ciencias sociales es indiscutible y extrapola las fronteras de sus países de origen. De igual forma, ellas continúan inspirando el surgimiento de colectivos, grupos de estudio, movilizaciones políticas que, al amparo de sus contribuciones intelectuales, debaten problemas sociales urgentes y proponen soluciones a los mismos. La tradición de lucha y de pensamiento social crítico de mujeres afrolatinoamericanas y caribeñas, nos llena de razones para celebrar en un día como hoy. Confiemos en que su presencia en los diversos espacios de disputa teórica y política, no sea apenas este día, sino de forma sistemática.
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